LOS RETOS DE LA FAMILIA EN EL CONTEXTO ACTUAL
Mons. Juan Antonio Reig Pla
Obispo
de Alcalá de Henares
Vicepresidente del Pontificio
Instituto Juan Pablo II
para estudios sobre el matrimonio y
la familia
(Sección Española)
Mayo de 2017
INTRODUCCIÓN
El texto que
publicamos fue pronunciado como conferencia el 8 de mayo de 2017 en la sede de
la Universidad Católica San Vicente mártir de Valencia. En esta fecha tuvo
lugar la conmemoración anual de la fiesta de la Virgen de Fátima, patrona del
Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la
familia.
La conferencia se
titula «Los retos de la familia en el contexto actual». Se entiende la palabra
reto en la doble acepción: como desafío y como tarea. Para situar tanto los
desafíos de la familia y las tareas de la Pastoral Familiar he querido ofrecer
un análisis de la situación del matrimonio y de la familia desde la reflexión
del Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, 47-52), pasando por los pontificados
de Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, hasta la Exhortación Apostólica
del Papa Francisco Amoris laetitia.
Después de este breve
recorrido histórico en el que a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, y a la
publicación de la Encíclica Humanae vitae de Pablo VI, han seguido tres Sínodos
sobre la familia, pretendo poner en relieve los nuevos desafíos que los cambios
vertiginosos de la historia plantean a la familia y que no han sido objeto de
un tratamiento exhaustivo en ninguno de los Sínodos mencionados. Nos
enfrentamos, en efecto, ante una verdadera revolución cultural, técnica y
jurídica que subvierte todo el orden humano promovido por la civilización
cristiana. Lo nuevo de esta revolución que atenta contra la antropología
cristiana (llamada “antropología adecuada” por el Papa San Juan Pablo II) es
que teniendo su origen en ciertas escuelas filosóficas ha sido asumida por
minorías radicales alentadas por fundaciones de carácter agenésico y promovidas
por la ONU, el Parlamento Europeo y los gobiernos nacionales presionados por multitud
de ONG inspiradas en la “perspectiva de género”. Todo ha sido muy rápido y
silencioso pero hoy han logrado la hegemonía cultural, el cambio de la
legislación sobre la vida humana, el matrimonio y la familia; ocupar la
enseñanza, la sanidad y ser difundida masivamente por los medios de
comunicación con la aquiescencia de las agrupaciones sociales y los partidos
políticos. Lo que empezó con la introducción de la palabra “gender” se ha visto
desarrollado como la ideología de género, a la que ha seguido las teorías
“queer” y “cyborg” que se ven sobrepasadas por las propuestas transhumanista y
posthumanista.
Frente al concepto de
“naturaleza de la persona humana” hoy la nueva tesis que se propone es negar la
identidad humana o hablar de “identidades inconclusas” que serán alcanzadas en
su perfección por la tecnología que se presenta como un ideal de redención. Se
trata de la tecno-redención que va unida al capitalismo tecno-nihilista.
Resulta curioso que la dialéctica de los sexos propuesta por Engels como origen
y expresión de la primera lucha de clases (núcleo del marxismo), se haya
desarrollado en la ideología de género y, a su vez, mediante un proceso de
ingeniería social, haya sido asumida también por el pensamiento liberal.
Este cóctel de
marxismo-liberalismo ha ido alimentando la revolución sexual y hoy se presenta
como un desafío colosal frente a la antropología cristiana y las enseñanzas de
la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Para responder a esta nueva
situación necesitamos una pastoral familiar renovada que promueva, junto a la
gestación del sujeto cristiano mediante una lúcida “iniciación cristiana”, la
formación de familias cristianas conscientes de su misión. Para ello es
necesario desarrollar nuevas tareas que describo en la tercera parte de esta
conferencia y promover un laicado bien formado en las cuestiones de Bioética,
pastoral familiar, Doctrina Social de la Iglesia y conocedor del debate
cultural sobre la antropología, el matrimonio y la familia. A ello responde el
Pontificio Instituto Juan Pablo II, erigido en el mismo día en el que el Santo
apóstol de la familia sufrió el atentado en la plaza de San Pedro.
Dadas las
circunstancias actuales y el proceso invivible de la “globalización de la
indiferencia”, no se puede responder a este desafío desde una llamada al
comunitarismo que privatiza la religión. Los católicos laicos están llamados a
ser, como decía Benedicto XVI, minorías creativas para la renovación de la
sociedad. Esta creatividad, sin embargo, debe alcanzar el nivel de la política.
Sin el respeto a las realidades humanas originales (dignidad de la vida humana,
matrimonio natural entre un hombre y una mujer, familias abiertas a la vida,
estructuras sociales sanas, medios de comunicación según la verdad, leyes
justas, etc.), sin el apoyo de una verdadera cultura cristiana, se hace muy
difícil, cuando no imposible, mantener los contenidos de la antropología
adecuada y el bien de las familias. Por eso es urgente una nueva pastoral
familiar, la promoción de auténticas comunidades cristianas, asociaciones de
familias y políticos que estén dispuestos a promover el bien común y los demás
aspectos de la Doctrina Social de la Iglesia.
Lo que se propone en
esta conferencia no es más que un esbozo, o si queréis criterios para la acción.
Pido a la Virgen de Fátima que suscite verdaderos laicos dispuestos a
testimoniar la belleza del amor conyugal, la bondad social de la familia
cristiana y la edificación de una sociedad a la medida de los hijos de Dios.
+ Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares
LOS RETOS DE LA FAMILIA EN EL
CONTEXTO ACTUAL
ÍNDICE I. UNA MIRADA A LA HISTORIA
RECIENTE
1. El Concilio
Vaticano II
2. La crisis de la
encíclica “Humanae vitae” y la revolución sexual
3. El Pontificado del
Papa Juan Pablo II
4. El avance de la
revolución sexual y la ideología de género
5. El Pontificado del
Papa Benedicto XVI
6. La verdad del amor
humano
7. La Exhortación
“Amoris laetitia” del Papa Francisco
II. LOS RETOS-DESAFÍOS DE LA
FAMILIA EN EL CONTEXTO ACTUAL
1. La soberanía de la
voluntad al margen de la verdad y del
2. El intento de hacer
inútil la encarnación y la pasión-muerte-resurrección de Cristo. “La
tecno-redención de identidades inconclusas”: los presupuestos marxistas al
servicio del capitalismo tecno-nihilista
3. Nos encontramos
ante un ataque planificado, científica y sistemáticamente, contra el orden de
la creación y de la redención
4. El método de
destrucción del matrimonio, de la familia y de la vida: el constructivismo
filosófico
III. LOS RETOS-TAREAS DE LA
PASTORAL FAMILIAR RENOVADA
1. La gestación del
sujeto
2. Itinerarios de
maduración de la masculinidad y la feminidad
3. La educación
afectivo-sexual
4. La preparación del
matrimonio
5. La preparación
inmediata a la celebración del sacramento del matrimonio
6. La formación del
laicado
7. Escuela de padres
8. Los Centros de
Orientación Familiar
9. Revalorización de
la “institución familiar”
10. La sacramentalidad
del matrimonio
11. La validez del
sacramento y los procesos de separación y nulidad
12. El cuidado de las
personas en situación irregular
13. Matrimonio,
Eucaristía y Doctrina Social de la Iglesia
14. Una última
palabra: no es legítima la separación Verdad-Estado
LOS RETOS DE LA FAMILIA EN EL
CONTEXTO ACTUAL
I. UNA MIRADA A LA HISTORIA
RECIENTE
Tradicionalmente la
doctrina católica sobre el matrimonio recogía la enseñanza de San Agustín que
él mismo sistematizó en torno a los bienes del matrimonio: el bien de la prole
(bonum prolis), el bien de la fidelidad (bonum fidei) y el bien del sacramento
(bonum sacramenti). El matrimonio era visto como un contrato singular cuyas
notas características son la unidad y la indisolubilidad. Los fines propios de
esta institución natural eran descritos como la procreación y la educación de
los hijos, la ayuda mutua entre los esposos y el remedio de la concupiscencia1
.
En las décadas anteriores a la celebración del
Concilio Vaticano II, desde perspectivas más personalistas, se reclamaba una
revisión de los fines del matrimonio y se abogaba por incidir más en la
relevancia del amor conyugal: se insistía en la necesidad de revisar el término
contrato y la división entre fin primario (procreación) y fines secundarios.
1. El
Concilio Vaticano II
Con este contexto
inmediato, el Concilio Vaticano II al afrontar los temas del matrimonio y de la
familia en la Gaudium et spes los trata como el primero de los problemas y
necesidades urgentes en el mundo actual (GS 46). En expresión del mismo
Concilio “la salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está
estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (GS
47). Después de describir las sombras que oscurecen la dignidad de esta
institución, se propone exponer la doctrina sobre la dignidad del matrimonio y
de la familia (GS 48).
En este apartado de la
Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (GS 48) el Concilio
ofrece una síntesis en la que se guarda un equilibrio entre el carácter
institucional del matrimonio y los nuevos acentos que venían propiciados por la
corriente personalista. En primer lugar llama la atención la descripción que se
hace del matrimonio como “íntima comunidad de vida y amor conyugal”. La
expresión “íntima comunidad” y la referencia directa al “amor conyugal” son una
clara expresión de la perspectiva en la que se sitúa el Concilio. Esta “íntima
comunidad”, continua el Concilio, esta “fundada por el Creador y provista de
leyes propias” que no se especifican. El término “contrato” es sustituido por
la palabra “alianza” (foedus) de mayor relevancia bíblica y que hace referencia
al consentimiento matrimonial: “esta comunidad […] se establece con la alianza
del matrimonio, es decir, con un consentimiento personal irrevocable” (GS 48).
El Concilio hace
compatible estas nuevas expresiones con el lenguaje más tradicional: “Así, por
el acto humano con el que los cónyuges se entregan y aceptan mutuamente nace
una institución estable por ordenación divina, también ante la sociedad”
(Ibíd). La palabra “institución” es completada con el término “vínculo sagrado”
que apunta a la esencia del matrimonio: “este vínculo sagrado, con miras al
bien tanto de los cónyuges y de la prole como de la sociedad, no depende del
arbitrio humano” (Ibíd).
Así pues, siguiendo el
lenguaje del Concilio Vaticano II, por el consentimiento matrimonial entre un
hombre y una mujer (alianza) se ingresa en una” institución” fundada por el
Creador y que tiene “leyes específicas”. Estas leyes hacen referencia a la
unidad y a la indisolubilidad, que se describen en el mismo párrafo: “Así el
hombre y la mujer, que por la alianza conyugal ya no son dos, sino una sola
carne (Mt 19,6), se prestan mutuamente ayuda y servicio mediante la unión
íntima de sus personas y sus obras, experimentando el sentido de la unidad y
lográndola más cada día. Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos
personas, como el bien de los hijos exige la fidelidad plena de los cónyuges y
urge su indisoluble unidad” (Ibíd).
Esta síntesis, como un
mosaico completo en el que se unen las palabras comunidad, alianza, amor
conyugal, institución y vínculo sagrado, es rematada por el Concilio con la
siguiente afirmación: “El mismo Dios es el autor del matrimonio al que ha
dotado con varios bienes y fines, todo lo cual es sumamente importante para la
continuación del género humano, para el provecho personal y la suerte eterna de
cada miembro de la familia, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de
la misma familia y de toda la sociedad humana” (Ibíd).
Al hablar de los
varios bienes y fines del matrimonio el Concilio no los especifica ni los
subordina, aunque los Padres conciliares remiten en nota específica a San
Agustín, santo Tomás y a la carta encíclica de Pío XI “Casti connubii”.
