Lunes de la primera semana
CONVENIENCIA DE LA ENCARNACIÓN
I. Parece ser muy
conveniente que los atributos invisibles de Dios sean mostrados por las cosas
visibles; pues para esto se hizo el mundo entero, como consta por el Apóstol: Las cosas de Dios invisibles se ven, después
de la creación del mundo, considerándolas por las obras criadas (Rm I, 20). Pero,
como dice San Juan Damasceno, por el misterio de la Encarnación se manifiesta a
la vez la bondad, la sabiduría, la justicia y el poder de Dios o su virtud. La
bondad, porque no despreció la debilidad de su propia criatura; la justicia,
porque, vencido el hombre, hizo que nadie más que el hombre venciese al tirano,
y libertó al hombre de la muerte por la violencia; la sabiduría, porque
encontró el mejor modo de pagar el más costoso precio; el poder o virtud
infinita, porque nada hay más grande que haberse hecho Dios hombre. Luego fue
conveniente que Dios se encarnase.
II. Conviene a cada
cosa aquello que le compete según su propia naturaleza, como al hombre le
conviene razonar, porque ese acto le corresponde en cuanto es racional según su
propia naturaleza. Siendo, pues, la naturaleza misma de Dos la esencia de la
bondad, todo lo que es esencial al bien conviene a Dios. Y como es de la
esencia del bien el comunicarse a otros, por lo tanto es esencialmente propio
del sumo bien el comunicarse a la criatura de un modo soberano. Lo cual se
verifica principalmente al unirse a una naturaleza creada, de modo que se haga
una sola persona de estos tres principios, a saber: el Verbo, el alma y la
carne. Por lo cual, es notorio que fue conveniente que Dios se encarnase.
Unirse a Dios en
unidad de persona no fue conveniente a la carne humana según la condición de la
naturaleza, porque esto supera a su dignidad; pero fue conveniente a Dios,
según la excelencia infinita de su bondad, el que la uniese a sí para salvar al
hombre.
Dios es grande, no
en volumen, sino en virtud; por consiguiente, la magnitud de su poder no siente
ninguna estrechez en lo angosto. Si la palabra fugaz del hombre es oída
simultáneamente por muchos y toda entera por cada uno de ellos, no es increíble
que el Verbo de Dios subsistente esté a la vez en todas partes todo entero. (Sum.
Theolog., 3.ª parte, q. I, a,. 1)
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