Así como el Domingo de Ramos pusimos
en la puerta de nuestras casas un ramo verde para simbolizar que Jesús es
nuestro Rey y Salvador, en la medida de nuestras posibilidades, sugerimos poner
una tela o pañuelo blanco en la puerta de nuestros hogares para simbolizar que
Jesús ha resucitado y el sepulcro está vacío.
Vigilia
Pascual en Familia
La familia se reúne en torno a
una mesa sencilla donde deberá haber una vela apagada en un candelabro. Hay que
asegurarse que la vela dure encendida toda la celebración.
Todos puestos de pie en sus
lugares:
El padre o la madre:
En el nombre del Padre, y del Hijo,
y del Espíritu Santo. Amén.
Canto Inicial
Un miembro de la familia
enciende el cirio de la mesa mientras el padre o la madre dice:
Señor, renuévanos en la esperanza y
danos tu paz. La Luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del
corazón y del espíritu.
A
continuación un miembro de la familia reza con voz fuerte y clara la Secuencia:
(puede escucharse el Exsultet en español
aquí o en latín aquí
Lector:
EXULTEN por
fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo y, por la
victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación.
Goce también la tierra, inundada de
tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre
de la tiniebla que cubría el orbe entero. Alégrese también nuestra Madre la
Iglesia revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las
aclamaciones del pueblo.
En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible,
el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Porque Él ha pagado por nosotros al
eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre, canceló con misericordia
el recibo del antiguo pecado.
Porque estas son las fiestas de
Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las
puertas de los fieles.
Esta es la noche en que sacaste de
Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar el mar Rojo por
camino seco.
Esta es la noche en que la columna
de fuego esclareció las tinieblas del pecado.
Esta es la noche en que, por toda la
tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los
santos.
Esta es la noche en que, rotas las
cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.
¡Qué asombroso beneficio de tu amor
por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo,
entregaste al Hijo!
Necesario
fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la
culpa que mereció tal Redentor!
Y así, esta noche santa ahuyenta los
pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los
tristes.
¡Qué noche tan dichosa en que se une
el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!
En esta noche de gracia, acepta,
Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza que la Santa Iglesia te ofrece
por medio de este cirio.
Te rogamos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta
noche.
Y, como ofrenda agradable, se asocie
a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo: ese
lucero que no conoce ocaso, y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del
sepulcro, brilla sereno para el linaje humano y vive y reina glorioso por los
siglos de los siglos.
Todos: Amén.
Canto
del Aleluya
Permaneciendo de pie en
nuestros lugares el padre o la madre dice:
El Padre o la madre:
Terminada la Cuaresma, hoy, por fin
podemos manifestar como Iglesia la verdadera alegría pascual cantando el
“Aleluya”. Jesús ha resucitado y por eso no debemos temer a nada. Entreguémosle
nuestros temores, para que los venza. El poder de Dios consiste en convertir en
algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Cristo resucitado trae
serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
ALELUYA CANTAD CRISTIANOS, CANTAD AL SEÑOR
1. Cantad cristianos, cantad al
Señor, que el Rey de los cielos, nuestro Salvador, había muerto y resucitó.
¡Aleluya!
2. El gran destierro del hombre
acabó, por fin la casa del Padre se abrió, sobre la muerte la vida triunfó.
¡Aleluya!
3. Resucitado en aurora triunfal,
nos da la vida el Cordero Pascual, vida divina, la vida inmortal.
¡Aleluya!
Lectura
Bíblica (Mt 28, 1-10)
La lectura del Santo Evangelio
también se escucha de pie, mientras que la Lectura Espiritual y la reflexión se
hacen sentados.
(Puede hacerla alguno de los
miembros de la familia)
Lector:
Escuchemos ahora el gozoso relato de
la Resurrección del Señor, la buena noticia que el sepulcro está vacío, según
el evangelista San Mateo
Transcurrido
el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra
María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran temblor, porque el
ángel del Señor bajó del cielo y acercándose al sepulcro, hizo rodar la piedra
que lo tapaba y se sentó encima de ella. Su rostro brillaba como el relámpago y
sus vestiduras eran blancas como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él,
se pusieron a temblar y se quedaron como muertos.
El
ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: No teman. Ya sé que buscan a Jesús,
el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. Vengan a ver
el lugar donde lo habían puesto. Y ahora, vayan de prisa a decir a sus
discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a
Galilea; allá lo verán. Eso es todo.
Ellas
se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría,
corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al
encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo
adoraron. Entonces les dijo Jesús: No tengan miedo. Vayan a decir a mis
hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán.
