II
LA SANGRE PRECIOSA DE
CRISTO
EN EL MISTERIO DE LA
IGLESIA
EL CUERPO MÍSTICO DE
CRISTO
Aquel cuerpo natural
que se formó en el seno de la Virgen por obra del Espíritu Santo, cuerpo
divinamente bello y perfecto, con el que Cristo llevó a cabo el drama cruento y
el misterio de la Redención; que más tarde resucitó del sepulcro en su
integridad física y con toda la Sangre que había perdido (cfr, Summa., III, q. 54, a. 2), desde el día
memorable de la Ascensión, se encuentra ahora a la diestra de Dios Padre, siempre vivo para interceder por nosotros
(Hebr., 7,25). Mas antes de separarse Jesús de sus Apóstoles, les aseguró: Yo estaré con vosotros siempre hasta la
consumación del mundo (Mt., 28,20). Y lejos de haber faltado jamás a su
promesa, El permanece, efectivamente, siempre presente de manera misteriosa y
tan íntimamente unido a la Iglesia, que hace con ella su Cuerpo Místico, del
que Él es Cabeza y nosotros sus miembros. Tal es la sublime realidad,
descubierta por la estupenda doctrina de San Pablo.
La Iglesia es la obra
maestra de Cristo, quien la fundó con el fin de que continuase administrando
los bienes de la Redención a las almas de los creyentes en el decurso de los
siglos. Mas eso no hubiera sido posible si no creaba un organismo viviente que
recibiera de Cristo e flujo continuado de la vida, con el fin de que fuera
transfundida a los miembros articulados y unidos para formar un organismo.
Este es exactamente la
Iglesia, la cual recibe de la Cabeza, que es Cristo, la vida de la gracia para
comunicarla a sus miembros, que son los cristianos. Así como siendo el cuerpo uno, tiene muchos miembros…, así también
Cristo… Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno en parte su miembro,
enseña el Apóstol (1 Cor., 12,12-27). Y en otro lugar insiste. El Dios de Nuestro Señor Jesucristo y Padre
de la gloria… sujetó todas las cosas
bajo sus pies y le puso por cabeza a de todas las cosas en la Iglesia,
que es su cuerpo, la plenitud del que o acaba todo en todos (Efes.,
¡,11-22). Lo que significa que Cristo y la Iglesia son inseparables, formando
un solo organismo. Y si la Iglesia, que es el cuerpo, completa a Cristo, su
Cabeza, es la propia Cabeza quien satura todos los miembros que le están
adheridos en el cuerpo de las riquezas de la gracia, fruto de la Redención.
Ahora bien: el Cuerpo
Místico de Cristo no puede vivir si o es con su Sangre Mística, que no es otra
cosa que los méritos de su Pasión y Muerte, que cual torrentes de Sangre,
recorren constantemente los miembros, partiendo del Corazón, que es el depósito
inmensamente grande e inagotable. Y ¿cuáles serán los canales misteriosos de
esta Sangre que, cual escondidas arterias, la reparten por todo el cuerpo con
un movimiento de flujo y reflujo sin descanso? Son los sacramentos, instituidos
por el Redentor mismo e instalados en el
Cuerpo de la Iglesia como instrumentos dotados del poder de santificar y
producir la gracia. Por eso, si son meros instrumentos, no crean la gracia,
sino que sencillamente la comunican, derivándola del Corazón de Cristo y
repartiéndola por todo el Cuerpo Místico de la Iglesia.
Como consecuencia de
lo dicho, se sigue la necesidad absoluta de tener que permanecer incorporados a
ese Cuerpo, para poder recibir las comunicaciones de la vida divina. San
Agustín hace seta observación a es te propósito: Del espíritu de Cristo no vive si no es el Cuerpo de Cristo. ¿Quieres,
pues, vivir tú también del espíritu de Cristo? Permanece en el Cuerpo de
Cristo.
Semejante
incorporación se realiza por el Bautismo, que regenera los hombres en Cristo
por medio del agua y del Espíritu Santo. Aquí es el agua la que tiene la virtud
de la Sangre de la Redención. Afirma san Lorenzo Justiniano: Nadie puede pertenecer al Cuerpo de Cristo
sin haber sido antes limpiado por la Sangre de Cristo.
Pero no bastan estos
comienzos. Se necesita que la primera incorporación prosiga y se perfeccione. De la misma forma que el Cuerpo Real de
Cristo consta de miembros purísimos, así también su Cuerpo Místico, la Iglesia,
está compuesto de fieles purificados. Y así como los miembros de un cuerpo
humano no vienen animados por el espíritu si no permanecen compactados en su
unión, así, lo mismo, ningún fiel tendrá el espíritu vivificante de Cristo, si
no persevera en la unión de la Iglesia, columna y base de la verdad (San
Lorenzo Justiniano).
Sería necesario
comprender y apreciar mejor este inefable beneficio que es el pertenecer a la
Iglesia, el beneficio de nuestra incorporación al Cuerpo Místico de Cristo, de
quien nos dimanan todos los demás bienes de gracia y de gloria. Deberíamos
tener un vivo sentimiento, el orgullo santo, una alegría incontenible por gozar
de semejante dignidad, que nos da, no solamente el ser cristianos, sino aun el
mismo Cristo, a quien hemos sido incorporados. Como afirma San Agustín: Nos hemos transformado en Cristo, puesto que
Él es la cabeza, nosotros somos sus miembros. Él y nosotros formamos todo el
hombre. De ahí que debamos juntar un fervoroso agradecimiento a Nuestro
Señor, que nos ha hecho tan inestimable favor, con una preocupación constante
por hacer que dicha incorporación a este Cuerpo Místico sea cada día más
profunda por medio de la fe y de la gracia; de manera que lleguemos a poder
recibir abundantes efusiones de Sangre y de vida y crecer espiritualmente cual varones perfectos, a la medida de la
plenitud de Cristo (Efes., 4,13).
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