CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA
FE
INSTRUCCIÓN
SOBRE LAS ORACIONES
PARA OBTENER DE DIOS
LA CURACIÓN
INTRODUCCIÓN
El anhelo de felicidad, profundamente
radicado en el corazón humano, ha sido acompañado desde siempre por el deseo de
obtener la liberación de la enfermedad y de entender su sentido cuando se
experimenta. Se trata de un fenómeno humano que, interesando de una manera u
otra a toda persona, encuentra en la Iglesia una resonancia particular. En
efecto, la enfermedad se entiende como medio de unión con Cristo y de
purificación espiritual y, por parte de aquellos que se encuentran ante la
persona enferma, como una ocasión para el ejercicio de la caridad. Pero no sólo
eso, puesto que la enfermedad, como los demás sufrimientos humanos, constituye
un momento privilegiado para la oración: sea para pedir la gracia de acoger la
enfermedad con fe y aceptación de la voluntad divina, sea para suplicar la
curación.
La oración que implora la recuperación
de la salud es, por lo tanto, una experiencia presente en toda época de la
Iglesia, y naturalmente lo es en el momento actual. Lo que constituye un
fenómeno en cierto modo nuevo es la multiplicación de encuentros de oración,
unidos a veces a celebraciones litúrgicas, cuya finalidad es obtener de Dios la
curación, o mejor, las curaciones. En algunos casos, no del todo esporádicos, se
proclaman curaciones realizadas, suscitándose así esperanzas de que el mismo
fenómeno se repetirá en otros encuentros semejantes. En este contexto a veces
se apela a un pretendido carisma de curación.
Semejantes encuentros de oración para
obtener curaciones plantean además la cuestión de su justo discernimiento desde
el punto de vista litúrgico, con particular atención a la autoridad
eclesiástica, a la cual compete vigilar y dar normas oportunas para el recto
desarrollo de las celebraciones litúrgicas.
Ha parecido, por tanto, oportuno
publicar una Instrucción que, a norma del can. 34 del Código
de Derecho Canónico, sirva sobre todo para ayudar a los Ordinarios del lugar,
de manera que puedan guiar mejor a los fieles en esta materia, favoreciendo
cuanto hay de bueno y corrigiendo lo que se debe evitar. Era preciso, sin
embargo, que las disposiciones disciplinares tuvieran con punto de referencia
un marco doctrinal bien fundado, que garantizara su justa orientación y
aclarara su razón normativa. Con este fin, la Congregación par la Doctrina de
la Fe, simultáneamente a la susodicha Instrucción, publica una Notadoctrinal
sobre la gracia de la curación y las oraciones para obtenerla.
I. ASPECTOS DOCTRINALES
Enfermedad y curación: su sentido y
valor en la economía de la salvación
"El hombre está llamado a la
alegría, pero experimenta diariamente tantísimas formas de sufrimiento y de
dolor".(1) Por eso el Señor, al prometer la redención, anuncia el
gozo del corazón unido a la liberación del sufrimiento (cf. Is 30,29;
35,10; Ba 4,29). En efecto, Él es "aquel que libra de
todo mal" (Sab 16, 8). Entre los sufrimientos, aquellos que
acompañan la enfermedad son una realidad continuamente presente en la historia
humana, y son también parte del profundo deseo del hombre de ser liberado de
todo mal. Pero la enfermedad se manifiesta con un carácter ambivalente, ya que
por una parte se presenta como un mal cuya aparición en la historia está
vinculada al pecado y del cual se anhela la salvación, y por otra parte puede
llegar a ser medio de victoria contra el pecado.
En el Antiguo Testamento, "Israel
experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y
al mal". (2) Entre los castigos con los cuales Dios amenazaba al
pueblo por su infidelidad, encuentran un amplio espacio las enfermedades
(cf. Dt 28, 21-22.27-29.35). El enfermo que implora de Dios la
curación confiesa que ha sido justamente castigado por sus pecados (cf. Sal 37[38];
40[41]; 106[107], 17-21).