En continuidad con la
doctrina católica, el Concilio destaca la llamada a la santidad de los esposos
que deriva del origen del matrimonio y de su condición de sacramento de la
nueva alianza: “Cristo, el Señor, ha bendecido abundantemente este amor
multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y construido a semejanza
de su unión con la Iglesia. Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo
salió al encuentro de su pueblo con una alianza de amor y fidelidad, ahora el
Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del
matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos. Permanece además con
ellos para que, como Él mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella, así
también los cónyuges, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad”
(Ibíd).
Así pues se pone en
evidencia la bondad de la sexualidad humana que en su diferencia varón-mujer
desde la creación apuntaba proféticamente a la alianza de Yahvé con su pueblo y
de manera definitiva a la unión Cristo-Iglesia. La imagen y semejanza de Dios
(Gen 1,27) vivida como vocación al amor tiene su icono en el amor de Cristo por
la Iglesia. La herida del pecado que distorsiona esta llamada al amor y al don
de sí es ahora sanada por el bautismo y por el sacramento del matrimonio que
conduce al amor conyugal a participar de la caridad esponsal de Cristo: “El
auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y se enriquece
por la fuerza redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para
conducir a los esposos a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime tarea
de padre y de madre” (Ibíd).
Si, como dice el
Concilio, “por su propio carácter natural la institución misma del matrimonio y
el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole”,
ahora, desde la perspectiva sacramental, la participación en la alianza de amor
de Cristo con la Iglesia, los consagra y los fortalece para cumplir con su
misión: “Por ello, los cónyuges cristianos son fortalecidos y como consagrados
para los deberes y dignidad de su estado por este sacramento especial, en
virtud del cual, cumpliendo su deber conyugal y familiar, imbuidos del espíritu
de Cristo, con el que toda su vida está impregnada por la fe, la esperanza y la
caridad, se acercan cada vez más a su propia perfección y a su santificación
mutua y, por tanto, a la glorificación de Dios en común” (GS 48).
De esta manera se completa la arquitectura de
lo que el Concilio enseña sobre el matrimonio. Éste tiene su origen en Dios,
quien creando al hombre a su imagen varón-mujer los llama desde su condición
sexuada al amor conyugal. Amor e institución van unidos y van encaminados al
don de sí y a la procreación y educación de la prole. La unión de los esposos
por el consentimiento matrimonial hace surgir un vínculo sagrado en quien
descansa la esencia del matrimonio: serán una sola carne (Mt 19,6); se trata de
una unión indisoluble vinculante porque, dándose y recibiéndose como esposos,
consienten en pertenecerse mutuamente a título de justicia. Ya no son dos sino
una sola carne. Su donación total en su condición sexuada atraviesa el tiempo
hasta la muerte. Los esposos, movidos por el amor, dan voluntariamente su ser y
su poder-ser; su entrega es para hoy y para siempre.
Este amor conyugal
específico, robustecido por el don del sacramento del matrimonio es el que
destaca como signo emblemático la Constitución conciliar Gaudium et spes. En su
número 49 encontramos una descripción y análisis del mismo. Este amor, enseña
el Concilio, no puede confundirse con la satisfacción del impulso erótico o ser
considerado como un simple sentimiento. El amor conyugal tiene su sede en la
voluntad que, sin excluir el impulso erótico o el sentimiento, es una decisión
que implica el don de sí: “Este amor, por ser eminentemente humano, ya que se
dirige de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda
la persona y por ello puede enriquecer con una dignidad peculiar las
expresiones del cuerpo y del espíritu y ennoblecerlas como signos especiales de
la amistad conyugal” (GS 49).
Este amor, que impulsa
y enriquece toda la vida matrimonial, está llamado a vivificar el vínculo
sagrado que nace del consentimiento matrimonial. Por eso, llamar al matrimonio
“institución” no disminuye la grandeza del amor, sino que garantiza la
fidelidad a título de justicia. Amor y justicia van juntos. Por eso el amor
reclama la fidelidad que es garantizada por la institución. Esta fidelidad no
se puede confiar al impulso erótico ni al sentimiento. Este amor reclama el
concurso de la voluntad, la decisión que conlleva el don de sí.
Este designio de Dios,
autor del matrimonio, tropieza con la herida del pecado que debilita la
voluntad, inclina hacia el egoísmo e incapacita para el don de sí. Por eso,
continúa enseñando el Concilio: “El Señor se ha dignado sanar, perfeccionar y
elevar este amor con un don especial de la gracia y de la caridad. Tal amor,
que asocia al mismo tiempo lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don
libre y mutuo de sí mismos, demostrado con ternura de afecto y de obras, e
impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad se perfecciona
y crece. Por consiguiente, supera con mucho la mera inclinación erótica, que,
cultivada de forma egoísta se desvanece muy rápida y miserablemente […] Este
amor, ratificado por la promesa mutua y sancionado sobre todo por el sacramento
de Cristo, es indisolublemente fiel en cuerpo y en espíritu, en la prosperidad
y en la adversidad, y, por tanto, permanece alejado de todo adulterio y
divorcio” (Ibíd).
Completado este bagaje
con la reflexión sobre la fecundidad del matrimonio (GS 50) y la armonización del
amor conyugal con el respeto de la vida humana (GS 51), el Concilio Vaticano II
animaba a todos, —esposos, sacerdotes, fieles, al poder civil y a los
científicos— a promover, también de manera asociada, el bien del matrimonio y
de la familia. La síntesis doctrinal y el equilibrio entre las corrientes
personalistas y las jurídico-institucionales así lo hacía preveer.
2. La
crisis de la encíclica “Humanae vitae” y la revolución sexual
El entusiasmo
provocado por el Concilio pronto se vio turbado por las manifestaciones de la
revolución sexual y por el disenso doctrinal que siguió a la encíclica Humanae
vitae promulgada en 1968 por el Papa Pablo VI.
La revolución sexual,
que venía gestándose desde los albores del siglo pasado, hunde sus raíces en el
marxismo y en el existencialismo de corte a la vez marxista y liberal. Ya
Engels, en su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el estado,
propugnaba la destrucción de la familia considerada como plataforma
conservadora en la que se daba la primera lucha de clases: la dialéctica de los
sexos; el esposo/padre-patrón esclavizaba a la mujer mediante la maternidad e
impedía su liberación. Desde entonces fue creciendo todo un movimiento que
tenía como bandera la promoción de la mujer y el logro de su autonomía
económica y radical. El exponente más claro de este movimiento en Europa es
Simone de Beauvoir con la publicación del libro El segundo sexo. En el área
americana hay que mencionar a Margaret Sanger, fundadora de la Planned
Parenthood. Una de las feministas más radicales ha sido Shulamith Firestone,
quien hizo de la supresión de la familia su objetivo prioritario a través de
“la eliminación de la distinción sexual en sí misma”.
En el mismo contexto
americano, los dos informes del zoólogo Alfred Kinsey sobre el comportamiento
sexual del varón (1948) y de la mujer (1953) supusieron el respaldo
pseudocientífico para afirmar la ausencia normativa en el campo de la conducta
sexual humana y la equiparación de todas las conductas sexuales. El que los informes
no fueran elaborados rigurosamente y que los resultados fueran fraudulentos, no
fue inconveniente para que en todas las universidades y espacios formativos se
divulgase la doctrina Kinsey que suponía el derrumbe de la identidad sexual y
la moral tradicional. Para Kinsey, uno de los principales teóricos del
pansexualismo hedonista, la sexualidad considerada por la sociedad como
“desviada” era, en realidad, normal.
Con estos
antecedentes, los voceros de la revolución sexual fueron Wilhelm Reich y Herbert
Marcuse, que inspiraron las revueltas estudiantiles de mayo del ´68 francés y
la proliferación de conductas que abrogaban por la destrucción de la ética
sexual, considerada como el órgano de represión por el poder. Uno de los
instrumentos para la llamada “liberación sexual”, unida a la “liberación de la
mujer”, fue el desarrollo de la píldora anticonceptiva, con la que se
pretendía, además, “frenar la superpoblación mundial”.
En este contexto de
revolución cultural fue promulgada por el Papa Pablo VI la encíclica Humanae
vitae (1968). En ella el Santo Padre reivindica la grandeza del amor conyugal,
al que caracteriza con las siguientes notas: es un amor plenamente humano y
total, fiel, exclusivo y fecundo (HV 7).
Por su parte, la
revolución sexual ya había propuesto como paradigma desvincular la conducta
sexual tanto de la procreación como del matrimonio y del amor. La sexualidad,
sirviéndose de los instrumentos anticonceptivos, pasaba a ser como un grito de
libertad, un juego erótico sin referencias a normas o responsabilidades.
Con este caldo de
cultivo se “comprende” el disenso que se organizó en torno a la encíclica
Humanae vitae. Algunos la criticaban de irresponsable ante el fenómeno de la
superpoblación; otros consideraban que la Iglesia había dado la espalda a la
ciencia y a la racionalidad en el control de la natalidad. Los partidarios de
las tesis de la revolución sexual se revolvían contra lo que consideraban el
“corsé” de la doctrina tradicional que impedía el amor libre, etc. Al interior
de la Iglesia también se producía el disenso doctrinal ante la promulgación de
una encíclica en la que se habían rechazado las conclusiones de la Comisión
mayoritaria de teólogos y expertos promovida por Pablo VI; se acusaba al Papa
de haber cedido ante un planteamiento de la naturaleza humana y de la ley
natural sobrepasados por la Teología moral, etc. Tampoco faltaron las
respuestas críticas de algunas conferencias episcopales y de grupos de
sacerdotes como el llamado “caso Washington”. Todo esto provocó un malestar y
desorientación de los sacerdotes y un bloqueo, cuando no un colapso, de la
Pastoral familiar que quiso promover el Concilio Vaticano II.
Lo cierto es que a
partir de ese momento la reflexión moral sobre el amor y el matrimonio se
centró sobre las cuestiones éticas en torno a la paternidad responsable y en
torno a la validez doctrinal de la propia encíclica Humanae vitae. Los textos
de moral que se estudiaban en los seminarios y facultades eclesiásticas no
colaboraban a esclarecer la doctrina católica a los sacerdotes y al pueblo fiel
que no contaba todavía con la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica
que le sirviera de orientación. Tanto la predicación de los sacerdotes como la
práctica de la confesión de los fieles sufrieron una gran dosis de desconcierto
que repercutía en la conducta de los matrimonios.
Pasado el tiempo se ha
podido comprobar el espíritu profético de Pablo VI, quien apelaba al testimonio
de los matrimonios católicos, a la colaboración sincera de los sacerdotes y a
la responsabilidad de las autoridades civiles y de los científicos. El no haber
oído las propuestas de Pablo VI ha conducido, particularmente a Europa y
Occidente, a vivir un invierno demográfico, a ver banalizada y degradada la
conducta sexual, a las rupturas familiares en crecida, a la desorientación de
los jóvenes y a dotar a los gobiernos de las naciones de instrumentos que han
propiciado la anticoncepción, la esterilización y el aborto.
Pablo VI, tras el
análisis del amor con sus cuatro notas, afirma la norma moral: “cualquier acto
matrimonial (quilibet matrimonii usus), debe quedar abierto a la transmisión de
la vida” (HV 11). Además apela al concepto de paternidad responsable que
requiere, cuando hay motivos justos, el recurso a los días agenésicos del ciclo
de la mujer. Para ello se hace necesario fortalecer la virtud de la castidad
que capacita tanto para una donación plena de los esposos como para la
abstinencia en los días adecuados. Al mismo tiempo el Papa anima a conocer los
métodos de observación de los ritmos naturales de la fertilidad de la mujer que
en ese momento son el método Ogino-Knaus y el incipiente llamado método
Billings, matrimonio australiano que propone conocer el ciclo de la mujer por
el análisis de la mucosidad vaginal. De no seguir la norma moral, el Papa Pablo
VI vaticinaba en las conclusiones de su encíclica todos los males que podrían
sobrevenir (HV 17).
