Cuarto domingo de Adviento
CEC 496-507, 495: la maternidad
virginal de María
CEC 437, 456, 484-486, 721-726:
María, madre de Dios por obra del Espíritu Santo
CEC 1846: Jesús viene revelado como
Salvador a José
CEC 445, 648, 695: Cristo, el Hijo de
Dios en su Resurrección
CEC 143-149, 494, 2087: “la
obediencia de la fe”
CEC 496-507, 495:
la maternidad virginal de María
La maternidad divina de María
495 Llamada en los
Evangelios "la Madre de Jesús"(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13,
55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre
de mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1,
43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu
Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que
el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La
Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos]
(cf. Concilio de Éfeso, año 649: DS, 251).
La virginidad de María
496 Desde las
primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que
Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del
Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue
concebido absque semine ex Spiritu Sancto (Concilio de Letrán,
año 649; DS, 503), esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo.
Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el
Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:
Así, san Ignacio de
Antioquía (comienzos del siglo II): «Estáis firmemente convencidos acerca de
que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne
(cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de
Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen [...]
Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato [...]
padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente» (Epistula ad
Smyrnaeos, 1-2).
497 Los relatos
evangélicos (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38)
presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda
comprensión y toda posibilidad humanas (cf. Lc 1, 34):
"Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo", dice el ángel a José
a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en
ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: "He
aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo" (Is 7, 14)
según la versión griega de Mt 1, 23.
498 A veces ha
desconcertado el silencio del Evangelio de san Marcos y de las cartas del Nuevo
Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear
si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin
pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: la fe en la concepción
virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por
parte de los no creyentes, judíos y paganos (cf. san Justino, Dialogus
cum Tryphone Judaeo, 99, 7; Orígenes, Contra Celsum, 1, 32, 69;
y otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de
las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a
la fe que lo ve en ese "nexo que reúne entre sí los misterios"
(Concilio Vaticano I: DS, 3016), dentro del conjunto de los Misterios de
Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. San Ignacio de Antioquía da ya
testimonio de este vínculo: "El príncipe de este mundo ignoró la virginidad
de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes
que se realizaron en el silencio de Dios" (San Ignacio de Antioquía, Epistula
ad Ephesios, 19, 1; cf. 1 Co 2, 8).
María, la "siempre Virgen"
499 La
profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a
confesar la virginidad real y perpetua de María (cf. Concilio de Constantinopla
II: DS, 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre (cf. San León
Magno, c. Lectis dilectionis tuae: DS, 291; ibíd., 294;
Pelagio I, c. Humani generis: ibíd. 442; Concilio de
Letrán, año 649: ibíd., 503; Concilio de Toledo XVI: ibíd.,
571; Pío IV, con. Cum quorumdam hominum: ibíd., 1880).
En efecto, el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la
integridad virginal" de su madre (LG 57).
La liturgia de la Iglesia celebra a María como la Aeiparthénon, la
"siempre-virgen" (cf. LG 52).
500 A esto se
objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús
(cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9, 5; Ga 1,
19). La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros
hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José "hermanos de
Jesús" (Mt 13, 55) son los hijos de una María discípula de
Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de manera significativa
como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de parientes
próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento
(cf. Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.).
501 Jesús es el
Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende
(cf. Jn 19, 26-27; Ap 12, 17) a todos los
hombres a los cuales Él vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, al que Dios
constituyó el Primogénito entre muchos hermanos (Rm 8,29), es
decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de
madre" (LG 63).
La maternidad virginal de María en el designio de Dios
502 La mirada de
la fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones
misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo
naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la
misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para
con los hombres.
503 La virginidad
de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no
tiene como Padre más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49). "La
naturaleza humana que asumió no le ha alejado jamás de su Padre [...]; Uno y el
mismo es el Hijo de Dios y del hombre, por naturaleza Hijo del Padre según la
divinidad; por naturaleza Hijo de la Madre según la humanidad, pero propiamente
Hijo del Padre en sus dos naturalezas" (Concilio del Friul, año 796:
DS, 619).
