Domingo de Ramos y de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo
CEC 557-560: la
entrada de Jesús en Jerusalén
CEC 602-618: la
Pasión de Cristo
CEC 2816: el
Señorío de Cristo obtenido por medio de su Muerte y Resurrección
CEC 654, 1067-1068,
1085, 1362: el Misterio Pascual y la Liturgia
CEC 557-560: la
entrada de Jesús en Jerusalén
La
subida de Jesús a Jerusalén
557 "Como
se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a
Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta
decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres
ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección
(cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén
dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13,
33).
558 Jesús
recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén
(cf. Mt 23, 37a). Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén
a reunirse en torno a él: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos,
como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23,
37b). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella (cf. Lc 19,
41) y expresa una vez más el deseo de su corazón:" "¡Si también tú
conocieras en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus
ojos" (Lc 19, 41-42).
La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
559 ¿Cómo
va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas
populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento
y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su
padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es
aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna"
quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues
bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su
ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la
hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino
por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18,
37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21,
15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le
aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19,
38; 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del
Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en
el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al
memorial de la Pascua del Señor.
560 La entrada
de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías
llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su
celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana
Santa.
CEC 602-618: la
Pasión de Cristo
"Dios
le hizo pecado por nosotros"
602 En
consecuencia, san Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio
divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada
de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre
preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes
de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de
vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres,
consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5,
12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición
de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y
destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3),
"a quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que
viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).
603 Jesús
no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8,
46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8,
29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado
hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2).
Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó
ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8,
32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al
entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre
nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra
parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19). "La
prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús
ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin
excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial
que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma
"dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20,
28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a
la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5,
18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5,
15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los
hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien
no haya padecido Cristo" (Concilio de Quiercy, año 853: DS, 624).
III. Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados
Toda la vida de Cristo es oblación al Padre
606 El
Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre
que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo,
dice: [...] He aquí que vengo [...] para hacer, oh Dios, tu voluntad [...] En
virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez
para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el
primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de
salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del
que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El
sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2,
2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama
porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber
que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,
31).
607 Este
deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de
Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23)
porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre
líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12,
27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18,
11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19,
30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan
Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores
(cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a
Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1,
29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el
Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53,
7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes
(cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la redención
de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; cf. Jn 19,
36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión:
"Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús,
al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los
amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene
mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13).
Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento
libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres
(cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó
libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el
Padre quiere salvar: "Nadie me quita [la vida]; yo la doy
voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del
Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18,
4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
610 Jesús
expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los
doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue
entregado" (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando
todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de
su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la
salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser
entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi
sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para
remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
611 La
Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11,
25) de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les
manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus
apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí
mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17,
19; cf. Concilio de Trento: DS, 1752; 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El
cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo
(cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre
en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose
"obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5,
7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este
cáliz..." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la
muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está
destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está
perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa
de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por
la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15),
de "el que vive", Viventis assumpta (Ap 1,
18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que
se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su
muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el
madero" (1 P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La
muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a
cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5,
7; Jn 8, 34-36) por medio del "Cordero que quita el
pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y
el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11,
25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24,
8) reconciliándole con Él por "la sangre derramada por muchos para
remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cf. Lv 16,
15-16).
614 Este
sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios
(cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es
el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4,
10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y
por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10,
17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14),
para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como
[...] por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos
justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús
llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo
en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a
quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53,
10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros
pecados (cf. Concilio de Trento: DS, 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El
"amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su
valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al
sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida
(cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor
[...] de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por
tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el
más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los
hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la
persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las
personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible
su sacrificio redentor por todos.
617 Sua
sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit ("Por
su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la
justificación"), enseña el Concilio de Trento (DS, 1529) subrayando el
carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación
eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: O
crux, ave, spes unica ("Salve, oh cruz, única esperanza";
Añadidura litúrgica al himno "Vexilla Regis": Liturgia de las
Horas).
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La
Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los
hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina
encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22,
2) Él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo
conocida [...] se asocien a este misterio pascual" (GS 22,
5). Él llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16,
24) porque Él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus
huellas" (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su
sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios
(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1,
24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que
nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
«Esta es la única
verdadera escala del paraíso, fuera de la Cruz no hay otra por donde subir al
cielo» (Santa Rosa de Lima, cf. P. Hansen, Vita mirabilis, Lovaina,
1668)
CEC 2816: el
Señorío de Cristo obtenido por medio de su Muerte y Resurrección
2816 En el Nuevo Testamento, la
palabra basileia se puede traducir por realeza (nombre
abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El
Reino de Dios es para nosotros lo más importante. Se aproxima en el Verbo
encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la
Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la
Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando
Jesucristo lo devuelva a su Padre:
«Incluso [...] puede
ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con
nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por
nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede
ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos» (San Cipriano de
Cartago, De dominica Oratione, 13).
CEC 654, 1067-1068,
1085, 1362: el Misterio Pascual y la Liturgia
654 Hay un doble aspecto en el misterio pascual:
por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a
una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que
Cristo fue resucitado de entre los muertos [...] así también nosotros vivamos
una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el
pecado y en la nueva participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los
hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus
discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la
gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la
vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.
1067 «Cristo el Señor realizó esta
obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada
por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza,
principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, de su
resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión. Por este
misterio, "con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección
restauró nuestra vida". Pues del costado de Cristo dormido en la cruz
nació el sacramento admirable de toda la Iglesia» (SC 5).
Por eso, en la liturgia, la Iglesia celebra principalmente el misterio pascual
por el que Cristo realizó la obra de nuestra salvación.
1068 Es
el Misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y celebra en su liturgia a fin
de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo:
«En efecto, la
liturgia, por medio de la cual "se ejerce la obra de nuestra
redención", sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía,
contribuye mucho a que los fieles, en su vida, expresen y manifiesten a los
demás el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia» (SC 2).
1085 En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa
y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús
anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual.
Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la
historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos
y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en
nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos
suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio
pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el
pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo
lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina
así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El
acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
El
memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
1362 La
Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda
sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su
Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de
la institución, una oración llamada anámnesis o memorial.
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