QUÉ HACE EL
CORAZÓN DE JESÚS EN El SAGRARIO
Mi Padre, hoy como siempre, está
obrando incesante mente y yo ni más ni menos (Jn 5,17)
El CORAZÓN DE
JESÚS ESTÁ AQUÍ
(1 Cfr. Jn 11,28)
Llamo
tu atención, toda tu atención, lector, quien- quiera que seas, sobre la
ocupación primera que he descubierto del Corazón de Jesús.
Así, estar y no añado ningún verbo
que exprese un fin, una manera, un tiempo, una acción de ese estar.
No
te fijes ahora en que está allí consolando, iluminando, curando, alimentando...,
sino sólo en esto, en que está.
Pero
¿eso es una ocupación?, me argüirá alguno. ¡Si parece que estar es lo
opuesto a hacer!
Y,
sin embargo, te aseguro, después de haber meditado en ese verbo aplicado al
Corazón de Jesús en su vida de Sagrario, que pocos, si hay alguno, expresarán
más actividad, más laboriosidad, más amor en incendio que ese verbo estar.
¿Vamos
a verlo?
Estar
en el Sagrario significa venir del cielo todo un Dios, hacer el milagro más
estupendo de sabiduría, poder y amor para poder llegar hasta la ruindad del
hombre, quedarse quieto, callado y hasta gustoso, lo traten bien o lo traten
mal, lo pongan en casa rica o miserable, lo busquen o lo desprecien, lo alaben
o lo maldigan, lo adoren como a Dios o lo desechen como mueble viejo... y
repetir eso mañana y pasado mañana, y el mes que viene, y un año, y un siglo, y
hasta el fin de los siglos... y repetirlo en este Sagrario y en el del templo
vecino y en el de todos los pueblos... y repetir eso entre almas buenas, finas
y agradecidas, y entre almas tibias, olvidadizas, inconstantes y entre almas
frías, duras, pérfidas, sacrílegas...
Eso
es estar el Corazón de Jesús en el Sagrario, poner en actividad infinita
un amor, una paciencia, una condescendencia tan grandes por lo menos como el poder
que se necesita para amarrar a todo un Dios al carro de tantas
humillaciones.
¡Está
aquí!
¡Santa,
deliciosa, arrebatadora palabra que dice a mi fe más que todas las maravillas
de la tierra y todos los milagros del Evangelio, que da a mi esperanza la
posesión anticipada de todas las promesas y que pone estremecimientos de placer
divino en el amor de mi alma!
Está
aquí
Sabedlo,
demonios que queréis perderme, que tratáis de sonsacarme, enfermedades que
ponéis tristeza en mi vida, contrariedades, desengaños, que arrancáis lágrimas
a mis ojos y gotas de sangre a mi corazón, pecados que me atormentáis con
vuestros remordimientos, cosas malas que me asediáis, sabedlo, que el Fuerte,
el Grande, el Magnífico, el Suave, el Vencedor, el Buenísimo Corazón de Jesús
está aquí, ¡aquí en el Sagrario mío!
Padre
eterno, ¡bendita sea la hora en que los labios de vuestro Hijo unigénito se
abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: «¡Sabed que yo estoy
todos los días con vosotros hasta la consumación de los siglos!».
Padre, Hijo y Espíritu santo,
benditos seáis por cada uno de los segundos que está con nosotros el
Corazón de Jesús en cada uno de los Sagrarios de la tierra.
¡Bendito,
bendito Emmanuel!
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