8 de diciembre
Solemnidad de la Inmaculada
Concepción
de la Beata Virgen María
CEC 411, 489-493,
722, 2001, 2853: la preparación de Dios, la Inmaculada Concepción
411 La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del
"nuevo Adán" (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia
hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la
desobediencia de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores
de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre
de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y
de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por
Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: Bula Ineffabilis Deus: DS 2803) y,
durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió
ninguna clase de pecado (cf. Concilio de Trento: DS 1573).
489 A lo largo de
toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de
algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su
desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del
Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de ser la madre de todos los
vivientes (cf. Gn 3, 20). En virtud de esta promesa, Sara
concibe un hijo a pesar de su edad avanzada (cf. Gn 18, 10-14;
21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por
impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27) para mostrar la fidelidad a
su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora, Rut,
Judit, y Ester, y muchas otras mujeres. María "sobresale entre los
humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y
la acogen. Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga
espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de
salvación" (LG 55).
La Inmaculada Concepción
490 Para ser la
Madre del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de
una misión tan importante" (LG 56).
El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como "llena de
gracia" (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento
libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese
totalmente conducida por la gracia de Dios.
491 A lo largo de
los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de
gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su
concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado
en 1854 por el Papa Pío IX:
«... la
bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado
original en el primer instante de su concepción por singular gracia y
privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo
Salvador del género humano (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS,
2803).
492 Esta
"resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue
"enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56),
le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime
en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53).
El Padre la ha "bendecido [...] con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a
ninguna otra persona creada. Él la ha "elegido en él antes de la creación
del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (cf. Ef 1,
4).
493 Los Padres de
la tradición oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa" (Panaghia),
la celebran "como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada y hecha
una nueva criatura por el Espíritu Santo" (LG 56).
Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo
largo de toda su vida.
"Hágase en mí según tu palabra ..."
722 El Espíritu
Santo preparó a María con su gracia . Convenía que fuese "llena
de gracia" la Madre de Aquel en quien "reside toda la plenitud de la
divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por
pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger
el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda
como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace
subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo, la acción
de gracias de todo el pueblo de Dios y, por tanto, de la Iglesia (cf. Lc 1, 46-55).
2001 La preparación
del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es
necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación
mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios completa en
nosotros lo que Él mismo comenzó, “porque él, por su acción, comienza haciendo
que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida”
(San Agustín, De gratia et libero arbitrio, 17, 33):
«Ciertamente
nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que
trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos
sigue todavía para que, una vez sanados, seamos vivificados; se nos adelanta
para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos
adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por
siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada» (San Agustín, De
natura et gratia, 31, 35).
2853 La victoria
sobre el “príncipe de este mundo” (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en
que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio
de este mundo, y el príncipe de este mundo está “echado abajo” (Jn 12, 31; Ap 12, 11). “Él se lanza en persecución de la Mujer” (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la
nueva Eva, “llena de gracia” del Espíritu Santo es preservada del pecado y de
la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima
Madre de Dios, María, siempre virgen). “Entonces despechado contra la Mujer, se
fue a hacer la guerra al resto de sus hijos” (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: “Ven,
Señor Jesús” (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.
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