La incipiente
Conferencia Episcopal Española recibió con asentimiento la encíclica Humanae
vitae pero sin ofrecer las claves para responder al disenso doctrinal y
favorecer una Pastoral familiar acorde con los tiempos. La verdad es que la
situación en España ha resultado especialmente difícil porque todos los temas
referidos a la vida humana, al matrimonio y a la familia se han visto influidos
por el afán de novedad que suponía el cambio de régimen y por el nuevo espíritu
de “libertad” que se respiraba en todos los ambientes, también en la Iglesia.
Lo cierto es que la Conferencia Episcopal Española publicó en 1979 su primer documento
titulado Matrimonio y familia en el que se apunta la necesidad de una Pastoral
familiar que ayude a los esposos a afrontar sus responsabilidades conyugales
fortaleciendo su espiritualidad y siendo conscientes de lo que reclama la
misión de la familia.
3. El
Pontificado del Papa Juan Pablo II
El Pontificado del
Papa Juan Pablo II fue el espaldarazo que necesitaba la Iglesia Católica que
vivía las consecuencias de un postconcilio convulso y una gran desorientación
en los temas que nos conciernen. Su primera respuesta, ya esbozada en su
encíclica Redemptor hominis, vino en una doble dirección: propiciar una mirada
sobre el hombre desde Cristo y fundamentar la vocación al amor en la llamada
teología del cuerpo. Para ello el Papa volvía su mirada al Concilio rescatando
su antropología subyacente: “Realmente, el misterio del hombre sólo se
esclarece en el misterio del Verbo Encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era
figura del que había que venir, es decir, de Cristo, el Señor. Cristo el nuevo
Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente al hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación”
(GS 22).
Esta vocación del
hombre es la vocación al amor que forma parte de la semejanza de Dios y por eso,
como explica el mismo Concilio: “Esta semejanza muestra que el hombre, que es
la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede
encontrarse a sí misma sino en la entrega sincera de sí mismo” (GS 24).
Anclado en estas
enseñanzas del Concilio Vaticano II, el Papa Juan Pablo II inició las
Catequesis sobre el amor humano que han sido compendiadas en el libro Varón y
mujer los creó. En estas catequesis el Papa ofreció una fundamentación
antropológica de la doctrina de la encíclica Humanae vitae y desarrolló desde
claves bíblicas, filosóficas y teológicas la teología del cuerpo como legado
para desarrollar una visión del hombre, de la sexualidad y de su vocación al
amor capaz de responder a los embates de la revolución sexual.
La otra dirección, de
carácter más pastoral, fue la convocatoria del Sínodo de los Obispos sobre la
familia. El relator de este sínodo fue el cardenal Ratzinger y dio como
resultado la exhortación apostólica Familiaris consortio. Esta exhortación
hemos de considerarla como la Carta Magna de la Pastoral Familiar en la que se
unen los aspectos doctrinales y las orientaciones pastorales encaminadas a
promover auténticas familias cristianas que puedan llevar adelante con
responsabilidad su misión. En esta exhortación apostólica el Papa instaba a
todas las Conferencias episcopales a redactar un Directorio de Pastoral
Familiar que sirviera de guía a las distintas diócesis.
El día del atentado en
la Plaza de San Pedro, San Juan Pablo II quiso anunciar la creación del “Pontificium
Consilium pro Familia” y del “Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios
sobre el matrimonio y la familia” que tiene su sede central en Roma y que goza
de extensiones en los cinco continentes. La sección española tiene su sede en
Valencia y, desde allí ha abierto extensiones en Madrid, Castellón, Murcia y
Alcalá de Henares. Su colaboración con la Conferencia Episcopal Española es
estrecha y ha promovido junto a la Licenciatura en Sagrada Teología del
Matrimonio y la familia, el Máster en Ciencias del Matrimonio y la Familia para
licenciados, graduados y diplomados, y una Especialidad Universitaria en
Pastoral Familiar que se ha ido extendiendo en varias diócesis españolas. Este
Instituto fue promovido para estudiar todas las cuestiones que afectan al
matrimonio y a la familia, teniendo como ejes la antropología adecuada y la
ética cristiana.
La Comisión Episcopal
para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española publicó un
documento resaltando la luz profética de la Encíclica Humanae vitae (Una
encíclica profética: la Humanae vitae. Reflexiones doctrinales y pastorales,
1992) y antes de redactar el Directorio de Pastoral Familiar que proponía la
exhortación Familiaris consortio promulgó la Instrucción Pastoral: La familia, santuario
de la vida y esperanza de la sociedad (2001). En este documento se recogen los
elementos doctrinales de las Catequesis del Papa Juan Pablo II sobre el amor
humano y de la propia Familiaris consortio. Los obispos españoles, contando
además con la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, ofrecieron una
respuesta clara al ambiente cultural que se había creado en España y que se
había concretado en la ley del divorcio (1981), la ley del aborto (1985) y las
leyes que afectaban al tratamiento de los embriones y a la reproducción
asistida (1988). Tanto los sacerdotes como los fieles podían encontrar un
camino a seguir y una senda que iluminara los esfuerzos de las Delegaciones
diocesanas de familia y vida.
Este trabajo se vio
complementado con el Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España
(2003) en el que, siguiendo el eje de la vocación al amor, se ofrecen las
pistas para una Pastoral Familiar renovada.
4. El
avance de la revolución sexual, la ideología de género y sus evoluciones
Mientras se estaba
redactando la exhortación Familiaris consortio, la revolución sexual continuaba
avanzando con las alianzas del feminismo radical, el “lobby de género” y la
promoción de las filosofías constructivistas de Michel Foucault y Jacques Derrida
(Deconstrucción y pragmatismo. Buenos Aires 1998). Es lo que conocemos como
ideología de género que encontró a su gran impulsora en la filósofa
postestructuralista Judith Butler, la cual en su libro El género en disputa: el
feminismo y la subversión de la identidad (1990) sostiene que todas las
“categorías ficticias” de la identidad sexual solo son construcciones a través
del lenguaje. Lo que corresponde al verdadero feminismo es derrumbar los
cimientos del orden humano mediante la multiplicación de las identidades de
género. Esta es la ideología de género que ha ido derivando hacia el movimiento
“queer”, la teoría “cyborg” y las propuestas transhumanistas y posthumanistas 2
. Algunos autores hablan de la “tecno redención” de los cuerpos: «En sus diferentes
variantes la propuesta del transhumanismo supone la posibilidad de mejorar
tecnológicamente a los seres humanos como individuos y como sociedad por medio
de su manipulación como especie biológica; abrazando el sueño de abandonar y
superar la precariedad de la existencia orgánica.»3
Por su parte, Georges
Bataille es el teórico del “erotismo narcisista”. A través de Bataille la
ideología de género considera que el placer es, en realidad, equivalente a la
transgresión. Para el feminismo radical y los teóricos del género, Bataille
representa la inserción “del olvidado tema del placer en la lógica de la lucha
de clases”.
Todo este fenómeno
tiene como objetivo común la ruptura con la civilización cristiana y la
deconstrucción de la antropología adecuada que tiene estos tres puntos de
apoyo: a) la unidad de la persona cuerpo-espíritu; b) la diferencia sexual
varón-mujer; c) y la redención del corazón (redención del cuerpo) que
posibilita, tras la herida del pecado, la comunión y subordinación entre los
dinamismos espirituales (inteligencia-voluntad) los psíquicos (sentimientos y
afectividad) y los físicos-biológicos (instintos, impulso erótico).
La “liberación de la
mujer” que pretende acabar con la esclavitud de la maternidad, su autonomía
frente al varón y su afán de “empoderamiento” han conducido al feminismo
radical a negar la diferencia varón-mujer, aliándose con la ideología de género
que afirma que la diferencia sexual no es más que producto de la cultura que
asigna roles diferentes. Si la identidad sexual no es más que un producto
cultural, lo que hay que hacer es deconstruir la cultura que la propicia,
deconstruir el lenguaje, la enseñanza, deconstruir el concepto de persona y
promover, desde la tolerancia, leyes que favorezcan la libertad en la
orientación sexual y fomenten la diversidad.
Este es el punto de
encuentro entre el feminismo radical y el “lobby de género” que, desde la caída
del muro de Berlín, ha encontrado el apoyo de las fuerzas sociales llamadas
“progresistas”, (partidos políticos, sindicatos y medios de comunicación) que
han contribuido a su rápido avance y a su divulgación. Su expansión rápida en
España ha llegado a inspirar la promoción de varias leyes que afectan al
respeto de la vida humana, al matrimonio y a la familia. Estas leyes, a su vez,
se han redactado para informar el sistema de la enseñanza y de la sanidad de
tal manera que han conseguido crear una red tupida en la que colaboran ONG de
rango internacional promovidas por la ONU y el Parlamento Europeo y otras de
carácter local. Las campañas de promoción de la ideología de género han sido
constantes; se han introducido varias cátedras de género en las universidades y
han conseguido desarmar el entramado jurídico que sostenía el bien y la
dignidad de la vida humana, del matrimonio y de la familia.
Todo este sistema
ideológico ha utilizado la técnica de manipulación del lenguaje, raptando la
realidad con términos creados para ello. De este modo se han introducido, entre
otros, los siguientes términos: “interrupción del embarazo” o “salud
reproductiva” para no hablar del crimen del aborto; “orientación sexual”, para
reconducir la identidad sexual al arbitrio de la voluntad; “género” para
ocultar el soporte antropológico de la diferencia varón-mujer. La manipulación
ha llegado hasta el extremo de suprimir las palabras “padre/madre”,
“marido/mujer”, “esposo/esposa” del Código y del Registro Civil. El tema es
extremadamente grave porque se trata de relaciones fundantes y que vienen a
expresar la identidad de la propia persona.
Del mismo modo, para
promover las tesis de la ideología de género, del feminismo radical y del
“lobby de género”, se ha recurrido a la técnica de inventar “nuevos derechos
humanos” que no tienen ningún apoyo y fundamento en la naturaleza de la
persona. Así ocurre con el derecho a la orientación sexual y a la diversidad;
con el derecho a equiparar la unión de personas del mismo sexo al matrimonio
entre varón y mujer; el derecho al hijo o a su adopción fuera del contexto del
amor esponsal-matrimonial; los llamados “derechos sexuales” o el “derecho a la
educación sexual” según los Estándares 4 creados por organismos que promueven
la masturbación, la “diversidad sexual”, la “orientación sexual”, “la
ciudadanía íntima”, más allá de los criterios de los propios padres en el
contexto de la educación escolar, etc.
Todo ello ha
conseguido penetrar en la mayoría de la población que ha asumido acríticamente
todos estos presupuestos. Así se explica que haya personas que argumenten de
esta manera tan simple: “aunque sean personas del mismo sexo, si se quieren,
¿por qué no se pueden casar?” Lejos quedan con estos razonamientos las
explicaciones del Concilio Vaticano II hablando del matrimonio como “institución”
que custodia el bien de los esposos, de los hijos y de la misma sociedad. Lo
mismo ocurre con el término “amor” que se reduce al simple afecto y no se le
enraíza en la voluntad orientada desde la verdad antropológica, el bien del
matrimonio y la justicia de la fidelidad. El derecho y las leyes se ocupan del
matrimonio porque es una “institución básica” para el bien común por la
procreación, por los derechos y deberes de los esposos y por la justicia y los
derechos de los niños a tener “padre” y “madre” y ser educados en un ambiente
que garantice su bien y su futuro. Reducir el matrimonio a “uniones afectivas”
indiscriminadas es una injusticia que atenta contra el bien común y destruye el
patrimonio de la humanidad.
