Tercer domingo de Adviento
CEC 30, 163, 301,
736, 1829, 1832, 2015, 2362: el gozo
CEC 227, 2613,
2665, 2772: la paciencia
CEC 439, 547-550,
1751: la manifestación de Jesús como el Mesías
CEC 30, 163, 301,
736, 1829, 1832, 2015, 2362: el gozo
30 "Alégrese el corazón de
los que buscan a Dios" (Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar
o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que
viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo
de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y
también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
«Tú eres grande,
Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene
medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte,
precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el
testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A
pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú
mismo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza,
porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no
descansa en ti» (San Agustín, Confessiones, 1,1,1).
La
fe, comienzo de la vida eterna
163 La
fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de
nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara» (1 Co 13,12),
«tal cual es» (1 Jn 3,2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida
eterna:
«Mientras que ahora
contemplamos las bendiciones de la fe como reflejadas en un espejo, es como si
poseyésemos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que
gozaremos un día» ( San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto 15,36:
PG 32, 132; cf. Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q.4, a.1, c).
Dios
mantiene y conduce la creación
301 Realizada
la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y
el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la
lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador
es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:
«Amas a todos los
seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo hubieras
creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se
conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es
tuyo, Señor que amas la vida» (Sb 11, 24-26).
736 Gracias a este poder del
Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en
la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu, que es caridad,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra
Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16,
24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5,
25):
«Por el Espíritu Santo
se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los
cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de
invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos
llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna (San Basilio Magno, Liber
de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32, 132).
1829 La caridad tiene por frutos el
gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección
fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y
generosa; es amistad y comunión:
«La culminación de
todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos;
hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos» (San Agustín, In
epistulam Ioannis tractatus, 10, 4).
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en
nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de
la Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad,
benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Ga 5,22-23, vulg.).
2015 “El camino de la perfección
pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual
(cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la
mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las
bienaventuranzas:
«El que asciende no
termina nunca de subir; y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo
que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se
detiene nunca en lo que ya le es conocido» (San Gregorio de Nisa, In
Canticum homilia 8).
2362 “Los actos [...] con los que
los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y,
realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca
donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud” (GS 49).
La sexualidad es fuente de alegría y de agrado:
«El Creador [...]
estableció que en esta función [de generación] los esposos experimentasen un
placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no
hacen nada malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el
Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en
los límites de una justa moderación» (Pío XII, Discurso a los
participantes en el Congreso de la Unión Católica Italiana de especialistas en
Obstetricia, 29 octubre 1951).
CEC 227, 2613,
2665, 2772: la paciencia
227 Es confiar en Dios en todas
las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración de Santa Teresa
de Jesús lo expresa admirablemente:
Nada te turbe, / Nada te espante
Todo se pasa , / Dios no se muda
La paciencia, / Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene, / Nada le falta:
Sólo Dios basta. (Poesía, 30)
Todo se pasa , / Dios no se muda
La paciencia, / Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene, / Nada le falta:
Sólo Dios basta. (Poesía, 30)
2613 San Lucas nos ha trasmitido
tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, “el amigo importuno” (cf Lc 11,
5-13), invita a una oración insistente: “Llamad y se os abrirá”. Al que ora
así, el Padre del cielo “le dará todo lo que necesite”, y sobre todo el
Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, “la viuda importuna” (cf Lc 18,
1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar
siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. “Pero,
cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.
La tercera parábola, “el fariseo y el publicano” (cf Lc 18,
9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. “Oh Dios,
ten compasión de mí que soy pecador”. La Iglesia no cesa de hacer suya esta
oración: ¡Kyrie eleison!
La
oración a Jesús
2665 La
oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración
de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre
todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración
dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la
Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y graban en nuestros
corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de
Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen,
Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección
nuestra, Amigo de los hombres...
2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que
suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo
presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual “aún no se ha
manifestado lo que seremos” (1 Jn 3, 2; cf Col 3, 4). La Eucaristía y el Padre Nuestro están
orientados hacia la venida del Señor, “¡hasta que venga!” (1 Co 11, 26).
CEC 439, 547-550,
1751: la manifestación de Jesús como el Mesías
439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos
que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del
mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9.
15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas
porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción
demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).
Los
signos del Reino de Dios
547 Jesús
acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2,
22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que
Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los
signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5,
36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede
lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34;
10, 52). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras
de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10,
31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11,
6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan
evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11,
47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3,
22).
549 Al
liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6,
5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de
la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos;
no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. Lc 12,
13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la
esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es
el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres
humanas.
550 La
venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12,
26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha
llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de
Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8,
26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este
mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente
establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus ("Dios
reinó desde el madero de la Cruz", [Venancio Fortunato, Hymnus
"Vexilla Regis": MGH 1/4/1, 34: PL 88, 96]).
1751 El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende
deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto elegido
especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo
juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas objetivas de la
moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal, atestiguado por la
conciencia.
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