504 Jesús fue
concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque él
es el Nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45) que
inaugura la nueva creación: "El primer hombre, salido de la tierra, es
terreno; el segundo viene del cielo" (1 Co 15, 47). La
humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque
Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn 3, 34). De
"su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1,
18), "hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).
505 Jesús, el
nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los
hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será eso?" (Lc 1,
34;cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace
"de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de
Dios" (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque
toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación
humana con relación a Dios (cf. 2 Co 11, 2) se lleva a cabo
perfectamente en la maternidad virginal de María.
506 María es
virgen porque su virginidad es el signo de su fe no adulterada
por duda alguna (cf. LG 63)
y de su entrega total a la voluntad de Dios (cf. 1 Co 7,
34-35). Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del Salvador: Beatior
est Maria percipiendo fidem Christi quam concipiendo carnem Christi ("Más
bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su
seno la carne de Cristo" (San Agustín, De sancta virginitate,
3: PL 40, 398)).
507 María es a la
vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la
Iglesia (cf. LG 63):
"La Iglesia [...] se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con
fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e
inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios.
También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al
Esposo" (LG 64).
CEC 437, 456,
484-486, 721-726: María, madre de Dios por obra del Espíritu Santo
437 El ángel
anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a
Israel: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el
Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien el Padre
ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José
fue llamado por Dios para "tomar consigo a María su esposa" encinta
"del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús "llamado
Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).
456 Con el Credo
Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por nosotros los hombres y por
nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María la Virgen y se hizo hombre" (DS 150).
484 La Anunciación
a María inaugura "la plenitud de los tiempos"(Ga 4, 4),
es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es
invitada a concebir a aquel en quien habitará "corporalmente la plenitud
de la divinidad" (Col 2, 9). La respuesta divina a su
"¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1,
34) se dio mediante el poder del Espíritu: "El Espíritu Santo vendrá sobre
ti" (Lc 1, 35).
485 La misión del
Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16,
14-15). El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen
María y fecundarla por obra divina, él que es "el Señor que da la
vida", haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad
tomada de la suya.
486 El Hijo único
del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es
"Cristo", es decir, el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt 1,
20; Lc 1, 35), desde el principio de su existencia humana,
aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores
(cf. Lc 2,8-20), a los magos (cf. Mt 2,
1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a los discípulos
(cf. Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de Jesucristo
manifestará "cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10,
38).
“Alégrate, llena de gracia”
721 María, la
Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del
Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el
designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra
la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por
ello, los más bellos textos sobre la Sabiduría, la Tradición de la Iglesia los
ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8,
1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia
como el "Trono de la Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de
Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu
Santo preparó a María con su gracia . Convenía que fuese
"llena de gracia" la Madre de Aquel en quien "reside toda la
plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue
concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las
criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa
razón, el ángel Gabriel la saluda como la "Hija de Sión":
"Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2,
14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace subir hasta el cielo con su
cántico al Padre, en el Espíritu Santo, la acción de gracias de todo el pueblo
de Dios y, por tanto, de la Iglesia (cf. Lc 1, 46-55).
723 En María el
Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La
Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su
virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y
de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4,
26-28).
724 En María, el
Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la
Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu
Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los
pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones
(cf. Mt 2, 11).
725 En fin, por
medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con
Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (cf. Lc 2,
14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los
magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.
726 Al término de
esta misión del Espíritu, María se convierte en la "Mujer", nueva Eva
"madre de los vivientes", Madre del "Cristo total"
(cf. Jn 19, 25-27). Así es como ella está presente con los
Doce, que "perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1,
14), en el amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu va a
inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.
CEC 1846: Jesús
viene revelado como Salvador a José
1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la
misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre
Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y en la institución de la
Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la
alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).
