BENEDICTO
XVI
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 23 de marzo de 2011
Miércoles 23 de marzo de 2011
San Lorenzo de Brindis
Queridos hermanos y
hermanas:
Recuerdo aún con alegría la acogida
festiva que me reservaron en 2008 en Brindis, la ciudad donde nació, en 1559,
un insigne doctor de la Iglesia, san Lorenzo de Brindis, nombre que Giulio
Cesare Rossi asumió al entrar en la Orden de los capuchinos. Desde la infancia
se sintió atraído por la familia de san Francisco de Asís. De hecho, huérfano
de padre a los siete años, fue encomendado por su madre a los cuidados de los
frailes conventuales de su ciudad. Algunos años después, sin embargo, se
trasladó con su madre a Venecia, y precisamente en el Véneto conoció a los
capuchinos, quienes en aquel tiempo se habían puesto generosamente al servicio
de toda la Iglesia para incrementar la gran reforma espiritual impulsada por el
concilio de Trento. En 1575 Lorenzo, con la profesión religiosa, se convirtió
en fraile capuchino y en 1582 fue ordenado sacerdote. Ya durante los estudios
eclesiásticos mostró las eminentes cualidades intelectuales de las que estaba
dotado. Aprendió fácilmente las lenguas antiguas, como el griego, el hebreo y
el siriaco, y las modernas, como el francés y el alemán, que se añadían al
conocimiento de la lengua italiana y de la latina, que en esa época se hablaba
con fluidez entre los eclesiásticos y los hombres de cultura.
Gracias al dominio de tantos idiomas
Lorenzo pudo realizar un intenso apostolado entre diversas clases de personas.
Predicador eficaz, conocía de modo tan profundo no sólo la Biblia, pero también
la literatura rabínica, que los propios rabinos se quedaban asombrados y
admirados, y le manifestaban estima y respeto. Teólogo versado en la Sagrada
Escritura y en los Padres de la Iglesia, era capaz de ilustrar de modo ejemplar
la doctrina católica también a los cristianos que habían adherido a la Reforma,
sobre todo en Alemania. Con su exposición clara y serena, mostraba el
fundamento bíblico y patrístico de todos los artículos de fe puestos en
discusión por Martín Lutero. Entre ellos el primado de san Pedro y de sus
sucesores, el origen divino del episcopado, la justificación como
transformación interior del hombre y la necesidad de las buenas obras para la
salvación. El éxito alcanzado por Lorenzo nos ayuda a comprender que también
hoy, al proseguir con gran esperanza el diálogo ecuménico, la confrontación con
la Sagrada Escritura, leída en la Tradición de la Iglesia, constituye un
elemento irrenunciable y de fundamental importancia, como recordé en la
exhortación apostólica Verbum Domini (n. 46).
Incluso los fieles más sencillos, no
dotados de gran cultura, se beneficiaron de la palabra convincente de Lorenzo,
que se dirigía a la gente humilde para exhortar a todos a la coherencia de la
propia vida con la fe profesada. Esto fue un gran mérito de los capuchinos y de
otras Órdenes religiosas, que en los siglos XVI y XVII, contribuyeron a la
renovación de la vida cristiana penetrando a fondo en la sociedad con su
testimonio de vida y su enseñanza. También hoy la nueva evangelización necesita
apóstoles bien preparados, celosos y valientes, para que la luz y la belleza
del Evangelio prevalezcan sobre las orientaciones culturales del relativismo
ético y de la indiferencia religiosa, y transformen los distintos modos de
pensar y de actuar en un auténtico humanismo cristiano. Es sorprendente que san
Lorenzo de Brindis haya podido llevar a cabo ininterrumpidamente esta actividad
de apreciado e infatigable predicador en muchas ciudades de Italia y en
distintos países, aunque desempeñara otros cargos gravosos y de gran
responsabilidad. De hecho, en el seno de la Orden de los capuchinos fue
profesor de teología, maestro de novicios, varias veces ministro provincial y
definidor general y, por último, ministro general de 1602 a 1605.
En medio de tantos trabajos, Lorenzo
cultivó una vida espiritual de fervor excepcional, dedicando mucho tiempo a la
oración y de modo especial a la celebración de la santa misa, que a menudo
prolongaba durante horas, absorto y conmovido en el memorial de la pasión,
muerte y resurrección del Señor. En la escuela de los santos, todo presbítero,
como se subrayó en repetidas ocasiones durante el reciente Año sacerdotal,
solamente puede evitar el peligro del activismo, es decir, de actuar olvidando
las motivaciones profundas del ministerio, si cuida su propia vida interior.