5. El
Pontificado del Papa Benedicto XVI
Desde el principio,
siendo Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, el cardenal
Ratzinger, se ocupó de todas las cuestiones que se debatían en torno a la vida
humana, el matrimonio, la familia, la educación sexual, etc. Los grandes
argumentos que sustentaban los documentos de la Congregación de la Doctrina de
la Fe arrancaban sus principios de la visión del hombre desde la Creación y la
Redención. En su pontificado lo que ha puesto en evidencia es que el olvido de
Dios y su designio creador-redentor, ha conducido al relativismo moral. Esta es
la crisis fundamental: la crisis de la verdad, la crisis de la razón. Esta
crisis es tan profunda que suscitó la respuesta urgente del Papa Juan Pablo II,
quien tuvo que afrontar de manera inaudita el desmoronamiento de los
fundamentos de la moral con la encíclica Veritatis splendor y la crisis de la
razón con la encíclica Fides et ratio.
6. La
verdad del amor humano
En continuidad con
esta perspectiva el Papa Benedicto XVI ha considerado necesario volver la
mirada sobre la vida teologal y a Dios, revelado en Cristo, como fundamento de
la realidad y de la vida humana. A este criterio responden sus tres encíclicas:
Deus caritas est; Spe salvi; Caritas in veritate y, colaborando con el Papa
Francisco, la encíclica Lumen fidei. Desde el inicio de su pontificado el Papa
Benedicto XVI ha ido alumbrando la “vía del amor” como lógica de Dios y, por
tanto, como la lógica humana. Por eso, guiada por esta luz y con el deseo de
responder a las nuevas cuestiones que iban apareciendo en la sociedad española,
la Conferencia Episcopal se propuso afrontar el tema de la “verdad del amor
humano”. Alumbrando de nuevo esta cuestión se entraba en la raíz de tantas
oscuridades que han sido promovidas desde el relativismo moral y las ideologías
emanadas desde el individualismo liberal o desde las propuestas de género que
hunden sus raíces en los escombros del marxismo y el constructivismo.
El documento “La
verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de
género y la legislación familiar”, vio su luz en abril de 2012. Han pasado
nueve años desde la publicación del Directorio de Pastoral Familiar y las
ideologías en poco tiempo han ido destruyendo el tejido familiar y debilitando
las convicciones referidas a la grandeza de la vocación al amor y el gran bien
social de la familia. Con este documento los pastores de la Iglesia han
ofrecido a todos los fieles cristianos una síntesis doctrinal que se extiende
desde el Concilio Vaticano II hasta las postrimerías del Pontificado de
Benedicto XVI. Sin vacilación ninguna, podemos afirmar que nunca la Iglesia
Católica había podido ofrecer un bagaje tan rico sobre la sexualidad humana, el
amor humano, el matrimonio y la familia. Este es el legado fundamental del Papa
Juan Pablo II y su teología del cuerpo. El amor humano es sexuado, expresa la
identidad de la persona y la lleva en la unidad cuerpo-espíritu al don de sí.
La fuente del amor humano está en Dios, quien nos ha creado a su imagen y
semejanza. El icono del verdadero hombre y el icono del amor verdadero es el
Crucificado. La lógica del amor en el lenguaje del cuerpo es el don de sí. La
diferencia sexual responde a la lógica divina, comunión trinitaria, y es una
llamada al amor conyugal que promueve la vida. Sólo desde la diferencia sexual
se puede llegar a la complementariedad humana y a la comunión amorosa que se
prolonga en los hijos que son bendición de Dios.
Cristo Redentor sana las heridas del pecado
que curvan al hombre sobre sí mismo e impiden la posibilidad de un amor
plenamente humano, total, fiel, exclusivo y fecundo como había enseñado Pablo
VI.
La redención del amor
humano, tanto en la virginidad por el Reino de los Cielos como en el sacramento
del matrimonio, es un tema central en la nueva evangelización y que viene a
disipar las sombras de la ideología de género como intento de retorcer la
naturaleza de la persona. La vocación al amor es un punto neurálgico de la
antropología cristiana que ha querido ser propuesto de nuevo por nuestros
pastores.
Benedicto XVI es el
primer Pontífice que ofrece, aunque no de una manera sistemática, una reflexión
sobre la ideología de género resaltando su perversidad. Lo hizo al final de su
pontificado con ocasión del discurso a la Curia romana en la felicitación de
Navidad (2012): «Según esta filosofía [la ideología de género], el sexo ya no
es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar
personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente,
mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de
esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente.
El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que
caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se
le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe
crear. Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios
como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad
es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta
dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que
leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). No, lo
que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o mujer, sino que
hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y ahora somos
nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y mujer como
realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen.
El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad. La
manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al
medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a
sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después
elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se
niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona
humana que se integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de
hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia
como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la
prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular
dignidad que le es propia. Bernheim muestra cómo ésta, de sujeto jurídico de
por sí, se convierte ahora necesariamente en objeto, al cual se tiene derecho y
que, como objeto de un derecho, se puede adquirir. Allí donde la libertad de
hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega
necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como
criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia
de su ser. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace
evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del
hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre.»
7. La
exhortación «Amoris laetitia» del Papa Francisco
Desde el inicio de su pontificado el Papa
Francisco ha querido retomar la importancia del evangelio del matrimonio y de
la familia. Para ello convocó dos Sínodos (uno extraordinario y otro ordinario)
cuyo desarrollo queda recogido en la Exhortación Postsinodal Amoris laetitia.
Para recibir
coherentemente esta Exhortación conviene conocer las mismas intenciones del
Papa y los resultados del propio itinerario sinodal. En este sentido es muy
significativa la insistencia en que hay que mantener la doctrina sobre el
matrimonio y la familia cuya síntesis ofrece en el capítulo tercero y que,
salvaguardando la unidad doctrinal y de praxis de la Iglesia, no está en su
intención solucionar las discusiones doctrinales, morales, pastorales con una
intervención magisterial (AL 3).
En varias ocasiones el
papa Francisco ha dicho que la clave para interpretar Amoris laetitia es la vía
del amor que expone en el capítulo cuarto comentando el himno de la Caridad (1
Cor 13) y amplía en el capítulo quinto que lleva por título el «Amor que se
vuelve fecundo». Es ésta una vía muy desarrollada en el Pontificio Instituto
Juan Pablo II en el que, frente a la pandemia del individualismo y emotivismo,
se ha profundizado en la verdad del amor humano vinculado a los ejes de la
antropología adecuada, a la teología del cuerpo y a la hermenéutica del don.
Otra vía para recibir
con coherencia la Exhortación Amoris laetitia son la distintas llamadas que
hace el papa en orden a desarrollar una pastoral del vínculo (AL 211, 315) que
hay que entender como el don del sacramento del matrimonio que lleva a los
esposos a participar del amor indisoluble de Cristo por la Iglesia. Desde esta
perspectiva el Papa quiere recoger algunos de los grandes desafíos pastorales
(AL 199) sin pretender ofrecer un cuadro completo de la pastoral familiar.
También el Papa
Francisco ha querido ofrecer en su exhortación Amoris laetitia una palabra
sobre la ideología de género: «Otro desafío surge de diversas formas de una
ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la
reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin
diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta
ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven
una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de
la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene
determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo»5 .
Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a
ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un
pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que
ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo
(gender), se pueden distinguir pero no separar»6 . Por otra parte, «la
revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la
posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de
la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como
la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y
descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las
parejas»7 . Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la
vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los
aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender
sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos
precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a
custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla
como ha sido creada.»
Del mismo modo, con
ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco ofreció a los
obispos polacos unas palabras significativas: «Pero el problema es mundial. La
explotación de la creación, y la explotación de las personas. Estamos viviendo
un momento de aniquilación del hombre como imagen de Dios.
Quisiera concluir aquí
con este aspecto, porque detrás de esto hay ideologías. En Europa, América,
América Latina, África, en algunos países de Asia, hay verdaderas
colonizaciones ideológicas. Y una de estas —lo digo claramente con «nombre y
apellido»— es el gender. Hoy a los niños —a los niños— en la escuela se enseña
esto: que cada uno puede elegir el sexo. ¿Por qué enseñan esto? Porque los
libros son los de las personas y de las instituciones que dan el dinero. Son
las colonizaciones ideológicas, sostenidas también por países muy influyentes.
Y esto es terrible. Hablando con Papa Benedicto, que está bien y tiene un
pensamiento claro, me decía: «Santidad, esta es la época del pecado contra Dios
creador». Es inteligente. Dios ha creado al hombre y a la mujer; Dios ha creado
al mundo así, así, y nosotros estamos haciendo lo contrario. Dios nos dio un
estado «inculto» para que nosotros lo transformáramos en cultura; y después,
con esta cultura, hacemos cosas que nos devuelven al estado «inculto». Lo que ha
dicho el Papa Benedicto tenemos que pensarlo: «Es la época del pecado contra
Dios creador». Esto nos ayudará.»
En este sentido, más
allá de hacerse cargo de los desafíos del emotivismo, del individualismo, del
cambio antropológico-cultural, de la teoría del “gender”, es de justicia
reconocer también que los cambios vertiginosos promovidos por el nuevo
paradigma global que pretende superar los límites de la naturaleza del hombre
con el posthumanismo y el transhumanismo, no han encontrado eco ni en la
Exhortación Amoris laetitia ni en los padres sinodales que se han visto
sobrepasados por la propia realidad y los avances del tecno-nihilismo.
Finalmente, además de
las múltiples indicaciones pastorales, Amoris laetitia es atravesada por lo que
el papa Francisco, explicitando la palabra misericordia, describe como un
proceso complejo: acompañar, discernir, integrar. Este itinerario viene
suscitado por la actitud de salir al encuentro de quienes se encuentran en
situaciones difíciles o irregulares para acercarlos a la comunidad cristiana de
modo que puedan participar de su vida y acompañamiento.
II. LOS
RETOS-DESAFÍOS DE LA FAMILIA EN EL CONTEXTO ACTUAL
Nos proponemos en esta
segunda parte señalar los nuevos desafíos con los que se encuentran hoy tanto
el matrimonio como la familia. Como es característico del obrar cristiano, en
todos los análisis críticos que indicamos a continuación en los que se hace
referencia tanto a leyes de la administración como a organizaciones sociales
nacionales o internacionales, distinguimos bien entre el respeto a las personas
y sus intenciones, y lo que entendemos son hechos objetivos que contradicen el
designio de Dios sobre la persona humana, el matrimonio y la familia.
1. La
soberanía de la voluntad al margen de la verdad y del bien.
El Preámbulo de la Ley
2/2016, de 29 de marzo, de la Comunidad de Madrid, sobre «Identidad y Expresión
de Género e Igualdad Social y no Discriminación» afirma: «Se ha de otorgar
soberanía a la voluntad humana sobre cualquier otra consideración física».
Por su parte, el
Artículo 4.1 de la Ley anterior y el artículo 4.1.b de la Ley 3/2016, de 22 de
julio, de «Protección Integral contra la LGTBifobia y la Discriminación por
Razón de Orientación e Identidad Sexual» en la Comunidad de Madrid sentencia:
«Toda persona tiene derecho a construir para sí una autodefinición con respecto
a su cuerpo, sexo, género y su orientación sexual».
Por su parte la Ley
(8/2017, de 7 de abril, de la Generalitat) integral del reconocimiento del
derecho a la identidad y a la expresión de género en la Comunidad Valenciana
también asume los mismos postulados: «La necesidad de crear un marco normativo
que reconozca el derecho a la identidad de género y a la libre expresión del
género sentido como un derecho humano fundamental, y dotarlo de las
herramientas adecuadas para hacerlo efectivo».
