SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 22 de noviembre de 1995
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 22 de noviembre de 1995
Influencia de María en la vida de la Iglesia
San Lucas pintando a la Virgen, Jan Gossaert 1522. |
(Lectura:
evangelio de san Lucas, capítulo 1, versículos 41-42. 46-48)
1. Después de haber reflexionado sobre la dimensión mariana
de la vida eclesial, nos disponemos ahora a poner de relieve la inmensa riqueza
espiritual que María comunica a la Iglesia con su ejemplo y su intercesión.
Ante todo, deseamos considerar
brevemente algunos aspectos significativos de la personalidad de María, que a
cada uno de los fieles brindan indicaciones valiosas para acoger y realizar
plenamente su propia vocación.
María nos ha precedido en el camino
de la fe: al crecer en el mensaje del ángel, es la primera en
acoger, y de modo perfecto, el misterio de la encarnación (cf. Redemptoris
Mater, 13). Su itinerario de creyente empieza incluso antes del inicio
de su maternidad divina, y se desarrolla y profundiza durante toda su
experiencia terrenal. Su fe es una fe audaz que, en la anunciación, cree lo
humanamente imposible, y, en Caná impulsa a Jesús a realizar su primer milagro
provocando la manifestación de sus poderes mesiánicos (cf. Jn. 2,
1-5).
María educa a los cristianos para
que vivan la fe como un camino que compromete e implica, y que en todas las
edades y situaciones de la vida requiere audacia y perseverancia constante.
2. A la fe de María está unida su docilidad a
la voluntad divina. Creyendo en la palabra de Dios, pudo acogerla
plenamente en su existencia, y, mostrándose disponible al soberano designio divino,
aceptó todo lo que se le pedía de lo alto.
Así, la presencia de la Virgen en la
Iglesia anima a los cristianos a ponerse cada día a la escucha de la palabra
del Señor, para comprender su designio de amor en las diversas situaciones
diarias, colaborando fielmente en su realización.
3. De este modo, María educa a la comunidad de los
creyentes para que mire al futuro con pleno abandono en Dios. En la experiencia
personal de la Virgen, la esperanza se enriquece con
motivaciones siempre nuevas. Desde la anunciación, María concentra las
expectativas del antiguo Israel en el Hijo de Dios encarnado en su seno
virginal. Su esperanza se refuerza en las fases sucesivas de la vida oculta en
Nazaret y del ministerio público de Jesús. Su gran fe en la palabra de Cristo
que había anunciado su resurrección al tercer día, evitó que vacilara incluso
frente al drama de la cruz: conservó su esperanza en el cumplimiento de la obra
mesiánica, esperando sin titubear la mañana de la resurrección, después de las
tinieblas del Viernes santo.
En su arduo camino a lo largo de la
historia, entre el ya de la salvación recibida y el todavía
no de su plena realización, la comunidad de los creyentes sabe que
puede contar con la ayuda de la Madre de la esperanza, quien,
habiendo experimentado la victoria de Cristo sobre el poder de la muerte, le
comunica una capacidad siempre nueva de espera del futuro de Dios y de abandono
en las promesas del Señor.
4. El ejemplo de María permite que la Iglesia aprecie mejor
el valor del silencio. El silencio de María no es sólo
sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad sapiencial de recordar y abarcar
con una mirada de fe el misterio del Verbo hecho hombre y los acontecimientos
de su existencia terrenal.
María transmite al pueblo creyente
este silencio-acogida de la palabra, esta capacidad de meditar en el misterio
de Cristo. En un mundo lleno de ruidos y de mensajes de todo tipo, su
testimonio permite apreciar un silencio espiritualmente rico y promueve el
espíritu contemplativo.
