San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María
Por Francisco Fernández Carvajal
- El hogar de los padres de la Virgen.
- Familias cristianas.
- Educación de los hijos. Rezar en familia.
I. Alabemos a
Joaquín y a Ana por su hija: en ella les dio el Señor la bendición de todos los
pueblos (1).
Una antiquísima
tradición nos ha conservado los nombres de los padres de Santa María, que
fueron, "dentro de su tiempo y de sus circunstancias históricas concretas,
un eslabón precioso del proyecto de salvación de la humanidad" (2). A
través de ellos nos ha llegado la bendición que un día prometió Dios a Abrahán
y a su descendencia, pues a través de su Hija recibimos al Salvador. San Juan
Damasceno afirma que los conocemos por sus frutos: la Virgen María es el gran
fruto que dieron a la humanidad. Ana la concibió purísima e inmaculada en su
seno. "¡Oh bellísima niña, sumamente amable! exclama el santo Doctor-. ¡Oh
hija de Adán y Madre de Dios! ¡Bienaventuradas las entrañas y el vientre de los
que saliste! ¡Bienaventurados los brazos que te llevaron, los labios que
tuvieron el privilegio de besarte...!" (3). San Joaquín y Santa Ana
tuvieron la inmensa suerte de haber podido cuidar y tener en su hogar a la
Madre de Dios. ¡Cuántas gracias derramaría el Señor sobre ellos! Santa Teresa
de Jesús, que solía poner los monasterios que fundaba bajo la protección de San
José y de Santa Ana, argumentaba: "La misericordia de Dios es tan grande
que no dejará por nada de favorecer la casa de su gloriosa abuela" (4).
Jesús, por vía materna, desciende directamente de estos santos esposos que hoy
celebramos.
A los padres de
Nuestra Señora podemos encomendar nuestras necesidades, especialmente aquellas
que se refieren a la santidad de nuestros hogares: Señor, Dios de nuestros
padres rogamos con una oración de la Liturgia de la Misa, Tú que concediste a
San Joaquín y a Santa Ana la gracia de traer a este mundo a la Madre de tu
Hijo, concédenos, por la plegaria de estos santos, la salvación que has
prometido a tu pueblo (5). Ayúdanos, por su intercesión, a cuidar de aquellos
que especialmente has puesto a nuestro cuidado. Enséñanos a crear a nuestro
alrededor un clima humano y sobrenatural en el que sea más fácil encontrarte a
Ti, nuestro fin último y nuestro tesoro.
II. El Papa Juan
Pablo II enseña que San Joaquín y Santa Ana son "una fuente constante de
inspiración en la vida cotidiana, en la vida familiar y social". Y
exhortaba: "Transmitíos mutuamente de generación en generación, junto con
la oración, todo el patrimonio de la vida cristiana" (6). En el hogar que
formaron los padres de Santa María, recibió Ella el tesoro de las tradiciones
de la Casa de David que pasaban de una generación a otra. Allí aprendió Nuestra
Señora a dirigirse a su Padre Dios con inmensa piedad; en este hogar conoció
las profecías referentes a la llegada del Mesías, al lugar de su nacimiento...
María recordaría el
hogar de sus padres Joaquín y Ana cuando llegó el momento de formar el suyo,
donde nacería Jesús. De Santa María, Jesús a su vez aprendería formas de
hablar, dichos populares llenos de sabiduría, que años más tarde empleará en su
predicación. De sus labios maternales, Jesús Niño oiría con inmensa piedad
aquellas primeras oraciones que los hebreos enseñan a sus hijos en cuanto
comienzan a pronunciar las primeras palabras. ¡Qué buena maestra sería la
Virgen! ¡Con cuánta ternura manifestaría la riqueza de su alma llena de gracia!
Es muy probable que
nosotros también hayamos recibido el incomparable don de la fe y costumbres
buenas desde muchos ascendientes que las han ido conservando y transmitiendo
como un tesoro. A la vez, tenemos el grato deber de conservar ese patrimonio
para llevarlo a otros.
Ahora, cuando los
ataques contra la familia parecen arreciar, hemos de guardar con fortaleza ese
patrimonio recibido, que también hemos procurado enriquecer con el ejercicio de
las virtudes humanas y con nuestra fe. Hemos de hacer presente a Dios en el
hogar también con esas costumbres cristianas de siempre: la bendición de la
mesa, rezar con los hijos más pequeños las oraciones de la noche..., leer con
los mayores algún versículo del Evangelio, rezar por los difuntos alguna
oración breve, por las intenciones de la familia y del Papa..., asistir juntos los
domingos a la Santa Misa... Y el Santo Rosario, la oración que los Romanos
Pontífices tanto han recomendado que se rece en familia. Alguna vez se puede
rezar durante un viaje, o en un momento en el que se acomoda mejor al horario
familiar... No es necesario que sean numerosas las prácticas de piedad en la
familia, pero sería poco natural que no se realizara ninguna en un hogar en el
que todos, o casi todos, se profesan creyentes. Se ha dicho que a los padres
que saben rezar con sus hijos les resulta más fácil encontrar el camino que
lleva hasta su corazón. Y éstos jamás olvidan las ayudas de sus padres para
rezar, para acudir a la Virgen en todas las situaciones. ¡Cómo agradecemos
nosotros las oraciones que nos enseñaron de pequeños, las formas prácticas de
tratar a Jesús Sacramentado...! Es, sin duda, la mejor herencia que recibimos.
