Sábado de la segunda semana de Pascua
LA SED DEL AGUA VIVA
El que bebiere del
agua que yo le daré, nunca jamás tendrá sed (Jn 4, 13).
A este pasaje parece
oponerse aquel otro del Eclesiástico: Los que me beben, aún tendrán sed (24,
2ª). ¿Cómo, pues, nunca jamás tendrá sed quien bebiere de esta agua, esto es,
de la sabiduría divina, cuando dice la misma sabiduría: Los que me beben, aún
tendrán sed?
Ambas cosas son
verdaderas, pues quien bebe del agua que Cristo da, tiene sed todavía, y al
mismo tiempo no tiene sed; pero el que bebe del agua material, tendrá otra vez
sed. Y esto por dos razones:
1º) Porque el agua
material no es perpetua, ni tiene causa perpetua, sino deficiente. Por lo cual,
necesariamente cesa su efecto. Todas aquellas cosas pasaron como sombra (Sab 5,
9). Mas el agua espiritual tiene causa perpetua, esto es, al Espíritu Santo,
que es fuente inagotable de vida. Por eso, el que de ella bebe no tendrá sed
jamás, del mismo modo que jamás tendría sed el que tuviese en sí una fuente de
agua viva.
2º) Por la diferencia
entre las cosas espirituales y las temporales. Pues aunque unas y otras
produzcan sed, sin embargo, ésta es de distinta manera. Porque lo temporal, una
vez poseído, no produce ciertamente sed de sí mismo, pero sí de otras cosas;
mas lo espiritual quita la sed de las otras cosas, y produce sed de sí mismo.
La razón de esto se funda en que lo temporal se estima como de gran valor y
suficiente, antes de ser poseído; pero una vez que se tiene, como no se
encuentra de tanto valor, ni suficiente para aquietar el deseo, no sacia este
deseo, sino que provoca el deseo de poseer otra cosa.
Lo espiritual no es
conocido sino cuando se lo posee. No sabe ninguno, sino aquel que lo recibe
(Apoc 2, 17). Y por lo tanto, no provoca ningún deseo antes de ser poseído;
pero cuando se le tiene y se le conoce, entonces deleita el corazón y mueve el
deseo, no ciertamente para poseer otra cosa, sino que como es gustado
imperfectamente a causa de la imperfección del que lo recibe, provoca a una
posesión perfecta. De esta sed se dice: Sedienta está mi alma del Dios fuerte* (Sal 41, 3).
Esta sed no se quita
del todo en este mundo, porque no podemos percibir los bienes espirituales en
esta vida; y por consiguiente, el que bebiere de esta agua todavía tendría sed,
ciertamente, de su perfección; pero no tendrá sed jamás, como si faltase el
agua, pues como se dice en el salmo 35, 9: Serán embriagados de la abundancia
de tu casa. En efecto, en la vida de la gloria, donde los bienaventurados beben
perfectamente el agua de la gracia divina, no tendrán jamás sed.
Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia, a saber, en este mundo,
porque ellos serán hartos (Mt 5, 6) en la vida de la gloria.
(In Joan., IV)
Nota:
*Santo Tomás dice:
Sedienta está mi alma de Dios, fuente viva.
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