Solemnidad de la Navidad
CEC 456-460, 566:
“¿Por qué el Verbo se hizo carne?”
CEC 461-463,
470-478: la Encarnación
CEC 437, 525-526:
el misterio de la Navidad
CEC 439, 496, 559,
2616: Jesús es el Hijo de David
CEC 65, 102: Dios
ha dicho todo en su Verbo
CEC 333: Cristo
encarnado es adorado por los ángeles
CEC 1159-1162,
2131, 2502: la Encarnación y las imágenes de Cristo
CEC 456-460, 566:
“¿Por qué el Verbo se hizo carne?”
EL
HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE
456 Con
el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos confesando: "Por
nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por
obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre"
(DS 150).
457 El
Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios:
"Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10). "El Padre envió a su Hijo para ser
salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "Él se manifestó para
quitar los pecados" (1 Jn 3, 5):
«Nuestra naturaleza
enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser
resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos
devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz;
estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos,
un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían
conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana
para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y
tan desgraciado?» (San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG
45, 48B).
458 El
Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios:
"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al
mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4,
9). "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo
el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,
16).
459 El
Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29).
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por
mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración,
ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6,
4-5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley
nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,
12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo
(cf. Mc 8, 34).
460 El
Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza
divina" (2 P 1, 4): "Porque tal es la razón por
la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el
hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina,
se convirtiera en hijo de Dios" (San Ireneo de Lyon, Adversus
haereses, 3, 19, 1). "Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para
hacernos Dios" (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione,
54, 3: PG 25, 192B). Unigenitus [...] Dei Filius, suae
divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines
deos faceret factus homo ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo
hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que,
habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás de
Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer
Nocturno, Lectura I).
566 La tentación en el desierto muestra a Jesús, humilde Mesías
que triunfa de Satanás mediante su total adhesión al designio de salvación
querido por el Padre.
CEC 461-463,
470-478: la Encarnación
La Encarnación
461 Volviendo
a tomar la frase de san Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1,
14), la Iglesia llama "Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios
haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra
salvación. En un himno citado por san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la
Encarnación:
«Tened entre vosotros
los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo
en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y
muerte de cruz» (Flp 2, 5-8; cf. Liturgia de las Horas,
Cántico de las Primeras Vísperas de Domingos).
462 La
carta a los Hebreos habla del mismo misterio:
«Por eso, al entrar en
este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has
formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.
Entonces dije: ¡He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,
5-7; Sal 40, 7-9 [LXX]).
463 La
fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe
cristiana: "Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que
confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4,
2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta
"el gran misterio de la piedad": "Él ha sido manifestado en la
carne" (1 Tm 3, 16).
470 Puesto
que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido
asumida, no absorbida" (GS 22,
2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena
realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y
del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada
ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona
divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella
proviene de "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a
su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma
como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la
Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):
«El Hijo de Dios [...]
trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con
voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se
hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en
el pecado» (GS 22,
2).
El alma y el conocimiento humano de Cristo
471 Apolinar
de Laodicea afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituido al alma o al
espíritu. Contra este error la Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió
también un alma racional humana (cf. Dámaso I, Carta a los Obispos Orientales:
DS, 149).
472 Este
alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento
humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las
condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso
el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en sabiduría, en
estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello
que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6,
38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso correspondía a la realidad de
su anonadamiento voluntario en "la condición de esclavo" (Flp 2,
7).
473 Pero,
al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios
expresaba la vida divina de su persona (cf. san Gregorio Magno, carta Sicut
aqua: DS, 475). "El Hijo de Dios conocía todas las cosas; y esto
por sí mismo, que se había revestido de la condición humana; no por su
naturaleza, sino en cuanto estaba unida al Verbo [...]. La naturaleza humana,
en cuanto estaba unida al Verbo, conocida todas las cosas, incluso las divinas,
y manifestaba en sí todo lo que conviene a Dios" (san Máximo el
Confesor, Quaestiones et dubia, 66: PG 90, 840). Esto sucede ante
todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de
Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14, 36; Mt 11,
27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento
humano, mostraba también la penetración divina que tenía de los pensamientos
secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2, 8; Jn 2,
25; 6, 61; etc.).
