Entrevista concedida
a Aleteia por el
Cardenal Robert Sarah,
prefecto de la Congregación
para el Culto Divino
a Aleteia
¿Qué respuesta daría a quienes pudieran considerar que su libro es
pesimista o incluso alarmista?
He llegado a estas
conclusiones con mucha prudencia y un gran deseo de ser preciso. Por
consiguiente, me parece que el libro no se sitúa lejos de la verdad. Por
supuesto, el panorama puede parecer sombrío, pero el papa Benedicto XVI dijo él
mismo, justo antes de su elección para la Sede de Pedro, que Occidente
atraviesa una crisis nunca vista en toda la historia.
La realidad está
ahí: no se puede decir que no hay una crisis de fe mientras se estén vaciando
las iglesias. No creo que en el pasado hayamos sido testigos de unas
acusaciones parecidas a las que se dirigen hoy en día contra cardenales,
obispos, sacerdotes, que a veces son incluso condenados a penas de prisión…
En la sociedad, no
conozco de otra civilización que haya legalizado el aborto, la eutanasia, haya
roto la familia y quebrado el matrimonio hasta este punto. Sin embargo,
son aspectos esenciales de la vida humana. Estamos en una situación
difícil y la crisis es profunda y grave, pero también he dedicado la última
parte del libro a una larga reflexión sobre la esperanza, porque cada crisis
conlleva una nueva dimensión, el comienzo de un renacimiento.
¿Qué recomienda usted para resistir y avanzar?
Lo que es trágico es
la división en el interior de la Iglesia. Una división que se manifiesta sobre
todo en los planos doctrinal, moral y disciplinario. Ahora todo el mundo
dice y piensa lo que quiere. ¿Cómo no inquietarnos si parece que la Iglesia ya
no parece tener ni doctrina ni enseñanzas morales claras?
Ante una situación
así, intentemos seguir el ejemplo de los apóstoles. Un día, mientras
atravesaban el lago Tiberíades, les sorprendió una fuerte tempestad. Las olas
se abalanzaban contra la barca y empezaban a llenarla de agua. Jesús estaba en
la popa durmiendo sobre un cojín.
¿Cuál fue la actitud
de los apóstoles ante este peligro? Se mantuvieron firmes en la embarcación
para que no zozobrara. Conocían bien su labor. De modo que se aferraron al
timón para mantener recta la embarcación, a pesar de la violencia del viento.
No obstante, al tiempo que remaban con destreza y gran prudencia, gritaban con
toda su fuerza: “¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?”.
Hoy también debemos
mantener firme la barca y rezar. Dicho de otra forma, es responsabilidad de
todos mantener la firmeza con respecto de la Doctrina, de la enseñanza de la
Iglesia y de la oración. No rezamos bastante. Los sacerdotes tienen
demasiadas actividades. Creyendo que podemos cambiar la Iglesia por nuestro
propio esfuerzo y por simples reformas estructurales nos convertimos en
activistas. Más bien, necesitamos la gracia que se obtiene únicamente a través
de una oración ferviente y constante.
¿Qué querría usted decir a quienes no siguen esta misma línea y
preferirían cambiar la doctrina?
La Iglesia no
pertenece a los pseudo-reformadores. No puedo cambiar aquello que yo mismo no
he construido y que, por tanto, no me pertenece. Nadie puede cambiar la Iglesia
de Jesús. Quienes quieren cambiarla, necesitan un mandato de Jesús. ¿Ordenar
a mujeres en el sacerdocio? Esta cuestión ya se resolvió: Juan Pablo II afirmó
que la Iglesia no tenía el poder de ordenar mujeres. Su formulación fue
definitiva: “Esta puerta está cerrada”. Francisco lo confirmó cuando
dijo: “La Iglesia ha hablado y ha dicho ‘no’”.
