lunes, 2 de diciembre de 2019

Meditaciones de Adviento con textos de Santo Tomás de Aquino 2


Lunes de la primera semana

CONVENIENCIA DE LA ENCARNACIÓN

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I. Parece ser muy conveniente que los atributos invisibles de Dios sean mostrados por las cosas visibles; pues para esto se hizo el mundo entero, como consta por el Apóstol:  Las cosas de Dios invisibles se ven, después de la creación del mundo, considerándolas por las obras criadas (Rm I, 20). Pero, como dice San Juan Damasceno, por el misterio de la Encarnación se manifiesta a la vez la bondad, la sabiduría, la justicia y el poder de Dios o su virtud. La bondad, porque no despreció la debilidad de su propia criatura; la justicia, porque, vencido el hombre, hizo que nadie más que el hombre venciese al tirano, y libertó al hombre de la muerte por la violencia; la sabiduría, porque encontró el mejor modo de pagar el más costoso precio; el poder o virtud infinita, porque nada hay más grande que haberse hecho Dios hombre. Luego fue conveniente que Dios se encarnase.

II. Conviene a cada cosa aquello que le compete según su propia naturaleza, como al hombre le conviene razonar, porque ese acto le corresponde en cuanto es racional según su propia naturaleza. Siendo, pues, la naturaleza misma de Dos la esencia de la bondad, todo lo que es esencial al bien conviene a Dios. Y como es de la esencia del bien el comunicarse a otros, por lo tanto es esencialmente propio del sumo bien el comunicarse a la criatura de un modo soberano. Lo cual se verifica principalmente al unirse a una naturaleza creada, de modo que se haga una sola persona de estos tres principios, a saber: el Verbo, el alma y la carne. Por lo cual, es notorio que fue conveniente que Dios se encarnase.
Unirse a Dios en unidad de persona no fue conveniente a la carne humana según la condición de la naturaleza, porque esto supera a su dignidad; pero fue conveniente a Dios, según la excelencia infinita de su bondad, el que la uniese a sí para salvar al hombre.
Dios es grande, no en volumen, sino en virtud; por consiguiente, la magnitud de su poder no siente ninguna estrechez en lo angosto. Si la palabra fugaz del hombre es oída simultáneamente por muchos y toda entera por cada uno de ellos, no es increíble que el Verbo de Dios subsistente esté a la vez en todas partes todo entero. (Sum. Theolog., 3.ª parte, q. I, a,. 1)


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