En resumen, tanto
estas leyes como otras muchas en temas de matrimonio, familia y vida
“consagran” la soberanía despótica de la voluntad al margen de la verdad y del
bien. Esta mentalidad ha calado masivamente en la población y constituye uno de
los retos de la familia actual.
«Como observó Cicerón,
“si los derechos se fundaran en la voluntad de los pueblos, en las decisiones
de los príncipes y las sentencias de los jueces, sería jurídico el robo, jurídico
el adulterio, jurídica la suplantación de testamentos, siempre que tuvieran a
su favor los votos, o los plácemes, de una masa popular”. Y es que “para
distinguir la ley buena de la mala, no tenemos más norma que la naturaleza”,
con la que se discierne lo justo de lo injusto. “Pensar que esto depende de la
opinión de cada uno y no de la naturaleza, es cosa de locos”».8
Como recordaba
Benedicto XVI en su visita al Parlamento Federal de Alemania en 2011 «el hombre
no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a
sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es
justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo
que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se
realiza la verdadera libertad humana».
2. El
intento de hacer inútil la encarnación y la pasión-muerteresurrección de
Cristo. “La tecno-redención de identidades inconclusas”: los presupuestos
marxistas al servicio del capitalismo tecno-nihilista
Ser persona-varón o
persona-mujer es un don de Dios que, por obra de la gracia, nos permite
participar proféticamente del amor nupcial de Dios por su Pueblo y de Cristo
por su Iglesia; apostatar de este don no solo nos aleja de Dios, sino que, como
consecuencia, nos hace incapaces del “don de sí” en el lenguaje del cuerpo.
Esta apostasía pretende hacer inútil la encarnación, la pasión, la muerte y la resurrección
de Cristo. La “carne” es el quicio de la redención. Lo que no es asumido no es
redimido.
Frente al proyecto de
redención divina ha emergido otra propuesta “revolucionaria” con los siguientes
elementos: a) No existen las identidades persona-varón y persona-mujer, y menos
como un don otorgado por Dios; b) Nuestras identidades más bien están por
concluir y además pueden ser cambiantes o, peor aún, carecemos de identidad,
somos la pura arbitrariedad anclada en una libertad nihilista; c) Es la
tecnología la que nos va a permitir “ser” lo que queramos o sintamos ser en
cada momento, sin sufrimientos, sin límites, sin muerte, sólo placer y por toda
la “eternidad”, es lo que se podría llamar la “tecno redención”9 .
El deseo, al margen de
Dios, de inmortalidad y de la superación de las barreras espacio-temporales
propias de la naturaleza del hombre necesita de dinero y de poder. No es este
el lugar para desarrollar ampliamente el concepto, pero anticiparé que la
ideología global subyacente, que está siendo sutilmente promovida en todo este
proceso, es lo que se ha venido a llamar tecno-nihilismo, hija natural de la
dictadura del relativismo10. El llamado “capitalismo tecno-nihilista” es «un
modelo de acumulación económica que, en esta fase histórica, hace depender cada
vez más el crecimiento de la capacidad de innovación técnica y que, por
consiguiente, necesita de una cultura nihilista para disponer libremente de
cualquier significado para no poner obstáculos de ningún tipo a su total
despliegue»11. «La economía psíquica del tecnonihilismo es el imperativo
“¡goza!”, que marca el paso del deber al placer como principio de realidad»12.
Naturalmente, esto ha exigido someter el noble ejercicio de la buena política13
a las exigencias del Gran Dinero, que es en realidad quien gobierna el mundo;
la naturaleza humana se torna así en un simple instrumento bioeconómico al
servicio del tecnocapitalismo. La cuestión es clara: para maximizar el
enriquecimiento de los poderosos y alcanzar sus fines (post-humanismo) la
lógica de producción-consumo no debe tener límite moral alguno. La paradoja es
que los presupuestos antiDios y anti-familia que sustentan esta tesis son
claramente marxistas.
3. Nos
encontramos ante un ataque planificado, científica y sistemáticamente, contra
el orden de la creación y de la redención
El Papa Benedicto XVI afirmaba que «el libro
de la naturaleza es uno e indivisible»; el Papa Francisco desarrolla el mismo
concepto en Laudato Si” con la expresión «ecología integral»; lo mismo hizo el
Papa San Juan Pablo II al hablar de la “ecología humana” en Centesimus annus
(nn. 37-39). Sin embargo, todos tendemos a mirar la realidad atomizadamente —y
así se procura que suceda desde el poder—, como si unas cosas no tuvieran
relación con otras, como si todo fuera casual, como si el mal no estuviese
organizado. Que nadie se engañe, lo que contemplan nuestros ojos no es más que
una de las muchas piezas del puzle de la estructura esclavista y de muerte que
se está construyendo a nivel mundial.
El proceso de
deconstrucción de la persona, del matrimonio, de la familia, de la escuela y de
la sociedad viene de lejos. Es esencial no contemplar las distintas piezas del
puzle de forma atomizada como hacíamos hasta hace bien poco: que si la lacra
del divorcio, que si la anticoncepción, que si el crimen del aborto, etc. En
realidad nos encontramos ante un ataque global programado, científica y
sistemáticamente, contra el orden de la creación-encarnación-redención:
injusticia social (con la síntesis del marxismo y el liberalismo), ecología
idolátrica y fragmentada, anticoncepción, esterilización, aborto, “amor romántico”,
divorcio, “amor libre”, técnicas de reproducción asistida, “pornificación” de
las relaciones personales y de la cultura, sexualidad sin verdad, usurpación
deliberada de la filiación natural de los niños, manipulación arbitraria de la
anatomía, de la fisiología y de la identidad personal, eutanasia y suicidio
asistido, “poliamor”, realidad virtual sustitutiva, manipulación y mejoramiento
genético de embriones, bio-neuro-ingeniería posthumanista, etc. son sólo una
parte de los escalones, programados, científica y sistemáticamente, en orden a
la deconstrucción de la “identidad-misión”, querida por Dios para el ser
humano. Toda persona humana posee una verdad integral que sólo es alcanzada
cuando la contemplamos en su unidad sustancial cuerpoespíritu, en la diferencia
varón-mujer, en la llamada a la comunión con el prójimo y en la vocación a
adorar y amar, sobre todas las cosas, al único Dios verdadero. Esta es la
verdadera ecología humana integral que debe ser cultivada en la familia
cristiana (Cf. Papa Francisco, Laudato Si” 137-162 y San Juan Pablo II,
Centesimus annus 37-39).
Este es, por tanto,
otro de los retos; es necesario que pastores, catequistas, formadores,
profesores y familias seamos conscientes de que nos encontramos ante un ataque
planificado, científica y sistemáticamente, contra el orden de la creación y de
la redención. Una pastoral familiar reducida a actos puntuales y temáticos a
base de reuniones y el cultivo de emociones es insuficiente.
4. El
método de destrucción del matrimonio, de la familia y de la vida: el
constructivismo filosófico
Abusando de simplicidad, el constructivismo
filosófico postula un modelo epistemológico en el que la “realidad” no sería
más que una construcción “inventada”. Lo que creemos que es la realidad solo
sería una construcción mental del sujeto “cognoscente”, atrapado por las
limitaciones perceptivas de sus sentidos y de las propias estructuras
neurológicas. Estas estructuras neurológicas procesarían lo percibido
estableciendo categorías (clasificaciones) que permitirían la “interpretación”
de los datos percibidos. Ahora bien, categorizar, clasificar, exige el
lenguaje, palabras, es decir, conceptos que ofrezcan un modelo de
interpretación de lo percibido; a estos “modelos” que se aceptan universalmente
sin ser cuestionados les llamamos paradigmas. En fin, la realidad es
inaprensible, solo existe el lenguaje, y éste siempre es construcción y
construcción ideológica; nos encontramos ante un método hijo del relativismo.
Desde mediados del
siglo XX, esta corriente de pensamiento ha sido aplicada de modo científico y
sistemático en nuestras sociedades, por cierto con gran “éxito”; ello ha
permito cambiar masivamente la percepción que tienen las personas respecto a
muchos aspectos de la realidad, todo en orden a deconstruir primero los “viejos
paradigmas” para, a continuación, “construir” unos nuevos.
Como digo el método ha
sido sucesivamente aplicado a la cultura, después al derecho y desde él a la
enseñanza, a la sanidad y a todos los aspectos de la vida social, alcanzando,
por imperio despótico de la ley, la intimidad del hogar y de las personas. El
asalto en marcha, tras la falta de respuesta de algunas comunidades eclesiales
cristianas, es ahora contra la Iglesia Católica, particularmente contra la
Sagrada Tradición y el Magisterio sobre el matrimonio, la familia y la vida.
También en el ámbito
específico de la Doctrina Católica se está utilizando este método. No son pocos
los que están pidiendo, con la excusa de acercarse más al hombre contemporáneo,
una “renovación” del lenguaje14 tanto litúrgico como doctrinal.
El cambio en el
lenguaje es esencial para cambiar el paradigma de la acción salvífica de Cristo
que consiste en: «la Caridad en la Verdad, aplicando la ley de la
gradualidad»15. Sin embargo el “Nuevo Paradigma” que se quiere promover reza
así: «“ampliemos” la misericordia, aplicando la gradualidad de la ley». A este
“Nuevo Paradigma” el Papa Francisco lo llama “buenismo destructivo, que en
nombre de una misericordia engañadora venda las heridas sin antes curarlas y
medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la
tentación de los «buenistas», de los temerosos y también de los así llamados
«progresistas y liberales»” (Papa Francisco, Discurso en la clausura de la III
Asamblea general extraordinaria del Sínodo de los Obispos, 18 de octubre de
2014).
III. LOS
RETOS-TAREAS DE LA PASTORAL FAMILIAR RENOVADA
Atendiendo a las
cuestiones que considero más urgentes y a las circunstancias que concurren en
este momento referidas al matrimonio y a la familia, señalo, a continuación,
aquellas tareas que habría que tener en cuenta para promover, entre todos, una
pastoral familiar renovada. Todas ellas deben ser pensadas, oradas y llevadas a
cabo desde la verdad del designio amoroso de Dios revelado en la persona de
Cristo. «En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su
Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su
proyecto» (Benedicto XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 1, 29-06-2009). En
ocasiones sólo cabe proponer la verdad en la caridad, orar y acompañar; así lo
enseñaba el Cardenal Jorge Mario Bergoglio: aproximarse bien a la realidad,
aproximarse bien al prójimo «implica comunicar la belleza de la caridad en la
verdad. Cuando la verdad es dolorosa y el bien difícil de realizar, la belleza
está en ese amor que comparte el dolor, con respeto y de manera digna»
(Conferencia “Comunicador ¿Quién es tu prójimo?”, 10-10-2002).
1. La
gestación del sujeto cristiano: la iniciación cristiana según el modelo del
catecumenado bautismal
La pastoral familiar
en estos momentos constata la debilidad del sujeto cristiano. Los candidatos a
la celebración del sacramento del matrimonio, aunque bautizados, manifiestan
una fe muy débil; muchos de ellos sin práctica ni experiencia cristiana. Ha
descendido alarmantemente la nupcialidad y se ha retrasado el momento de
celebrar el sacramento del matrimonio. Muchas parejas solicitan el sacramento
cuando llevan años conviviendo y, muchos, con hijos.
Esta situación reclama
vincular la pastoral familiar con una lúcida iniciación cristiana, ‒según el
modelo del catecumenado bautismal‒, de los niños-adolescentes, jóvenes y
adultos. Esto exige, a su vez, una conversión pastoral de la parroquia y de los
procesos catequéticos. La parroquia necesita contar con las familias
cristianas, adquirir un rostro familiar y desarrollar procesos comunitarios
donde sea posible la gestación del sujeto cristiano. La implicación de laicos
formados, en comunión con los sacerdotes, es imprescindible. Los movimientos
matrimoniales y familiares, los nuevos movimientos y las comunidades eclesiales
pueden prestar un buen servicio a las parroquias. Estas deben contar con su
equipo de Pastoral Familiar que conozca bien las claves de la antropología
adecuada, la doctrina católica sobre la vida, el sacramento del matrimonio y la
familia, así como las orientaciones de la Familiaris consortio, del Directorio
de la Pastoral Familiar en España, la Exhortación del Papa Francisco Amoris
laetitia y del resto del Magisterio de la Iglesia.
