XV CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SAN
BENITO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Plaza de Nursia
Domingo 23 de marzo de 1980
Plaza de Nursia
Domingo 23 de marzo de 1980
1. Gloria a ti, Cristo, Verbo de Dios.
Gloria a ti cada día en este período bendito que es la Cuaresma.
Gloria a ti hoy, día del Señor y V domingo de este período.
Gloria a ti, Verbo de Dios, que te has hecho carne y te has
manifestado con tu vida y has realizado en la tierra tu misión con la muerte y
la resurrección.
Gloria a ti, Verbo de Dios, que penetras lo íntimo de los corazones
humanos y les muestras el camino de la salvación.
Gloria a ti en todo lugar de la tierra.
Gloria a ti en esta península, entre las cumbres de los Alpes y el
Mediterráneo. Gloria a ti en todos los lugares de esta bendita región; gloria a
ti en cada ciudad y pueblo, donde desde ya casi hace dos mil años te escuchan
sus habitantes y caminan a tu luz.
Gloria a ti, Verbo de Dios, Verbo de la Cuaresma, que es el tiempo
de nuestra salvación, de la misericordia y de la penitencia.
Gloria a ti por un hijo ilustre de esta tierra.
Gloria a ti, Verbo de Dios, a quien aquí, en esta localidad,
llamada Nursia, un hijo de esta tierra —conocido en toda la Iglesia y en el
mundo con el nombre de Benito— escuchó por vez primera y acogió como luz de la
propia vida, y también de la de sus hermanos y hermanas.
Verbo de Dios que no pasarás jamás. Han transcurrido ya
mil quinientos años desde el nacimiento de Benito, tu confesor y monje, fundador
de la Orden, Patriarca del Occidente, Patrono de Europa.
Gloria a ti, Verbo de Dios.
2. Permitidme, queridos
hermanos y hermanas, que intercale estas expresiones de veneración y
agradecimiento en las palabras de la liturgia cuaresmal de hoy. La
veneración y el agradecimiento constituyen el motivo de nuestra
presencia hoy aquí, de mi peregrinación junto con vosotros al lugar del
nacimiento de San Benito, al cumplirse mil quinientos años de la fecha de este
nacimiento.
Sabemos que el hombre nace
al mundo gracias a sus padres. Confesamos que, habiendo venido al
mundo por sus procreadores, que son el padre y la madre, renace a la
gracia del bautismo sumergiéndose en la muerte de Cristo crucificado,
para recibir la participación en esa vida que Cristo mismo ha revelado con su
resurrección. Mediante la gracia recibida en el bautismo, el hombre participa
en el nacimiento eterno del Hijo del Padre, puesto que se hace hijo adoptivo de
Dios: hijo en el Hijo.
No se puede menos de
recordar esta verdad humana y cristiana acerca del nacimiento del hombre, hoy,
en Nursia, en el lugar del nacimiento de San Benito. Al mismo tiempo se puede y
se debe decir que, juntamente con él, nacía en cierto sentido una época
nueva, una nueva Italia, una nueva Europa. El hombre siempre viene al mundo
en determinadas condiciones históricas; incluso el Hijo de Dios se hizo Hijo
del hombre en cierto período de tiempo, y en él dio comienzo a los tiempos
nuevos que han venido después de El. Igualmente, en una determinada época
histórica, nació en Nursia Benito que, gracias a la fe en Cristo, obtuvo
"la justicia que viene de Dios" (Flp 3, 9), y supo
injertar esta justicia en las almas de sus contemporáneos y de la posteridad.
3. El año en que, según la
tradición, vino a la luz Benito, el 480, sigue muy de cerca a una fecha
fatídica, o mejor, fatal, para Roma: aludo a ese 476 después de Cristo, en el
cual, con el envío a Constantinopla de las insignias imperiales, el Imperio
Romano de Occidente, después de un largo período de decadencia, tuvo su fin
oficial. Se derrumbaba ese año una estructura política, esto es, un sistema que
había condicionado, poco a poco, casi por un milenio, el camino y el desarrollo
de la civilización humana en el área de todo el litoral del Mediterráneo.
Pensemos: Cristo mismo vino
al mundo según las coordenadas —tiempo, lugar, ambiente, condiciones políticas,
etc.— creadas por este mismo sistema. Y también la cristiandad, en la historia
: gloriosa y doliente de la "Ecclesía prímaeva", tanto en la época de
las persecuciones, como en la sucesiva libertad, se desarrolló en el marco del
"ordo Romanus", más aún, se desarrolló, en cierto sentido, "a
pesar" de este "ordo", en cuanto ella tenía una dinámica propia
que le hacía independiente de él y le consentía vivir una vida "paralela"
a su desarrollo histórico.
Tampoco el llamado edicto
de Constantino, en el 313, hizo depender a la Iglesia del Imperio: si le
reconocía la justa libertad "ad extra" después de las sangrientas
represiones de la época anterior, no fue él quien le confirió esa igualmente
necesaria libertad "ad intra" que, en conformidad con la voluntad de
su Fundador, le viene indefectiblemente del impulso de vida que le comunica el
Espíritu. Incluso después de este importante acontecimiento, que selló la paz
religiosa, el Imperio Romano continuó su proceso de desintegración: mientras en
Oriente el sistema imperial se pudo reforzar, también con notables
transformaciones, en Occidente se debilitó progresivamente por una serie de
causas internas y externas, entre las cuales el choque de las migraciones de
los pueblos, y en un determinado momento no tuvo ya la fuerza de sobrevivir.
