LA SANGRE PRECIOSA
DE CRISTO
Cardenal Adeodato Juan
Piazza
I
LA SANGRE PRECIOSA DE
CRISTO
EN EL MISTERIO DE LA
REDENCIÓN
La Redención humana es
al mismo tiempo un hecho y un misterio. El hecho nos lo describe la
historia. La fe nos propone el misterio, que la doctrina teológica trata luego
de explicar en cuanto es posible.
Ahora
bien; en el hecho, mejor dicho, en la
trama de los hechos, encontramos una urdiembre de Sangre. Todo el misterio de
nuestra Redención es un misterio de Sangre; de la Sangre precisamente del que
es Dios-Hombre. Sin ella, ni se comprende la Redención, ni siquiera hubiera
existido en el plano que la Providencia Divina la predeterminó y reveló.
LAS EFUSIONES DE LA SANGRE
Abramos el Santo
Evangelio. Su primera y {ultima página ostentan huellas de Sangre.
Como una flor apenas
entreabierta, esparciendo su aroma de cielo, Jesús había nacido siete días
antes y helo ya que los mismos brazos de la Madre padece el desgarro y la
ignominia de la circuncisión. Unas gotitas de Sangre consagran así el nombre de
Jesús, que significa Salvador, cual
dolorosas primicias de una Redención que había de ser copiosa tanto en el fluir de la Sangre como en los efecto. Tal hubo
de ser el epílogo de la misión de Cristo, en el crepúsculo rojizo de su existencia
terrena.
Jesús suda Sangre en
el Huerto de los Olivos, rodeado de las sombras de la noche y por las tinieblas
de una tristeza mortal. La prensa estruja su Corazón y hace escurrirse de él,
por los poros, gruesas gotas que, resbalando por el rostro y por todo el
cuerpo, van empapando los vestidos y encharcan el suelo. Es así como lo sorprende
el Profeta, en tanta amargura, soledad y abandono, y le pregunta: ¿Cómo es que tu manto está tan rojo y tu
vestido parece al de quien pisa la una en el lagar? Y la respuesta es
desoladora: He pisado solo en el lagar y
no había conmigo nadie de las gentes (Isaías, 63,3). Erala prensa del amor
infinito.
La estampa termina
haciéndose macabra en el Pretorio de Pilatos, Jesús es desnudado, lo atan a la
columna y descargan sobre Él por todas partes flagelos, sacudidos con furia de
tempestad por los legionarios. De aquellos miembros cárdenos y desollados brota con fuerza la Sangre,
enrojeciéndolo todo a su alrededor.
Por si no bastara, se
añade aún la barbarie de la Coronación a la flagelación. Le sujetan sobre la
cabeza un haz de ramos espinosos, retorcidos en forma de corona. Las púas
largas y endurecidas se clavan en las sienes y todos los contornos de la cabeza
a fuerza de golpes de caña, haciendo aparecer una diadema de Sangre.
¡Horrible, pero digna
corona para el Rey del amor y de los Mártires!
Subiendo hacia el Calvario,
a lo largo de la Vía Dolorosa va dejando
marcada en el suelo una huella de Sangre Divina, donde quiera que asienta su
pie (S. Alfonso).
Cuando tropieza, o cae
rendido bajo el peso del enorme madero, vuelve a salir más sangre de los nuevos
rasguños que se le abren en las rodillas y en las manos. Es cuando la piadosa
Verónica se acerca para enjugarle el rostro, que queda maravillosamente
dibujado en el lienzo con trazos de Sangre.
Cuando luego, en la cumbre
del collado, se tiende la Víctima sobre el altar de la Cruz y los clavos
desgarran sus manos y sus pies, dejándolos sujetos al tronco, de nuevo salen
chorros de Sangre por aquellos desgarrones. Y al ser levantada la Cruz con su
doble carga, he aquí que un continuo gotear que se produce de todas las heridas
prosigue cayendo, hasta que desangran las venas y el Corazón deja de latir: Consummatum est.
Pero no. ¡Nos queda
aún otro tesoro por descubrir! Se acerca el centurión que hunde de un golpe su
lanza en el costado izquierdo, y del Corazón atravesado brotan agua y Sangre. Es el último
desgarramiento prodigioso, que pone de manifiesto, mejor que otra prueba
cualquiera, la profundidad inefable de este misterio.
En esa actitud, en tan
sublime postura, debía permanecer, inmutable e inmortal, el Divino Crucificado
durante todos los siglos.
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