miércoles, 5 de julio de 2017

Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario 5 - El Revelador del Sagrario - San Manuel González García


V. El REVELADOR DEL SAGRARIO

El que os oye, a Mí me oye (Lc 10,16)
Después de haber demostrado en el capítulo anterior que en el Sagrario no está el Corazón de Jesús ni mudo ni ocioso, todavía me sale al paso otro reparo.
Conforme, podría objetar alguno, con que el Corazón de Jesús diga y haga en su vida de Sagrario, pero siendo tan misterioso su modo de estar allí. ¿Cómo y por dónde vamos a saber lo que dice y hace?, ¿cómo sorprender el secreto de esas inefables conversaciones y operaciones? ¿Será cosa de acudir a revelaciones de almas regaladas con confidencias sobrenaturales no concedidas al común de los fieles?
¿Será menester esperar milagros o extraordinarias manifestaciones del Dios oculto del Sagrario?
Si aplicando nuestros oídos y nuestros ojos a aquellas puertecitas doradas, nada aprendemos de lo que nuestra fe nos dice allá dentro, ¿por dónde enterarnos de cosas que tan de cerca nos tocan y tanto han de aprovecharnos? ¿Quién nos va a revelar esos tesoros de bellezas y maravillas?
Hora es ya de descubriros al gran revelador del Sagrario, el gran confidente que está en el secreto suyo, el amigo íntimo que nos puede hacer entrar en ese alcázar de las misteriosas maravillas del Sagrario.
Tenéis prisa por saber su nombre, ¿verdad?
¡El Evangelio!
Es ése el dedo poderoso que va a levantar ante vuestra vista asombrada el velo de aquellos arcanos, y ése es el mensajero que Dios bueno os envía para que vuestros ojos y vuestros oídos de carne puedan ver y oír, sin milagro ni revelaciones especiales, lo que en el Sagrario se dice y se hace.
¡El Evangelio!
¿Pero os habéis fijado en lo que es y lo que vale el Evangelio?
Algunas veces nos hemos lamentado de que no se hubiera conocido el arte de la fotografía en los tiempos de la vida mortal de nuestro Señor Jesucristo para haber tenido el consuelo, grande por cierto, de conservar su retrato. ¡Qué alegría poder recrearse en una fotografía de la que pudiéramos decir: ése era Él!
Ese retrato, sin embargo, no nos había de dar más alegría que la que nos proporciona el Evangelio.
Una fotografía de Jesucristo, por muy bien hecha que hubiera resultado, sería siempre un retrato de Él por fuera y en una sola actitud; el Evangelio es el retrato de Jesucristo por dentro y por fuera en variadísimas actitudes.

¿Os habéis dado bien cuenta del valor de un libro que nos retrata al vivo al ser más querido de nuestro corazón en sus lágrimas de pobre y de perseguido y sus triunfos de Rey y de Dios, que nos conserva la descripción de sus hechos, de sus milagros y de sus virtudes, nos guarda sus sentencias, sus parábolas y sus promesas, y que, para prevenir toda duda y matar toda incredulidad, se nos presenta con todas las garantías humanas y divinas de autenticidad?
No es un santo más o menos regalado por Dios de celestiales revelaciones, no es un milagro atestiguado por mayor o menor número de testigos, es la misma Tercera Persona de la Trinidad augusta la que se ha cuidado de velar por la exactitud y verdad de ese retrato del Hijo de Dios hecho hombre.
Amigos, demos una y muchas veces gracias al Espíritu Santo por el riquísimo regalo del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Démosle muchísimas gracias porque nos ha hecho conocer de cierto lo que dijo, hizo y hasta lo que pensó y deseó Jesucristo nuestro Señor en los años que mediaron entre su Encarnación y su Ascensión.
         Por el Evangelio tenemos la dulcísima seguridad de decir cuando rezamos: así rezó mi Maestro Jesús; y cuando perdonamos una ofensa: así perdonó mi Maestro Jesús; y cuando escasea el pan que llevar a nuestra boca y no tenemos techo bajo el cual cobijarnos: así vivió mi Maestro Jesús; y cuando se nos presente la cruz para vivir o morir en ella: así vivió y murió mi Maestro Jesús...
¡Bendita y dulce seguridad!
Y ¡qué!, ¿no podremos tener esa misma seguridad con el Jesucristo del Sagrario?
Ya lo iremos viendo.


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