lunes, 8 de julio de 2019

La Sangre Preciosa de Cristo (2) Las efusiones de la Sangre - Cardenal Piazza


LA SANGRE PRECIOSA

DE CRISTO
Cardenal Adeodato Juan Piazza


I

LA SANGRE PRECIOSA DE CRISTO
EN EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN



La Redención humana es al mismo tiempo un hecho y un misterio. El hecho nos lo describe la historia. La fe nos propone el misterio, que la doctrina teológica trata luego de explicar en cuanto es posible.

         Ahora bien; en el hecho, mejor dicho, en la trama de los hechos, encontramos una urdiembre de Sangre. Todo el misterio de nuestra Redención es un misterio de Sangre; de la Sangre precisamente del que es Dios-Hombre. Sin ella, ni se comprende la Redención, ni siquiera hubiera existido en el plano que la Providencia Divina la predeterminó y reveló.

LAS EFUSIONES DE LA SANGRE




Abramos el Santo Evangelio. Su primera y {ultima página ostentan huellas de Sangre.

Como una flor apenas entreabierta, esparciendo su aroma de cielo, Jesús había nacido siete días antes y helo ya que los mismos brazos de la Madre padece el desgarro y la ignominia de la circuncisión. Unas gotitas de Sangre consagran así el nombre de Jesús, que significa Salvador, cual dolorosas primicias de una Redención que había de ser copiosa tanto en el fluir de la Sangre como en los efecto. Tal hubo de ser el epílogo de la misión de Cristo, en el crepúsculo rojizo de su existencia terrena.

Jesús suda Sangre en el Huerto de los Olivos, rodeado de las sombras de la noche y por las tinieblas de una tristeza mortal. La prensa estruja su Corazón y hace escurrirse de él, por los poros, gruesas gotas que, resbalando por el rostro y por todo el cuerpo, van empapando los vestidos y encharcan el suelo. Es así como lo sorprende el Profeta, en tanta amargura, soledad y abandono, y le pregunta: ¿Cómo es que tu manto está tan rojo y tu vestido parece al de quien pisa la una en el lagar? Y la respuesta es desoladora: He pisado solo en el lagar y no había conmigo nadie de las gentes (Isaías, 63,3). Erala prensa del amor infinito.

La estampa termina haciéndose macabra en el Pretorio de Pilatos, Jesús es desnudado, lo atan a la columna y descargan sobre Él por todas partes flagelos, sacudidos con furia de tempestad por los legionarios. De aquellos miembros cárdenos  y desollados brota con fuerza la Sangre, enrojeciéndolo todo a su alrededor.

Por si no bastara, se añade aún la barbarie de la Coronación a la flagelación. Le sujetan sobre la cabeza un haz de ramos espinosos, retorcidos en forma de corona. Las púas largas y endurecidas se clavan en las sienes y todos los contornos de la cabeza a fuerza de golpes de caña, haciendo aparecer una diadema de Sangre.

¡Horrible, pero digna corona para el Rey del amor y de los Mártires!

Subiendo hacia el Calvario, a lo largo de la Vía Dolorosa va dejando marcada en el suelo una huella de Sangre Divina, donde quiera que asienta su pie (S. Alfonso).

Cuando tropieza, o cae rendido bajo el peso del enorme madero, vuelve a salir más sangre de los nuevos rasguños que se le abren en las rodillas y en las manos. Es cuando la piadosa Verónica se acerca para enjugarle el rostro, que queda maravillosamente dibujado en el lienzo con trazos de Sangre.

Cuando luego, en la cumbre del collado, se tiende la Víctima sobre el altar de la Cruz y los clavos desgarran sus manos y sus pies, dejándolos sujetos al tronco, de nuevo salen chorros de Sangre por aquellos desgarrones. Y al ser levantada la Cruz con su doble carga, he aquí que un continuo gotear que se produce de todas las heridas prosigue cayendo, hasta que desangran las venas y el Corazón deja de latir: Consummatum est.

Pero no. ¡Nos queda aún otro tesoro por descubrir! Se acerca el centurión que hunde de un golpe su lanza en el costado izquierdo, y del Corazón atravesado brotan agua y Sangre. Es el último desgarramiento prodigioso, que pone de manifiesto, mejor que otra prueba cualquiera, la profundidad inefable de este misterio.

En esa actitud, en tan sublime postura, debía permanecer, inmutable e inmortal, el Divino Crucificado durante todos los siglos.

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