Miércoles de la tercera semana de Cuaresma
PRECIO DE NUESTRO RESCATE
Comprados fuisteis por grande precio (1 Cor 6, 20).
La injuria o sufrimiento de alguno se mide por la dignidad de la
persona; pues mayor injuria sufre el rey, si es herido en el rostro, que una
persona particular. En Cristo la dignidad de la persona es infinita, porque es
una persona divina. Luego cualquier sufrimiento suyo, por mínimo que sea, es
infinito. De ahí que cualquier sufrimiento suyo bastara para la redención del
género humano, aun sin la muerte.
San Bernardo dice, además, que una mínima gota de la sangre de
Cristo era suficiente para la redención del género humano. Ahora bien: una gota
de la sangre de Cristo podía ser derramada sin la muerte; luego también era
posible redimir al género humano por algún sufrimiento sin que Cristo muriese.
Dos cosas se requieren para hacer una compra: la cantidad del
precio y su destino para la adquisición de algo. Porque si uno da un precio no
equivalente para adquirir alguna cosa, no se dice en este caso que haya compra,
hablando propiamente, sino en parte compra y en parte donación. Por ejemplo: si
uno compra por diez pesos un libro que vale veinte, en parte compra el libro y
en parte se le regala. Además, si da un precio mayor y no lo destina a la
compra del libro, no se puede decir que compra el libro.
Así, pues, si hablamos del rescate del género humano en cuanto a
la cantidad del precio, cualquier padecimiento de Cristo, aun sin la muerte,
hubiera bastado, a causa de la dignidad infinita de la persona. Pero si
hablamos del destino del precio, entonces hay que decir que los demás
padecimientos de Cristo, sin la muerte, no fueron destinados al rescate del
género humano por Dios Padre y por Cristo. Y esto por tres razones:
1º) Para que el precio de la redención del género humano no
solamente fuese infinito por razón del valor, sino para que fuese también del
mismo género, es decir, para que nos librase de la muerte por medio de la
muerte.
2º) Para que la muerte de Cristo no fuese únicamente precio de
rescate, sino también ejemplo de virtud, esto es, para que los hombres no
temiesen morir por la verdad. El Apóstol señala estas dos causas, diciendo:
Para destruir por su muerte al que tenía el imperio de la muerte, es decir, al
diablo (en cuanto a lo primero); y para librar a aquéllos que por el temor de
la muerte estaban en servidumbre toda la vida (en cuanto a lo segundo) (Hebr 2,
14-15).
3º) Para que la muerte de Cristo fuese además un sacramento de
salvación; si nosotros, por virtud de la muerte de Cristo, morimos al pecado, a
las concupiscencias carnales y al amor propio. Esta causa la señala el Apóstol
San Pedro: También Cristo una vez murió por nuestros pecados, el justo por los
injustos, para ofrecernos a Dios, siendo, a la verdad, muerto en la carne, mas
vivificado por el espíritu (1 Ped 3, 18).
Por lo tanto, el género humano no fue redimido por otra pasión
sin la muerte de Cristo.
Pero en realidad, Cristo, no solamente dando su vida, sino
también padeciendo cualquier sufrimiento, habría pagado un precio suficiente
por la redención del género humano, si el menor padecimiento hubiese sido
divinamente destinado para ello, y esto, a causa de la dignidad infinita de la
persona de Cristo.
(Quodl., II, q. I, a. 2).
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