Pero la enfermedad hiere también a los
justos, y el hombre se pregunta el porqué. En el libro de Job este interrogante
atraviesa muchas de sus páginas. "Si es verdad que el sufrimiento tiene un
sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por
el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga
carácter de castigo. La figura del justo Job es una prueba elocuente
en el Antiguo Testamento… Si el Señor consiente en probar a Job con el
sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El
sufrimiento tiene carácter de prueba".(3)
La enfermedad, aún teniendo aspectos
positivos en cuanto demostración de la fidelidad del justo y medio para
compensar la justicia violada por el pecado, y también como ocasión para que el
pecador se arrepienta y recorra el camino de la conversión, sigue siendo un
mal. Por eso el profeta anuncia un tiempo futuro en el cual no habrá desgracias
ni invalidez, ni el curso de la vida será jamás truncado por la enfermedad
mortal (cf. Is 35, 5-6; 65, 19-20).
Sin embargo, es en el Nuevo Testamento
donde encontramos una respuesta plena a la pregunta de por qué la enfermedad
hiere también al justo. En su actividad pública, la relación de Jesús con los
enfermos no es esporádica, sino constante. Él cura a muchos de manera
admirable, hasta el punto de que las curaciones milagrosas caracterizan su
actividad: "Jesús recorría todas las ciudades y aldeas; enseñando en sus
sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanado toda enfermedad y toda
dolencia" (Mt 9, 35; cf. 4, 23). Las curaciones son signo de su
misión mesiánica (cf. Lc 7, 20-23). Ellas manifiestan la
victoria del Reino de Dios sobre todo tipo de mal y se convierten en símbolo de
la curación del hombre entero, cuerpo y alma. En efecto, sirven para demostrar
que Jesús tiene el poder de perdonar los pecados (cf. Mc 2,
1-12), y son signo de los bienes salvíficos, como la curación del paralítico de
Bethesda (cf. Jn 5, 2-9.19.21) y del ciego de nacimiento
(cf. Jn 9).
También la primera evangelización, según
las indicaciones del Nuevo testamento, fue acompañada de numerosas curaciones
prodigiosas que corroboraban la potencia del anuncio evangélico. Ésta había
sido la promesa hecha por Jesús resucitado, y las primeras comunidades
cristianas veían su cumplimiento en medio de ellas: "Estas son las señales
que acompañarán a los que crean: (…) impondrán las manos sobre los enfermos y
se pondrán bien" (Mc 16, 17-18). La predicación de Felipe en
Samaría fue acompañada por curaciones milagrosas: "Felipe bajó a una
ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y
con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales
que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando
grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados" (Hch 8,
5-7). San Pablo presenta su anuncio del Evangelio como caracterizado por signos
y prodigios realizados con la potencia del Espíritu: "Pues no me atreveré
a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mí para
conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de
señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios" (Rm 15,
18-19; cf. 1 Ts 1, 5; 1 Co 2, 4-5). No es en
absoluto arbitrario suponer que tales signos y prodigios, manifestaciones de la
potencia divina que asistía la predicación, estaban constituidos en gran parte
por curaciones portentosas. Eran prodigios que no estaban ligados
exclusivamente a la persona del Apóstol, sino que se manifestaban también por
medio de los fieles: "El que os otorga, pues, el Espíritu y obra milagros
entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la
predicación" (Ga 3, 5).