María testimonia el valor de una
existencia humilde y escondida. Todos exigen normalmente, y a
veces incluso pretenden, poder valorizar de modo pleno la propia persona y las
propias cualidades. Todos son sensibles ante la estima y el honor. Los
evangelios refieren muchas veces que los Apóstoles ambicionaban los primeros
puestos en el Reino, que discutían entre ellos sobre quién era el mayor y que,
a este respecto, Jesús debió darles lecciones sobre la necesidad de la humildad
y del servicio (cf. Mt 18, 1-5; 20, 20-28; Mc 9,
33-37; 10, 35-45; Lc 9, 46-48; 22, 24-27). María por el
contrario no deseó nunca los honores ni las ventajas de una posición
privilegiada, sino que trató siempre de cumplir la voluntad divina llevando una
vida según el plan salvífico del Padre.
A cuantos sienten con frecuencia el
peso de una existencia aparentemente insignificante, María les muestra cuán
valiosa es la vida, si se la vive por amor a Cristo y a los hermanos.
5. Además, María testimonia el valor de una vida pura y
llena de ternura hacia todos los hombres. La belleza de su
alma, entregada totalmente al Señor, es objeto de admiración para el pueblo
cristiano. En María la comunidad cristiana ha visto siempre un ideal de mujer,
llena de amor y de ternura, porque vivió la pureza del corazón y de la carne.
Frente al cinismo de cierta cultura
contemporánea que muy a menudo parece desconocer el valor de la castidad y
trivializa la sexualidad, separándola de la dignidad de la persona y del
proyecto de Dios, la Virgen María propone el testimonio de una pureza que
ilumina la conciencia y lleva hacia un amor más grande a las criaturas y al
Señor.
6. Más aún: María se presenta a los cristianos de todos los
tiempos, como aquella que experimente una viva compasión por
los sufrimientos de la humanidad. Esta compasión no consiste sólo en una
participación afectiva, sino que se traduce en una ayuda eficaz y concreta ante
las miserias materiales y morales de la humanidad.
La Iglesia, siguiendo a María, está
llamada a tener su misma actitud con los pobres y con todos los que sufren en
esta tierra. La atención materna de la madre del Señor a las lágrimas, a los
dolores y a las dificultades de los hombres y mujeres de todos los tiempos debe
estimular a los cristianos, de modo particular al aproximarse el tercer
milenio, a multiplicar los signos concretos y visibles de un amor que haga
participar a los humildes y a los que sufren hoy en las promesas y las
esperanzas del mundo nuevo que nace de la Pascua.
7. El afecto y la devoción de los hombres a la Madre de
Jesús supera los confines visibles de la Iglesia y mueve a los corazones a
tener sentimientos de reconciliación. Como una madre, María quiere la unión de
todos sus hijos. Su presencia en la Iglesia constituye una invitación a
conservar la unidad de corazón que reinaba en la primera comunidad (cf. Hch 1,
14), y, en consecuencia, a buscar también los caminos de la unidad y de la paz
entre todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
María, en su intercesión ante el
Hijo, pide la gracia de la unidad del género humano, con vistas a la
construcción de la civilización del amor, superando las tendencias a las
divisiones, las tentaciones de la venganza y el odio, y la fascinación perversa
de la violencia.
8. La sonrisa materna de la Virgen
reproducida en tantas imágenes de la iconografía mariana manifiesta una
plenitud de gracia y paz que quiere comunicarse. Esta manifestación de
serenidad del espíritu contribuye eficazmente a conferir un rostro alegre a la
Iglesia.
María, acogiendo en la anunciación
la invitación del ángel a alegrarse (chaire = alégrate: Lc 1,
28), es la primera en participar en la alegría mesiánica, ya anunciada por los
profetas para la "hija de Sión" (cf. Is 12, 6; So 3,
14-15; Za 9, 8), y la transmite a la humanidad de todos los
tiempos.
El pueblo cristiano, que la invoca
como causa nostrae laetitiae, descubre en ella la capacidad de
comunicar la alegría, incluso en medio de las pruebas de la vida y de guiar a
quien se encomiendo a ella hacia la alegría que no tendrá fin.
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