PÍO XII
SOYEZ LES BIENVENUES
Discurso al Congreso de
la
Federación Mundial de las
Juventudes Femeninas
Católicas
DISCURSO SOBRE LOS ERRORES
DE LA MORAL DE
SITUACIÓN
Viernes 18 de abril de 1952
Viernes 18 de abril de 1952
1. Bien venidas seáis, amadas hijas de
la Federación Mundial de las Juventudes Femeninas Católicas. Os saludamos con
el mismo placer, con la misma alegría y con el mismo afecto con que hace cinco
años os recibimos en Castelgandolfo con ocasión de la gran Asamblea
Internacional de las Mujeres Católicas.
Los estímulos y sabias directivas que os
proporcionó aquel Congreso, lo mismo que las palabras que Nos os dirigimos
entonces (Discorsi e Radiomessaggi 9, 221-223), no han quedado, en
verdad, sin fruto. Conocemos los esfuerzos que en este intervalo habéis
desarrollado para realizar los objetivos precisos de los cuales teníais clara
visión. Esto también nos lo prueba la Memoria impresa que, con
motivo de preparar este Congreso, nos habéis hecho llegar: La foi des
jeunes. Problème de notre temps. Sus 32 páginas tienen el peso de un grueso
volumen, y Nos las hemos examinado con gran atención, porque resume y sintetiza
las enseñanzas de numerosas y variadas encuestas sobre el estado de la fe en la
juventud católica de Europa, siendo altamente instructivas sus conclusiones.
2. De muchas de las cuestiones tocadas
en ella, Nos mismo hemos tratarlo en nuestra alocución del 11 de septiembre de
1947, a la que asistíais vosotras, y en muchas otras alocuciones de antes y después.
Hoy querríamos aprovechar la oportunidad que nos ofrece esta reunión con
vosotras para decir lo que pensarnos acerca de cierto fenómeno que se
manifiesta algo por todas partes en la vida de la fe de los católicos y que
afecta un poco a todos, pero particularmente a la juventud y a sus educadores,
del que se encuentran huellas en diversos lugares de vuestra Memoria, como
cuando decís: «Confundiendo el cristianismo con un código de preceptos y
prohibiciones, los jóvenes tienen la impresión de ahogarse en ese clima
de moral imperativa, y no es urca ínfima minoría la que echa
por la borda el embarazoso fardo» (p. 10).
Una nueva concepción de la ley moral
3. Fenómeno este al que podríamos
llamar una nueva concepción de la vida moral, pues se trata de
una tendencia que se manifiesta en el campo de la moralidad. Ahora bien: en las
verdades de la fe se fundan los principios de la moralidad, y vosotras sabéis
bien cuán capital importancia tiene para la conservación y el desarrollo de la
fe el que la conciencia de la joven se forme cuanto antes y se desarrolle según
las justas y sanas normas morales. Por ello, la nueva concepción de la
moralidad cristiana toca muy directamente al problema de la fe de los
jóvenes.
Nos hemos hablado ya de la nueva
moral en nuestro radiomensaje del 23 de marzo último a los
educadores cristianos. Y lo que hoy vamos a tratar no es sólo una continuación
de lo que entonces dijimos: Nos queremos descubrir los profundos orígenes de
esta concepción. Se la podría calificar de existencialismo ético, de actualismo
ético, de individualismo ético, entendidos en el
sentido restrictivo que vamos a explicar y tal como se les encuentra en lo que
con otro nombre se ha llamado Situationsethik (moral de
situación).
La «moral de situación». Su signo distintivo
4. El signo distintivo de esta moral es
que no se basa en manera alguna sobre las leyes morales universales, como —por
ejemplo— los diez mandamientos, sino sobre las condiciones o circunstancias
reales y concretas en las que ha de obrar y según las cuales la conciencia
individual tiene que juzgar y elegir. Tal estado de cosas es único y vale una
vez para cada acción humana. Luego la decisión de la conciencia —afirman los
defensores de esta ética— no puede ser imperada por las ideas, principios y
leyes universales.
5. La fe cristiana basa sus exigencias
morales en el conocimiento de las verdades esenciales y de sus
relaciones; así lo hace San Pablo en la carta a los Romanos (Rom 1,
19-21) para la religión en cuanto tal, ya sea ésta la cristiana, ya la anterior
al cristianismo: a partir de la creación, dice el Apóstol, el hombre entrevé y
palpa de algún modo al Creador, su poder eterno y su divinidad, y esto con una
evidencia tal que él se sabe y se siente obligado a reconocer a Dios y a darle
algún culto, de manera que desdeñar este cultivo o pervertirlo en la idolatría
es gravemente culpable, para todos y en todos los tiempos.
6. Esto no es, de ningún modo, lo que
afirma la ética de que Nos hablamos. Ella no niega, sin más, los conceptos y
los principios morales generales (aunque a veces se acerque mucho a semejante
negación), sino que los desplaza del centro al último confín. Puede suceder que
la decisión de la conciencia muchas veces esté de acuerdo con ellos. Pero no
son, por decirlo así, una colección de premisas, de las que la conciencia saca
las consecuencias lógicas en el caso particular, el caso de una
vez. ¡De ningún modo! En el centro se encuentra el bien, que es
preciso cumplir o conservar en su valor real y concreto; por ejemplo, en el
campo de la fe, la relación personal que nos liga a Dios. Si la conciencia
seriamente formada estableciera que el abandono de la fe católica y la adhesión
a otra «confesión» lleva más cerca de Dios, este paso se encontraría justificado, aun
cuando generalmente se le califica dedefección en la fe. O también,
en el campo de la moralidad, la donación de sí —corporal o espiritual— entre
jóvenes. Aquí la conciencia seriamente formada establecería que por razón de la
sincera inclinación mutua están permitidas las intimidades de cuerpo y de
sentidos, y éstas, aunque admisibles solamente entre esposos, resultarían
permitidas. La conciencia abierta de hoy decidiría así, porque ella deduce de
la jerarquía de los valores el principio de que los valores de la personalidad,
por ser los más altos, podrían servirse de los valores inferiores del cuerpo y
de los sentidos o bien descartarlos, según lo sugiera cada situación. Se ha
pretendido con insistencia que, precisamente según ese principio, en materia de
derechos de los esposos sería necesario, en caso de conflicto, dejar a la
conciencia seria y recta de los cónyuges, según las exigencias de las
situaciones concretas, la facultad de impedir directamente la realización de
los valores biológicos, en favor de los valores de la personalidad.
Los juicios de una conciencia de esta
naturaleza, por muy contrarios que a primera vista parezcan a los preceptos
divinos, valdrían, sin embargo, delante de Dios; porque, se dice, la conciencia
sincera, seriamente formada, es más importante delante de Dios mismo que
el precepto y que la ley.
Y. por ello, tal decisión es activa y productiva, no pasiva y receptiva de
la decisión de la ley, escrita por Dios en el corazón de cada uno, y menos
todavía de la del Decálogo, que el dedo de Dios ha escrito en tablas de piedra,
dejando a la autoridad humana el promulgarlo y el conservarlo.
La «moral nueva» eminentemente «individual»
7. La ética nueva (adaptada a las
circunstancias), dicen sus autores, es eminentemente individual. En
la determinación de la conciencia, cada hombre en particular se encuentra
directamente con Dios y ante El se decide, sin intervención de ninguna ley, de
ninguna autoridad, de ninguna comunidad, de ningún culto o confesión, en nada y
de ninguna manera. Aquí sólo existe el yo del hombre y
el Yo de Dios personal; no del Dios de la ley, sino del Dios
Padre, con quien el hombre debe unirse con amor filial. Vista así, la decisión
de la conciencia es, por lo tanto, un riesgo personal, según
el conocimiento y la valoración propios, con plena sinceridad ante Dios. Estas
dos cosas, la intención recta y la respuesta sincera, son lo que Dios
considera; la acción no le importa. Por ello, la respuesta puede ser la de
cambiar la fe católica por otros principios, la de divorciarse, la de
interrumpir la gestación, la de rehusar la obediencia a la autoridad competente
en la familia, en la Iglesia, en el Estado; y así, en otras cosas.
Todo esto correspondería perfectamente a
la condición de mayoría de edad del hombre y, en el orden
cristiano, a la relación defiliación, que, según la enseñanza de
Cristo, nos hace rezar Padre nuestro...
Esta visión personal ahorra al hombre
tener que medir en cada momento si la decisión que se ha de tomar corresponde a
los artículos de la ley o a los cánones de normas y reglas abstractas; ella le
preserva de la hipocresía de una fidelidad farisaica a las leyes; ella le
preserva tanto del escrúpulo patológico como de la ligereza o de la falta de
conciencia, porque hace recaer personalmente sobre el cristiano la
responsabilidad total ante Dios. Así hablan los que predican la moral
nueva.
Esta fuera de la ley y de los principios católicos
8. Expuesta así la ética nueva, se halla
tan fuera de la ley y de los principios católicos, que hasta un niño que sepa
su catecismo lo verá y se dará cuenta y lo percibirá. Por lo tanto, no es
difícil advertir cómo el nuevo sistema moral se deriva del existencialismo, que,
o hace abstracción de Dios, o simplemente lo niega, y en todo caso abandona al
hombre a sí mismo. Tal vez sean las condiciones presentes las que hayan
inducido a intentar el trasplantar esta moral nueva al terreno
católico, para hacer más llevaderas a los fieles las dificultades de la vida
cristiana. De hecho, a millones de ellos se les exigen hoy —en un grado
extraordinario— firmeza, paciencia, constancia y espíritu de sacrificio si
quieren permanecer íntegros en su fe, bien sea bajo los reveses de la fortuna o
bien bajo las seducciones de un ambiente que pone a su alcance todo aquello que
forma la aspiración y el deseo de su corazón apasionado. Pero semejante
tentativa nunca jamás podrá tener éxito.
Las obligaciones fundamentales de la ley moral
9. Se preguntará de qué modo puede la
ley moral, que es universal, bastar e incluso ser obligatoria en un caso
particular, el cual, en su situación concreta, es siempre único y de una
vez. Ella lo puede y ella lo hace, porque, precisamente a (ilusa de su
universalidad, la ley moral comprende necesaria e intencionalmente todos
los casos particulares, en los que se verifican sus conceptos. Y en estos
casos, muy numerosos, ella lo hace con una lógica tan concluyente, que aun la
conciencia del simple fiel percibe inmediatamente y con plena certeza la
decisión que se debe tornar.
10. Esto vale especialmente para las
obligaciones negativas de la ley moral, para las que exigen un no
hacer un dejar de lado. Pero no para éstas solas. Las
obligaciones fundamentales de la ley moral están basadas en la esencia, en la
naturaleza del hombre y en sus relaciones esenciales, y valen, por
consiguiente, en todas partes donde se encuentre el hombre; las obligaciones
fundamentales de la ley cristiana, por lo mismo que sobrepasan a las de la ley
natural, están basadas sobre la esencia del orden sobrenatural constituido por
el divino Redentor. De las relaciones esenciales entre el hombre y Dios, entre
hombre y hombre, entre los cónyuges, entre padres e hijos; de las relaciones esenciales
en la comunidad, en la familia, en la Iglesia, en el Estado, resulta, entre
otras cosas, que el odio a Dios, la blasfemia, la idolatría, la defección de la
verdadera fe, la negación de la fe, el perjurio, el homicidio, el falso
testimonio, la calumnia, el adulterio y la fornicación, el abuso del
matrimonio, el pecado solitario, el robo y la rapiña, la sustracción de lo que
es necesario a la vida, la defraudación del salario justo (cf. Sant 5,4),
el acaparamiento de los víveres de primera necesidad y el aumento injustificado
de los precios, la bancarrota fraudulenta, las injustas maniobras de
especulación, todo ello está gravemente prohibido por el Legislador divino. No
hay motivo para dudar. Cualquiera que sea la situación del individuo, no hay más
remedio que obedecer.
11. Por lo demás, a la ética de
situación oponemos Nos tres consideraciones o máximas. La primera:
Concedemos que Dios quiere ante todo y siempre la intención recta; pero ésta no
basta. El quiere, además, la obra buena. La segunda: No está permitido hacer el
mal para que resulte un bien (cf. Rom 3,8). Pero esta ética
obra —tal vez sin darse cuenta de ello— según el principio de que «el bien
santifica los medios». La tercera: Puede haber situaciones en las cuales el
hombre —y en especial el cristiano— no pueda ignorar que debe sacrificarlo
todo, aun la misma vida, por salvar su alma. Todos los mártires nos lo
recuerdan. Y son muy numerosos, también en nuestro tiempo. Pero la madre de los
Macabeos y sus hijos, las santas Perpetua y Felicitas —no obstante sus recién
nacidos—, María Goretti y otros miles, hombres y mujeres, que venera la
Iglesia, ¿habrían, por consiguiente, contra la situación, incurrido
inútilmente —y hasta equivocándose— en la muerte sangrienta? Ciertamente que
no; y ellos, con su sangre, son los testigos más elocuentes de la verdad contra
la nueva moral.
El problema de la formación de las conciencias
12. Donde no hay normas absolutamente
obligatorias, independientes de toda circunstancia o eventualidad, la
situación de una vez en su unicidad requiere, es verdad, un
atento examen para decidir cuáles son las normas que se han de aplicar y en qué
manera. La moral católica ha tratado siempre y ampliamente este problema de la
formación de la propia conciencia con el examen previo de las circunstancias
del caso que se ha de resolver. Todo lo que ella enseña ofrece una ayuda
preciosa para las determinaciones de la conciencia tanto teóricas como
prácticas. Baste citar la exposición, no superada, de Santo Tomás sobre la
virtud cardinal de la prudencia y las virtudes con ella relacionadas (Sum.
Theol. II-II q. 47-57). Su tratado revela un sentido en la actividad
personal y de la realización, que contiene todo cuanto hay de justo y de
positivo en la ética según la situación, pero evitando todas
sus confusiones y desviaciones. Bastará, por lo tanto, al moralista moderno
continuar en la misma, línea si quiere profundizar nuevos problemas.
La educación cristiana de la conciencia
está muy lejos de despreciar la personalidad, ni aun la de la joven y del niño,
y de matar su iniciativa. Porque toda sana educación tiende a hacer al educador
más innecesario poco a poco y al educando más independiente dentro de los
justos límites. Y esto vale también en la educación de la conciencia por Dios y
la Iglesia: su objetivo es, como dice el Apóstol (cf. 2Cor 13,13),
el hombre perfecto, según la medida de la plenitud de Cristo; por
consiguiente, el hombre «mayor», que tiene también el valor de su
responsabilidad.
¡Solamente es necesario que esta madurez
se coloque en el plano justo! Jesucristo permanece como Señor, Jefe y Maestro
de cada hombre, de toda edad y de todo estado, por medio de su Iglesia, en la
cual continúa El obrando. El cristiano, por su parte, debe asumir el grave y
grande cometido de hacer valer en su vida personal, en su vida profesional y en
la vida social y pública, en cuanto de él dependa, la verdad, el espíritu y la
ley de Cristo. Esto es la moral católica; y ella deja un vasto campo libre a la
iniciativa y a la responsabilidad personal del cristiano
Los peligros para la fe de la juventud
13. He aquí lo que Nos queríamos
deciros. Los peligros para la fe de nuestra juventud son hoy
extraordinariamente numerosos. Cada uno lo sabía y lo sabe, pero vuestra Memoria es
particularmente instructiva a este respecto. Sin embargo, pensamos Nos que
pocos de esos peligros son tan grandes y tan graves en consecuencias como los
que la moral nueva hace correr a la fe. Los extravíos a que
conducen así tales deformaciones como la debilitación de los deberes morales,
que se derivan directamente de la fe, terminarían, con el tiempo, por corromper
aun la fuente misma. Así muere la fe.
Dos conclusiones
De todo lo que hemos dicho sobre la fe
vamos a sacar dos conclusiones, dos normas que Nos queremos
dejaros al terminar, para que orienten y animen toda vuestra acción y toda
vuestra vida de cristianas valientes:
Primera: La fe de la juventud debe ser
una fe orante. La juventud debe aprender a orar. Que ello sea
siempre en la medida y en la forma que corresponden a su edad. Pero siempre
teniendo conciencia de que sin la oración no es posible permanecer fiel a la
fe.
Segunda: La juventud debe estar
orgullosa de su fe y aceptar que le cueste algo. Ha de
acostumbrarse desde la primera edad a hacer sacrificios por su fe, a caminar
delante de Dios en rectitud de conciencia, a reverenciar lo que El ordena.
Entonces crecerá, como de por sí misma, en el amor de Dios.
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