jueves, 18 de julio de 2019

" La Iglesia no pertenece a los pseudo-reformadores" Card. Robert Sarah


Entrevista concedida  
a Aleteia por el
Cardenal Robert Sarah,
prefecto de la Congregación
para el Culto Divino
a Aleteia


¿Qué respuesta daría a quienes pudieran considerar que su libro es pesimista o incluso alarmista?

He llegado a estas conclusiones con mucha prudencia y un gran deseo de ser preciso. Por consiguiente, me parece que el libro no se sitúa lejos de la verdad. Por supuesto, el panorama puede parecer sombrío, pero el papa Benedicto XVI dijo él mismo, justo antes de su elección para la Sede de Pedro, que Occidente atraviesa una crisis nunca vista en toda la historia. 

La realidad está ahí: no se puede decir que no hay una crisis de fe mientras se estén vaciando las iglesias. No creo que en el pasado hayamos sido testigos de unas acusaciones parecidas a las que se dirigen hoy en día contra cardenales, obispos, sacerdotes, que a veces son incluso condenados a penas de prisión…

En la sociedad, no conozco de otra civilización que haya legalizado el aborto, la eutanasia, haya roto la familia y quebrado el matrimonio hasta este punto. Sin embargo, son aspectos esenciales de la vida humana.  Estamos en una situación difícil y la crisis es profunda y grave, pero también he dedicado la última parte del libro a una larga reflexión sobre la esperanza, porque cada crisis conlleva una nueva dimensión, el comienzo de un renacimiento.

¿Qué recomienda usted para resistir y avanzar?


Lo que es trágico es la división en el interior de la Iglesia. Una división que se manifiesta sobre todo en los planos doctrinal, moral y disciplinario. Ahora todo el mundo dice y piensa lo que quiere. ¿Cómo no inquietarnos si parece que la Iglesia ya no parece tener ni doctrina ni enseñanzas morales claras?

Ante una situación así, intentemos seguir el ejemplo de los apóstoles. Un día, mientras atravesaban el lago Tiberíades, les sorprendió una fuerte tempestad. Las olas se abalanzaban contra la barca y empezaban a llenarla de agua. Jesús estaba en la popa durmiendo sobre un cojín.

¿Cuál fue la actitud de los apóstoles ante este peligro? Se mantuvieron firmes en la embarcación para que no zozobrara. Conocían bien su labor. De modo que se aferraron al timón para mantener recta la embarcación, a pesar de la violencia del viento. No obstante, al tiempo que remaban con destreza y gran prudencia, gritaban con toda su fuerza: “¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?”.

Hoy también debemos mantener firme la barca y rezar. Dicho de otra forma, es responsabilidad de todos mantener la firmeza con respecto de la Doctrina, de la enseñanza de la Iglesia y de la oración. No rezamos bastante. Los sacerdotes tienen demasiadas actividades. Creyendo que podemos cambiar la Iglesia por nuestro propio esfuerzo y por simples reformas estructurales nos convertimos en activistas. Más bien, necesitamos la gracia que se obtiene únicamente a través de una oración ferviente y constante. 

¿Qué querría usted decir a quienes no siguen esta misma línea y preferirían cambiar la doctrina?

La Iglesia no pertenece a los pseudo-reformadores. No puedo cambiar aquello que yo mismo no he construido y que, por tanto, no me pertenece. Nadie puede cambiar la Iglesia de Jesús. Quienes quieren cambiarla, necesitan un mandato de Jesús. ¿Ordenar a mujeres en el sacerdocio? Esta cuestión ya se resolvió: Juan Pablo II afirmó que la Iglesia no tenía el poder de ordenar mujeres. Su formulación fue definitiva: “Esta puerta está cerrada”.  Francisco lo confirmó cuando dijo: “La Iglesia ha hablado y ha dicho ‘no’”.

¿Dar a las mujeres más responsabilidades en la Iglesia? Gustosamente. Estoy seguro de que las mujeres tienen un lugar y un papel importantes en la Iglesia y en la sociedad. Sin embargo, no se les valorará mejor por confiarles los deberes y la misión que Dios, en Su infinita Sabiduría, reservó a los hombres. Desde el Antiguo Testamento, Dios escogió a Aarón y a sus hijos para ejercer Su sacerdocio.

Me resulta sorprendente que se insista en una posible ordenación de las mujeres, porque me parece que, después de más de 2000 años de cristianismo, es mostrar una falta de fe. La ordenación de las mujeres nunca sucederá en la Iglesia católica incluso si no quedara ningún sacerdote en el mundo. No por menosprecio a las mujeres, sino porque no es la voluntad ni el plan de Dios.

Ahora que se ha publicado la exhortación Christus vivit del papa Francisco a los jóvenes, ¿qué mensaje cree usted que necesitan recibir para afrontar esta crisis?

No os dejéis inquietar por lo que se escribe sobre los cardenales, los obispos y los sacerdotes, sino escrutad el Evangelio y fijad vuestra mirada sobre Cristo, solo él es el camino, la verdad y la vida y da la garantía de que no estamos equivocados.

Luego, amad a la Iglesia y servidla, no importa lo que se diga de ella. Ella es vuestra madre, pura e inmaculada, sin arruga ni mancha. ¡Las manchas que entrevemos en su figura son en realidad las nuestras! Sus hijos están en crisis, pero la Iglesia no. Por último, convertíos, primero vosotros mismos, y luego sed misioneros. Finalmente, intentad conducir a vuestros amigos hacia Cristo.

¿Cómo se puede convertir sin caer en el proselitismo, como denunció el papa Francisco recientemente durante su viaje a Marruecos?

