Martes de la segunda semana de Pascua
LA SABIDURÍA DE LO CELESTIAL
Si resucitasteis con
Cristo, buscad las cosas que son de arriba, en donde está Cristo, sentado a la
diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Col 3,
1-2).
Es un beneficio el
haber resucitado con Cristo resurgente, y esto por dos motivos; por la
esperanza de nuestra resurrección corporal, y porque, resucitando con él, somos
restaurados a la vida de justicia. El cual fue entregado por nuestros pecados,
y resucitó para nuestra justificación (Rom 4, 25).
I. Se nos enseña, por
lo tanto, a tener recta intención del fin, y en primer lugar quiere el Apóstol
que cada uno tenga en vista principalmente el fin. Pues dice: Si resucitasteis
con Cristo, buscad las cosas que son de arriba. Y San Mateo: Buscad, pues,
primeramente el reino de Dios y su justicia (6, 33). Pues éste es el fin. Una
sola cosa he pedido al Señor, ésta volveré a pedir, que more yo en la casa del
Señor (Sal 26, 4). Por consiguiente, buscad el lugar en donde está Cristo
sentado a la diestra. Cristo está sentado a la diestra, porque en cuanto hombre
está en los mejores bienes del Padre, mas en cuanto Dios está en igualdad con
él. Y así también haya este orden en vosotros, a saber que así como Cristo
murió y resucitó y de este modo fue llevado a la diestra de Dios, así vosotros
estad muertos al pecado, para que después viváis la vida de justicia y así
seáis llevados a gloria.
O bien, nosotros hemos
resucitado por Cristo mas si él está sentado allí, nuestro deseo de dirigirse
hacia él. Dondequiera que estuviere el cuerpo, allí se juntarán también las
águilas (Mt 24, 28) y en donde está tu tesoro allí está también tu corazón (Mt
6, 21).
II. Es necesario
juzgar de las demás cosas con respecto al fin; y por eso dice: Pensad en las
cosas de arriba (Col 3, 2). Piensa en las cosas de arriba el que ordena su vida
conforme con las razones celestiales, según ellas juzga todo lo demás. Ésta es
la sabiduría que desciende de arriba(Stg 111, 17). Piensa en las cosas de la
tierra el que ordena y juzga todas las cosas según los bienes terrenos,
considerándolos como bienes supremos. Y su gloria es para confusión de ellos,
que gustan sólo de lo terreno (Filip 3, 19).
Y da la razón cuando
dice: Estáis ya muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col
3, 3). Como si dijese: No gustéis las cosas terrenas, porque estáis muertos a
la vida terrena. El hombre muerto a esta vida no conoce las cosas de este
mundo, así vosotros, si estáis muertos con Cristo, lo estáis también a los
elementos de este mundo. Consideraos que estáis de cierto muertos al pecado,
pero vivos para Dios en nuestro Señor Jesucristo (Rom. 6, 11).
Existe, por lo tamo,
otra vida oculta. Por eso dice: Y vuestra vida está escondida. Esa vida la
adquirimos por medio de Cristo. Cristo una vez murió por nuestros pecados (1
Ped 3, 18). Mas como esta vida existe por Cristo, y Cristo está oculto para
nosotros, porque está en la gloria de Dios Padre, del mismo modo la vida, que
por él se nos da, está escondida donde Cristo está, en la gloria de Dios Padre.
¡Cuán grande es, Señor, la abundancia de tu dulzura, que tienes escondida para
los que te temen! (Sal 30, 20). Por eso cuando dice: Cuando apareciere Cristo,
que es nuestra vida, indica cómo se manifiesta, esto es, como el mismo Cristo.
Cuando apareciere Cristo, que es vuestra vida, porque él es autor de vuestra
vida, y porque vuestra vida consiste en su amor y conocimiento, entonces
también vosotros apareceréis. Y el evangelista dice: Cuando él apareciere,
seremos semejantes a él (1 Jn 3, 2).
(In Col., III)
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