La victoria mesiánica sobre la
enfermedad, así como sobre otros sufrimientos humanos, no se da solamente a
través de su eliminación por medio de curaciones portentosas, sino también por
medio del sufrimiento voluntario e inocente de Cristo en su pasión y dando a
cada hombre la posibilidad de asociarse a ella. En efecto, "el mismo
Cristo, que no cometió ningún pecado, sufrió en su pasión penas y tormentos de
todo tipo, e hizo suyos los dolores de todos los hombres: cumpliendo así lo que
de Él había escrito el profeta Isaías (cf. Is 53,
4-5)".(4) Pero hay más: "En la cruz de Cristo no sólo se ha
cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo
sufrimiento humano ha quedado redimido. (…) Llevando a efecto la
redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el
sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo
hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento
redentor de Cristo". (5)
La Iglesia acoge a los enfermos no
solamente como objeto de su cuidado amoroso, sino también porque reconoce en
ellos la llamada "a vivir su vocación humana y cristiana y a participar en
el crecimiento del Reino de Dios con nuevas modalidades, incluso más
valiosas. Las palabras del apóstol Pablo han de convertirse en su
programa de vida y, antes todavía, son luz que hace resplandecer a sus ojos el
significado de gracia de su misma situación: "Completo en mi carne lo que
falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la
Iglesia" (Col 1, 24). (6) Precisamente haciendo este
descubrimiento, el apóstol alcanzó la alegría: "Ahora me alegro por los
padecimientos que soporto por vosotros" (Col 1, 24)". Se
trata del gozo pascual, fruto del Espíritu Santo. Y, como San Pablo, también
"muchos enfermos pueden convertirse en portadores del "gozo del
Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones" (1 Ts 1,
6) y ser testigos de la Resurrección de Jesús".(7)
2. El deseo de curación y la oración
para obtenerla.
Supuesta la aceptación de la voluntad de
Dios, el deseo del enfermo de obtener la curación es bueno y profundamente
humano, especialmente cuando se traduce en la oración llena de confianza
dirigida a Dios. A ésta exhorta el Sirácida: "Hijo, en tu enfermedad no te
deprimas, sino ruega al Señor, que él te curará" (Si 38, 9).
Varios salmos constituyen una súplica por la curación (cf. Sal 6,
37[38]; 40[41]; 87[88]).
Durante la actividad pública de Jesús,
muchos enfermos se dirigen a Él, ya sea directamente o por medio de sus amigos
o parientes, implorando la restitución de la salud. El Señor acoge estas
súplicas y los Evangelios no contienen la mínima crítica a tales peticiones. El
único lamento del Señor tiene qué ver con la eventual falta de fe: "¡Qué
es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!" (Mc 9,
23; cf. Mc 6, 5-6; Jn 4, 48).
No solamente es loable la oración de los
fieles individuales que piden la propia curación o la de otro, sino que la
Iglesia en la liturgia pide al Señor la curación de los enfermos. Ante todo,
dispone de un sacramento "especialmente destinado a reconfortar a los
atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos".(8) "En
él, por medio de la unción, acompañada por la oración de los sacerdotes, la
Iglesia encomienda los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les
dé el alivio y la salvación". (9) Inmediatamente antes, en la
Bendición del óleo, la Iglesia pide: "infunde tu santa bendición, para que
cuantos reciban la unción con este óleo sean confortados en el cuerpo, en el
alma y en el espíritu, y sean liberados de todo dolor, de toda debilidad y de
toda dolencia"; (10) y más tarde, en los dos primeros formularios de
oración después de la unción, se pide la curación del enfermo.(11) Ésta, puesto
que el sacramento es prenda y promesa del reino futuro, es también anuncio de
la resurrección, cuando "no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni
fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4). Además, el Missale
Romanum contiene una Misa pro infirmis y en ella,
junto a las gracias espirituales, se pide la salud de los enfermos.(12)
En el De benedictionibus del Rituale
Romanum, existe un Ordo benedictionis infirmorum, en el cual
hay varios textos eucológicos que imploran la curación: en el segundo formulario
de las Preces (13), en las cuatro Orationes
benedictionis pro adultis, (14) en las dos Orationes benedictionis
pro pueris, (15) en la oración del Ritus brevior (16).
Obviamente, el recurso a la oración no
excluye, sino que al contrario anima a usar los medios naturales para conservar
y recuperar la salud, así como también incita a los hijos de la Iglesia a
cuidar a los enfermos y a llevarles alivio en el cuerpo y en el espíritu,
tratando de vencer la enfermedad. En efecto, "es parte del plan de Dios y
de su providencia que el hombre luche con todas sus fuerzas contra la
enfermedad en todas sus manifestaciones, y que se emplee, por todos los medios
a su alcance, para conservarse sano". (17).