Lector:
Palabra del Señor.
Todos: Gloria
a ti, Señor Jesús.
Podemos sentarnos.
Lectura
Espiritual
(Puede hacerla otro miembro de
la familia)
Lector:
Las
mujeres llevan los aromas a la tumba, pero temen que el viaje sea en balde,
porque una gran piedra sella la entrada al sepulcro. Una frase sacude a las
mujeres y cambia la historia: « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que
vive?» (Lc 24,5); ¿Por qué pensáis que todo es inútil, que nadie puede remover
vuestras piedras? ¿Por qué os entregáis a la resignación o al fracaso? La
Pascua, hermanos y hermanas, es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios
quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las
expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad, la enfermedad.
La
historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la
«piedra viva» (ver 1 Pe 2,4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos
fundados en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación
de juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo,
para remover nuestras decepciones. Esta noche cada uno de nosotros está llamado
a descubrir en el que está Vivo a Aquel que remueve las piedras más pesadas del
corazón. Preguntémonos, antes de nada: ¿cuál es la piedra que tengo que remover
en mí, cómo se llama esta piedra?
A
menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza.
Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos,
no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte
que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un
nocivo desaliento. Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un
monumento a la insatisfacción, el sepulcro de la esperanza. Quejándonos de la
vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente
enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: todo
termina allí, sin esperanza de salir con vida.
Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de la
Pascua: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? El Señor no vive en la
resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis donde nunca lo
encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos (ver Mt 22, 32). ¡No
enterréis la esperanza!
Hay
una segunda piedra que a menudo sella el corazón: la piedra del pecado. El
pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y éxito, pero
luego deja dentro soledad y muerte. El pecado es buscar la vida entre los
muertos, el sentido de la vida en las cosas que pasan.
No
tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida, incluso cuando tienes miedo de
mirarla y vivirla. En Pascua te muestra cuánto te ama: hasta el punto de
atravesarla toda, de experimentar la angustia, el abandono, la muerte y los
infiernos para salir victorioso y decirte: “No estás solo, confía en mí”. Jesús
es un especialista en transformar nuestras muertes en vida, nuestros lutos en
danzas (ver Sal 30, 12); con Él también nosotros podemos cumplir la Pascua, es
decir el paso: el paso de la cerrazón a la comunión, de la desolación al
consuelo, del miedo a la confianza. No nos quedemos mirando el suelo con miedo,
miremos a Jesús resucitado: su mirada nos infunde esperanza, porque nos dice
que siempre somos amados y que, a pesar de todos los desastres que podemos
hacer, su amor no cambia. Esta es la certeza no negociable de la vida: su amor
no cambia. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde miro? ¿Contemplo ambientes
sepulcrales o busco al que Vive? (Papa Francisco).
Meditación
familiar
En este momento los miembros de
la familia pueden intercambiar algunos comentarios y reflexiones que les hayan
suscitado la Lectura del Evangelio y la Lectura Espiritual.
Terminada la meditación todos
se ponen de pie.
Renovación
de las Promesas Bautismales
El padre o madre de familia
dirige la renovación.
El padre o la madre:
En Jesucristo resucitado, la vida ha
vencido a la muerte. Esta fe pascual nutre nuestra esperanza, la esperanza en
un tiempo mejor, la esperanza de vernos liberados de todo pecado, de todo mal y
de la pandemia del “Coronavirus”. La esperanza de que también nosotros podemos
ser mejores cristianos, mejores discípulos y mejores testigos del amor,
viviendo con mayor fidelidad las exigencias de nuestro bautismo. Sobre todo la
esperanza en la vida eterna.
San Pablo nos dice: “¿O es que
ignoran que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su
muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de
que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la
gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6, 3-6).
En esta noche santa, renovemos las
promesas de nuestro santo bautismo, con las que en otro tiempo renunciamos a
Satanás y a sus obras y prometimos servir fielmente a Dios en la Santa Iglesia
Católica.
El padre o la madre:
¿Renuncias a Satanás?
Todos: SÍ,
RENUNCIO
El padre o la madre:
¿Y a todas sus obras?
Todos: SÍ,
RENUNCIO
El padre o la madre:
¿Y a todas sus seducciones?
Todos: SÍ,
RENUNCIO
El padre o la madre:
¿Crees en Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra?
Todos: SÍ,
CREO
El padre o la madre:
¿Crees en Jesucristo, su único Hijo,
nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, murió, fue sepultado, resucitó
de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?