2.
Itinerarios de maduración de la masculinidad y la feminidad
Para amar y donarse en
cualquier ámbito de la vida (conyugal, familiar, laboral, etc.), primero hay
que poseerse, a esta virtud la llamamos castidad; es por ello que castidad y
caridad no son virtudes “privadas” sino que son dos virtudes con dimensión
social y política que es esencial revindicar en el foro público.
Pero además, castidad
y caridad se configuran y expresan, en los seres humanos, en la diferencia
varón-mujer, y de ninguna otra manera, de ahí la necesidad de que el padre y la
madre realicen su misión educativa diferente pero complementaria a la vez.
Desde la infancia es necesario cultivar y reafirmar el sentido de la
masculinidad en los hijos varones y el sentido de la feminidad en las hijas.
Para ello es necesario una colaboración permanente con la escuela y la
catequesis a través de itinerarios de maduración de la feminidad y la
masculinidad en el contexto de la iniciación cristiana. Sólo podemos amar como
varones o mujeres. Los Centros de Orientación Familiar emergen aquí como un
instrumento en estos procesos de maduración cuando las heridas afectivas se
hacen evidentes.
3. La
educación afectivo-sexual
Junto a la iniciación
cristiana, y como contenido necesario en los procesos catequéticos, es urgente
introducir programas de educación afectivo-sexual. Esta se confía de manera
singular a las familias. Las parroquias y los centros educativos cooperan con
los padres para complementar y desarrollar todos sus aspectos.
La educación sexual
tiene como horizonte acompañar y orientar la vocación al amor; implica el
desarrollo de las virtudes y, de modo especial, la virtud de la castidad. Tanto
la vocación al amor, la conquista con la gracia de la libertad personal para el
don, como la virtud de la castidad reclaman espacios familiares y comunitarios
donde se visibilice el trato respetuoso, la belleza de la amistad y el gozo de
la convivencia y la fraternidad cristiana.
Las escuelas de padres
y las escuelas de familia pueden prestar una buena ayuda para este tipo de
educación.
4. La preparación
del matrimonio
La preparación para el
matrimonio cristiano ha de ser vista como un proceso gradual y continuo que la
Familiaris consortio sistematiza en tres etapas: remota, próxima e inmediata.
Esta preparación,
acompañada de la educación afectivo-sexual, ha de vivirse como un proceso
evangelizador desarrollado al modo del discipulado de Cristo. En definitiva se
trata de discernir la llamada del Maestro a seguirle en la vocación
esponsal-conyugal como un camino que tiene como horizonte la santidad de vida.
Este discipulado en el que se discierne la
vocación al matrimonio, la elección del que puede ser el futuro esposo o la
futura esposa, ha de desarrollarse como un itinerario de fe que incluya toda la
experiencia de la Iglesia: oración, escucha de la Palabra, celebración de la
Penitencia y de la Eucaristía, acompañamiento del testimonio de otros
matrimonios, formación cristiana y, según las etapas, preparación para la
celebración fructuosa del sacramento del matrimonio y para la vida y misión de
la familia.
La Familiaris
consortio indica que las etapas de preparación al matrimonio “se han de
programar a modo de catecumenado y como verdaderos itinerarios de fe” (FC 66).
Con esto se está indicando que no es suficiente proponer a los jóvenes algunas
verdades que les puedan ayudar o algunos testimonios que les sirvan de guía. Se
trata de verdaderos procesos de evangelización que han de vincularse tanto con
los procesos catequéticos ordinarios como con la pastoral juvenil.
Para la preparación
próxima e inmediata se ha de ofrecer itinerarios, procesos de auténtico
discipulado que cuenten con el tiempo suficiente para desplegar todos los
aspectos de la vida cristiana y los específicos de la vida matrimonial y
familiar. Dada la situación de nuestros jóvenes no habría que disminuir las
exigencias de estos itinerarios que pueden ser complementados con momentos de
convivencia, retiros y ejercicios espirituales.
5. La
preparación inmediata a la celebración del sacramento del matrimonio
Como complemento de lo
dicho anteriormente, la preparación inmediata a la celebración del sacramento
del matrimonio requiere una atención especial. Además de acoger a los novios
con respeto y con una mirada cargada de ternura y misericordia, se ha de
procurar mejorar todos aquellos aspectos que contribuyan a la validez del
matrimonio y a su celebración fructuosa.
a)
Las entrevistas para
los expedientes matrimoniales
Estas son una ocasión
espléndida para conocer en profundidad a los candidatos y deben ser
desarrolladas con la seriedad que merecen por parte de laicos formados y
reservando el tiempo necesario para el trato pastoral con el sacerdote. Más
allá del carácter burocrático, las entrevistas son ocasiones de evangelización
y de propuestas de itinerarios a seguir.
b)
La celebración de la
Penitencia y de la Eucaristía
Los sacerdotes,
ayudados de los laicos, han de procurar que dentro del itinerario de la
preparación inmediata, se incluya la celebración penitencial, la renovación de
las promesas del bautismo si se considera oportuno y la celebración de la
Eucaristía. Por su parte el sacerdote debe aconsejar que celebren el sacramento
en gracia de Dios y en el contexto de la Eucaristía. Para ello deberá mostrarse
disponible a acompañarles en la conversión y confesión de los pecados.
c)
Contenidos doctrinales
y vida cristiana
En el desarrollo de la
preparación inmediata, además de los temas fundamentales de la vida cristiana,
los candidatos deben conocer bien la doctrina de la Iglesia sobre el sacramento
del matrimonio, sus notas de unidad e indisolubilidad, las características del
amor conyugal, la vocación a la paternidad y a la maternidad ejercidas de
manera responsable y la necesidad de cultivar su pertenencia a la Iglesia para
ser acompañados en el desarrollo de su vida matrimonial.
d)
Celebración expresiva
de la fe
Los aspectos de la
celebración requieren ser cuidados para que sean expresivos de fe y de
verdadera fiesta evitando todo tipo de exageraciones.
6. La
formación del laicado
La Pastoral Familiar
necesita de laicos bien formados y testigos de vida cristiana auténtica. Para
ello es urgente ofrecer en todas las diócesis ámbitos formativos específicos en
los aspectos de Bioética, Matrimonio, Familia y Doctrina Social de la Iglesia.
Los Institutos de Familia están llamados a cumplir esta misión procurando
extender sus propuestas formativas a las zonas donde puedan acceder
verdaderamente los laicos.
La conversión pastoral
de la que nos habla el Papa Francisco requiere apostar seriamente por una
formación integral y específica de los laicos. A ellos se les confían la mayor
parte de las tareas de la pastoral familiar: el crecer como familias que sean
verdaderos sujetos de evangelización y transmisión de la fe; el colaborar en la
educación sexual y en la preparación al matrimonio; el promover las escuelas de
familias y cuantos medios formativos puedan ayudar a los esposos y padres; el
desarrollar procesos preventivos y de verdadera orientación en los Centros de
Orientación familiar; el desarrollar itinerarios de formación en las cuestiones
referentes a la vida humana, a la educación de los hijos; la ayuda a las
familias con situaciones difíciles: falta de armonía familiar, adicciones,
trastornos de orientación e identidad sexual, situaciones de pobreza —que
tienden a ampliarse y perpetuarse como parte orgánica de verdaderas estructuras
de pecado en el campo de la economía y la política— maltrato, enfermedades,
esterilidad, etc.
Del mismo modo
necesitan los laicos conocer bien, sin reduccionismos y en toda su amplitud, la
Doctrina Social de la Iglesia para su compromiso temporal y para desarrollar de
manera asociada aquellas instituciones y asociaciones que favorezcan el
desarrollo de la institución familiar y la defensa de la vida humana. Hoy es
urgente, además, “la necesidad de prestar un gran interés a las mediaciones
naturales, y efectuar una crítica correlativa de las estructuras sociales y
políticas contrarias a la naturaleza. Jean Daniélou16 ideó una fórmula
acertada, utilizada como título de un pequeño libro, L’oraison problème
politique, queriendo decir con ello una verdad muy general: la vida interior no
sería posible a la mayoría sin la ayuda de estructuras sociales sanas, sin el
arraigo en esta multitud de bienes que, ordenados a su fin supremo, constituyen
conjuntamente el bien común de una sociedad”17.
Por tanto, “conviene
rehabilitar la política. Una de las consecuencias del llamado «final de la
política» es la respuesta comunitarista, que concluye lógicamente en la
aceptación de la privatización de la religión. Se comprende como huida o toma
de distancia hacia el carácter invivible de una gran comunidad sin fronteras
definidas, sin pasado y sin ideal común, aunque participe lamentablemente del
mismo fenómeno de destrucción si se define sin otra pretensión que ella misma,
en nombre de una identidad privada. Por otra parte hay que ser conscientes del
hecho de que, si hoy el terreno propiamente político ha sido prácticamente
abandonado por las jóvenes generaciones de católicos occidentales, es en gran
parte porque ante el fenómeno de destrucción de los marcos culturales e
institucionales nacionales que caracterizan a la fase actual de la modernidad,
el mundo católico más «occidentalizado» ha seguido sus pasos, sin dejar otro
opción que el repliegue a un espíritu desencarnado. En este caso, el colmo del
comunitarismo se alcanza cuando el refugiarse en la «sociedad civil» y la
pérdida de sentimiento de pertenencia nacional vuelven a los hechos a un
encierro en formas de sociabilidad religiosa (reuniones, peregrinaciones,
grupos de oración), sin duda buenas en sí mismas, pero muy alejadas de la
implicación de los laicos en la primacía que hay que conceder al bien común»18.
7. Escuela
de padres
Las Escuelas de padres
parten de la necesidad de formar y acompañar a los padres cristianos que hoy
tienen que educar a sus hijos en un entorno muy diferente. Cada vez es mayor
número de estímulos que impactan en el aprendizaje de los hijos y también mayor
la dificultad de ser educados por la familia. La organización familiar se hace diferente
y más compleja, y la sociedad y el Estado invaden y asumen cuestiones de la
educación de los niños que aun siendo responsabilidad de los padres quedan
fuera de su control en edades cada vez más tempranas. Los padres cristianos se
ven en ocasiones, superados en sus fuerzas por esta necesidad de educar en un
continuo “contra-corriente”, con el añadido de estar ellos mismos afectados por
esa dolencia del “sujeto débil” que cada vez afecta a más personas.
8. Los
Centros de Orientación Familiar
Ante los nuevos
rostros de la pobreza que están provocando las rupturas familiares, los Centros
de Orientación Familiar (COF) están llamados a desarrollar una misión decisiva
en el conjunto de la Pastoral Familiar. Estos centros, de clara identidad
cristiana y que conjugan todos los medios que derivan de la razón y de la fe,
cumplen una triple dimensión: labor preventiva, orientadora y terapéutica.
En el campo de la
prevención, el Centro de Orientación Familiar, en comunión con la Delegación
Diocesana de Pastoral familiar y bajo la guía del obispo diocesano, promueve
medios formativos que conciernen tanto a la educación afectivo-sexual, como a
la preparación personalizada para el matrimonio en aspectos referidos a la vida
humana (métodos de observación de los ritmos naturales de la fertilidad humana,
cuanto concierne a la procreación, infertilidad, etc.), a la armonía de la vida
conyugal y a las tareas que se le confían a la familia.