3. El carisma de la curación en el Nuevo Testamento.
No solamente las curaciones prodigiosas
confirmaban la potencia del anuncio evangélico en los tiempos apostólicos, sino
que el mismo Nuevo Testamento hace referencia a una verdadera y propia
concesión hecha por Jesús a los Apóstoles y a otros primeros evangelizadores de
un poder para curar las enfermedades. Así, en el envío de los Doce a su primera
misión, según las narraciones de Mateo y Lucas, el Señor les concede
"poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda
enfermedad y toda dolencia" (Mt10, 1; cf. Lc 9,
1), y les da la orden: "curad enfermos, resucitad muertos, purificad
leprosos, expulsad demonios" (Mt 10, 8). También en la misión
de los Setenta y dos discípulos, la orden del Señor es: "curad a los
enfermos que encontréis" (Lc 10, 9). El poder, por lo tanto,
viene conferido dentro de un contexto misionero, no para exaltar sus personas,
sino para confirmar la misión.
Los Hechos de los Apóstoles hacen
referencia en general a prodigios realizados por ellos: "los Apóstoles
realizaban muchos prodigios y señales" (Hch 2, 43; cf. 5, 12).
Eran prodigios y señales, o sea, obras portentosas que manifestaban la verdad y
la fuerza de su misión. Pero, aparte de estas breves indicaciones genéricas,
los Hechos hacen referencia sobre todo a curaciones milagrosas realizadas por
obra de evangelizadores individuales: Esteban (cf. Hch6, 8), Felipe
(cf. Hch 8, 6-7), y sobre todo Pedro (cf. Hch 3,
1-10; 5, 15; 9, 33-34.40-41) y Pablo (cf. Hch 14, 3.8-10; 15,
12; 19, 11-12; 20, 9-10; 28, 8-9).
Tanto el final del Evangelio de Marcos
como la carta a los Gálatas, como se ha visto más arriba, amplían la
perspectiva y no limitan las curaciones milagrosas a la actividad de los
Apóstoles o de a algunos evangelizadores con un papel de relieve en la primera
misión. Bajo este aspecto, adquieren especial importancia las referencias a los
"carismas de curación" (cf. 1 Co 12, 9.28.30). El
significado de carisma es, en sí mismo, muy amplio: significa "don
generoso"; y en este caso se trata de "dones de curación ya obtenidos".
Estas gracias, en plural, son atribuidas a un individuo (cf. Co 12,9);
por lo tanto, no se pueden entender en sentido distributivo, como si fueran
curaciones que cada uno de los beneficiados obtiene para sí mismo, sino como un
don concedido a una persona para que obtenga las gracias de curación en favor
de los demás. Ese don se concede in uno Spiritu, pero no se
especifica cómo aquella persona obtiene las curaciones. No es arbitrario
sobreentender que lo hace por medio de la oración, tal vez acompañada de algún
gesto simbólico.
En la Carta de Santiago se hace
referencia a una intervención de la Iglesia, por medio de los presbíteros, en
favor de la salvación de los enfermos, entendida también en sentido físico. Sin
embargo, no se da a entender que se trate de curaciones prodigiosas; nos
encontramos en un ámbito diferente al de los "carismas de curación"
de 1 Co 12, 9. "¿Está enfermo alguno entre vosotros?
Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en
el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor lo
levantará, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,
14-15). Se trata de una acción sacramental: unción del enfermo con aceite y
oración sobre él, no simplemente "por él", como si no fuera más que
una oración de intercesión o de petición; se trata más bien de una acción
eficaz sobre el enfermo.(18) Los verbos "salvará" y
"levantará" no sugieren una acción dirigida exclusivamente, o sobre
todo, a la curación física, pero en un cierto modo la incluyen. El primero
verbo, aunque en las otras ocasiones en aparece en la Carta se refiere a la
salvación espiritual (cf. 1, 21; 2, 14; 4, 12; 5, 20), en el Nuevo Testamento
se usa también en el sentido de curar (cf. Mt 9, 21; Mc 5,
28.34; 6, 56; 10, 52; Lc 8, 48); el segundo verbo, aunque
asume a veces el sentido de "resucitar" (cf. Mt 10,
8; 11, 5; 14, 2), también se usa para indicar el gesto de "levantar"
a la persona postrada a causa de una enfermedad, curándola milagrosamente
(cf. Mt 9, 5; Mc 1, 31; 9, 27; Hch 3,
7).
4. Las oraciones litúrgicas para
obtener de Dios la curación en la Tradición.
Los Padres de la Iglesia consideraban
algo normal que los creyentes pidieran a Dios no solamente la salud del alma,
sino también la del cuerpo. A propósito de los bienes de la vida, de la salud y
de la integridad física, San Agustín escribía: "Es necesario rezar para
que nos sean conservados, cuando se tienen, y que nos sean concedidos, cuando
no se tienen". (19) El mismo Padre de la Iglesia nos ha dejado
un testimonio acerca de la curación de un amigo, obtenida en su casa por medio
de las oraciones de un Obispo, de un sacerdote y de algunos diáconos.(20)
La misma orientación se observa en los
ritos litúrgicos tanto occidentales como orientales. En una oración después de
la comunión se pide que "el poder de este sacramento… nos colme en el
cuerpo y en el alma" (21). En la solemne acción litúrgica del Viernes
Santo se invita a orar a Dios Padre omnipotente para que "aleje las
enfermedades… conceda la salud a los enfermos" (22). Entre los textos más
significativos se señala el de la bendición del óleo para los enfermos. Aquí se
pide a Dios que infunda su santa bendición "para que cuantos reciban la
unción con este óleo obtengan la salud del cuerpo, del alma y del espíritu, y
sean liberados de toda dolencia, debilidad y sufrimiento"(23).
No son diferentes las expresiones que se
leen en los ritos orientales de la unción de los enfermos. Recordamos solamente
algunas entre las más significativas. En el rito bizantino, durante la unción
del enfermo, se dice: "Padre Santo, médico de las almas y de los cuerpos,
que has mandado a tu Unigénito Hijo Jesucristo a curar toda enfermedad y a
librarnos de la muerte, cura también a este siervo tuyo de la enfermedad de
cuerpo y del espíritu que ahora lo aflige, por la gracia de tu Cristo"(24).
En el rito copto se invoca al Señor para que bendiga el óleo a fin de que todos
aquellos que reciban la unción puedan obtener la salud del espíritu y del
cuerpo. Más adelante, durante la unción del enfermo, los sacerdotes, después de
haber hecho mención a Jesucristo, que fue enviado al mundo "para curar
todas las enfermedades a librar de la muerte", piden a Dios que "cure
al enfermo de la dolencia del cuerpo y que le conceda caminar por la vía de la
rectitud" (25).
5. Implicaciones doctrinales del
"carisma de curación" en el contexto actual
Durante los siglos de la historia de la
Iglesia no han faltado santos taumaturgos que han operado curaciones
milagrosas. El fenómeno, por lo tanto, no se limita a los tiempos apostólicos;
sin embargo, el llamado "carisma de curación" acerca del cual es
oportuno ofrecer ahora algunas aclaraciones doctrinales, no se cuenta entre
esos fenómenos taumatúrgicos. La cuestión se refiere más bien a los encuentros
de oración organizados expresamente para obtener curaciones prodigiosas entre
los enfermos participantes, o también a las oraciones de curación que se tienen
al final de la comunión eucarística con el mismo propósito.
Las curaciones ligadas a lugares de
oración (santuarios, recintos donde se custodian reliquias de mártires o de
otros santos, etc.) han sido testimoniadas abundantemente a través de la
historia de la Iglesia. Ellas contribuyeron a popularizar, en la antigüedad y
en el medioevo, las peregrinaciones a algunos santuarios que, también por esta
razón, se hicieron famosos, como el de San Martín de Tours o la catedral de
Santiago de Compostela, y tantos otros. También actualmente sucede lo mismo,
como por ejemplo en Lourdes, desde hace más de un siglo. Tales curaciones no
implican un "carisma de curación", ya que no pueden atribuirse a un
eventual sujeto de tal carisma, sin embargo, es necesario tener cuenta de las
mismas cuando se trate de evaluar doctrinalmente los ya mencionados encuentros
de oración.
Por lo que se refiere a los encuentros
de oración con el objetivo preciso de obtener curaciones —objetivo que, aunque
no sea prevalente, al menos ciertamente influye en la programación de los
encuentros—, es oportuno distinguir entre aquellos que pueden hacer pensar en
un "carisma de curación", sea verdadero o aparente, o los otros que
no tienen ninguna conexión con tal carisma. Para que puedan considerarse
referidos a un eventual carisma, es necesario que aparezca determinante para la
eficacia de la oración la intervención de una o más personas individuales o
pertenecientes a una categoría cualificada, como, por ejemplo, los dirigentes
del grupo que promueve el encuentro. Si no hay conexión con el "carisma de
curación", obviamente, las celebraciones previstas en los libros
litúrgicos, realizadas en el respeto de las normas litúrgicas, son lícitas, y
con frecuencia oportunas, como en el caso de la Misa pro infirmis.
Si no respetan las normas litúrgicas, carecen de legitimidad.
En los santuarios también son frecuentes
otras celebraciones que por sí mismas no están orientadas específicamente a
pedirle a Dios gracias de curaciones, y sin embargo, en la intención de los
organizadores y de los participantes, tienen como parte importante de su
finalidad la obtención de la curación; se realizan por esta razón celebraciones
litúrgicas, como por ejemplo, la exposición de Santísimo Sacramento con la
bendición, o no litúrgicas, sino de piedad popular, animada por la Iglesia,
como la recitación solemne del Rosario. También estas celebraciones son
legítimas, siempre que no se altere su auténtico sentido. Por ejemplo, no se
puede poner en primer plano el deseo de obtener la curación de los enfermos,
haciendo perder a la exposición de la Santísima Eucaristía su propia finalidad;
ésta, en efecto, "lleva a los fieles a reconocer en ella la presencia
admirable de Cristo y los invita a la unión de espíritu con Él, unión que
encuentra su culmen en la Comunión sacramental".(26)
El "carisma de curación" no
puede ser atribuido a una determinada clase de fieles. En efecto, queda bien
claro que San Pablo, cuando se refiere a los diferentes carismas en 1 Co 12, no
atribuye el don de los "carismas de curación" a un grupo particular,
ya sea el de los apóstoles, el de los profetas, el de los maestros, el de los
que gobiernan o el de algún otro; es otra, al contrario, la lógica la que guía
su distribución: "Pero todas estas cosas las obra un mismo y único
Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad"
(1 Co 12, 11). En consecuencia, en los encuentros de oración
organizados para pedir curaciones, sería arbitrario atribuir un "carisma
de curación" a una cierta categoría de participantes, por ejemplo, los
dirigentes del grupo; no queda otra opción que la de confiar en la libérrima
voluntad del Espíritu Santo, el cual dona a algunos un carisma especial de
curación para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni
siquiera las oraciones más intensas obtiene la curación de todas las
enfermedades. Así, el Señor dice a San Pablo: "Mi gracia te basta, que mi
fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12, 9);
y San Pablo mismo, refiriéndose al sentido de los sufrimientos que hay que
soportar, dirá "completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de
Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).
II. ASPECTOS DISCIPLINARES
Art. 1 – Los fieles son libres de elevar
oraciones a Dios para obtener la curación. Cuando éstas se realizan en la
Iglesia o en otro lugar sagrado, es conveniente que sean guiadas por un
sacerdote o un diácono.
Art. 2 – Las oraciones de curación son
litúrgicas si aparecen en los libros litúrgicos aprobados por la autoridad
competente de la Iglesia; de lo contrario no son litúrgicas.
Art. 3 - § 1. Las oraciones litúrgicas de curación
deben ser celebradas de acuerdo con el rito prescrito y con las vestiduras
sagradas indicadas en el Ordo benedictionis infirmorum del Rituale
Romanum. (27)
§ 2. Las Conferencias Episcopales, conforme con lo establecido en los Prenotanda,
V, De aptationibus quae Conferentiae Episcoporum competunt, (28)
del mismo Rituale Romanum, pueden introducir adaptaciones al rito
de las bendiciones de los enfermos, que se retengan pastoralmente oportunas o
eventualmente necesarias, previa revisión de la Sede Apostólica.
Art. 4 - § 1. El Obispo diocesano (29) tiene derecho
a emanar normas para su Iglesia particular sobre las celebraciones litúrgicas
de curación, de acuerdo con el can. 838 § 4.
§ 2. Quienes preparan los mencionados
encuentros litúrgicos, antes de proceder a su realización, deben atenerse a
tales normas.
§ 3. El permiso debe ser explícito, incluso
cuando las celebraciones son organizadas o cuentan con la participación de
Obispos o Cardenales de la Santa Iglesia Romana. El Obispo diocesano tiene
derecho a prohibir tales acciones a otro Obispo, siempre que subsista una causa
justa y proporcionada.
Art. 5 - § 1. Las oraciones de curación no litúrgicas
se realizan con modalidades distintas de las celebraciones litúrgicas, como
encuentros de oración o lectura de la Palabra de Dios, sin menoscabo de la
vigilancia del Ordinario del lugar, a tenor del can. 839 § 2.
§ 2. Evítese cuidadosamente cualquier tipo de
confusión entre estas oraciones libres no litúrgicas y las celebraciones
litúrgicas propiamente dichas.
§ 3. Es necesario, además, que durante su
desarrollo no se llegue, sobre todo por parte de quienes los guían, a formas
semejantes al histerismo, a la artificiosidad, a la teatralidad o al
sensacionalismo.
Art. 6 – El uso de los instrumentos de
comunicación social, en particular la televisión, mientras se desarrollan las
oraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas, queda sometido a la
vigilancia del Obispo diocesano, de acuerdo con el can. 823, y a las normas
establecidas por la Congregación para la Doctrina de la Fe en la Instrucción
del 30 de marzo de 1992.(30)
Art. 7 - § 1. Manteniéndose lo dispuesto más arriba en
el art. 3, y salvas las funciones para los enfermos previstas en los libros
litúrgicos, en la celebración de la Santísima Eucaristía, de los Sacramentos y
de la Liturgia de las Horas no se deben introducir oraciones de curación,
litúrgicas o no litúrgicas.
§ 2. Durante las celebraciones, a las que
hace referencia el § 1, se da la posibilidad de introducir intenciones
especiales de oración por la curación de los enfermos en la oración común o
"de los fieles", cuando ésta sea prevista.
Art. 8 - § 1. El ministerio del exorcistado debe ser
ejercitado en estrecha dependencia del Obispo diocesano, y de acuerdo con el
can. 1172, la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 29 de
septiembre de 1985 (31) y el Rituale Romanum. (32)
§ 2. Las oraciones de exorcismo, contenidas
en el Rituale Romanum, debe permanecer distintas de las oraciones
usadas en las celebraciones de curación, litúrgicas o no litúrgicas.
§ 3. Queda absolutamente prohibido introducir
tales oraciones en la celebración de la Santa Misa, de los Sacramentos o de la
Liturgia de las Horas.
Art. 9 – Quienes guían las celebraciones,
litúrgicas o no, se deben esforzar por mantener un clima de serena devoción en
la asamblea y usar la prudencia necesaria si se produce alguna curación entre
los presentes; concluida la celebración, podrán recoger con simplicidad y
precisión los eventuales testimonios y someter el hecho a la autoridad
eclesiástica competente.
Art. 10 – La intervención del Obispo diocesano
es necesaria cuando se verifiquen abusos en las celebraciones de curación,
litúrgicas o no litúrgicas, en caso de evidente escándalo para comunidad de
fieles y cuando se produzcan graves desobediencias a las normas litúrgicas e
disciplinares.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el
curso de la audiencia concedida al Prefecto, ha aprobado la presente
Instrucción, decidida en la reunión ordinaria de esta Congregación, y ha
ordenado su publicación.
Roma, en la sede de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, 14 de semptiembre de 2000, Fiesta de la Exaltacion de la
Cruz.
+ Ioseph Card. RATZINGER
Prefecto
Prefecto
+ Tarcisio BERTONE, S.D.B.
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario
Notas
(1) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici,
n. 53, AAS 81(1989), p. 498.
(2) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1502.
(3) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvificis doloris, n.
11, AAS 76(1984), p. 212.
(4) Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici
Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, Ordo
Unctionis Infirmorum eorunque Pastoralis Curae, Edtio tyipica, Typis
Polyglottis Vaticanis, MCMLXXII, n. 2.
(5) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvificis doloris, n.
19, AAS 76(1984), p. 225.
(6) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici,
n. 53, AAS 81(1989), p. 499.
(7) Ibid., n. 53.
(8) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1511.
(9) Cf. Rituale Romanum, Ordo Unctionis Infirmorum
eorunque Pastoralis Curae, n. 5.
(10) Ibid., n. 75.
(11) Ibid., n. 77.
(12) Missale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici
Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, Edtio
typica altera, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMLXXV, pp. 838-839.
(13) Cf. Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici
Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Ioannis Pauli PP. II
promulgatum, De Benedictionibus, Edtio tyipica, Typis Polyglottis
Vaticanis, MCMLXXXIV, n. 305.
(14) Cf. Ibid., nn. 306-309.
(15) Cf. Ibid., nn. 315-316.
(16) Cf. Ibid., n. 319.
(17) Rituale Romanum, Ordo Unctionis Infirmorum
eorunque Pastoralis Curae, n. 3.
(18) Cf. CONCILIO DE TRENTO, secc. XIV, Doctrina de sacramento
estremae unctionis, cap. 2: DS, 1696.
(19) AUGUSTINUS IPPONIENSIS, Espistulae 130, VI,13 (PL
33,499).
(20) Cf. AUGUSTINUS IPPONIENSIS, De Civitate Dei, 22, 8,3 (=
PL 41,762-763).
(21) Cf. Missale Romanum, p. 563.
(22) Ibid., Oratio universalis, n. X (Pro
tribulatis, p. 256).
(23) Rituale Romanum, Ordo Unctionis Infirmorum
eorunque Pastoralis Curae, n. 75.
(24) GOAR J., Euchologion sive Rituale Grecorum, Venetiis
1730, (Graz 1960), n. 338.
(25) DENZINGER
H., Ritus Orientalium in administrandis Sacramentis, vv. I-II, Würzburg 1863 (Graz 1961), v. II,
pp. 497-498.
(26) Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici
Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, De
Sacra Communione et de Cultu Mysterii Eucharistici Extra Missam, Edtio
tyipica, Typis Polyglottis Vaticanis, MCMLXXIII, n. 82.
(27) Cf. Rituale Romanum, De Benedictionibus,
nn. 290-320.
(28) Ibid., n. 39.
(29) Y los que a él se equiparan, de acuerdo con el can. 381, § 2.
(30) Congregación Para La Doctrina De La Fe, Instrucción El
Concilio Vaticano II, acerca de algunos aspectos del uso de los instrumentos
de comunicación social en la promoción de la doctrina de la fe, 30 de marzo de
1992, Ciudad del Vaticano [1992].
(31) Congregatio Pro Doctrina Fidei, Epistula Inde ab aliquot
annis, Ordinariis locorum missa: in mentem normae vigentes de exorcismis revocatur,
29 septembris 1985, in AAS 77(1985), pp. 1169-1170.
(32) Cf. Rituale Romanum, Ex Decreto Sacrosancti Oecumenici
Concilii Vaticani II instauratum, Auctoritate Ioannis Pauli PP. VI
promulgatum, De exorcismis et supplicationibus quibusdam, Edtio
tyipica, Typis Polyglottis Vaticanis, MIM, Praenotanda, nn. 13-19.
No hay comentarios:
Publicar un comentario