Todos: SÍ,
CREO
El padre o la madre:
¿Crees en el Espíritu Santo, en la
Santa Iglesia Católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los
pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?
Todos: SÍ,
CREO
El padre o la madre:
Esta es nuestra fe, esta es la fe de
la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Todos: AMÉN
Invocaciones a Cristo Resucitado
El padre o la madre:
En esta Noche Santa en que la Luz de
Cristo disipa las tinieblas del mal y del pecado, de nuestros miedos e
incertidumbres, porque el Amor es más fuerte que la muerte, invoquemos a Cristo
Resucitado, fuente de verdadera alegría para todos los que creen en Él, y
digamos:
Todos: Señor,
renuévanos en la esperanza y danos tu paz.
(Las súplicas se pueden confiar
a los diferentes miembros de la familia)
- Verbo eterno, que existes antes de
todos los tiempos, sálvanos de la condenación eterna.
Todos: Señor,
renuévanos en la esperanza y danos tu paz.
- Creador del universo, da la
sabiduría y la inteligencia a quienes hoy buscan una cura para la pandemia que
nos aflige.
Todos: Señor,
renuévanos en la esperanza y danos tu paz.
- Dios con nosotros, que has querido
asumir nuestra naturaleza mortal, te pedimos con fe que mires compasivo nuestra
aflicción, que consueles a los que lloran, sanes a los enfermos, y des paz a
los moribundos.
Todos: Señor,
renuévanos en la esperanza y danos tu paz.
- Salvador del mundo, que moriste en
la Cruz para que los hombres tengamos vida, ven a comunicarnos la vida divina y
libra del dominio de la muerte a los que han fallecido en este tiempo de
epidemia.
Todos: Señor,
renuévanos en la esperanza y danos tu paz.
- Rey vencedor que nos das parte en
tu victoria santa, da fortaleza a nuestros sacerdotes, fortaleza a los
trabajadores sanitarios y a los encargados del orden, sabiduría a nuestros
gobernantes, y espíritu de caridad y solidaridad a todos nosotros.
Todos: Señor,
renuévanos en la esperanza y danos tu paz.
Señor Resucitado, que llamas a todos
los hombres a la alegría de tu Reino, haz brillar tu rostro sobre nosotros para
que pronto veamos el fin de esta pandemia.
Todos: Señor,
renuévanos en la esperanza y danos tu paz.
El padre o la madre:
Oh Dios, de quien hemos recibido la
medicina de la vida eterna, concédenos que, por medio de la Resurrección de
Jesucristo tu Hijo, podamos gloriarnos plenamente de los auxilios del cielo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Comunión
Espiritual
El padre o la madre:
Jesús, Pan de Vida Eterna, hoy no
podemos recibirte en la Hostia Santa como quisiéramos, pero queremos recibirte
al menos espiritualmente, por eso juntos te decimos:
Mi Jesús.
Creo que estás presente en el
Santísimo Sacramento.
Te amo por encima de todas las cosas
y deseo recibirte en mi alma.
Como no puedo recibirte en este
momento sacramentalmente, entra al menos espiritualmente en mi corazón.
Te abrazo como si ya estuvieras allí
y me uno completamente a Ti.
Nunca permitas que me separe de Ti.
Amén.
Oración
a María Santísima
(De preferencia la reza toda la
familia junta)
El padre o la madre:
En el día de Pascua la Iglesia,
dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: ¡Reina del cielo,
alégrate Aleluya! Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús, y
prolonga en el tiempo el “¡Alégrate!” que le dirigió el ángel en la
Anunciación, para que se convirtiera en “causa de alegría” para la humanidad
entera.
Saludemos a María nuestra Madre
rezándole juntos:
Puede cantarse en español aquí ó en
latín aquí
Reina del cielo, alégrate, aleluya.
Porque el Señor, a quien has llevado
en tu vientre, aleluya.
Ha resucitado según su palabra,
aleluya.
Ruega al Señor por nosotros,
aleluya.
Goza y alégrate Virgen María,
aleluya.
Porque verdaderamente ha resucitado
el Señor, aleluya.
El padre o la madre:
Oh Dios, que por la resurrección de
Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos,
por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los
siglos. Amén. (Tres veces).
El
padre o la madre:
Podemos ir en paz, aleluya, aleluya.
Todos:
Demos gracias a Dios, aleluya,
aleluya.
Al finalizar la Liturgia de la Vigilia Pascual Familiar asegurarse
de apagar bien la vela que se encendió al inicio.
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