¿Dar a las mujeres
más responsabilidades en la Iglesia? Gustosamente. Estoy seguro de que las
mujeres tienen un lugar y un papel importantes en la Iglesia y en la sociedad. Sin
embargo, no se les valorará mejor por confiarles los deberes y la misión que
Dios, en Su infinita Sabiduría, reservó a los hombres. Desde el Antiguo
Testamento, Dios escogió a Aarón y a sus hijos para ejercer Su sacerdocio.
Me resulta
sorprendente que se insista en una posible ordenación de las mujeres, porque me
parece que, después de más de 2000 años de cristianismo, es mostrar una falta
de fe. La ordenación de las mujeres nunca sucederá en la Iglesia católica
incluso si no quedara ningún sacerdote en el mundo. No por menosprecio a las
mujeres, sino porque no es la voluntad ni el plan de Dios.
Ahora que se ha publicado la exhortación Christus vivit del papa
Francisco a los jóvenes, ¿qué mensaje cree usted que necesitan recibir para
afrontar esta crisis?
No os dejéis
inquietar por lo que se escribe sobre los cardenales, los obispos y los
sacerdotes, sino escrutad el Evangelio y fijad vuestra mirada sobre Cristo,
solo él es el camino, la verdad y la vida y da la garantía de que no estamos
equivocados.
Luego, amad a la
Iglesia y servidla, no importa lo que se diga de ella. Ella es vuestra madre,
pura e inmaculada, sin arruga ni mancha. ¡Las manchas que entrevemos en su
figura son en realidad las nuestras! Sus hijos están en crisis, pero la Iglesia
no. Por último, convertíos, primero vosotros mismos, y luego sed
misioneros. Finalmente, intentad conducir a vuestros amigos hacia Cristo.
¿Cómo se puede convertir sin caer en el proselitismo, como denunció
el papa Francisco recientemente durante su viaje a Marruecos?
La Iglesia no es
proselitista, sino que tiene un mandato por parte de Jesús: “Toda autoridad me
ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan
discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que les
he mandado. Y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del
mundo”.
La Iglesia no puede
obviar esta urgente tarea. “¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!”, dice san
Pablo. Es lo que hicieron los misioneros en África y en otros continentes. En
su primer contacto con los pueblos, de inmediato presentaron el Evangelio y sus
exigencias, sin jamás forzar a nadie. No conozco a ningún misionero que
haya obligado a un pueblo a hacerse cristiano.
Sin embargo,
evangelizar es un deber. Ya sean musulmanes, budistas, animistas, debemos
evangelizar al mundo entero anunciando a Jesucristo, ¡porque él es la única vía
a la Salvación! Por tanto, no se trata de proselitismo, porque no obligamos a
los paganos o a los musulmanes a través de las armas, sino que les proponemos
la vía de la Salvación. Nuestra religión se basa en el amor y proscribe la
violencia.
¿La evangelización puede intensificarse en Francia, donde corre el
riesgo de enfrentarse a un islam robusto?
En cualquier caso,
Francia ha renunciado a sus raíces cristianas, el Evangelio ya no es su
referencia. Dios ya no tiene lugar en su sociedad. El único ámbito en el que es
tolerado es el doméstico, e incluso ahí está confinado a arresto domiciliario.
El hombre ha ocupado el lugar de Dios. Promulga leyes en total oposición a las
leyes de Dios y a las de la naturaleza. Creen que los hombres o las mujeres
pueden casarse entre ellos…
Mientras todos
luchan por la supresión de la pena de muerte, el asesinato de niños no natos es
legal, igual que el divorcio. Mientras luchamos en todas partes contra la
mutilación genital, se legaliza la mutilación de las personas que quieren
cambiar de sexo. ¡Qué diabólica contradicción! La evangelización de Occidente
será más difícil y más ardua. Sin embargo, debe emprenderse con un celo
ardiente, sin miedo ni vergüenza.
La evangelización no
es una confrontación. Más bien es Dios quien viene a ofrecer su Amor a todo
hombre o mujer, independientemente de su raza, su religión y su continente.
