Jueves Santo – Cena del Señor
CEC 1337-1344:
Institución de la Eucaristía
CEC 1359-1361: la
Eucaristía como acción de gracias
CEC 610, 1362-1372,
1382, 1436: la Eucaristía como sacrificio
CEC 1373-1381: la
presencia real de Cristo en la Eucaristía
CEC 1384-1401,
2837: la Comunión
CEC 1402-1405: La
Eucaristía “prenda de la gloria futura”
CEC 611, 1366: la
institución del sacerdocio en la Última Cena
CEC 1337-1344: Institución de la Eucaristía
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor,
habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la
hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una
cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17).
Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y
hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su
muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su
retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento"
(Concilio de Trento: DS 1740).
1338 Los tres
evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de la
institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de
Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la
Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo
(cf Jn 6).
1339 Jesús escogió
el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a
sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:
«Llegó el día de los
Ázimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; [Jesús] envió a
Pedro y a Juan, diciendo: "Id y preparadnos la Pascua para que la
comamos"[...] fueron [...] y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se
puso a la mesa con los Apóstoles; y les dijo: "Con ansia he deseado comer
esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré
más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" [...] Y tomó pan,
dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo que va a
ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío". De igual modo,
después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: "Este cáliz es la Nueva Alianza
en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros"» (Lc 22,7-20;
cf Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1 Co 11,23-26).
1340 Al celebrar la
última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio
su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre
por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y
celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la
pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced esto en memoria mía"
1341 El mandamiento
de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que venga" (1
Co 11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo.
Requiere la celebración litúrgica por los Apóstoles y sus sucesores del memorial de
Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto
al Padre.
1342 Desde el
comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén
se dice:
«Acudían asiduamente
a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción
del pan y a las oraciones [...] Acudían al Templo todos los días con
perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban
el alimento con alegría y con sencillez de corazón» (Hch 2,42.46).
1343 Era sobre todo
"el primer día de la semana", es decir, el domingo, el día de la
resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para "partir el
pan" (Hch 20,7). Desde entonces hasta nuestros días, la
celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos
por todas partes en la Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue
siendo el centro de la vida de la Iglesia.
1344 Así, de
celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta
que venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante
"camina por la senda estrecha de la cruz" (AG 1)
hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa del
Reino.
CEC 1359-1361: la Eucaristía como acción de gracias
La acción de gracias y la alabanza al Padre
1359 La Eucaristía,
sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un
sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el
Sacrificio Eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre
a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede
ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha
hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad.
1360 La Eucaristía
es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la
Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo
que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación.
"Eucaristía" significa, ante todo, acción de gracias.
1361 La Eucaristía
es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la
gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo
es posible a través de Cristo: Él une los fieles a su persona, a su alabanza y
a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es
ofrecido por Cristo y con Cristo para ser
aceptado en él.
CEC 610, 1362-1372, 1382, 1436: la Eucaristía como sacrificio
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
610 Jesús expresó
de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los doce
Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue
entregado" (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando
todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de
su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la
salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser
entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi
sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para
remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
1362 La Eucaristía
es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda
sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su
Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de
la institución, una oración llamada anámnesis o memorial.
1363 En el sentido
empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente
el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las
maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13,3).
En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma,
presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto:
cada vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen
presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos
acontecimientos.
1364 El memorial
recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la
Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el
sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece
siempre actual (cf Hb 7,25-27): «Cuantas veces se renueva en
el altar el sacrificio de la cruz, en el que "Cristo, nuestra Pascua, fue
inmolado" (1Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención»
(LG 3).
1365 Por ser
memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio.
El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas
de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será
derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía,
Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre
misma que "derramó por muchos [...] para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía
es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el
sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su
fruto:
«(Cristo), nuestro
Dios y Señor [...] se ofreció a Dios Padre [...] una vez por todas, muriendo
como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres)
la redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su
sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en que
fue entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su
esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana)
[...] donde se representara el sacrificio sangriento que iba a realizarse una
única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuara hasta el fin de los siglos (1
Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicara a la remisión de los
pecados que cometemos cada día (Concilio de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio
de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único
sacrificio: "La víctima es una y la misma. El mismo el que se
ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, el que se ofreció a sí mismo
en la cruz, y solo es diferente el modo de ofrecer" (Concilio de Trento:
DS 1743). "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la
misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la
cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento"; […] este
sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibíd).
