lunes, 22 de julio de 2019

La Sangre Preciosa de Cristo (16) La hora de la Sangre - Cardenal Piazza


III
LA HORA DE LA SANGRE


Podemos ver una perspectiva de la hora presente, nos menos auténtica y terriblemente amarga, en la agonía de Jesucristo en el Huerto de Getsemaní.  Escuchemos al elocuente dominico, orador de Nuestra Señora de París, en uno de sus retiros pascuales (1877), en que interpreta los divinos pensamientos que anticiparon en Jesús el espasmo de estos mismos momentos: ¡Oh Maestro adorable! –exclama Monsabré-. Me parece oírte gritar con el Profeta: ¿para qué puede servir mi Sangre? Quae utilitas in sanguine meo! (Sal. 19). Esta Sangre Preciosa, cual nube purpurina, se esparcirá sobre todos los extremos de la tierra para caer sobre las iniquidades y purificarlas; aunque en todas partes será despreciada por los torbellinos de las pasiones. ¿Para qué derramarla, pues? Quae utilitas in sanguine meo? No solamente habrá en la Iglesia ingratos y profanadores, sino que pueblos enteros serán arrancados por la fuerza se los lugares donde corre el río de la Redención. Y también las herejías, los cismas, la falsa ciencia asediarán a las almas y detendrán a sus puertas los torrentes sagrados que deberían regenerarlas. Vendrá también en siglo fatal en que los hombres pondrán especial empeño en no dejarse tocar jamás por la Sangre del Salvador, y para facilitar la impenitencia final.


¿Estamos ya en ese siglo desventurado? No hay que hacer grandes esfuerzos para ver que la hora luctuosa de sangre en que nos toca vivir se inserta demasiado claramente en aquella hora lejana, siempre presente a pesar de todo, de la divina agonía. Eso, no obstante, Jesús afrontó la Pasión y derramó su Sangre por nosotros. ¡Ah, que nuestro tiempo se convierta en la hora de la Sangre Redentora!

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