En lo que se refiere a
la estricta orientación familiar estos centros, dotados de una red de laicos
para la acogida y la orientación, han de contar, a su vez, con la presencia de
profesionales en todas las áreas que afectan a la persona y a la vida conyugal
y familiar.
En estos momentos hay
que promover laicos bien formados y de fe probada para que no sucumban ante la
mentalidad divorcista que impregna nuestra cultura. Los laicos que prestan su
servicio en los COF deben partir de la premisa de que “para Dios no hay nada
imposible” (Lc 1, 37). Cuando el matrimonio es válido o puede ser sanado en su
raíz, el tener en cuenta los dinamismos de la gracia, y el afrontar los
problemas desde la integralidad de los dinamismos de la persona (espirituales,
psíquicos y físico-biológicos) favorece una orientación y una respuesta que se
asienta en la antropología adecuada. En ningún caso se puede obrar con un
carácter reduccionista respecto de la gracia y la naturaleza de la persona. Del
mismo modo hay que implicar a las comunidades religiosas y a las parroquias en
la oración de intercesión dirigida a suplicar la gracia de la reconciliación.
La experiencia garantiza que, contando con todos estos medios y favoreciendo
que los esposos puedan participar en procesos comunitarios que renueven la fe,
la reconciliación es posible y conduce a una renovación del amor conyugal y el
espíritu familiar.
La labor terapéutica
completa los servicios que desarrollan los Centros de Orientación Familiar.
Para ello los profesionales, fieles a las enseñanzas de la Iglesia Católica,
pueden afrontar con todos los recursos que ofrece su especialidad las distintas
patologías de la vida conyugal y familiar, así como los trastornos de la
personalidad o de la propia identidad que se presenten. Para ello es necesario
recordar que la luz de la fe ayuda a dirigir los recursos profesionales en la
dirección del designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia.
Dada la complejidad de
nuevos problemas que afectan a la vida matrimonial y familiar, teniendo a su
vez claro el contexto divorcista y hedonista que acrecienta las rupturas
matrimoniales y las patologías, es urgente reconsiderar la respuesta global que
la Iglesia Católica debe ofrecer en estos momentos. Del mismo modo que ante el
problema del hambre se respondió con instituciones adecuadas (Manos Unidas) y
ante la pobreza material se crearon las Caritas diocesanas y parroquiales, hoy
las nuevas pobrezas que van unidas al fracaso matrimonial, a las rupturas
familiares y a las patologías vinculadas al deterioro personal y familiar,
están reclamando una respuesta institucional e integral para poder afrontarlas
y responder con discernimiento y acierto. 46 47 Los Centros de Orientación
Familiar vinculados a las diócesis y al ministerio episcopal pueden ser la
respuesta.
9.
Revalorización de la “institución familiar”
Desde el Concilio
Vaticano II, y como reacción frente a una visión del matrimonio de carácter más
jurídico e institucional, se ha promovido la relevancia del amor conyugal. Así
lo hace la Gaudium et Spes, en el apartado sobre la dignidad del matrimonio (GS
48) y así se ha continuado hasta este momento en que se considera la vocación
al amor como el eje y la columna de la Pastoral Familiar. Sin embargo, el
equilibrio alcanzado por la Gaudium et Spes y los documentos pontificios
posteriores (Humanae Vitae, de Pablo VI, Familiaris consortio, Catequesis sobre
el amor humano de Juan Pablo II, etc.) ha sido roto por una visión dominante en
nuestra cultura que banaliza el amor y lo reduce a sentimiento o satisfacción
del impulso erótico. Con este concepto de amor, y considerándolo como la
esencia del matrimonio, se comprende que se haya oscurecido su carácter
institucional y su valor imprescindible para el bien de la persona, de los
esposos y de la sociedad.
Este panorama exige
renovar en la enseñanza y en la formación de los sacerdotes y los laicos la
visión del matrimonio como institución fundada por el Creador para reconducir
el amor a su fuente (la voluntad fortalecida por la gracia) y unir a la palabra
amor la justicia de la fidelidad y demás características y bienes del
matrimonio y la familia. Más allá de reducirse a una simple unión afectiva, el
matrimonio es una institución puesta al servicio del bien común, es cuna de la
sociedad por su orientación a la procreación y educación de los hijos y es,
asimismo, una comunidad de personas que deriva en una sociedad de derechos y
deberes entre los esposos y los demás miembros de la familia.
Para esta finalidad es
necesario no perder de vista cuanto enseña la Doctrina Social de la Iglesia en
orden a la formación de los sacerdotes y laicos. Del mismo modo urge que las
asociaciones familiares y movimientos laicales recuperen este punto de vista
para procurar su defensa en la sociedad y hacer frente a las leyes inicuas cada
vez más frecuentes en todos los países.
10. La sacramentalidad
del matrimonio
El recuperar el
carácter sagrado de la vida humana y la sacramentalidad del matrimonio son
cuestiones también urgentes. El matrimonio, más allá de ser una institución
fundada por el Creador, es, para los bautizados, un sacramento de la nueva
alianza que enlaza el amor humano con la caridad de Cristo por la Iglesia. La
herencia del pecado es sanada y los esposos, con una nueva efusión del
Espíritu, son capacitados para el amor fiel. La indisolubilidad del matrimonio
es el don del sacramento que crea entre los esposos un vínculo indestructible.
Unir el matrimonio a
la acción sanadora de la gracia y al carácter sagrado del sacramento ha de ser
una propuesta clara de la Iglesia frente a una cultura que ha diluido el
concepto de matrimonio y unas leyes que lo han equiparado a cualquier unión
afectiva.
11. La
validez del sacramento y los procesos de separación y nulidad
La pastoral familiar
debe cooperar con los sacerdotes en el acompañamiento de los novios de tal
manera que se procure la validez del matrimonio y la celebración fructuosa del
sacramento.
En este sentido hay que dar más importancia a
los escrutinios previos a la celebración del matrimonio y valorar la
importancia de los testigos. El proceso pedagógico seguido en la preparación
inmediata al matrimonio debería garantizar el conocimiento de los candidatos y
si se dan todas las circunstancias para una celebración válida.
En los casos dudosos
debería buscarse la colaboración de expertos que, desde el Centro de
Orientación Familiar, pudieran certificar posibles patologías, defectos de
consentimiento u otras circunstancias que reclamasen tomar las cautelas
oportunas. En el mismo sentido estos expertos pueden ayudar a clarificar
situaciones o promover la mejor disposición y preparación de los candidatos.
En los casos que se
presenten de posible separación o solicitud de nulidad, rato no consumado,
etc., los fieles deben ser advertidos de que deben buscar la ayuda en la
Iglesia y en sus organismos preparados para afrontar estos problemas. Es esta
una situación que los sacerdotes deben tener en cuenta para hacerla presente en
la predicación y el trato pastoral con las personas. Es totalmente inadecuado
que, cuando surjan problemas en los matrimonios, se acuda a otras ayudas o soluciones
prescindiendo de la Iglesia y de su maternidad. Por este camino se podrían
solucionar muchos problemas que acaban sin ningún tipo de ayuda y recurriendo
al divorcio.
En cuanto al tema de
los impedimentos y los procesos de nulidad, además de reforzar las ayudas en
cuanto a la validez del matrimonio, algunos plantean la conveniencia de
analizar aquellas situaciones que puedan evidenciar la falta de sujeto
cristiano y de voluntad de celebrar con fe el sacramento del matrimonio. Ante
estos planteamientos, el Cardenal Ratzinger propuso estudiarlos con profundidad
teológica y solicitud pastoral. Lo mismo cabe decir sobre la dificultad de la
prueba en casos en que la conciencia de los interesados apelase a la no validez
de su matrimonio. Las dos son cuestiones delicadas y que el mismo Cardenal
Ratzinger afrontó destacando el carácter públicoeclesial del matrimonio y la
visibilidad de la acción sacramental que no puede reducirse a un tema de
conciencia; en el caso de la fe, hay que considerar que los fieles han de
querer realizar lo que en el caso del matrimonio propone la Iglesia. Plantear
estos temas, más allá del cuidado pastoral previo al matrimonio, es un terreno
delicado no exento de inconvenientes. «La palabra de la verdad puede,
ciertamente, doler y ser incómoda; pero es el camino hacia la curación, hacia
la paz y hacia la libertad interior. Una pastoral que quiera auténticamente
ayudar a la persona debe apoyarse siempre en la verdad. Sólo lo que es
verdadero puede, en definitiva, ser pastoral. «Entonces conoceréis la verdad y
la verdad os hará libres» (Jn 8,32)» (Introducción del Cardenal Joseph
Ratzinger al número 17 de la Serie “Documenti e Studi”, Sulla pastorale dei
divorziati risposati, LEV, Città del Vaticano 1998, p. 20-29).
12. El
cuidado de las personas en situación irregular
Como nos indica la
Exhortación apostólica Familiaris consortio y el Papa Francisco en Amoris
laetittia hay que distinguir bien las situaciones cuando se trata de
separaciones, divorcios, cónyuges inocentes, divorciados vueltos a casar, etc.
En primer lugar conviene ayudar, también en la predicación, a aquellos cónyuges
“inocentes” que han sido abandonados y se mantienen fieles sin voluntad de
contraer nuevas nupcias. Estas personas merecen, como todas, ser acompañadas individual
y asociadamente para que sean en la Iglesia iconos del amor fiel.
A los cónyuges
“culpables” hay que ayudarles para procurar la gracia de la conversión y, en el
caso de que no sea prudente de momento la vuelta a la convivencia como esposos,
facilitarles los medios para el desarrollo de su vida cristiana ejerciendo la
responsabilidad sobre la descendencia si la tuviere. Los procesos comunitarios
de vida cristiana y discipulado pueden prestar una gran ayuda en estos casos.
En la atención a los
divorciados vueltos a casar hay que distinguir, en primer lugar, si, como
ocurre con frecuencia, se dan condiciones de nulidad que podrían garantizar la
celebración del sacramento del matrimonio. La experiencia garantiza la bondad
del acompañamiento pastoral que consigue que los interesados mantengan su vida
cristiana y puedan, en su momento, si es posible, regularizar su situación.
En los casos en que no
haya causa de nulidad hay que invitar, como lo hizo Benedicto XVI en el
Encuentro Mundial de las Familias en Milán, a que acudan a la Iglesia. Del
mismo modo el Papa Francisco nos recuerda que los fieles deben ser preparados
para acoger a cuantos están en situación irregular y no pueden participar en la
comunión plena y en la recepción de la Eucaristía. La experiencia me confirma que
también en estos casos, más que confundirse con el resto de personas que
asisten a la Eucaristía, conviene que sean acogidos en comunidades más pequeñas
que ejercen una tarea terapéutica y de conversión. San Juan Pablo II en la encíclica
Veritatis splendor, ha rechazado claramente las soluciones denominadas
«pastorales» que contradigan las declaraciones del Magisterio (Cf. n. 56).
Como criterio para
desarrollar la Pastoral Familiar que acompañe a las personas en situación
irregular es aconsejable seguir las indicaciones contenidas en el Vademécum
«Acompañar, discernir, integrar», AA.VV., Ed. Monte Carmelo, Col. Didaskalos,
2017, publicado por profesores de la sede romana del Pontificio Instituto Juan
Pablo II.
La Iglesia en sus comienzos,
al comprobar que muchos pedían el sacramento del Bautismo desde una vida muy
apartada de las exigencias cristianas, propuso un itinerario catecumenal que
incluía un cambio importante en el modo de vivir que debía comprobarse para
poder acceder a los sacramentos. Lo hizo con la convicción de que el
acercamiento a la comunidad cristiana y a su modo de vida era el apoyo
necesario para que la persona pudiera responder a la gracia de Dios y
convertirse a la vida propia de un cristiano. Junto a ello se desarrollaron
también itinerarios penitenciales que permitían acoger de nuevo plenamente en
la comunidad cristiana a los bautizados que, habiéndose alejado de la vida
según el Evangelio, se arrepentían de sus pecados.