1368 La
Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el
Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con Él, ella se ofrece
totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la
Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los
miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su
oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren
así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas alas
generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas,
la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos
extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la
cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los
hombres.
1369 Toda la
Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo. Encargado del
ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda
celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la
unidad de la Iglesia universal. El obispo del lugar es siempre
responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero;
el nombre del obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de la
Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los diáconos.
La comunidad intercede también por todos los ministros que, por ella y con
ella, ofrecen el Sacrificio Eucarístico:
«Que sólo sea
considerada como legítima la Eucaristía que se hace bajo la presidencia del
obispo o de quien él ha señalado para ello» (San Ignacio de Antioquía, Epistula
ad Smyrnaeos 8,1).
«Por medio del
ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección el sacrificio
espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador.
Este, en nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece
incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor venga» (PO 2).
1370 A la ofrenda
de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí abajo, sino
también los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece
el Sacrificio Eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y haciendo
memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la
Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la
intercesión de Cristo.
1371 El Sacrificio
Eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos "que
han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados" (Concilio
de Trento: DS 1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo:
«Enterrad […] este
cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado; solamente os ruego
que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mí ante el altar del Señor» (San
Agustín, Confessiones, 9, 11, 27; palabras de santa Mónica, antes
de su muerte, dirigidas a san Agustín y a su hermano).
«A continuación
oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos difuntos, y en general
por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran
provecho para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica,
mientras se halla presente la santa y adorable víctima […] Presentando a Dios
nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores […],
presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para
ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres (San Cirilo de
Jerusalén, Catecheses mistagogicae 5, 9.10).
1372 San Agustín ha
resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a una participación cada
vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la
Eucaristía:
«Esta ciudad
plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los santos, es
ofrecida a Dios como un sacrificio universal […] por el Sumo Sacerdote que,
bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su pasión, para
hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza […] Tal es el sacrificio de
los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo"
(Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en
el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo
que ella ofrece se ofrece a sí misma (San Agustín, De civitate Dei 10,
6).
1382 La misa es, a
la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el
sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la
Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está
totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio
de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.
1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión y
la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues
en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios;
por ella son alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo;
"es el antídoto que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos
preserva de pecados mortales" (Concilio de Trento: DS 1638).
CEC 1373-1381: la presencia real de Cristo en la Eucaristía
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu
Santo
1373 "Cristo
Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por
nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su
Iglesia (cf LG 48):
en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén
reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los
enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que
Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro.
Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las
especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de
presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la
Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la
perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los
sacramentos" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3,
q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están
"contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo
y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y,
por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento: DS
1651). «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo,
como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia,
porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace
totalmente presente» (MF 39).
1375 Mediante
la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo
se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con
fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la
acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo
declara que:
«No es el hombre
quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo,
sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de
Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de
Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas
ofrecidas (De proditione Iudae homilia 1, 6).
Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión:
«Estemos bien
persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la
bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la
naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada» (De
mysteriis 9, 50). «La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo
que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran
todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que
cambiársela» (Ibíd., 9,50.52).
1376 El Concilio de
Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro
Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su
Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de
nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera la
conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo
nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre;
la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS
1642).
1377 La presencia
eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el
tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero
presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes,
de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Concilio de Trento: DS
1641).
1378 El culto de
la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la
presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras
maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al
Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de
adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la
misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado
las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con
solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo" (MF 56).
1379 El sagrario
(tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía
para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la
profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la
Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor
presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar
colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido
de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo
en el santísimo sacramento.
