De la homilía del Papa
Pío XII
en la canonización de
Santa María Goretti
De todo el mundo es
conocida la lucha con que tuvo que enfrentarse, indefensa, esta virgen; una
turbia y ciega tempestad se alzó de pronto contra ella, pretendiendo manchar y
violar su angélico candor. En aquellos momentos de peligro y de crisis, podía repetir
al divino Redentor aquellas palabras del áureo librito De la imitación de
Cristo: "Si me veo tentada y zarandeada por muchas tribulaciones, nada
temo, con tal de que tu gracia esté conmigo. Ella es mi fortaleza; ella me
aconseja y me ayuda. Ella es más fuerte que todos mis enemigos."
Así, fortalecida por la gracia del cielo, a la que respondió con una
voluntad fuerte y generosa, entregó su vida sin perder la gloria de la
virginidad.
En la vida de esta
humilde doncella, tal cual la hemos resumido en breves trazos, podemos
contemplar un espectáculo no sólo digno del cielo, sino digno también de que lo
miren, llenos de admiración y veneración, los hombres de nuestro tiempo.
Aprendan los padres y madres de familia cuán importante es el que eduquen
a los hijos que Dios les ha dado en la rectitud, la santidad y la fortaleza, en
la obediencia a los preceptos de la religión católica, para que, cuando su
virtud se halle en peligro, salgan de él victoriosos, íntegros y puros, con la
ayuda de la gracia divina.
Aprenda la alegre
niñez, aprenda la animosa juventud a no abandonarse lamentablemente a los
placeres efímeros y vanos, a no ceder ante la seducción del vicio, sino, por el
contrario, a luchar con firmeza, por muy arduo y difícil que sea el
camino que lleva a la perfección cristiana, perfección a la que todos podemos
llegar tarde o temprano con nuestra fuerza de voluntad, ayudada por la gracia
de Dios, esforzándonos, trabajando y orando.
No todos estamos
llamados a sufrir el martirio, pero sí estamos todos llamados a la consecución
(acción y efecto de conseguir) de la virtud cristiana. Pero esta virtud
requiere una fortaleza que, aunque no llegue a igualar el grado cumbre de
esta angelical doncella, exige, no obstante, un largo, diligentísimo e ininterrumpido
esfuerzo, que no terminará sino con nuestra vida. Por esto, semejante esfuerzo
puede equipararse a un lento y continuado martirio, al que nos amonestan
aquellas palabras de Jesucristo: El reino de los cielos se abre paso a viva
fuerza, y los que pugnan por entrar lo arrebatan.
Animémonos todos a
esta lucha cotidiana, apoyados en la gracia del cielo; sírvanos de estímulo la
santa virgen y mártir María Goretti; que ella, desde el trono celestial, donde
goza de la felicidad eterna, nos alcance del Redentor divino, con sus
oraciones, que todos, cada cual según sus peculiares condiciones, sigamos sus
huellas ilustres con generosidad, con sincera voluntad y con auténtico
esfuerzo.
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