miércoles, 12 de julio de 2017

Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario 8 - Está exhalando virtud - San Manuel González García

QUÉ HACE EL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SAGRARIO

El CORAZÓN DE JESÚS ESTÁ EXHALANDO VIRTUD
De Él salía virtud y sanaba a todos (Lc 6,19)



Como el agua del arroyo exhala frescura y humedad, aunque nadie se acerque a sus riberas, como la rosa exhala perfumes, aunque nadie se incline a olerla, así el Corazón de Jesús que vive en el Sagrario está siempre exhalando virtud, abandonado y solo.

Me lo dice el Evangelio
¿Quieres que nos detengamos a saborear esas palabras? ¡Descubren a tu fe, a tu confianza y a tu dicha un mundo tan dilatado!
De Él, es decir, del Jesús que entonces andaba por las calles y plazas y que ahora vive en los Sagrarios, de Él salía virtud.
¿Cuándo?
El Evangelio no señala tiempo ni pone limitaciones.
De Él salía virtud siempre; lo mismo cuando se inclinaba ante el joven muerto de Naín para resucitarlo, que cuando era cercado y oprimido por la muchedumbre que quería oírlo; lo mismo cuando recién nacido atrae sobre su cuna los cánticos de los ángeles del cielo y los cariñosos obsequios de pastores y reyes, que cuando muerto hace oscurecer el sol, estremecer a los cadáveres en sus sepulcros y quebrantar las piedras.
De Jesucristo salía siempre virtud.

¿Cómo era esa virtud?
El Evangelio también me ha hecho la merced de explicarme la naturaleza de esa virtud.
¡Cuánto debemos al Evangelio!
¡Sanaba!
Jesucristo, como Dios que es, tiene poder para dejar salir de Él muchas clases de virtud.
Virtud de creador, de dominador, de aniquilador, de juez, no eres tú la virtud que salía de mi Señor Jesucristo.
¡Virtud de sanar!
Ésa es la virtud que, como aroma exquisito, esparcía en torno suyo el fruto bendito de la Madre Inmaculada.
¡Sanar!
¡Cuadra eso tan bien al que se hizo médico para buscar, no sanos, sino enfermos, pecadores y no justos!
¡Necesitaba tanto de esa virtud nuestra pobre naturaleza!
¡Sabía Él tan bien que venía a tierra de enfermos del cuerpo muchos, del alma todos!
Virtud de sanar: ¡cuánta falta hacías a tanto paralítico, ciego, sordo, mudo, herido, muerto, no sólo del cuerpo, sino del alma!

Y ¿alcanzará a muchos?

¡No tengáis miedo, enfermos que esperáis que os toque la virtud de Jesucristo!
Que no es virtud para uno solo por cada año como en la piscina de Bethesda, que no es virtud para los hombres de una edad o de un pueblo, como la que han tenido los santos taumaturgos; no tengáis miedo, que esta virtud es para todos.
¿Lo oís bien? Para todos los hombres, de todos los tiempos y de todos los pueblos.
¿No os habéis fijado en la palabra tan amplia del Evangelio: todos?
¡Cómo ensancha mi alma esa palabra, todos!
De modo que yo, pobrecilla criatura, que he venido al mundo veinte siglos después de haber pasado por él Jesucristo exhalando virtud, ¿puedo esperar que a mí me toque también esa virtud?
¿Sí?
Pero, ¿en dónde me encontraré con Él?
¡Soberana realidad de los Sagrarios cristianos, ven a dar a mi alma la respuesta y la seguridad de su dicha! Dile que sí que el Jesús de la virtud aquella vive todavía y vive muy cerca de mí, junto a mi casa, ¡en el Sagrario!
Di a mi alma y di a todas las almas que quieran oír, que en el Sagrario vive el mismo Jesús de Jerusalén y Nazaret, con su mismo Corazón tan lleno, tan rebosante de virtud de sanar y tan abierto para que salga perennemente en favor de todos...
Desde que he meditado así el Sagrario, ¡cómo se ha agrandado ante mis ojos y ante mi corazón!
El Sagrario no está ya limitado por las cuatro tablas que lo forman, ni aun por los muros que lo cobijan. El Sagrario se extiende mucho más. El Sagrario será el límite de las especies sacramentales, pero no de la virtud que debajo de ellas constantemente brota.
Yo ya miro al Sagrado Corazón de Jesús en el Sagrario como un sol que irradia luz, calor y vida del cielo en torno suyo en una gran extensión, como un manantial de agua medicinal siempre corriente en muchas direcciones, como un delicioso jardín esparciendo siempre los aromas más exquisitos...
¡Ay!, si nuestros sentidos no fueran tan groseros, ¡qué impresiones tan deleitosas recibirían alrededor de los Sagrarios! ¡Cómo me explico ahora aquella atracción que se dice sentían algunos santos hacia el Sagrario, aun ignorado, por cuyas cercanías pasaban!
¿No sería quizás que sus sentidos espiritualizados percibirían ya el ambiente del lugar de los Sagrarios?
¿Te vas enterando ahora de lo que significa esa frase sobre la que quizás habrás pasado muchas veces distraído: tener Sagrario?
¿Ves ahora lo mal que se unen estas dos ideas: tener Sagrario y seguir siendo desgraciado?
¡Pues qué!, la virtud aquella de sanar que exhala siempre para todos el Corazón de Jesús de aquel Sagrario, ¿no es bastante para acabar con todas tus desgracias?
¡JESÚS SACRAMENTADO! En esa oscuridad, en que el abandono de los hombres te tiene sumergido, te confieso Luz de la luz de Dios y única Luz del mundo.
En ese silencio, a que voluntariamente te has reducido ahí, yo te proclamo Palabra substancial de Dios y única Palabra creadora, restauradora, glorificadora y deificadora.
En esa inmovilidad, a que te has obligado ahí, yo te reconozco Vida de Dios y única Vida de todo lo que vive.

