viernes, 17 de abril de 2020

La bendición de los animales - P. Leonardo Castellani


La bendición de los animales


En nuestra estancia se conserva la cristiana costumbre de bendecir a los animales el día de San Antonio abad, el 17 de enero.

Los animales entienden las cosas sobrenaturales lo mismo que Anatole France. Solamente las gallinas acuden presurosas, creyendo que la gruesas gotas de agua bendita que arroja una rama de gomero a guisa de hisopo son los granos de maíz de la comida matutina. Pero notando la diferencia de la capa pluvial blanco y oro del cura, a la pollera roja de la sirvienta, se alejan despechadas después de algunos picotazos y patadas, chismorreando entre sí como buenas vecinas, la Bataraza, la Catalina, la Moñuda, la Inglesa y la Miniatura; en tanto que el Gallo compadrea cocoriqueando delante de nosotros, con la superioridad insolente del débil que domina a otros más débiles, alzada una pata y mirándonos de medio lado.

En el conejar hay un alboroto espantoso de conejos que disparan atropellándose en sus cuevas, retumbantes con las patadas de alarma. En el palomar se levantan todas juntas las palomas, en bandada sonora, estival. Los perros disparan gruñendo del cura que levanta el hisopo como un palo. Los cochinos del chiquero nos reciben gruñendo y no saben mirar para arriba. Las gotas de agua bendita no penetran el barro de la epidermis de esos seres que están hozando asquerosamente la basura del piso y se revuelcan en sus propios excrementos. El pavo esponja la cola muy si señora y nos da espalda soberbiamente. Los potros arisquean nerviosos y miran de lado. Y llegamos a los vacunos y aquí viene lo bueno.
 

Pasan mansamente las vacas de ubres hinchadas y rosadas, las vacas con terneritos chicos y graciosos que van mugiendo y trotando. Pasan los bueyes lerdos y aburridos, los toretes petulantes, las vaquillonas presumidas, los novillos inquietos..., y llega el Toro de la cabaña, personaje autoritario y brutal, que se irrita inesperadamente con las vestiduras sacerdotales y los vivos colores del monaguillo, baja la cabeza y los chuzos con un enorme resoplido y arremete. Un lazo vuela por el aire y cae sobre las astas, mientras con el balde de agua bendita en una mano, la capa pluvial y el bonete derribado, el buen cura heroicamente arrastrando al monaguillo por la mano.

Y apenas se ganó atrás de un alambrado y se vio en seguro, se volvió el cura hacia el Toro que piafaba todavía y bufaba, y se puso hecho una furia.

– ¡Aunque ustedes no quieran, les hemos de hacer el bien– dijo limpiando el bonete– , hijo de la mayor bestia, animal de los mismísimos diablos! ¡Conozco gente de esa laya, no soy novato en el sacerdotal ministerio! ¡Soy cura de pueblo! – gritó, enardeciéndose por momentos– . ¡A la fuerza, a la fuerza y enlazados les hemos de hacer el bien, aunque pateen, aunque bufen, aunque nos huyan, nos desprecien, nos aborrezcan, como dice San Pablo! Si diésemos el don de Dios al que viene a pedirlo humildito, ¿qué gracia tendría? Pasá el hisopo, Tiburcio. Toro idiota, te voy a bendecir en nombre del que amó a sus enemigos y dijo: Devolved bien por mal. Aperis tu manus tuas, Domine. ¡Son hijos de Dios, Tiburcio, aunque sean brutos; y si no por ellos, por Dios que los crió y les dio un alma – aunque parezca mentira– hay que quererlos...!

Et imples omne animal benedictione. Gloria Patria...: Que llenas a todo animal de bendición. Gloria al Padre...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Vistas de página en total

contador

Free counters!