21 de diciembre
LA ENCARNACIÓN ES UN AUXILIO PARA EL HOMBRE
QUE TIENDE A LA BIENAVENTURANZA
Si alguien considera
diligente y piadosamente los misterios de la Encarnación, encontrará tanta
profundidad de sabiduría, que sobrepasa todo conocimiento humano. Y ocurre que
cuanto más medita en ellos con piedad, más razones admirables se descubren en
este misterio.
Consideremos, pues,
cómo la Encarnación de Dios es un auxilio eficacísimo para el hombre que tiende
a la bienaventuranza.
1º) La perfecta
bienaventuranza del hombre consiste en la visión inmediata de Dios. Pero esta
visión podía parecer imposible a causa de la infinita distancia de las
naturalezas. Mas por el hecho de que Dios ha querido unir a sí mismo la
naturaleza humana, se demuestra evidentísimamente a los hombres que el hombre
puede unirse a Dios por su inteligencia en una visión inmediata. Fue por lo
tanto muy conveniente que Dios tomase la naturaleza humana para acrecentar la
esperanza del hombre en la bienaventuranza. Por ello, después de la
Encarnación, comenzaron los hombres a aspirar más intensamente a la
bienaventuranza. Con razón se lee en San Juan: Yo he venido para que tengan
vida, y para que la tengan en más abundancia (Jn 10, 10).
2º) Como la perfecta
bienaventuranza consiste en un conocimiento tal de Dios que excede la capacidad
de todo entendimiento creado, fue necesario que existiese en el hombre cierta
anticipación de aquel conocimiento que se ordenase a la plenitud del
conocimiento bienaventurado, lo cual tiene lugar ciertamente por la fe; mas es
necesario que sea ciertísimo el conocimiento por el cual el hombre se dirige al
último fin, porque es principio de todas las cosas que a ese último fin se
enderezan.
Fue por consiguiente
necesario que el hombre, para seguir la certeza de la verdad de la fe, fuese
instruido por el mismo Dios hecho hombre, a fin de que percibiese a la manera
humana la instrucción divina. Y así vemos, después de la Encarnación de Cristo,
que los hombres se instruyen con más claridad y certeza en el conocimiento
divino, conforme a aquello de la Escritura: La tierra está llena de la ciencia
del Señor (Is 11, 9)."
3º) Supuesto que la
perfecta bienaventuranza consiste en el goce de Dios, fue necesario que el
afecto del hombre se dispusiese al deseo de ese goce divino; así como vemos que
en el hombre reside el deseo natural de la felicidad, y que el deseo del goce
de alguna cosa es producido por el amor a dicha cosa, del mismo modo fue necesario
llevar hacia el amor divino al hombre que se dirige a la bienaventuranza
perfecta. Nada nos lleva tan intensamente a amar a alguno como la experiencia
del amor que aquél nos profesa. Mas el amor de Dios al hombre no pudo mostrarse
de modo más eficaz que habiendo querido unirse en persona al hombre. Porque es
propio del amor unir al amante con el amado, en cuanto es posible. Fue por
consiguiente necesario, al hombre que se dirige a la bienaventuranza perfecta,
que Dios se hiciese hombre.
Además, como la
amistad consiste en cierta igualdad, no parece que puedan unirse en amistad
seres que son muy desiguales. Pero para que fuese más familiar la amistad entre
el hombre y Dios, fue conveniente que Dios se hiciese hombre, porque también el
hombre es naturalmente amigo del hombre; y así, conociendo visiblemente a Dios,
somos arrastrados al amor de lo invisible.
4º) Es evidente que
la bienaventuranza es premio de la virtud; luego es conveniente se dispongan
con las virtudes los que se dirigen a la bienaventuranza. A la virtud se nos
incita con las palabras y los ejemplos; los ejemplos y las palabras de alguno
tanto más eficazmente llevan a la virtud, cuanto se tiene una opinión más firme
de la bondad de él; pero de la bondad de ningún puro hombre puede tenerse una
opinión infalible, pues sabemos que aun varones santísimos han faltado en
algunas cosas. Luego fue necesario al hombre, para confirmarse en la virtud,
que recibiese del Dios humanizado doctrina y ejemplos de virtud.
(Contra Gentiles,
lib. 4, cap. 54)
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