474 Debido
a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el
conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios
eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10,
33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32),
declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1,
7).
La voluntad humana de Cristo
475 De
manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto Concilio Ecuménico que Cristo
posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no
opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia
al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el
Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación (cf. Concilio de
Constantinopla III, año 681: DS, 556-559). La voluntad humana de Cristo
"sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino
todo lo contrario, estando subordinada a esta voluntad omnipotente" (ibíd.,
556).
El verdadero cuerpo de Cristo
476 Como
el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo
era limitado (cf. Concilio de Letrán, año 649: DS, 504). Por eso se puede
"pintar" la faz humana de Jesús (Ga 3,2). En el séptimo
Concilio ecuménico, la Iglesia reconoció que es legítima su representación en
imágenes sagradas (Concilio de Nicea II, año 787: DS, 600-603).
477 Al
mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios
"que era invisible en su naturaleza se hace visible" (Misal Romano,
Prefacio de Navidad). En efecto, las particularidades individuales del cuerpo
de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. Él ha hecho suyos los
rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen
sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su imagen,
"venera a la persona representada en ella" (Concilio de Nicea II: DS,
601).
El Corazón del Verbo encarnado
478 Jesús,
durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada
uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de
Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha
amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de
Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19,
34), "es considerado como el principal indicador y símbolo [...] de aquel
amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los
hombres" (Pío XII, Enc. Haurietis aquas: DS, 3924; cf. ID.
enc. Mystici Corporis:
ibíd., 3812).
CEC 437, 525-526:
el misterio de la Navidad
437 El ángel anunció a los pastores el
nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: "Os ha nacido
hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a
quien el Padre ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José
fue llamado por Dios para "tomar consigo a María su esposa" encinta
"del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús "llamado
Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).
El
misterio de Navidad
525 Jesús
nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2,
6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En
esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2,
8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:
«Hoy la Virgen da a luz al
Transcendente.Y la tierra ofrece una cueva al Inaccesible.
Los ángeles y los pastores le alaban.
Los magos caminan con la estrella:
Porque ha nacido por nosotros,
Niño pequeñito
el Dios eterno»
(San Romano Melodo, Kontakion, 10)
526 "Hacerse
niño" con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino
(cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23,
12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3,7),
"nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de
Dios" (Jn 1, 12). El misterio de Navidad se realiza en
nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4,
19). Navidad es el misterio de este "admirable intercambio":
«¡Oh admirable
intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de la
Virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad» (Solemnidad
de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Antífona de I y II
Vísperas: Liturgia de las Horas).
CEC 439, 496, 559,
2616: Jesús es el Hijo de David
439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos
que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del
mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9.
15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas
porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción
demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).
496 Desde las primeras
formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue
concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu
Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue
concebido absque semine ex Spiritu Sancto (Concilio de Letrán,
año 649; DS, 503), esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo.
Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el
Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:
Así, san Ignacio de
Antioquía (comienzos del siglo II): «Estáis firmemente convencidos acerca de
que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne
(cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de
Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen [...]
Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato [...]
padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente» (Epistula ad
Smyrnaeos, 1-2).
559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías?
Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los
detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae
la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!",
"Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado
en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su
Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da
testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día
fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que
le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación "Bendito
el que viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en
el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial
de la Pascua del Señor.
2616 La oración a Jesús ya
ha sido escuchada por Él durante su ministerio, a través de signos que anticipan
el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe
expresada en palabras (del leproso [cf Mc 1, 40-41], de Jairo
[cf Mc 5, 36], de la cananea [cf Mc 7, 29],
del buen ladrón [cf Lc 23, 39-43]), o en silencio (de los
portadores del paralítico [cf Mc 2, 5], de la hemorroisa
[cf Mc 5, 28] que toca el borde de su manto, de las lágrimas y
el perfume de la pecadora [cf Lc 7, 37-38]). La petición
apremiante de los ciegos: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9,
27) o “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (Mc 10, 48) ha
sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: “Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Sanando enfermedades o
perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria del que le suplica con
fe: “Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!”.
