DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA UNIÓN "SANGUIS CHRISTI"
Y A DIVERSAS PEREGRINACIONES JUBILARES
Sábado 1 de julio de 2000
A LA UNIÓN "SANGUIS CHRISTI"
Y A DIVERSAS PEREGRINACIONES JUBILARES
Sábado 1 de julio de 2000
San Juan Pablo II ante la imagen de La Sangre de Cristo en la Catedral de Managua, 1996 |
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra
encontrarme en este primer día del mes de julio, consagrado por la piedad
cristiana a la meditación sobre "la sangre de Cristo, precio de nuestro
rescate, prenda de salvación y de vida eterna" (Juan XXIII, Inde aprimis, en: AAS 52 [1960] 545-550), con todos vosotros,
miembros de las familias religiosas masculinas y femeninas y de las
asociaciones católicas dedicadas al culto de la preciosísima Sangre de Jesús.
Al saludaros con afecto, os agradezco vuestra presencia. Saludo cordialmente al
director provincial de los Misioneros de la Preciosísima Sangre y le agradezco
las amables palabras que ha querido dirigirme también en vuestro nombre.
Hasta la reforma
litúrgica promovida por el concilio Vaticano II, en este día se celebraba
también litúrgicamente en toda la Iglesia católica el misterio de la Sangre de
Cristo. Después, mi predecesor de venerada memoria el Papa Pablo VI unió
el recuerdo de la Sangre de Cristo al de su Cuerpo en la solemnidad que ahora
se llama precisamente del "Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo". En
efecto, en toda celebración eucarística se hace presente, junto con el Cuerpo
de Cristo, su Sangre preciosa, la Sangre de la nueva y eterna Alianza,
derramada por todos para el perdón de los pecados (cf. Mt 26, 27).
2. Amadísimos
hermanos y hermanas, ¡es grande el misterio de la Sangre de Cristo! Desde los
albores del cristianismo, ha conquistado la mente y el corazón de tantos
cristianos y, particularmente, de vuestros santos fundadores y fundadoras, que
hicieron de él el distintivo de vuestras congregaciones y asociaciones. El Año
jubilar da nuevo impulso a una devoción tan significativa. En efecto, al
celebrar a Cristo en el bimilenario de su nacimiento, también estamos invitados
a contemplarlo y adorarlo en la humanidad santísima asumida en el seno de María
y unida hipostáticamente a la Persona divina del Verbo. Si la Sangre de Cristo
es fuente preciosa de salvación para el mundo, se debe
precisamente a su pertenencia al Verbo, que se hizo carne para nuestra
salvación.
El signo de la
"sangre derramada", como expresión de la vida entregada de modo
cruento para testimoniar el amor supremo, es un acto de condescendencia divina
con nuestra condición humana. Dios ha elegido el signo de la sangre, porque
ningún otro signo es tan elocuente para indicar la participación total de la
persona.
El misterio de esta
entrega tiene su fuente en la voluntad salvífica del Padre celestial y su
realización en la obediencia filial de Jesús, verdadero Dios y verdadero
hombre, a través de la obra del Espíritu Santo. Por esta razón, la historia de
nuestra salvación lleva en sí la impronta y el sello indeleble del amor
trinitario.
3. Ante esta
maravillosa obra divina todos los fieles se unen a vosotros, queridos hermanos
y hermanas, para elevar himnos de alabanza al Dios uno y trino por el signo de
la Sangre preciosa de Cristo. Pero además de la confesión de los labios debe
darse el testimonio de la vida, según la exhortación que nos dirige la carta
a los Hebreos: "Teniendo, pues, hermanos, plena libertad para entrar
en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, (...) fijémonos los unos en
los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras" (Hb 10,
19. 24).
Muchas son las
"buenas obras" que nos inspira la meditación del sacrificio de
Cristo. En efecto, nos impulsa a una entrega total de nuestra vida por Dios y
por nuestros hermanos, usque ad effusionem sanguinis, como han hecho
tantos mártires. ¡Cómo no reconocer siempre el valor de todo ser humano, cuando
Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, sin distinción! La meditación de
este misterio nos impulsa, en particular, hacia cuantos podrían ser aliviados
de sus sufrimientos morales y físicos y que, en cambio, languidecen marginados
por una sociedad de la opulencia y la indiferencia. Desde esta perspectiva, se
aprecia en toda su nobleza el servicio que prestáis vosotros, miembros del
AVIS. Os saludo cordialmente a vosotros y, en particular, a vuestro presidente,
a quien agradezco las palabras que me ha dirigido. No os limitáis a dar algo que
os pertenece; dais algo de vosotros mismos. ¿Hay algo más personal que la
propia sangre? A la luz de Cristo, la donación de este elemento vital al
hermano adquiere un valor que trasciende el horizonte simplemente humano. Por
eso, a vosotros, miembros del AVIS, os expreso mi estima y mi aliento.
4. Deseo
dirigir ahora mi saludo cordial a los peregrinos de la diócesis de Bérgamo,
encabezados por su obispo, monseñor Roberto Amadei, a quien agradezco los
sentimientos expresados en su cordial discurso. Queridos hermanos, con esta
visita queréis manifestar vuestro afecto y vuestra cercanía al Sucesor de
Pedro. ¡Gracias de corazón! A lo largo de los siglos vuestra Iglesia ha
mantenido vínculos de comunión muy estrechos con la Sede apostólica. ¡Cómo no
recordar, en esta circunstancia, a vuestro paisano y predecesor mío, el Papa
Juan XXIII, que está a punto de ser inscrito en el catálogo de los beatos! Que
el camino de oración y meditación que os lleva a los lugares jubilares sea para
vosotros, queridos hermanos, ocasión de reafirmar vuestra adhesión convencida a
Cristo, "Puerta santa" para entrar en el reino del Padre. Al volver a
vuestros hogares, llevad el saludo y el aliento del Papa a los sacerdotes, a
los consagrados, a las consagradas y a todos los hermanos y hermanas en la fe.
Quiera Dios que el Año santo os estimule a cada uno a reavivar la fe y
proseguir el compromiso en favor de la nueva evangelización, confirmado y
sostenido por la caridad.
5. Por último,
saludo a los fieles de Santa María de la Victoria, de Montebelluna; de San
Bernardino, de Tordandrea de Asís; y de San Juan Bautista, de Acconia de
Curinga, así como al instituto "Beata María De Mattias", de
Frosinone, y a la comunidad de la Pequeña Casa de Aversa.
Queridos hermanos,
que la celebración del bimilenario de la encarnación del Hijo de Dios os
encuentre vigilantes en la fe, firmes en la esperanza y fervorosos en la
caridad. Cristo pasa también hoy al lado de cada uno para ofrecerle el don de
la infinita misericordia de Dios. Sed también vosotros ricos en esta
misericordia, como nuestro Padre que está en el cielo.
Con estos
sentimientos y en el amor de Cristo, que nos "ha rociado con su
sangre" (cf. 1 P 1, 2), os bendigo a todos de corazón.
Que la Sangre de los mártires de esta guerra absurda en Ucrania unida a la Sangre de nuestro Señor Jesucristo nos alcance la paz a Ucrania y a a Rusia, pido a nuestro Padre Celestial el fin de esta guerra absurda y maléfica. Piedad Señor Dios omnipresente y Omnipotente Amén 🙏🇲🇽
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