Jueves de la
segunda semana
LA VIRGEN POSEYÓ LA
PLENITUD
DE TODAS LAS GRACIAS
I. Estuvo llena para sí. Cuanto más se acerca algo al principio en un género
cualquiera, tanto más participa el efecto de este principio. Por esta razón
dice Dionisio 1 que los Ángeles, que están más cerca de Dios, participan más que los
hombres de las bondades divinas. Ahora bien, Cristo es el principio de la
gracia, por su propia potencia como Dios, como hombre e instrumentalmente.
Por eso dice San Juan (1, 17): Mas la gracia y la verdad fueron hechas por Jesucristo; y como la Bienaventurada
Virgen fue la más cercana a Cristo según la humanidad, pues de ella recibió
la naturaleza humana, por esta razón debió obtener de Cristo mayor plenitud de
gracia que los demás.
Efectivamente la Beata Virgen recibió las tres perfecciones de la gracia.
La primera como dispositiva, por la cual se hacía apta para ser Madre de Dios;
la segunda perfección le vino por la presencia del Hijo de Dios encarnado en su
seno; la tercera, la perfección final que posee en la gloria.
Es evidente que la segunda perfección es más principal que la primera, y la tercera más que, la segunda en
orden para el bien; pues primeramente, en su santificación, alcanzó la gracia
que la inclinaba al bien; en la concepción del Hijo de Dios se consumó la
gracia por la cual fue confirmada en el bien; y en su glorificación, llegó a la
consumación de la gracia porque se perfeccionó en el goce de todo bien.
II. También estuvo llena para los demás. Dios da a cada uno la gracia que necesita para cumplir su misión. Y
puesto que Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado y elegido para ser Hijo
de Dios en la virtud de santificar, le fue propio tener tal plenitud de gracia
que redundase en todos, según aquello: Y de su plenitud recibimos nosotros
todos (Jn 1, 16). En cuanto a la Beata Virgen María, ella obtuvo tan gran
perfección de gracia que ha sido puesta lo más cerca del autor de la gracia;
por lo mismo ha recibido en sí al que está lleno de toda gracia, y, dándole a
luz, ha desbordado en cierto modo la gracia sobre todos.
Es indudable que
la Bienaventurada Virgen
recibió de un
modo eminente el don de sabiduría, la gracia de los milagros, y también
el don de profecía; mas no recibió esos dones para que tuviese el uso total de
esas y de otras gracias semejantes, como lo tuvo Cristo, sino en cuanto lo
exigía su condición.
Poseyó, en efecto, el ejercicio del don de sabiduría en orden a la contemplación,
conforme a aquello: Pero María guardaba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón (Lc 2, 19).
Mas no usó de la sabiduría para enseñar, porque esto no convenía al sexo femenino.
Tampoco le convenía hacer milagros durante su vida, porque en ese tiempo
la doctrina de Cristo debía ser confirmada con milagros, y por esto a solo Cristo y a sus discípulos, que eran
portadores de la doctrina de Cristo, convenía el hacerlos. Por esa razón se
dice también que San Juan Bautista (Jn 10, 41) no hizo ningún milagro, a fin de
que todos se encaminasen hacia
Cristo.
Tuvo, empero, el uso de la profecía, como se ve en el cántico que compuso: Mi alma engrandece al Señor.
(3ª,
q. XXVII, a. V)
Nota
1 Cael. hier.
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