San Agustín resume
admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: Orat pro
nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut
Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis (“Ora
por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él
se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él
nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros”) (Enarratio in Psalmum 85,
1; cf Institución general de la Liturgia de las Horas, 7).
CEC 65, 102: Dios
ha dicho todo en su Verbo
Dios
ha dicho todo en su Verbo
65 "Muchas
veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de
los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2).
Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e
insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta.
San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa,
comentando Hb 1,1-2:
«Porque en darnos,
como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo
habló junto y de una vez en esta sola Palabra [...]; porque lo que hablaba
antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo,
que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer
alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a
Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o
novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca
Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.).
102 A través de todas las palabras
de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien
él se da a conocer en plenitud (cf. Hb 1,1-3):
«Recordad que es una
misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un
mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que,
siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está
sometido al tiempo (San Agustín, Enarratio in Psalmum, 103,4,1).
CEC 333: Cristo
encarnado es adorado por los ángeles
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida
del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles.
Cuando Dios introduce «a su Primogénito en el mundo, dice: "adórenle todos
los ángeles de Dios"» (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de
Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a
Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto
(cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser salvado
por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles
quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la
segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al
servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9).
CEC 1159-1162,
2131, 2502: la Encarnación y las imágenes de Cristo
Imágenes
sagradas
1159 La
imagen sagrada, el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo.
No puede representar a Dios invisible e incomprensible; la Encarnación del Hijo
de Dios inauguró una nueva "economía" de las imágenes:
«En otro tiempo, Dios,
que no tenía cuerpo ni figura no podía de ningún modo ser representado con una
imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los
hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios. [...] Nosotros sin
embargo, revelado su rostro, contemplamos la gloria del Señor» (San Juan
Damasceno, De sacris imaginibus oratio 1,16).
1160 La
iconografía cristiana transcribe a través de la imagen el mensaje evangélico
que la sagrada Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se
esclarecen mutuamente:
«Para expresarnos
brevemente: conservamos intactas todas las tradiciones de la Iglesia, escritas
o no escritas, que nos han sido transmitidas sin alteración. Una de ellas es la
representación pictórica de las imágenes, que está de acuerdo con la predicación
de la historia evangélica, creyendo que, verdaderamente y no en apariencia, el
Dios Verbo se hizo carne, lo cual es tan útil y provechoso, porque las cosas
que se esclarecen mutuamente tienen sin duda una significación recíproca»
(Concilio de Nicea II, año 787, Terminus: COD 111).
1161 Todos
los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las
imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en
efecto, a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de
testigos" (Hb 12,1) que continúan participando en la salvación
del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental.
A través de sus iconos, es el hombre "a imagen de Dios", finalmente
transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8,29; 1
Jn 3,2), quien se revela a nuestra fe, e incluso los ángeles,
recapitulados también en Cristo:
«Siguiendo [...] la
enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la Tradición de la
Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella),
definimos con toda exactitud y cuidado que la imagen de la preciosa y
vivificante cruz, así como también las venerables y santas imágenes, tanto las
pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las santas
iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en
cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor
Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa
Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos» (Concilio
de Nicea II: DS 600).
1162 "La
belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis
ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar
gloria a Dios" (San Juan Damasceno, De sacris imaginibus oratio 127).
La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra
de Dios y al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los
signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria
del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.
2131 Fundándose en el misterio del Verbo
encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787),
justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de
Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los
santos. El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva “economía” de las
imágenes.
2502 El arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por
su forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el
Misterio trascendente de Dios, Belleza supereminente e invisible de Verdad y de
Amor, manifestado en Cristo, “Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia”
(Hb 1, 3), en quien “reside toda la Plenitud de la
Divinidad corporalmente” (Col 2, 9), belleza espiritual reflejada en la
Santísima Virgen Madre de Dios, en los Ángeles y los Santos. El arte sacro
verdadero lleva al hombre a la adoración, a la oración y al amor de Dios
Creador y Salvador, Santo y Santificador.
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