II
LA SANGRE PRECIOSA DE
CRISTO
EN EL MISTERIO DE LA
IGLESIA
Los sacerdotes de la
Ley, mirando las treinta monedas arrojadas en el suelo por el que vendió a
Cristo, juzgaron con puritana hipocresía: No
es lícito meterlas en el tesoro del templo, puesto que son precio de sangre –“pretium
sanguinis est”-. Por eso las destinaron para comprar un campo, que fue
denominado precisamente así: el campo de
la sangre (Mt., 27,6-8). ¡Bien mezquina fue semejante adquisición!
En aquel mismo momento
Dios pignoraba a su vez el mundo, todas las almas del pasado, del presente y
del futuro, y decía: “¡Son el precio de la Sangre de mi Hijo!” Y rescató las
almas, que desde entonces se transformaron en el campo donde la Sangre de
Cristo, empapándolo, fructifica para la vida eterna: ager sanguinis.
Campo de los vivos que peregrinando van en su destierro, camino de la
Patria. La contra de los enemigos del exterior, la unión compacta entre todos los miembros con la Cabeza visible, el
Romano Pontífice, el gobierno firme y
sabio en todas partes las del mundo. El Apóstol San Pablo hace esta observación,
que: precisamente depende de Cristo,
Cabeza del Cuerpo Místico, que todo el cuerpo esté bien trabado y unido por
todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación de cada miembro,
que crece y se perfecciona de la caridad (Efes., 4,16). Semejante admirable
desarrollo de la Iglesia en la perfecta unidad y armonía de sus partes, tiene
lugar de forma misteriosa por obra de la Sangre de Cristo, que la recorre toda
entera con su riego, formando a un mismo tiempo una argamasa de unión
inseparable y una levadura que fomenta continuas y estupendas expansiones.
Por último, el ancho campo del mundo. ¡Ay del mundo,
si esta riada de Sangre no circulara continuamente alrededor de la tierra para
lavarla de sus inmundicias! Las familias cristianas están señaladas y
consagradas por medio del sacramento del Matrimonio, que es grande en Cristo y
en la Iglesia (Efes., 5,32), puesto que es símbolo del misterio que venimos
meditando. Allí donde las puertas de la casa están aún señaladas con esta
Sangre roja, el ángel exterminador se siente aplacado y pasa adelante. La
ciudad y las naciones que recibieron el bautismo de la religión cristiana
también ostentan un timbre de la Sangre divina en todo cuanto conservan de
aquella preciosa herencia: leyes, costumbres, tradiciones, ritos, escuelas,
tribunales. El triste día en que desapareciese la última reliquia de Sangre
habría que comenzar incluso a dudar de la misma existencia de la Humanidad.
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