Lunes de la tercera semana de Pascua
MORADA DE LAS DIVINAS PERSONAS EN EL ALMA
I. Se dice de la
divina Sabiduría: Envíala de tus santos cielos, y del trono de tu grandeza (Sab
9, 10).
Por medio de la
gracia santificante toda la Trinidad habita en el alma, según aquello del
Evangelista: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 23). Ser enviada una persona
divina a alguien por la gracia invisible significa nuevo modo de habitar en él
esa Persona (divina), y su origen de otra.
Luego, puesto que
tanto al Hijo coma al Espíritu Santo conviene morar por la gracia y proceder de
otro, es propio de ambos ser invisiblemente enviados.
En cuanto al Padre,
si bien habita en nosotros por la gracia, no le conviene proceder de otro, ni,
por consiguiente, ser enviado.
El alma se asemeja a
Dios por la gracia. Así, pues, para que una persona divina sea enviada a
alguien por su gracia, es preciso se realice asimilación a la persona divina,
enviada por algún don de gracia. Y como el Espíritu Santo es amor, el alma se
asemeja al Espíritu Santo por el don de la caridad. Por lo tanto, la misión del
Espíritu Santo es considerada según el don de la caridad. Pero el Hijo es
Verbo, y no un verbo cualquiera, sino que emana amor. Así, pues, el Hijo no es
enviado según cualquier perfección intelectual, sino según tal ilustración del
intelecto que lo haga prorrumpir en afecto de amor. En mi meditación se
inflamará fuego (Sal 38, 4). Por eso dice San Agustín que "El Hijo es
enviado, cuando es conocido y percibido por alguno"*. Mas la percepción significa cierto conocimiento experimental. Y
esto es lo que propiamente se llama sabiduría, como ciencia sápida.
II. Cuándo tiene
lugar la misión. La misión importa en su razón que el que es enviado comience a
estar donde antes no estaba, o donde, ya estaba, aunque de un modo nuevo; y según
este modo se atribuye la misión a las Personas divinas. Así, en aquel a quien
se dirige la misión hay que considerar dos cosas: la inhabitación de la gracia,
y cierta renovación por ella. Para todos aquellos en quienes se dan estas dos
cosas, se hace la misión invisible.
Esta misión se hace
según el provecho en la virtud o el aumento de gracia. Sin embargo, la misión
invisible se considera principalmente según ese aumento de gracia, cuando
alguno adelanta hacia algún nuevo acto o nuevo estado de gracia, como sucede,
por ejemplo, cuando uno llega a obtener la gracia de milagros, o de profecía, o
se expone al martirio movido del fervor de caridad, o renuncia cuanto posee, o
emprende-cualquier otra santa empresa ardua.
III. La misión tiene
lugar solamente según el don de la gracia santificante. Conviene a una persona
divina ser enviada sólo para existir de un modo nuevo en algo; y el ser dada,
con el fin de ser recibida por alguien; ni en uno ni en otro concepto se
realiza sino por la gracia santificante. Porque hay un modo común de estar Dios
en todas las cosas por esencia, potencia y presencia, como la causa en los
efectos que participan de su bondad.
Además de este modo
común hay uno especial, que conviene a la naturaleza racional, en la cual se
dice estar Dios como lo conocido en quien lo conoce, y lo amado en el amante. Y
porque, conociendo y amando la criatura racional, toca por su operación al
mismo Dios, según este modo especial no
sólo se dice que Dios está en ella, sino que mora en ella, como en su templo.
No hay, pues, otro
efecto sino la gracia santificante, que pueda ser razón de que una persona
divina esté de un nuevo modo en la criatura racional.
Por otra parte, sólo
se dice que poseemos aquello de que libremente podemos usar o disfrutar, y la
potestad de disfrutar de una persona divina sólo se verifica según la gracia
santificante, aunque en el don de esta gracia recibe el hombre al Espíritu
Santo y éste habita en él. Por consiguiente, el Espíritu Santo mismo es dado y
enviado.
(1ª part. q. XLIII,
a. 5, 6 y 3).
Nota:
* De Trin., lib. IV, cap. 20.
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