Sagrada Familia
CEC 531-534: la Sagrada
Familia
CEC 1655-1658,
2204-2206: la familia cristiana, una Iglesia doméstica
CEC 2214-2233: los
deberes de los miembros de la familia
CEC 333, 530: la
huida a Egipto
CEC 531-534: la Sagrada
Familia
Los
misterios de la vida oculta de Jesús
531 Jesús
compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa
mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de
trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios (cf. Ga 4,
4), vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba
"sometido" a sus padres y que "progresaba en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2, 51-52).
532 Con
la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el
cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre
celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y
anticipaba la sumisión del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad
..."(Lc 22, 42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la
vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de
Adán había destruido (cf. Rm 5, 19).
533 La
vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de
los caminos más ordinarios de la vida humana:
«Nazaret es la escuela
donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el
conocimiento de su Evangelio. [...] Su primera lección es el silencio.
Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al
silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario
para nosotros. [...] Se nos ofrece además una lección de vida familiar.
Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su
sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable. [...] Finalmente,
aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la
casa del "hijo del Artesano": cómo deseamos comprender más en este
lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente.
[...] Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo
y señalarles al gran modelo, al hermano divino (Pablo VI, Homilía en el
templo de la Anunciación de la Virgen María en Nazaret (5 de enero de
1964).
534 El
hallazgo de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 41-52) es
el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos
de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a
una misión derivada de su filiación divina: "¿No sabíais que me debo a los
asuntos de mi Padre?" María y José "no comprendieron" esta
palabra, pero la acogieron en la fe, y María "conservaba cuidadosamente
todas las cosas en su corazón", a lo largo de todos los años en que Jesús
permaneció oculto en el silencio de una vida ordinaria.
CEC 1655-1658,
2204-2206: la familia cristiana, una Iglesia doméstica
1655 Cristo
quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La
Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes,
el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, "con toda
su casa", habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8).
Cuando se convertían deseaban también que se salvase "toda su casa"
(cf Hch 16,31; 11,14). Estas familias convertidas eran islotes
de vida cristiana en un mundo no creyente.
1656 En
nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las
familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe
viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una
antigua expresión, Ecclesia domestica (LG 11;
cf. FC 21).
En el seno de la familia, "los padres han de ser para sus hijos los
primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de
fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación
a la vida consagrada" (LG 11).
1657 Aquí
es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del
padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la
familia, "en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción
de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que
se traduce en obras" (LG 10).
El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y "escuela del más
rico humanismo" (GS 52,1).
Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón
generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la
oración y la ofrenda de la propia vida.
1658 Es
preciso recordar asimismo a un gran número de personas que permanecen
solteras a causa de las concretas condiciones en que deben vivir, a
menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se encuentran
particularmente cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y
solicitud diligentes de la Iglesia, particularmente de sus pastores. Muchas de
ellas viven sin familia humana, con frecuencia a causa de
condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu de las
bienaventuranzas sirviendo a Dios y al prójimo de manera ejemplar. A todas
ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares, "iglesias
domésticas" y las puertas de la gran familia que es la Iglesia. «Nadie se
sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos,
especialmente para cuantos están "fatigados y agobiados" (Mt 11,28)»
(FC 85).
La
familia cristiana
2204.
“La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de
la comunión eclesial; por eso [...] puede y debe decirse Iglesia
doméstica” (FC 21,
cf LG 11).
Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una
importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5,
21-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).
2205 La
familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión
del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa
es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y
el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de
Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.
2206 Las
relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos,
afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas.
La familia es una comunidad privilegiada llamada a realizar un
propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la
educación de los hijos (cf. GS 52).
CEC 2214-2233: los
deberes de los miembros de la familia
Deberes de los hijos
2214 La
paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf Ef 3,
14); es el fundamento del honor debido a los padres. El respeto de los hijos,
menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1,
8; Tb 4, 3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo
que los une. Es exigido por el precepto divino (cf Ex 20, 12).
2215 El
respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para
quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos
al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. “Con
todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre.
Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?”
(Si 7, 27-28).
2216 El
respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas.
“Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu
madre [...] en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por
ti; conversarán contigo al despertar” (Pr 6, 20-22). “El hijo sabio
ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión” (Pr 13,
1).
2217 Mientras
vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que éstos
dispongan para su bien o el de la familia. “Hijos, obedeced en todo a vuestros
padres, porque esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3, 20;
cf Ef 6, 1). Los niños deben obedecer también las
prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus
padres los han confiado. Pero si el niño está persuadido en conciencia de que
es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla.
Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando
a sus padres. Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y
aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la
emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual
permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno
de los dones del Espíritu Santo.
2218 El
cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades
para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles
ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en
momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud
(cf Mc 7, 10-12).
«El Señor glorifica al
padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra
a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su
madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su
oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al
Señor quien da sosiego a su madre» (Si 3, 2-6).
«Hijo, cuida de tu
padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la
cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor [...] Como
blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su
madre» (Si 3, 12-13.16).
2219 El
respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a
las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres
irradia en todo el ambiente familiar. “Corona de los ancianos son los hijos de
los hijos” (Pr 17, 6). “[Soportaos] unos a otros en la caridad, en
toda humildad, dulzura y paciencia” (Ef 4, 2).
2220 Los
cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes
recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia.
Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos,
de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. “Evoco el
recuerdo [...] de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu
abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti” (2
Tm 1, 5).
Deberes de los padres
2221 La
fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos,
sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación
espiritual. El papel de los padres en la educación “tiene
tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse” (GE 3).
El derecho y el deber de la educación son para los padres primordiales e
inalienables (cf FC 36).
2222 Los
padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y
respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en
el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la
voluntad del Padre de los cielos.
2223 Los
padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian
esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde
la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son
norma. La familia es un lugar apropiado para la educación de las
virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio,
del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de
enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones “materiales e instintivas a
las interiores y espirituales” (CA 36).
Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos.
Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para
guiarlos y corregirlos:
«El que ama a su hijo,
le corrige sin cesar [...] el que enseña a su hijo, sacará provecho de él» (Si 30,
1-2). «Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante
la instrucción y la corrección según el Señor» (Ef 6, 4).
2224 La
familia constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la
solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben enseñar a
los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que amenazan a las
sociedades humanas.
2225 Por
la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la
responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde
su primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe, de los que ellos
son para sus hijos los “primeros [...] heraldos de la fe” (LG 11).
Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La
forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que,
durante toda la vida, serán auténticos cimientos y apoyos de una fe viva.
2226 La educación
en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia.
Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer
en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el
Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras
formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus
hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios (cf LG 11).
La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de
las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los
niños y de los padres.
2227 Los
hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la
santidad (cf GS 48,
4). Todos y cada uno deben otorgarse generosamente y sin cansarse el mutuo
perdón exigido por las ofensas, las querellas, las injusticias y las omisiones.
El afecto mutuo lo sugiere. La caridad de Cristo lo exige (cf Mt 18,
21-22; Lc 17, 4).
2228 Durante
la infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen ante todo en el
cuidado y la atención que consagran para educar a sus hijos, y para proveer
a sus necesidades físicas y espirituales. En el transcurso del crecimiento,
el mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus
hijos a usar rectamente de su razón y de su libertad.
2229.
Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el
derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus
propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los
padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea
de educadores cristianos (cf GE 6).
Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y
de asegurar las condiciones reales de su ejercicio.
2230 Cuando
llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho
de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas
responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus
padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres deben
cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la
de su futuro cónyuge. Esta indispensable prudencia no impide, sino al
contrario, ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando
éstos se proponen fundar un hogar.
2231 Hay
quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y hermanas,
para dedicarse más exclusivamente a una profesión o por otros motivos dignos.
Estas personas pueden contribuir grandemente al bien de la familia humana.
2232 Los
vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que
el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación
singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres
deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para
seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es
seguir a Jesús (cf Mt 16, 25): “El que ama a su padre
o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija
más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37).
2233 Hacerse
discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia
de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: “El que cumpla la
voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,
49).
Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de
gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la
virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
CEC 333, 530: la
huida a Egipto
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida
del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles.
Cuando Dios introduce «a su Primogénito en el mundo, dice: "adórenle todos
los ángeles de Dios"» (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de
Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a
Dios..." (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto
(cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser salvado
por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles
quienes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la
segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al
servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9).
530 La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes (cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de las
tinieblas a la luz: "Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron"(Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo estará bajo
el signo de la persecución. Los suyos la comparten con él (cf. Jn 15, 20). Su vuelta de Egipto (cf. Mt 2, 15) recuerda el éxodo (cf. Os 11, 1) y presenta a Jesús como el liberador
definitivo.
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