Hablando a los sacerdotes y a los seminaristas en la catedral de Brindis,
ciudad natal de san Lorenzo, recordé que «los momentos de oración son los más importantes
de la vida del sacerdote, los momentos en que actúa con más eficacia la gracia
divina, dando fecundidad a su ministerio. Orar es el primer servicio que es
preciso prestar a la comunidad. Por eso, los momentos de oración deben tener
una verdadera prioridad en nuestra vida. (...) Si no estamos interiormente en
comunión con Dios, no podemos dar nada tampoco a los demás. Por eso, Dios es la
primera prioridad. Siempre debemos reservar el tiempo necesario para estar en
comunión de oración con nuestro Señor» (Discurso del 15 de junio de 2008: L’Osservatore
Romano, edición en lengua española, 27 de junio de 2008, p. 13). Por
lo demás, con el ardor inconfundible de su estilo, Lorenzo exhorta a todos, no
sólo a los sacerdotes, a cultivar la vida de oración porque por medio de ella
nosotros hablamos a Dios y Dios nos habla a nosotros: «¡Oh, si tuviésemos en
cuenta esta realidad! —exclama—, es decir, que Dios está verdaderamente
presente en nosotros cuando le hablamos orando; que escucha de verdad nuestra
oración, aunque nosotros sólo recemos con el corazón y con la mente; y que no
sólo está presente y nos escucha; más aún, puede y desea contestar de buen
grado y con el máximo placer a nuestras preguntas».
Otro rasgo que caracteriza la obra
de este hijo de san Francisco es su trabajo en favor de la paz. Tanto los Sumos
Pontífices como los príncipes católicos le confiaron en varias ocasiones
importantes misiones diplomáticas para dirimir controversias y fomentar la
concordia entre los Estados europeos, amenazados en aquel tiempo por el Imperio
otomano. La autoridad moral de que gozaba lo convertía en consejero buscado y
escuchado. Hoy, como en los tiempos de san Lorenzo, el mundo tiene necesidad
paz, tiene necesidad de hombres y mujeres pacíficos y pacificadores. Todos los
que creen en Dios deben ser siempre fuentes y artífices de paz. Precisamente
con ocasión de una de estas misiones diplomáticas Lorenzo terminó su vida
terrena, en 1619, en Lisboa, donde había ido para encontrarse con el rey de
España, Felipe III, a fin de defender la causa de sus súbditos napolitanos
maltratados por las autoridades locales.
Fue canonizado en 1881 y, por su
vigorosa e intensa actividad, por su amplia y armoniosa ciencia, mereció el
título de Doctor apostolicus, «Doctor apostólico», que le otorgó
el beato Papa Juan XXIII en 1959, con ocasión del cuarto centenario de su
nacimiento. Ese reconocimiento se le concedió a Lorenzo de Brindis también
porque fue autor de numerosas obras de exégesis bíblica, de teología y de escritos
destinados a la predicación. En esas obras ofrece una presentación sistemática
de la historia de la salvación, centrada en el misterio de la Encarnación, la
mayor manifestación del amor divino a los hombres. Además, siendo un mariólogo
de gran valor, autor de una colección de sermones sobre la Virgen titulada «Mariale»,
pone de relieve el papel único de la Virgen María, de la que afirma con
claridad la Inmaculada Concepción y la cooperación en la obra de la redención
realizada en Cristo.
Con fina sensibilidad teológica,
Lorenzo de Brindis también puso de relieve la acción del Espíritu Santo en la
vida del creyente. Nos recuerda que, con sus dones, la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad nos ilumina y ayuda en nuestro compromiso de vivir con alegría
el mensaje del Evangelio. «El Espíritu Santo —escribe san Lorenzo— hace dulce
el yugo de la ley divina y ligero su peso, de manera que guardemos los
mandamientos de Dios con gran facilidad, incluso de buen grado».
Quiero completar esta breve
presentación de la vida y de la doctrina de san Lorenzo de Brindis, destacando
que toda su actividad se inspiró en un gran amor a la Sagrada Escritura, que se
sabía ampliamente de memoria, y en la convicción de que la escucha y la acogida
de la Palabra de Dios produce una transformación interior que nos lleva a la
santidad. «La Palabra del Señor —afirma— es luz para la inteligencia y fuego
para la voluntad, a fin de que el hombre pueda conocer y amar a Dios. Para el
hombre interior, que por medio de la gracia vive del Espíritu de Dios, es pan y
agua, pero pan más dulce que la miel y agua mejor que el vino y la leche. (...)
Es un martillo contra un corazón duramente obstinado en los vicios. Es una
espada contra la carne, el mundo y el demonio, para destruir todo pecado». San
Lorenzo de Brindis nos enseña a amar la Sagrada Escritura, a crecer en la
familiaridad con ella, a cultivar diariamente la relación de amistad con el
Señor en la oración, para que todas nuestras acciones, todas nuestras
actividades tengan en él su comienzo y su realización. Esta es la fuente a la
que es preciso acudir para que nuestro testimonio cristiano sea luminoso y
capaz de conducir a los hombres de nuestro tiempo hasta Dios.
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