CEC 445, 648, 695:
Cristo, el Hijo de Dios en su Resurrección
445 Después de su Resurrección, su filiación divina aparece
en el poder de su humanidad glorificada: "Constituido Hijo de Dios con
poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los
muertos" (Rm 1, 4; cf. Hch 13, 33). Los apóstoles podrán confesar
"Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno
de gracia y de verdad "(Jn 1, 14).
648 La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es
una intervención transcendente de Dios mismo en la creación y en la historia.
En ella, las tres Personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su
propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que "ha
resucitado" (Hch 2, 24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido
de manera perfecta su humanidad —con su cuerpo— en la Trinidad. Jesús se revela
definitivamente "Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad,
por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la manifestación del
poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22; Hb 7, 16) por la acción del Espíritu que ha vivificado la
humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es
también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha
convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el
signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de
Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es
necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de
Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del
Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David
(cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera
única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el
Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu
Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu
Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a
ver al Cristo del Señor (cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus
curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de
entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente
"Cristo" en su humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el
Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la
humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto [...] que realiza la
plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión
de San Agustín (Sermo 341, 1, 1: PL 39, 1493; Ibíd., 9, 11: PL 39, 1499)
CEC 143-149, 494,
2087: “la obediencia de la fe”
143 Por la fe,
el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo
su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. DV 5).
La sagrada Escritura llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a
Dios que revela (cf. Rm 1,5; 16,26).
ARTÍCULO 1
CREO
CREO
144 Obedecer (ob-audire)
en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está
garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo
que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más
perfecta de la misma.
Abraham, «padre de todos los creyentes»
145 La carta a los
Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados, insiste particularmente
en la fe de Abraham: «Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que
había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba» (Hb 11,8;
cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino
en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se le
otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham
ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17).
146 Abraham
realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: «La fe es
garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11,1).
«Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia» (Rm 4,3;
cf. Gn 15,6). Y por eso, fortalecido por su fe , Abraham fue
hecho «padre de todos los creyentes» (Rm 4,11.18; cf. Gn 15,
5).
147 El Antiguo
Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos
proclama el elogio de la fe ejemplar por la que los antiguos «fueron alabados»
(Hb 11, 2.39). Sin embargo, «Dios tenía ya dispuesto algo mejor»:
la gracia de creer en su Hijo Jesús, «el que inicia y consuma la fe» (Hb 11,40;
12,2).
María : «Dichosa la que ha creído»
148 La Virgen
María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María
acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que
«nada es imposible para Dios» (Lc 1,37; cf. Gn 18,14)
y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra» (Lc 1,38). Isabel la saludó: «¡Dichosa la que ha creído
que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45).
Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1,48).
149 Durante toda
su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús,
su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el
«cumplimiento» de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María
la realización más pura de la fe.
"Hágase en mí según tu palabra ..."
494 Al anuncio de
que ella dará a luz al "Hijo del Altísimo" sin conocer varón, por la
virtud del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 28-37), María respondió
por "la obediencia de la fe" (Rm 1, 5), segura de que
"nada hay imposible para Dios": "He aquí la esclava del Señor:
hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 37-38). Así, dando su
consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y,
aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún
pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la
obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de
Dios, al Misterio de la Redención (cf. LG 56):
«Ella, en efecto,
como dice san Ireneo, "por su obediencia fue causa de la salvación propia
y de la de todo el género humano". Por eso, no pocos Padres antiguos, en
su predicación, coincidieron con él en afirmar "el nudo de la
desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva
por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe". Comparándola con
Eva, llaman a María "Madre de los vivientes" y afirman con mayor
frecuencia: "la muerte vino por Eva, la vida por María"». (LG. 56;
cf. Adversus haereses, 3, 22, 4).
La fe
2087 Nuestra vida
moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. San Pablo habla
de la “obediencia de la fe” (Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera
obligación. Hace ver en el “desconocimiento de Dios” el principio y la
explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1,
18-32). Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él.
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