En este sentido y como
principio para evitar cualquier gradualidad de la ley que rechazó el Sínodo de
obispos y el Papa Francisco descalifica en su Exhortación apostólica19, hay que
animar a todos los hermanos divorciados en situación irregular a acercarse a la
comunidad cristiana para participar de su vida y acompañamiento. Podrán iniciar
así un camino que, paso a paso, les acerque más a Cristo, profundizando en el
Evangelio del matrimonio, instituido por Dios en el principio como unión
indisoluble de hombre y mujer y transformado por Cristo en signo vivo y eficaz
de su amor a la Iglesia. La meta de este camino será que estos bautizados
puedan vivir de acuerdo con las palabras de Jesús. Solo cuando estén dispuestos
a dar este paso podrán recibir la absolución sacramental y la santa Eucaristía.
En todo caso siempre conviene tener presente que «es verdad que Jesús es el
profeta del amor, pero el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos
nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios» (Benedicto XVI, Audiencia
general, 3-2-2013).
13.
Matrimonio, Eucaristía y Doctrina Social de la Iglesia
No quisiera concluir
estas reflexiones sin mostrar, como hace Stefano Fontana, la conexión que
existe entre el Matrimonio, la Eucaristía y la Doctrina Social de la Iglesia. A
través de los sacramentos se promueve la regeneración del sujeto humano que
después se manifiesta en la transformación de las relaciones sociales. Así
sucede con el Sacramento del Matrimonio y con la Eucaristía que posibilitan el compromiso
social y político de los cristianos.
Como subraya nuestro
autor «en el matrimonio se funda la familia y en ésta se funda la sociedad. Y,
al contrario, sin matrimonio no hay ni familia ni sociedad, sino un conjunto de
relaciones individuales distintamente entrelazadas y sin orden alguno. El
matrimonio es de orden natural. Sin embargo, la naturaleza no consigue
proveerse totalmente a sí misma y, de hecho, decae cuando pierde el contacto
con lo sobrenatural. Lo mismo le sucede al matrimonio que, siendo también de
orden natural y teniendo en este orden su dignidad autónoma, de hecho no
consigue mantenerse fiel a sí mismo sin la elevación al estado de gracia. Esto
no sucede sólo con el matrimonio, sino con todo el orden natural. Una prueba
empírica de esto lo da la disminución de los matrimonios civiles después del
alejamiento que ha habido del matrimonio religioso como práctica social. Si la
naturaleza se bastara a sí misma, reduciendo o eliminando el matrimonio
religioso, el matrimonio civil, que es de orden natural, debería permanecer
firme. Pero no es así: también el matrimonio civil se deteriora, tal como
podemos ver.
En el matrimonio se
funda la familia y, por consiguiente, la sociedad. De hecho, sólo en el
matrimonio entre hombre y mujer se encuentra la acogida complementaria según un
orden en el que se funda, sucesivamente, cualquier otra relación social que
quiere plantearse según un orden, y no siguiendo unos deseos subjetivos. Sin
matrimonio no hay “socialidad”, ni sociedad, ni orden social. No hay
“socialidad” porque en el origen de la sociedad debe haber una relación no como
suma de dos individuos, sino como complementariedad integradora y esto sucede
sólo entre el hombre y la mujer. No hay sociedad porque sólo la pareja
heterosexual complementaria es generadora de nueva vida de manera natural. No
hay orden social porque, a diferencia de la pareja heterosexual abierta a la
vida que con esto manifiesta un “plan” sobre ella, la simple suma de individuos
no revela ningún orden con una finalidad, sino una mera yuxtaposición.
Si se elimina el
matrimonio, queda bien poco de la sociedad. Si ésta no evidencia un orden, como
en la visión cristiana según la cual el acto creador de Dios se extiende
también a los fundamentos de la vida social, las normas morales públicas
pierden su fundamento y todo es contextualizado. (…)
El matrimonio necesita
del Sacramento del Matrimonio; lo necesita también social y políticamente. La
doctrina de la fe siempre ha considerado el adulterio como un pecado y un acto
moral grave que no puede ser justificado. El adulterio pertenece a los
“intrinsece mala”. De este modo, la Iglesia también ha protegido al matrimonio
como institución social y, con éste, a toda la sociedad y su orden. (…)
El Sacramento de la
Eucaristía tiene un fundamento social e, indirectamente, político de enorme
importancia. Una consideración teológica menor por parte de la Iglesia
comportaría preocupantes consecuencias respecto al compromiso de los católicos
en la Doctrina Social de la Iglesia. El Sacramento de la Eucaristía es el
verdadero fundamento de la comunión entre los hombres. La caridad, reina de
todas las virtudes sociales, tiene en el Sacrificio del Altar su alimento último.
Ninguna virtud humana y social, como por ejemplo la justicia, tan importante
para la Doctrina Social de la Iglesia, podría sostenerse con sus solas fuerzas.
Cualquier decaimiento de la dimensión sobrenatural comporta un coste en la
dimensión natural. En el Sacrificio del Altar, Cristo muerto y resucitado
cumple una creación nueva, incluida la recreación de la convivencia humana que
se origina en el matrimonio. Por el matrimonio y la eucaristía pasan, por lo
tanto, las energías sobrenaturales para el compromiso en la sociedad a la luz
de la Doctrina Social de la Iglesia.»20
14. Una
última palabra: no es legítima la separación Verdad-Estado
La familia, la
comunidad cristiana y la escuela son los pilares para una verdadera renovación
—a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia— de la sociedad, de la cultura y
de la política. Corromper la familia y la escuela hace imposible el Bien común.
La base doctrinal de la “sana laicidad”, «implica que las realidades terrenas
ciertamente [gocen] de una autonomía efectiva de la esfera eclesiástica, pero
no del orden moral» (Benedicto XVI, Discurso los participantes en el 56°
Congreso nacional organizado por la Unión de Juristas Católicos Italianos,
9-12-2006); ésta es la razón por la que no es legítima la separación
Verdad-Estado. Debemos recuperar el Magisterio de la Iglesia Católica sobre el
Reinado Social de Cristo (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2105). Desde la
«primacía de la gracia» «la propuesta es el Reino de Dios (Cf. Lc 4,43); se
trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar
entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz,
de dignidad para todos» (Papa Francisco, Evangelii gaudium, 180).
Valencia, 8 de mayo de 2017
1 Cf. San Agustín, De
bono coniugali: pc 40,375-376 y 394; Pío XI, Enc. Casti connubii: AAS 22 (1930)
543-555.
2 Ahora llamadas
“humanidad aumentada / mejorada” o “Humanity+”.
3 Roca, A., &
Dellacasa, M. A. (2015). Tecno redención de cuerpos transexuales: apropiación
tecnológica y autogestión de identidades inconclusas. Mediações-Revista de
Ciências Sociais, 20(1), 239-259 [en línea]. [Consulta: 27-4-2017].
4 Oficina Regional de
la OMS para Europa y BZgA, Estándares de Educación Sexual para Europa, 2010.
5 Relación final del
Sínodo de los Obispos 2015, 8.
6 Relación final del
Sínodo de los Obispos 2015, 58.
7 Relación final del
Sínodo de los Obispos 2015, 33.
8 Cicerón, De legibus
1, XVI, 44, citado por Ayuso, Miguel, La “evaporación del matrimonio”. En De
matrimonio, Algunas reflexiones (políticas) sobre la naturaleza del matrimonio
y la familia. Marcial Pons, 2015.
9 Roca, A., &
Dellacasa, M. A. (2015). Tecno redención de cuerpos transexuales: apropiación
tecnológica y autogestión de identidades inconclusas. Mediações-Revista de
Ciências Sociais, 20(1), 239-259 [en línea]. [Consulta: 24-4-2017].
10 Papa Benedicto XVI:
«La “dictadura del relativismo” amenaza con oscurecer la verdad inmutable sobre
la naturaleza del hombre, sobre su destino y su bien último» (Homilía en la
Santa Misa en el Bellahouston Park de Glasgow - Viaje apostólico al Reino
Unido, 16-9-2010). Papa Francisco: «Pero hay otra pobreza. Es la pobreza
espiritual de nuestros días, que afecta gravemente también a los Países
considerados más ricos. Es lo que mi Predecesor, el querido y venerado Papa
Benedicto XVI, llama la “dictadura del relativismo”, que deja a cada uno como
medida de sí mismo y pone en peligro la convivencia entre los hombres»
(Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 22-3-2013).
11 M. Magatti, La fe
¿esperanza para Europa?, [en línea]. [Consulta: 22-2- 2016]. Disponible en web:
.
Cf. M. Magatti, Libertà immaginaria. Le illusioni del capitalismo
tecno-nichilista, Feltrinelli, Milano, 2009.
12 Antonio Spadaro,
S.J., La gran contracción. Lección y significado de la reciente crisis, Pontificia
Universidad Católica de Chile, Revista de Antropología y Cultura Cristiana
Humanitas, 2014, n. 75, pág. 69.
13 Papa Francisco:
«Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano. Nosotros,
cristianos, no podemos “jugar a Pilato”, lavarnos las manos: no podemos.
Tenemos que involucrarnos en la política porque la política es una de las
formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. Y los laicos
cristianos deben trabajar en política» (Discurso a los estudiantes de las escuelas
de los jesuitas de Italia y Albania, 7-6-2013).
14 No se debe
confundir el ambiguo, confuso y engañoso “Nuevo Lenguaje” promovido por el
Nuevo Paradigma Mundial - también en el interior de la Iglesia - con aquello
que ya pedía San Juan Pablo II hablando de la Nueva Evangelización: “un nuevo
ardor, nuevos métodos y una nueva expresión para el anuncio y el testimonio del
Evangelio” (San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis, n.
18). También el Papa Francisco insiste en la misma idea que San Juan Pablo II:
“con ardor renovado, utilizando nuevos métodos y nuevas expresiones” (Papa
Francisco, Discurso a los participantes en la Plenaria del Comité Pontificio
para los Congresos Eucarísticos Internacionales, 27-9-2014).
15 Dice el Papa Francisco: «el testimonio es
sin condiciones, debe ser firme, debe ser decidido, debe tener el lenguaje, tan
fuerte, de Jesús: ¡sí, no!». Es exactamente «este el lenguaje del testimonio»
(Papa Francisco, Misa matutina, 30-6-2014). También San Juan Pablo II lo
expresaba así: “Aprended a pensar, a hablar y a actuar según los principios de
la sencillez y de la claridad evangélica: “Sí, sí; no, no”. Aprended a llamar
blanco a lo blanco, y negro a lo negro; mal al mal, y bien al bien. Aprended a llamar
pecado al pecado, y no lo llaméis liberación y progreso, aun cuando toda la
moda y la propaganda fuesen contrarias a ello. Mediante esta sencillez y
claridad se construye la unidad del Reino de Dios” (San Juan Pablo II, Homilía,
26-3-1981).
16 Daniélou, Jean, L’oraison problème politique,
Paris, Fayard, 1968.
17 Dumont, Bernard,
Hitos para salir de la crisis, bases para una salida de la crisis, preámbulo.
En Iglesia y Política, cambiar el paradigma. Itinerarios, 2013.
18 Ibidem.
19 Francisco, Ex.Ap.
Amoris laetitia, n. 300.
20 Fontana, Stefano,
Matrimonio, Eucaristía y Doctrina social de la Iglesia, Observatorio Internacional
Cardenal Van Thuân, [en línea]. [Consulta: 26-4-2017].
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