Segundo domingo de Adviento
CEC 522, 711-716,
722: los profetas y la espera del Mesías
CEC 523, 717-720:
la misión de Juan Bautista
CEC 1427-29: la
conversión de los bautizados
CEC 522, 711-716,
722: los profetas y la espera del Mesías
Los preparativos
522 La venida del Hijo de
Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo
durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la "Primera
Alianza"(Hb 9,15), todo lo hace converger hacia Cristo;
anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además,
despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida.
La espera del Mesías y de
su Espíritu
711 "He aquí que yo
lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van a
perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un
Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los
Pobres (cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la
"consolación de Israel" y "la redención de Jerusalén"
(cf. Lc 2, 25. 38).
Ya se ha dicho cómo Jesús
cumple las profecías que a Él se refieren. A continuación se describen aquéllas
en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu.
712 Los rasgos del rostro
del Mesías esperado comienzan a aparecer en el Libro del
Emmanuel (cf. Is 6, 12) (cuando "Isaías vio [...] la
gloria" de Cristo Jn 12, 41), especialmente en Is 11,
1-2:
«Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor».
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor».
713 Los rasgos del Mesías
se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42,
1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; y
también Is 49, 1-6; cf. Mt 3, 17; Lc 2,
32, y por último Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos
anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el
Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose
con nuestra "condición de esclavos" (Flp 2, 7). Tomando
sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida.
714 Por eso Cristo
inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4,
18-19; cf. Is 61, 1-2):
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
715 Los textos proféticos
que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los
que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los
acentos del "amor y de la fidelidad" (cf. Ez 11, 19;
36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3,
1-5, cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés (cf. Hch 2,
17-21). Según estas promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu
del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva;
reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera
creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.
716 El Pueblo de los
"pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27;
34, 3; Is 49, 13; 61, 1; etc.), los humildes y los mansos,
totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la
justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran
obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las
Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del
Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos.
En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor "un pueblo bien
dispuesto" (cf. Lc 1, 17).
722 El Espíritu Santo preparó a María con
su gracia . Convenía que fuese "llena de gracia" la Madre de Aquel en
quien "reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por
pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger
el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda
como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace
subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo, la acción
de gracias de todo el pueblo de Dios y, por tanto, de la Iglesia (cf. Lc 1, 46-55).
CEC 523, 717-720:
la misión de Juan Bautista
523 San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para
prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf. Mt 11, 13), e
inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22; Lc 16,16); desde el seno de su madre ( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra
su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el
poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su
bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).
Juan, Precursor, Profeta y
Bautista
717 "Hubo un hombre,
enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue
"lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1,
15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del
Espíritu Santo. La "Visitación" de María a Isabel se convirtió así en
"visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718 Juan es "Elías
que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo
habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que
viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de
"preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).
719 Juan es "más que
un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el
"hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas
inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia
de la consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1,
23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad,
"vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1,
7; cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu
colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los
ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el
Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo
lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios [...] He ahí el
Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan
Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y
en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo
de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo
nacimiento (cf. Jn 3, 5).
CEC 1427-29: la conversión de los bautizados
1427 Jesús llama a la
conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la
Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta
llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su
Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y
fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38)
se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos
los pecados y el don de la vida nueva.
1428 Ahora bien, la
llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos.
Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda
la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que
siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante,
busca sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8).
Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del
"corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la
gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso
de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
1429 De ello da testimonio
la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de
infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc 22,61)
y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él
(cf Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una
dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda
la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).
San Ambrosio dice acerca de
las dos conversiones que, «en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el
agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia» (Epistula extra
collectionem 1 [41], 12).
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