Miércoles de la tercera semana de Pascua
EL HOMBRE ESPIRITUAL
El espiritual juzga
todas las cosas; y él no es juzgado de nadie (1 Cor 2, 15).
I. Veamos quién es el
hombre espiritual. Mas advirtamos antes que acostumbramos llamar espíritus a
las substancias incorpóreas; y porque hay una parte del alma que no es el
principio de existencia de algún órgano corporal, es decir, la parte
intelectiva que comprende la inteligencia y la voluntad, esta parte del alma es
llamada espíritu de hombre, el cual, sin embargo, es iluminado por el Espíritu
de Dios, en cuanto al entendimiento, e inflamada en la parte afectiva y la
voluntad.
Hombre espiritual se
dirá, pues, en dos sentidos:
1º) Por la
inteligencia, iluminada por el Espíritu de Dios; y en este sentido dice la Glosa
que el hombre espiritual es el que, sujeto al espíritu de Dios, conoce
ciertísima y fielmente las cosas espirituales.
2º) Por la voluntad,
inflamada por el Espíritu. de Dios; y en este sentido dice la Glosa que la vida
espiritual es la que, teniendo por dirigente, al Espíritu de Dios, rige al
alma, esto es, a las fuerzas animales. Vosotros que sois espirituales,
amonestadle con espíritu de mansedumbre (Gal 6, 1).
II. Consideremos por
qué el hombre espiritual juzga todas las cosas, y él no es juzgado por nadie.
Debe advertirse aquí que quien rectamente se conduce en todas las cosas, tiene
juicio recto acerca de cada una de ellas. En cambio, el que tiene en sí
deficiencia de rectitud, también es defectuoso al juzgar. Pues el que está
despierto juzga rectamente que él vela y que otro duerme. Mas el que duerme no
posee un juicio verdadero sobre sí mismo, ni sobre el que vela, y las cosas no
son tales como las ve el que duerme, sino como las ve el que está despierto.
Sucede lo mismo con el
que está sano y el que está enfermo, para juzgar de los sabores, con el que es
débil y el que es fuerte, para juzgar de los pesos, con el virtuoso y el
vicioso, para juzgar de los actos humanos. Por eso dice el filósofo Aristóteles
que el virtuoso es regla y medida de todas las cosas humanas, porque en las
cosas humanas las acciones particulares son tales como las juzga el virtuoso.
Según esto dice aquí
el Apóstol que el espiritual juzga todas las cosas, porque el hombre que tiene
el entendimiento ilustrado y el corazón ordenado por el Espíritu Santo, posee
un criterio recto acerca de cada una de las cosas que pertenecen a la
salvación. En cambio, el que no es espiritual tiene obscurecido el
entendimiento y desordenado el afecto acerca de los bienes espirituales, y, por
consiguiente, el hombre espiritual no puede ser juzgado por el hombre que no es
espiritual, del mismo modo que el que está despierto no puede serlo por el que
duerme.
Mas el hombre animal
no percibe aquellas cosas que son del Espíritu de Dios (1 Cor 2, 14). El Espíritu
Santo inflama el corazón para que ame los bienes espirituales, despreciando los
bienes sensibles; mas el que es de vida animal no puede apreciar los bienes
espirituales, pues como es cada uno, tal le parece el fin.
(In I Cor., II)
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