Viernes Santo – La Pasión del Señor
CEC 602-618. 1992:
la Pasión de Cristo
CEC 612, 2606,
2741: la oración de Jesús
CEC 467, 540, 1137:
Cristo el sumo sacerdote
CEC 2825: la
obediencia de Cristo y la nuestra
CEC 602-618. 1992:
la Pasión de Cristo
"Dios le hizo pecado por nosotros"
602 En
consecuencia, san Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio
divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada
de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre
preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes
de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de
vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres,
consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5,
12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición
de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y
destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3),
"a quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que
viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).
603 Jesús no
conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8,
46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8,
29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado
hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2).
Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó
ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8,
32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a
su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es
un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte:
"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19). "La
prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha
recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin
excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial
que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma
"dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20,
28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a
la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5,
18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5,
15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los
hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien
no haya padecido Cristo" (Concilio de Quiercy, año 853: DS, 624).
III. Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados
Toda la vida de Cristo es oblación al Padre
606 El Hijo de
Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le
ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice:
[...] He aquí que vengo [...] para hacer, oh Dios, tu voluntad [...] En virtud
de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para
siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el
primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de
salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del
que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El
sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2,
2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama
porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber
que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,
31).
607 Este deseo de
aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús
(cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque
su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame
de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12,
27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18,
11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19,
30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista,
después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3,
21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero
de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1,
36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar
en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19)
y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el
cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua
(Ex 12, 3-14; cf. Jn 19, 36; 1 Co 5,
7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en
rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús, al
aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó
hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor
amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto
en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre
y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2,
10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte
por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me
quita [la vida]; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De
aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la
muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
610 Jesús expresó
de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los doce
Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue
entregado" (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando
todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de
su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la
salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser
entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi
sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para
remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
611 La Eucaristía
que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11,
25) de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les
manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus
apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí
mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17,
19; cf. Concilio de Trento: DS, 1752; 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz de la
Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22,
20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní
(cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la
muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora:
"Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26,
39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana.
Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a
diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4,
15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre
todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3,
15), de "el que vive", Viventis assumpta (Ap 1,
18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que
se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su
muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el
madero" (1 P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de
Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la
redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8,
34-36) por medio del "Cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1,
29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1
Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24,
8) reconciliándole con Él por "la sangre derramada por muchos para
remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cf. Lv 16,
15-16).
614 Este
sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios
(cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es
el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4,
10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y
por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10,
17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14),
para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como
[...] por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos
justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús
llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo
en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a
quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53,
10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros
pecados (cf. Concilio de Trento: DS, 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor
hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de
redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de
Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2,
20; Ef 5, 2. 25). "El amor [...] de Cristo nos apremia al
pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5,
14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar
sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos.
La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo
sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de
toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 Sua
sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit ("Por
su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la
justificación"), enseña el Concilio de Trento (DS, 1529) subrayando el
carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación
eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: O
crux, ave, spes unica ("Salve, oh cruz, única esperanza";
Añadidura litúrgica al himno "Vexilla Regis": Liturgia de las
Horas).
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el
único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres"
(1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se
ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22,
2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo
conocida [...] se asocien a este misterio pascual" (GS 22,
5). Él llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16,
24) porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus
huellas" (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su
sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios
(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1,
24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que
nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
«Esta es la única
verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al
cielo» (Santa Rosa de Lima, cf. P. Hansen, Vita mirabilis, Lovaina,
1668)
1992 La
justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se
ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre
vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres. La
justificación es concedida por el Bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a
la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su
misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida
eterna (cf Concilio de Trento: DS 1529)
«Pero ahora,
independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen —pues no hay diferencia alguna; todos
pecaron y están privados de la gloria de Dios— y son justificados por el don de
su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios
exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe,
para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente,
en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el
tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús» (Rm 3
,21-26).
CEC 612, 2606,
2741: la oración de Jesús
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz de la
Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22,
20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní
(cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la
muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora:
"Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26,
39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana.
Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a
diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4,
15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre
todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3,
15), de "el que vive", Viventis assumpta (Ap 1,
18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que
se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su
muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el
madero" (1 P 2, 24).
2606 Todos las
angustias de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y de la
muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación
están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre las
acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Así
se realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía de la creación y
de la salvación. El Salterio nos da la clave para la comprensión de este drama
por medio de Cristo. Es en el “hoy” de la Resurrección cuando dice el Padre:
“Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en
herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra” (Sal 2,
7-8; cf Hch 13, 33).
La carta a los
Hebreos expresa en términos dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús en la
victoria de la salvación: “El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida
mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle
de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo
que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió
en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (Hb 5, 7-9).
2741 Jesús ora
también por nosotros, en nuestro lugar y en favor nuestro. Todas nuestras
peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus palabras en la Cruz; y
escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por
nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está
resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial,
obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos:
recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.
CEC 467, 540, 1137:
Cristo el sumo sacerdote
467 Los
monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de existir como tal
en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a
esta herejía, el cuarto Concilio Ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año
451:
«Siguiendo, pues, a
los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y
mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en
la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma
racional y cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, y
consubstancial con nosotros según la humanidad, "en todo semejante a
nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15); nacido del Padre
antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra
salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios,
según la humanidad.
Se ha de reconocer a
un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin
cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún
modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de
cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola
persona» (Concilio de Calcedonia; DS, 301-302).
540 La tentación
de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en
oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Por eso
Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no
pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los
cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.
1137 El
Apocalipsis de san Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela
primeramente que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el
trono" (Ap 4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28). Luego revela al Cordero, "inmolado y de
pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado, el único Sumo
Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10, 19-21; etc), el mismo "que ofrece y
que es ofrecido, que da y que es dado" (Liturgia Bizantina. Anaphora Iohannis Chrysostomi). Y por último,
revela "el río de agua de vida [...] que brota del trono de Dios y del
Cordero" (Ap 22,1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu
Santo (cf Jn 4,10-14; Ap 21,6).
CEC 2825: la
obediencia de Cristo y la nuestra
2825 Jesús, “aun
siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia” (Hb 5,
8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y
pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en Él! Pedimos a nuestro
Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su
designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente
impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo,
podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo
siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8,
29):
«Adheridos a Cristo,
podemos llegar a ser un solo espíritu con Él, y así cumplir su voluntad: de
esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo» (Orígenes, De
oratione, 26, 3).
«Considerad cómo
[Jesucristo] nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no
depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. Él ordena a cada
fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice
“Que tu voluntad se haga” en mí o en vosotros “sino en toda la tierra”: para
que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio
sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra
ya no sea diferente del cielo» (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum homilia
19, 5).
No hay comentarios:
Publicar un comentario