1380 Es grandemente
admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta
singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma
visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en
la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con
que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el
don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece
misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por
nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan
y comunican este amor:
«La Iglesia y el
mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este
sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la
adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas
graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (Juan Pablo II,
Carta Dominicae Cenae,
3).
1381 «La presencia
del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este
sacramento, "no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás, sino
sólo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de
Dios". Por ello, comentando el texto de san Lucas 22, 19: "Esto
es mi Cuerpo que será entregado por vosotros", san Cirilo declara:
"No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las
palabras del Salvador, porque Él, que es la Verdad, no miente"» (MF 18;
cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 75, a. 1; San Cirilo de
Alejandría, Commentarius in Lucam 22, 19):
Adoro Te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia Te contemplans totum deficit.
Visus, gustus, tactus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquid dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.
(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.) [AHMA 50, 589]
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia Te contemplans totum deficit.
Visus, gustus, tactus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquid dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.
(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.) [AHMA 50, 589]
CEC 1384-1401, 2837: la Comunión
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor nos
dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía:
"En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).
1385 Para responder
a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan
grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma
el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la
Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del
cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio
castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de
estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de
acercarse a comulgar.
1386 Ante la
grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe
ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para
sanarme". En la Liturgia de san Juan Crisóstomo, los fieles oran con
el mismo espíritu:
«A tomar parte en tu
cena sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: no revelaré a tus enemigos el
misterio, no te te daré el beso de Judas; antes como el ladrón te
reconozco y te suplico: ¡Acuérdate de mí, Señor, en tu reino!» (Liturgia
Bizantina. Anaphora Iohannis Chrysostomi, Oración antes de la
Comunión)
1387 Para
prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben
observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919).
Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la
solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
1388 Es conforme al
sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas disposiciones
(cf CIC, cans. 916-917), comulguen cuando participan en la misa [Los fieles
pueden recibir la Sagrada Eucaristía solamente dos veces el mismo día.
Pontificia Comisión para la auténtica interpretación del Código de Derecho
Canónico, Responsa ad proposita dubia 1]. "Se recomienda
especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles,
después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del
Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia
obliga a los fieles "a participar los domingos y días de fiesta en la
divina liturgia" (cf OE 15)
y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, s i es posible en tiempo
pascual (cf CIC can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación.
Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía
los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los
días.
1390 Gracias a la
presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo
la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de
la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha
establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La
comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo
las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta
el signo del banquete eucarístico" (Institución general del Misal
Romano, 240). Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.
Los frutos de la comunión
1391 La comunión
acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión
da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor
dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él"
(Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete
eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por
el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
«Cuando en las
fiestas [del Señor] los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a
otros la Buena Nueva, se nos han dado las arras de la vida, como cuando el
ángel dijo a María [de Magdala]: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que
ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a
Cristo» (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum Ecclesiae Antiochenae Syrorum,
v. 1).
1392 Lo que el
alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de
manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo
resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante" (PO 5),
conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este
crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión
eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte,
cuando nos sea dada como viático.
1393 La comunión
nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es
"entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada
por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede
unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y
preservarnos de futuros pecados:
«Cada vez que lo
recibimos, anunciamos la muerte del Señor (cf. 1 Co 11,26). Si
anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados .
Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados,
debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco
siempre, debo tener siempre un remedio» (San Ambrosio, De sacramentis 4,
28).
1394 Como el
alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía
fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta
caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Concilio de
Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace
capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en
Él:
«Porque Cristo murió
por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro
sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor;
suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse
crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios
corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para
nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo [...] y, llenos de
caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios» (San Fulgencio de
Ruspe, Contra gesta Fabiani 28, 17-19).
1395 Por la misma
caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros
pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más
progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el
pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados
mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la
Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la
Iglesia.
1396 La unidad
del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la
Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a
todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica,
profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el
Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13).
La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos
¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es
comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un
solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
«Si vosotros mismos
sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la
mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén"
[es decir, "sí", "es verdad"] a lo que recibís, con lo que,
respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y
respondes "amén". Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo
para que tu "amén" sea también verdadero» (San Agustín, Sermo 272).