La Iglesia no es proselitista, sino que tiene un mandato por parte de Jesús: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado. Y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

La Iglesia no puede obviar esta urgente tarea. “¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!”, dice san Pablo. Es lo que hicieron los misioneros en África y en otros continentes. En su primer contacto con los pueblos, de inmediato presentaron el Evangelio y sus exigencias, sin jamás forzar a nadie. No conozco a ningún misionero que haya obligado a un pueblo a hacerse cristiano.

Sin embargo, evangelizar es un deber. Ya sean musulmanes, budistas, animistas, debemos evangelizar al mundo entero anunciando a Jesucristo, ¡porque él es la única vía a la Salvación! Por tanto, no se trata de proselitismo, porque no obligamos a los paganos o a los musulmanes a través de las armas, sino que les proponemos la vía de la Salvación. Nuestra religión se basa en el amor y proscribe la violencia.

¿La evangelización puede intensificarse en Francia, donde corre el riesgo de enfrentarse a un islam robusto?

En cualquier caso, Francia ha renunciado a sus raíces cristianas, el Evangelio ya no es su referencia. Dios ya no tiene lugar en su sociedad. El único ámbito en el que es tolerado es el doméstico, e incluso ahí está confinado a arresto domiciliario. El hombre ha ocupado el lugar de Dios. Promulga leyes en total oposición a las leyes de Dios y a las de la naturaleza. Creen que los hombres o las mujeres pueden casarse entre ellos…

Mientras todos luchan por la supresión de la pena de muerte, el asesinato de niños no natos es legal, igual que el divorcio. Mientras luchamos en todas partes contra la mutilación genital, se legaliza la mutilación de las personas que quieren cambiar de sexo. ¡Qué diabólica contradicción! La evangelización de Occidente será más difícil y más ardua. Sin embargo, debe emprenderse con un celo ardiente, sin miedo ni vergüenza.

La evangelización no es una confrontación. Más bien es Dios quien viene a ofrecer su Amor a todo hombre o mujer, independientemente de su raza, su religión y su continente. Dios tiene un inmenso respeto por nuestra libertad porque Él es Amor, y el Amor es inerme e incapaz de forzar la conciencia y el corazón. Sin embargo, todos los hombres tienen derecho al Evangelio.

Hay innumerables escándalos por todo el mundo con obispos involucrados. ¿Estamos en medio de una crisis de obispos?

Sin duda existe una crisis de identidad, de responsabilidad y una crisis de fe. Sin embargo, fundamentalmente atravesamos una crisis grave del sacerdocio, de la relación del sacerdote con Jesús. No obstante, todos ustedes, como bautizados, participan de esta crisis si no dan testimonio de su fe cristiana.

En la carta a Diogneto leemos el siguiente testimonio: “Igual que todos, [los cristianos] se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. (…) sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores…”.

Por tanto, un cristiano está del todo inmerso en el mundo, pero se opone de manera categórica a todo el que contradice a Dios y al Bien del hombre, como el aborto y las uniones contra natura. El respeto de la vida, de la familia, del ser humano, no es una cuestión que concierna solamente a los cristianos, sino que es algo fundamentalmente humano. Los obispos tienen una gran responsabilidad en la crisis de la Iglesia porque si el pastor abandona el rebaño, el lobo se adueña de él. Entonces, el pastor tendrá que rendir cuentas ante Dios, el Pastor de pastores.

Si la Iglesia se santifica desde abajo, desde las familias, tenemos la impresión, por las palabras de usted, que la crisis ha venido desde arriba. ¿Ha pasado el tiempo de los obispos santos?

La Iglesia es una realidad jerárquica. Se articula como un cuerpo humano con sus diferentes miembros: los apóstoles, sus sucesores, los obispos, los sacerdotes y los fieles cristianos. Todos, sin embargo, deben hacer que la Iglesia viva e irradie santidad.

En la historia, hemos tenido obispos magníficos y santos (Pedro, Pablo, Ignacio de Antioquía, Ireneo de Lyon, Hilario de Poitiers, Agustín, Cirilo de Alejandría, Ambrosio). Ellos son modelos de fe, de valentía y de santidad.

Es cierto que actualmente la crisis se sitúa al nivel de la cabeza. Si ya no somos capaces de enseñar la doctrina, la moral o de dar ejemplo y ser modelos, entonces la crisis es de lo más grave. ¿Quién defenderá a las ovejas si, dejándolas a su suerte, los pastores se atemorizan y huyen ante los lobos? El miedo es la gran debilidad de la Iglesia hoy en día. Por supuesto, todo el mundo está aterrorizado porque la Iglesia es acusada de todos los males.

Sin embargo, cuando alguien está atrapado por el miedo, ya no es dueño de sí mismo. Es la razón por la que la Iglesia no se atreve a diferenciarse e ir contracorriente para mostrar al mundo la dirección. Algunos obispos temen las críticas porque son egocéntricos y se vuelven demasiado cautos, dejan de expresar nada con claridad para no encontrar oposición o martirio. Pero deben encontrar a Dios, centrarse en Él y confiar en el poder de Su gracia. En efecto, cuando estamos de verdad con Él, no tememos nada.

Benedicto XVI dijo que la Iglesia debía mezclarse con “la suciedad del mundo” para lograr limpiarse mejor. ¿Es, por tanto, el contacto con el pecado una condición sine qua non para que la Iglesia pueda cumplir su misión?

La situación en la que vivimos es sin duda un signo de la providencia para recordarnos que si la Iglesia decide reducirse a lo humano, huir hacia el mundo, se pudrirá. Si se ocupa únicamente de cuestiones sociales sin hablar de lo divino, está perdiendo su tiempo. Si, por el contrario, desciende a los bajos fondos del pecado llevando consigo a Cristo, entonces purificará y divinizará a la humanidad.

Publicada por Artur Herlin en Aleteia el 10 de abril de 2019


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