viernes, 12 de julio de 2019

La Sangre Preciosa de Cristo (6) El beneficio de la Sangre - Cardenal Piazza


I

LA SANGRE PRECIOSA DE CRISTO
EN EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN


EL BENEFICIO DE LA SANGRE



El gran Santo Tomás nos invita de nuevo a espaciarnos en el campo del misterio, para mejor comprender y valorar la riqueza de los frutos de la Redención (Sum. p. III, q. 49), llevándonos de la consideración de la admirable y múltiple virtualidad de la Sangre de Cristo, a la de los efectos obtenidos en realidad. El beneficio es inmenso. Mejor sería decir que aquí se trata de un cúmulo de beneficios.

El primero de ellos es la liquidación de la culpa y de todas sus fatales consecuencias. Dios –como viene a decir San Pablo- nos salvó y nos llamó con vocación santa, no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su propósito y de la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús (II Tim. 1,9). Gracia que floreció precisamente en su Sangre, según en otro lugar afirma el mismo San Pablo: En Cristo tenemos la Redención y la Remisión de los pecados mediante su Sangre (Colos. 1,14).

Los conceptos de redención y de liberación equivalen. Quitado el pecado, que es como hipoteca que el demonio tiene puesta sobre las almas, se derrumba todo el reino satánico. Ante la inminencia de su pasión, lo había predicho Jesús: El príncipe de este mundo será arrojado fuera, y Yo, si fuese levantado en la tierra (es decir sobre la Cruz), atraeré todo a Mí (Jo. 12, 31-32). De la misma manera atribuye el Apóstol de las Gentes ese mismo don inefable de Dios a la Sangre de Cristo, al librarnos del poder de las tinieblas y trasladándonos al reino del Hijo de su amor (Colos.1,13).


Remitida ya la culpa, no tiene más razón de ser el castigo. De aquí, que podemos considerarnos libres también del infierno y de las penas temporales, según sea la medida en que participamos del beneficio de la Sangre. Pues no conviene olvidar que solamente los señalados con la Sangre del Cordero han de ser respetados por el ángel exterminador, del mismo modo que fueron respetados en Egipto las casas de los hebreos, cuyas puertas ostentaron las señales hechas con la sangre del cordero pascual (Cfr. Ex. 12), cuando tuvo lugar aquel masacro terrorífico de los primogénitos egipcios.

Otra serie de beneficios es la que encubre el concepto de Reconciliación. Dice el Apóstol: Estuvisteis entonces sin Cristo, alejados de la sociedad de la Iglesia, extraños a la alianza de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo; mientras que ahora, por Cristo Jesús, los que un tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la Sangre de Cristo (Efes.2,12-13). Sí, estábamos muy alejados de Dios, de quien nos había enemistado la culpa; pero, una vez que fue derribada la barrera que nos separaba, henos de nuevo entre sus brazos, cual hijos y amigos de adopción. Alejados también unos de otros como hermanos, nos habíamos hecho otra cosa que hermanos, más bien lobos, (homo homini lupus); mas, cuando la gracia y la caridad rehicieron los corazones, he aquí que se volvieron a reanudar y a quedar soldados los vínculos de la verdadera fraternidad mediante la Sangre de Cristo. De esta manera, el abismo que distanciaba a las naciones quedó también abierto, destruyéndose por otra parte y para siempre las diferencias de razas, de atavismos, de hegemonías, y viniendo a ser refundidos todos los pueblos en un solo y grande pueblo, amasado con la Sangre Redentora.

La Cruz fue a manera de puente tendido entre la tierra y el cielo, con el fin de facilitar la comunicación  entre los desterrados de la tierra y los bienaventurados del Reino Eterno. Porque: Plugo al Padre que en Él habitase toda plenitud, y por Él reconciliar consigo, pacificando por la Sangre de su Cruz, todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo. (Colos. 1,9-20).

Un tercer beneficio derivado de la Divina Sangre, fue la exaltación de la Humanidad, por cuyas venas comenzó a circular aquella, ennobleciendo hasta lo infinito nuestra estirpe. Bien dijo el obispo de Hipona: El hizo también preciosa la sangre de los suyos, por quienes dio el precio de su sangre. ¡He ahí nuestra auténtica nobleza! Gloriarnos de aquella herencia que recuerda nuestra sangre infectada por la persona de origen, significaría proclamar nuestra vergüenza. En cambio, la conciencia de la nueva dignidad de hijos adoptivos de Dios, hechos tales por la gracia de Cristo., por quien fuimos ennoblecidos sobre nuestra primitiva nobleza, nos confiere la gallardía de poder levantar nuestra frente, antes envilecida por el rubor de la culpa, para poder ahora mirar al cielo como una herencia prometida y asegurada: si hijos, también herederos (Rom. 7,17).

San Lorenzo Justiniano conmueve al alma poniendo de relieve este mismo pensamiento. Dice: La púrpura de la Sangre de Cristo me hace amable para Dios y para el mundo. Amable y honrado. Las turbas de bienaventurados se preguntan: ¿Quién es éste tan digno de verse con tal vestidura? (Isaías, 63,1). ¿Quién este que viene avanzando glorioso, coronado con la Sangre de Cristo?

La flor más admirable que brotará jamás junto a este torrente de Sangre, fue ciertamente Aquella que hubo de prestarle su propia sangre al Verbo Divino: la Virgen Madre. La Iglesia enseñó al mundo  una doctrina profunda al definir como dogma de fe la Concepción Inmaculada de María. Ella también es hija de la Redención. Pero lo es  de una manera mucho m{as elevada y perfecta: sublimiori modo redempta.

No fue librada, sino prevenida de la culpa original. Y lo fue precisamente gracias y en vista de los futuros merecimientos de Cristo, esto es, de su sangre Divina. En efecto; ¿cómo iba a estar contaminada aquella sangre que había sido escogida para ser transfundida a las venas de su Hijo Dios? La Sangre del Cordero sin mancha fue, pues, la que con efecto retrospectivo preservó también la de la Madre, quien por esto mismo, vino a ser, en cierta manera, según feliz expresión de Dante: hija de su Hijo. Y nosotros recordamos con emoción que la encantadora belleza de maría, de su cuerpo y de su alma, es un prodigio de la Sangre Redentora.

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