Adoro te devote
latens Deitas...
Simul et Humanitas.

LA VIRTUD DEL CORAZÓN DE JESÚS
ESTÁ NO POCAS VECES DESPERDICIADA
Y dijo Jesús: ¿Quién me ha tocado? (Lc 8,45)

¿Por qué, a pesar de esa virtud de sanar que del Corazón de Jesús brota incesante-mente en el Sagrario, quedamos aun tantos enfermos?
No soy yo, sino el Evangelio mismo el que va a responder con el relato de una historia interesante.
Una mujer enferma, hacía doce años, de enfermedad incurable, ve pasar no lejos de su casa al Galileo santo de quien salía virtud de curar.
¡Quién hablara con Él, quién apretara sus manos hacedoras de maravillas, quién estampara un beso en sus pies benditos! ¡Si yo lo tocara!
¡Pero Él, tan grande, tan puro, tan ocupado, tan solicitado por la muchedumbre... y yo tan insignificante, tan débil... y mi enfermedad tan vergonzosa...!
¡Si yo consiguiera al menos tocar la orla de su capa, vaya si me curaría!
Y entre tímida y confiada se mezcla con la turba que trabajosamente deja avanzar a Jesús.
Había llegado hasta Él por detrás y llevado sus manos primero y después sus labios al filo de su manto.
¡Estaba curada!
Mas Jesús, como movido por secreto resorte, vuelve los ojos atrás, mira y dice: Alguien me ha tocado pues he sentido salir virtud de Mí.
¿Cómo? -responden sus discípulos-, ¿cómo dices que quién te ha tocado, si estas muchedumbres no dejan de oprimirte?
Pero allí estaba para responder por los discípulos la que había tocado de aquella manera especial al Maestro.
Trémula y confusa se coloca delante de Él y de rodillas le cuenta toda la verdad.
Jesús la levanta, diciéndole en el más suave de todos los acentos: Confía, hija, tus pecados te son perdonados...
La que iba buscando la salud de su cuerpo, se levantó curada en su cuerpo y en su alma...
Ahora os invito a un poco de meditación sobre este relato.
De esta meditación yo saco unas cuantas enseñanzas muy propias para los que andamos cerca del Sagrario.
La primera es que no basta estar en el Sagrario para llenarse o aprovecharse de la virtud que de él brota.
Muchos estaban junto al Maestro y no salían curados ni en sus cuerpos ni en sus almas.
La segunda enseñanza que saco es que para sacar virtud del Sagrario hace falta tocar y saber tocar al Corazón de Jesús que está en él.
¡Saber tocar!
¡Qué!, ¿no es eso lo que quiere decir aquel «quién me ha tocado», en medio de aquella muchedumbre que le tocaba hasta oprimirlo?
Los discípulos, quizá sin darse cuenta, han puesto un nombre adecuado a lo que hacen con Jesús muchos que andan con Él: «Las muchedumbres te rodean y te oprimen».
¡Oprimir a Jesucristo!
¡Dios mío! ¡Qué miedo he sentido al fijarme en esa palabra!
¡Qué miedo y qué pena en pensar que no pocas veces las muchedumbres que llenan tus templos y aun tus Sagrarios, están imitando a las turbas del Evangelio; están oprimiéndote!
¡Qué pena es pensar que hasta muchas Comuniones son opresiones; sí, opresiones y, si fuera posible, asfixiantes de sentir tanta falta de espíritu cristiano y tanta sobra de espíritu mundano!
¡Ay! ¡Cómo me acuerdo de aquellas opresiones de las turbas, cuando veo en torno de tus Tabernáculos a cristianas vestidas de prostitutas y en actitudes de comediantes, y a cristianos que en el templo hablan, ríen, miran y gesticulan como en el teatro...!
¡Saldrán después y dirán que vienen de estar contigo; sí, de estar oprimiéndote, ahogándote con la barahúnda y la pestilencia de sus liviandades y coqueterías, y con su espíritu superficial, curioso, distraído y rutinario!
En cambio, ¡qué poquitos son los que saben tocarte y por consiguiente sacarte virtud.
Con la fe se toca a Cristo, ha dicho san Ambrosio.
Pero no con una fe que se contenta con rezar el Credo, sino con aquella fe de la incurable que empieza en la humildad de no creerse digna ni de ponerse delante del santo Maestro y que termina y se manifiesta en la confianza firme de ser curada sólo por el contacto con lo más insignificante de su persona, la orla posterior de su vestidura.
¡La fe viva! Ésa es la que toca a Cristo, la que llega hasta su Corazón.
Si con fe viva nos llegáramos al Sagrario, ¡cómo nos sumergiríamos en aquel mar de luz, de amor, de vida, que brota de aquel Corazón! ¡Cómo se curarían todas nuestras dolencias! ¡Cómo gozaríamos de salud inalterable! ¡Cómo obtendríamos mucho más de lo que pedimos y esperamos!
Pero, ¡nos hacen tanta falta aquella humildad que lo teme todo de sí y aquella confianza que lo espera todo de Él!
¡Vamos al Sagrario tan llenos de nosotros que no hay que extrañar que volvamos tan vacíos de Él!
¿Sabéis ahora por qué, a pesar de tanta virtud de sanar como exhala constantemente el Corazón de Jesús en el Sagrario, hay tantos enfermos, aun entre los que lo rodean y viven cerca de Él?
Hay que tocarle y se empeñan en no ir o en ir para oprimirlo.


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