Dios tiene un inmenso respeto por nuestra libertad porque Él es Amor, y el Amor
es inerme e incapaz de forzar la conciencia y el corazón. Sin embargo, todos
los hombres tienen derecho al Evangelio.
Hay innumerables escándalos por todo el mundo con obispos
involucrados. ¿Estamos en medio de una crisis de obispos?
Sin duda existe una
crisis de identidad, de responsabilidad y una crisis de fe. Sin embargo,
fundamentalmente atravesamos una crisis grave del sacerdocio, de la
relación del sacerdote con Jesús. No obstante, todos ustedes, como bautizados,
participan de esta crisis si no dan testimonio de su fe cristiana.
En la carta a
Diogneto leemos el siguiente testimonio: “Igual que todos, [los cristianos] se
casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen
la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne.
Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes
establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos
los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben
la vida. (…) sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son
maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio,
devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores…”.
Por tanto, un
cristiano está del todo inmerso en el mundo, pero se opone de manera categórica
a todo el que contradice a Dios y al Bien del hombre, como el aborto y las
uniones contra natura. El respeto de la vida, de la familia, del ser humano, no
es una cuestión que concierna solamente a los cristianos, sino que es algo
fundamentalmente humano. Los obispos tienen una gran responsabilidad en la
crisis de la Iglesia porque si el pastor abandona el rebaño, el lobo se adueña
de él. Entonces, el pastor tendrá que rendir cuentas ante Dios, el Pastor
de pastores.
Si la Iglesia se santifica desde abajo, desde las familias, tenemos
la impresión, por las palabras de usted, que la crisis ha venido desde arriba.
¿Ha pasado el tiempo de los obispos santos?
La Iglesia es una
realidad jerárquica. Se articula como un cuerpo humano con sus diferentes
miembros: los apóstoles, sus sucesores, los obispos, los sacerdotes y los
fieles cristianos. Todos, sin embargo, deben hacer que la Iglesia viva e
irradie santidad.
En la historia,
hemos tenido obispos magníficos y santos (Pedro, Pablo, Ignacio de Antioquía,
Ireneo de Lyon, Hilario de Poitiers, Agustín, Cirilo de Alejandría, Ambrosio).
Ellos son modelos de fe, de valentía y de santidad.
Es cierto que
actualmente la crisis se sitúa al nivel de la cabeza. Si ya no somos capaces de
enseñar la doctrina, la moral o de dar ejemplo y ser modelos, entonces la
crisis es de lo más grave. ¿Quién defenderá a las ovejas si, dejándolas a su
suerte, los pastores se atemorizan y huyen ante los lobos? El miedo es la
gran debilidad de la Iglesia hoy en día. Por supuesto, todo el mundo está
aterrorizado porque la Iglesia es acusada de todos los males.
Sin embargo, cuando
alguien está atrapado por el miedo, ya no es dueño de sí mismo. Es la razón por
la que la Iglesia no se atreve a diferenciarse e ir contracorriente para
mostrar al mundo la dirección. Algunos obispos temen las críticas porque son
egocéntricos y se vuelven demasiado cautos, dejan de expresar nada con claridad
para no encontrar oposición o martirio. Pero deben encontrar a Dios, centrarse
en Él y confiar en el poder de Su gracia. En efecto, cuando estamos de verdad
con Él, no tememos nada.
Benedicto XVI dijo que la Iglesia debía mezclarse con “la suciedad
del mundo” para lograr limpiarse mejor. ¿Es, por tanto, el contacto con el
pecado una condición sine qua non para que la Iglesia pueda cumplir su misión?
La situación en la
que vivimos es sin duda un signo de la providencia para recordarnos que si la
Iglesia decide reducirse a lo humano, huir hacia el mundo, se pudrirá. Si
se ocupa únicamente de cuestiones sociales sin hablar de lo divino, está
perdiendo su tiempo. Si, por el contrario, desciende a los bajos fondos del
pecado llevando consigo a Cristo, entonces purificará y divinizará a la
humanidad.
Publicada por Artur
Herlin en Aleteia el 10 de abril de 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario