Cuarto domingo de Adviento
ENCARNACIÓN ADMIRABLE DEL HIJO DE DIOS
I. Este misterio
excede de manera principal a la razón humana entre todas las obras divinas;
pues nada puede pensarse más admirable entre las obras de Dios como que el Hijo
de Dios, verdadero Dios, se haya hecho verdadero hombre. Y porque esto es
admirabilísimo entre todas las cosas, síguese que todas las otras maravillas se
ordenan a la fe de este gran misterio, en virtud del principio de que el
primero en un género es causa de los demás.
II. Confesamos esta
encarnación admirable de Dios, enseñada por la autoridad divina, pues se dice: Y
el Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (Jn 1, 14). Muestran también
esto abiertamente las mismas palabras de Nuestro Señor Jesucristo, cuando habla
de sí cosas humildes y humanas, diciendo: El Padre es mayor que yo (Jn 14, 28),
y: Triste está mi alma hasta la muerte (Mt 26, 38), todo lo cual le conviene
por razón de su humanidad; y siempre que de sí mismo dice cosas sublimes y
divinas: Yo y el Padre somos una cosa (Jn 10, 30). Todas cuantas cosas tiene el
Padre, mías son (Jn 16,15). Todo lo cual ciertamente le corresponde según su
naturaleza divina.
También prueban esto
los hechos del Señor que se leen acerca de Él. Pues el haber tenido temor, el
haberse entristecido, el tener hambre, el morir, manifiestan su naturaleza
humana; y cuando curó los enfermos con su propio poder y resucitó a los muertos
y se impuso eficazmente a los elementos del mundo, y expulsó a los demonios, y
perdonó los pecados, cuando resucitó de entre los muertos con su propia
voluntad y subió por último a los cielos, demostró su virtud divina.
(Contra Gentiles,
lib. IV, cap. XXVII)
III. Entre todas las
criaturas nada hay tan semejante a esta unión de la naturaleza divina y humana
en la Encarnación como la unión del alma y el cuerpo. Por lo cual dice San
Atanasio: "Así como el alma racional y la carne es un solo hombre, del
mismo modo Dios y hombre es un solo Cristo. Pero la semejanza no consiste en
que el alma racional se una al cuerpo como a materia; porque de ese modo se formaría
de Dios y del hombre una sola naturaleza."
Podemos usar de esa
comparación en el sentido de que el alma se une al cuerpo como a un
instrumento. Y efectivamente los doctores han considerado a la naturaleza
humana en Cristo como una especie de órgano de la divinidad, así como se
considera al cuerpo órgano del alma.
Pero el cuerpo es
órgano del alma de modo distinto que lo son los instrumentos exteriores. La
azuela no es un instrumento propio del alma como lo es la mano, pues la mano es
órgano unido a ella y propio, en cambio la azuela es un instrumento extrínseco
y común.
La unión de Dios y
del hombre puede considerarse de este modo: todos los hombres pueden
considerarse como instrumentos con los cuales Dios obra. Pues Él es el que obra
en nosotros tanto el querer como el ejecutar. Todo hombre, con respecto a Dios,
es un instrumento exterior y separado, porque es movido por Dios no para sus
operaciones propias, sino para las operaciones comunes a toda naturaleza
racional, como entender la verdad, amar el bien, y obrar lo justo. Mas, por el
contrario, la naturaleza humana de Cristo ejecuta instrumentalmente operaciones
propias de Dios solo, como purificar los pecados, iluminar las mentes con la
gracia, e introducir en la perfección de la vida eterna.
La naturaleza humana
de Cristo es, con respecto a Dios, como un instrumento propio y unido, como la
mano al alma. Este ejemplo no nos da una semejanza completa, pues debe
entenderse que el Verbo de Dios se unió a la naturaleza humana de un modo más
sublime e íntimo.
(Contra Gentiles,
lib. 4, cap. 41)
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