Quinto domingo de Cuaresma
CEC 992-996: la
revelación progresiva de la Resurrección
CEC 549, 640, 646:
los signos mesiánicos que prefiguran la Resurrección de Cristo
CEC 2603-2604: la
oración de Jesús antes de la resurrección de Lázaro
CEC 1002-1004:
nuestra experiencia actual de la Resurrección
CEC 1402-1405,
1524: la Eucaristía y la Resurrección
CEC 989-990: la
resurrección de la carne
CEC 992-996: la
revelación progresiva de la Resurrección
Revelación progresiva de la Resurrección
992 La
resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo.
La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una
consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero,
alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquél que mantiene
fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva
comienza a expresarse la fe en la resurrección. En sus pruebas, los mártires
Macabeos confiesan:
«El Rey del mundo, a
nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna» (2 M 7,
9). «Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios
otorga de ser resucitados de nuevo por él» (2 M 7, 14; cf. 2
M 7, 29; Dn 12, 1-13).
993 Los fariseos
(cf. Hch 23, 6) y muchos contemporáneos del Señor (cf. Jn 11,
24) esperaban la resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que
la niegan responde: "Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el poder de
Dios, vosotros estáis en el error" (Mc 12, 24). La fe en la
resurrección descansa en la fe en Dios que "no es un Dios de muertos sino
de vivos" (Mc 12, 27).
994 Pero hay más:
Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy
la resurrección y la vida" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el
que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (cf. Jn 5,
24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6,
54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección
devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc 7,
11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no
obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del
"signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo
(cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día
después de su muerte (cf. Mc 10, 34).