Las nuevas
circunstancias piden familias coherentes, generosas en su comportamiento. Será
también muy grato a Nuestra Madre, Santa María, que renovemos una vez más el
propósito tantas veces formulado de procurar ser siempre instrumentos de unión
entre los diversos miembros de la familia a través del servicio gustoso y de
los pequeños sacrificios diarios en favor de los demás. Este empeño santo
llevará a pedir cada día por aquel de la familia que más lo necesite, a tener
mayores atenciones con el más débil, con el que parece que flaquea, a poner más
cariño con quien se encuentra enfermo o impedido.
III. San Joaquín y
Santa Ana debieron pensar muchas veces que algo grande quería Dios de aquella
hija suya, llena de tantos dones humanos y sobrenaturales, y la ofrecerían a
Dios como los hebreos solían hacer con sus hijos. Los padres, que fortalecen su
amor en la oración, sabrán respetar la voluntad de Dios sobre sus hijos, más
aún cuando éstos reciben una vocación de entrega plena a Dios incluso muchas
veces la pedirán al Señor y la desearán para esos hijos porque "no es
sacrificio entregar los hijos al servicio de Dios solía decir el Venerable
Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer-: es honor y alegría" (7), el
mayor honor, la mayor alegría. Y los hijos "sentirán toda la belleza de
dedicar sus energías al servicio del Reino de Dios", porque, de muchas
maneras, así lo han aprendido en el hogar familiar.
El amor en el
matrimonio "puede ser también un camino divino, vocacional, maravilloso,
cauce para una completa dedicación a nuestro Dios" (8). Este amor ha de
ser eficaz y operativo en cuanto se refiere a su fruto, que son los hijos. El
verdadero amor se manifestará en el empeño por formarles para que sean
trabajadores, austeros, educados en el pleno sentido de la palabra..., y sean
así buenos cristianos. Que arraiguen en ellos los fundamentos de las virtudes
humanas: la reciedumbre, la sobriedad en el uso de los bienes, la responsabilidad,
la generosidad, la laboriosidad...; que aprendan a gastar sabiendo las
necesidades que muchos padecen actualmente en el mundo...
El amor verdadero
por los hijos llevará a interesarse por el centro educativo donde se forman, a
estar muy pendientes de la calidad de enseñanza que reciben, y de modo
particular de la enseñanza religiosa, pues de ella puede depender su misma
salvación. Ese amor moverá a los padres a buscar un lugar adecuado para la
época de vacaciones y de descanso con frecuencia sacrificando gustos o
intereses, evitando aquellos ambientes que harían imposible, o al menos muy
difícil, la práctica de una verdadera vida cristiana. No deben olvidar nunca
que son administradores de un inmenso tesoro de Dios y que, por ser cristianos
y así procuran enseñarlo a sus hijos, forman una familia en la que Cristo está
presente, lo que le da unas características propias.
Pidamos hoy a San
Joaquín y a Santa Ana que los hogares cristianos sean lugares donde fácilmente
se encuentre a Dios. Acudamos también a Nuestra Señora. "Todos unidos,
elevemos a Ella nuestros corazones y, por su mediación, digamos a María, hija y
Madre: Muéstrate Madre para todos, ofrece nuestra oración, que Cristo la acepte
benigno, Él, que se ha hecho Hijo tuyo" (9).
(1) Antífona de entrada.- (2) JUAN PABLO II, Homilía
26-VII-1983.- (3) LITURGIA DE LAS HORAS. SAN JUAN DAMASCENO, Disertación
6, Sobre la Natividad de la Virgen María, 6.- (4) Cfr. M. AUCLAIR, Vida
de Santa Teresa de Jesús, Palabra, 5ª ed., Madrid 1985, p. 316.- (5)
Oración colecta.- (6) JUAN PABLO II, En el Santuario del Monte de Santa
Ana (Polonia), 21-VI-1983.- (7) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Surco, n.
22.- (8) Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, 14ª ed.,
Madrid 1985, n. 121.- (9) JUAN PABLO II, Homilía 10-XII-1978.
* Una antigua tradición, de la que ya hay constancia en el siglo
II, atribuye los nombres de Joaquín y Ana a los padres de la Santísima Virgen.
La devoción de los fieles por San Joaquín y Santa Ana es una prolongación de la
piedad que siempre han profesado a la Santísima Virgen. El Papa León XIII
dignificó su fiesta, que se celebró por separado hasta la última reforma
litúrgica.
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