1397 La
Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir
en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos
reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
«Has gustado la
sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. [...] Deshonras esta mesa, no
juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno [...] de
participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha
invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan
Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
1398 La
Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta
misterio, san Agustín exclama: O sacramentum pietatis! O signum
unitatis! O vinculum caritatis! ("¡Oh sacramento de piedad, oh
signo de unidad, oh vínculo de caridad!") (In Iohannis evangelium
tractatus 26,13; cf SC 47).
Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que
rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son
las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos
los que creen en Él.
1399 Las Iglesias
orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la
Eucaristía con gran amor. "Estas Iglesias, aunque separadas, [tienen] verdaderos
sacramentos [...] y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el
sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con
vínculo estrechísimo" (UR 15).
Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía,
"no solamente es posible, sino que se aconseja...en circunstancias
oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15,
cf CIC can. 844, §3).
1400 Las
comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica,
"sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la
sustancia genuina e íntegra del misterio eucarístico" (UR 22).
Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas
comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al
conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que
en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida
gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio
del Ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden
administrar los sacramentos (Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos) a
cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica, pero que
piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que
profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos
(cf CIC, can. 844, §4).
2837 “De cada
día”. La palabra griega, epiousion, no tiene otro sentido en el
Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica
de “hoy” (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza
“sin reserva”. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la
vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia
(cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra (epiousion:
“lo más esencial”), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo,
“remedio de inmortalidad” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad
Ephesios, 20, 2) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6,
53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este
“día” es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en
que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística
se celebre “cada día”.
«La Eucaristía es
nuestro pan cotidiano [...] La virtud propia de este divino alimento es una
fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros
para que vengamos a ser lo que recibimos [...] Este pan cotidiano se encuentra,
además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se
cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación»
(San Agustín, Sermo 57, 7, 7).
El Padre del cielo
nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6,
51). Cristo “mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne,
amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la iglesia,
llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial”
(San Pedro Crisólogo, Sermo 67, 7)
CEC 1402-1405: La Eucaristía “prenda de la gloria futura”
1402 En una antigua
oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: O sacrum
convivium in quo Christus sumitur . Recolitur memoria passionis Eius; mens
impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur ("¡Oh
sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su
pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria
futura!") /(Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo,
Antífona del «Magnificat» para las II Vísperas: Liturgia de las Horas).
Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra
comunión en el altar somos colmados "de gracia y bendición" (Plegaria
Eucarística I o Canon Romano 96: Misal Romano), la Eucaristía
es también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última
Cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento
de la Pascua en el Reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de
este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el
Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25).
Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada
se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración,
implora su venida: Marana tha (1 Co 16,22),
"Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga
y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia
sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de
nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la
Eucaristía expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu
Christi ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro
Salvador Jesucristo") (Ritual de la Comunión, 126 [Embolismo
después del «Padrenuestro»]: Misal Romano; cf Tit 2,13),
pidiendo entrar "[en tu Reino], donde esperamos gozar todos juntos de la
plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos,
porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre
semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor
Nuestro" (Plegaria Eucarística III, 116: Misal Romano).
1405 De esta gran
esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la
justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo
más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este
misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3)
y "partimos un mismo pan [...] que es remedio de inmortalidad, antídoto
para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (San Ignacio de
Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2).
CEC 611, 1366: la institución del sacerdocio en la Última Cena
611 La Eucaristía
que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11, 25) de su
sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda
perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes
de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean
también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Concilio de Trento: DS, 1752; 1764).
1366 La Eucaristía
es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el
sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su
fruto:
«(Cristo), nuestro
Dios y Señor [...] se ofreció a Dios Padre [...] una vez por todas, muriendo
como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los
hombres) la redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a
su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en
que fue entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su
esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana)
[...] donde se representara el sacrificio sangriento que iba a realizarse una
única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuara hasta el fin de los siglos (1
Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicara a la remisión de los
pecados que cometemos cada día (Concilio de Trento: DS 1740).
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