martes, 16 de julio de 2019

La Sangre Preciosa de Cristo (10) El Cuerpo Místico de Cristo - Cardenal Piazza


II

LA SANGRE PRECIOSA DE CRISTO
EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA


EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO



Aquel cuerpo natural que se formó en el seno de la Virgen por obra del Espíritu Santo, cuerpo divinamente bello y perfecto, con el que Cristo llevó a cabo el drama cruento y el misterio de la Redención; que más tarde resucitó del sepulcro en su integridad física y con toda la Sangre que había perdido (cfr, Summa., III, q. 54, a. 2), desde el día memorable de la Ascensión, se encuentra ahora a la diestra de Dios Padre, siempre vivo para interceder por nosotros (Hebr., 7,25). Mas antes de separarse Jesús de sus Apóstoles, les aseguró: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mt., 28,20). Y lejos de haber faltado jamás a su promesa, El permanece, efectivamente, siempre presente de manera misteriosa y tan íntimamente unido a la Iglesia, que hace con ella su Cuerpo Místico, del que Él es Cabeza y nosotros sus miembros. Tal es la sublime realidad, descubierta por la estupenda doctrina de San Pablo.

La Iglesia es la obra maestra de Cristo, quien la fundó con el fin de que continuase administrando los bienes de la Redención a las almas de los creyentes en el decurso de los siglos. Mas eso no hubiera sido posible si no creaba un organismo viviente que recibiera de Cristo e flujo continuado de la vida, con el fin de que fuera transfundida a los miembros articulados y unidos para formar un organismo.


Este es exactamente la Iglesia, la cual recibe de la Cabeza, que es Cristo, la vida de la gracia para comunicarla a sus miembros, que son los cristianos. Así como siendo el cuerpo uno, tiene muchos miembros…, así también Cristo… Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno en parte su miembro, enseña el Apóstol (1 Cor., 12,12-27). Y en otro lugar insiste. El Dios de Nuestro Señor Jesucristo y Padre de la gloria… sujetó todas las cosas  bajo sus pies y le puso por cabeza a de todas las cosas en la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que o acaba todo en todos (Efes., ¡,11-22). Lo que significa que Cristo y la Iglesia son inseparables, formando un solo organismo. Y si la Iglesia, que es el cuerpo, completa a Cristo, su Cabeza, es la propia Cabeza quien satura todos los miembros que le están adheridos en el cuerpo de las riquezas de la gracia, fruto de la Redención.

Ahora bien: el Cuerpo Místico de Cristo no puede vivir si o es con su Sangre Mística, que no es otra cosa que los méritos de su Pasión y Muerte, que cual torrentes de Sangre, recorren constantemente los miembros, partiendo del Corazón, que es el depósito inmensamente grande e inagotable. Y ¿cuáles serán los canales misteriosos de esta Sangre que, cual escondidas arterias, la reparten por todo el cuerpo con un movimiento de flujo y reflujo sin descanso? Son los sacramentos, instituidos por  el Redentor mismo e instalados en el Cuerpo de la Iglesia como instrumentos dotados del poder de santificar y producir la gracia. Por eso, si son meros instrumentos, no crean la gracia, sino que sencillamente la comunican, derivándola del Corazón de Cristo y repartiéndola por todo el Cuerpo Místico de la Iglesia.

Como consecuencia de lo dicho, se sigue la necesidad absoluta de tener que permanecer incorporados a ese Cuerpo, para poder recibir las comunicaciones de la vida divina. San Agustín hace seta observación a es te propósito: Del espíritu de Cristo no vive si no es el Cuerpo de Cristo. ¿Quieres, pues, vivir tú también del espíritu de Cristo? Permanece en el Cuerpo de Cristo.

Semejante incorporación se realiza por el Bautismo, que regenera los hombres en Cristo por medio del agua y del Espíritu Santo. Aquí es el agua la que tiene la virtud de la Sangre de la Redención. Afirma san Lorenzo Justiniano: Nadie puede pertenecer al Cuerpo de Cristo sin haber sido antes limpiado por la Sangre de Cristo.

Pero no bastan estos comienzos. Se necesita que la primera incorporación prosiga y se perfeccione. De la misma forma que el Cuerpo Real de Cristo consta de miembros purísimos, así también su Cuerpo Místico, la Iglesia, está compuesto de fieles purificados. Y así como los miembros de un cuerpo humano no vienen animados por el espíritu si no permanecen compactados en su unión, así, lo mismo, ningún fiel tendrá el espíritu vivificante de Cristo, si no persevera en la unión de la Iglesia, columna y base de la verdad (San Lorenzo Justiniano).

Sería necesario comprender y apreciar mejor este inefable beneficio que es el pertenecer a la Iglesia, el beneficio de nuestra incorporación al Cuerpo Místico de Cristo, de quien nos dimanan todos los demás bienes de gracia y de gloria. Deberíamos tener un vivo sentimiento, el orgullo santo, una alegría incontenible por gozar de semejante dignidad, que nos da, no solamente el ser cristianos, sino aun el mismo Cristo, a quien hemos sido incorporados. Como afirma San Agustín: Nos hemos transformado en Cristo, puesto que Él es la cabeza, nosotros somos sus miembros. Él y nosotros formamos todo el hombre. De ahí que debamos juntar un fervoroso agradecimiento a Nuestro Señor, que nos ha hecho tan inestimable favor, con una preocupación constante por hacer que dicha incorporación a este Cuerpo Místico sea cada día más profunda por medio de la fe y de la gracia; de manera que lleguemos a poder recibir abundantes efusiones de Sangre y de vida y crecer espiritualmente cual varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo (Efes., 4,13).

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