4. De hecho, cuando aquí en
Nursia vino al mundo San Benito, no sólo "el mundo antiguo se encaminaba
al fin" (Krasinski, Irydion), sino que en realidad este mundo ya había
sido transformado: babían subintrado los "Christiana tempora". Roma,
que en un tiempo había sido el testigo principal de la potencia en la ciudad
del más grande esplendor del Imperio, se había convertido en la Roma cristiana.
En cierto sentido había sido realmente la ciudad con la que se había
identificado el Imperio. La Roma de los Césares ya se había
desvanecido. Quedaba la Roma de los Apóstoles. La Roma de Pedro y
de Pablo, la Roma de los mártires, cuya memoria todavía estaba relativamente
fresca y viva. Y, mediante esta memoria estaba viva la conciencia de la Iglesia
y el sentido de la presencia de Cristo, del que tantos hombres y mujeres no
habían vacilado en dar su testimonio, mediante el sacrificio de la propia vida.
Así, pues, nace en Nursia
Benito y madura en ese clima particular, en el que el fin de la potencia
terrena, la mayor de las potencias que se han manifestado en el mundo antiguo,
habla al alma con el lenguaje de las realidades últimas, mientras,
al mismo tiempo, Cristo y el Evangelio hablan de otra aspiración, de otra
dimensión de la vida, de otra justicia, de otro Reino.
Benito de. Nursia crece en
este clima. Sabe que la verdad plena sobre el significado de la vida humana lo
ha expresado San Pablo, cuando ha escrito en la Carta a los Filipenses:
"dando al olvido a lo que ya queda atrás, me lanzo tras lo que tengo delante,
mirando hacia la meta, hacia el galardón de la soberana vocación de Dios en
Cristo Jesús" (Flp 3, 13-14).
Estas palabras las había
escrito el Apóstol de las Gentes, el fariseo convertido, que así daba
testimonio de su conversión y de su fe. Estas palabras reveladas contienen
también la verdad que retorna a la Iglesia y a la humanidad en las diversas
etapas de la historia. En esa etapa, en la que Cristo llamó a Benito de Nursia,
estas palabras anunciaban el comienzo de una época que sería precisamente
la época de la gran aspiración "hacia lo alto", en pos de
Cristo crucificado y resucitado. Tal como escribe San Pablo: "para
conocerle a El y el poder de su resurrección y la participación en sus
padecimientos, conformándose a El en su muerte, por si logro alcanzar la
resurrección de los muertos" (Flp 3, 10-11).
Así, pues, más allá del
horizonte de la muerte que sufrió todo el mundo construido sobre la potencia
temporal de Roma y del Imperio, emerge esta nueva aspiración: la aspiración
"hacia lo alto", suscitada por el desafío de la nueva vida,
el desafío que Cristo trajo al hombre juntamente con la esperanza de la futura
resurrección. El mundo terrestre —el mundo de las potencias y de las derrotas
del hombre— se convierte en el mundo visitado por el Hijo de Dios, el mundo
sostenido por la cruz en la perspectiva del futuro definitivo del hombre, que
es la eternidad: el Reino de Dios.
5. Benito fue para su
generación, y aún más para las generaciones sucesivas, el apóstol de ese Reino
y de esa aspiración. Y sin embargo, el mensaje que él proclamó mediante toda su
Regla de vida, parecía —parece incluso hoy— ordinario, común y como menos
"heroico" que el que dejaron los apóstoles y los mártires sobre las
ruinas de la Roma antigua.
En realidad es el
mismo mensaje de vida eterna, revelado al hombre: en Cristo Jesús, el
mismo, aun cuando dicho con el lenguaje de tiempos ya diversos. La
Iglesia lee siempre de nuevo el mismo Evangelio —Palabra de Dios que no pasa—
en el contexto de la realidad humana que cambia. Y Benito supo ciertamente
interpretar con perspicacia los signos de los tiempos de entonces, cuando
escribió su Regla en la cual la unión de la oración y del trabajo se convertía
en el principio de la aspiración a la eternidad, para aquellos que
la habrían de aceptar. "Ora et labora" era para el gran fundador del
monaquismo occidental la misma verdad que el Apóstol proclama en la lectura de
hoy, cuando afirma que lo ha dejado todo por Cristo:
"Todo lo tengo por
pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo
amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo y ser
hallarlo en El" (Flp 3, 8-9).
Benito, al leer los signos
de los tiempos, vio que era necesario realizar el programa radical de
la santidad evangélica, expresado con las palabras de San Pablo, de una forma
ordinaria, en las dimensiones de la vida cotidiana de todos los hombres. Era
necesario que lo heroico se hiciese normal, cotidiano, y que lo normal,
cotidiano, se hiciese heroico.
De este modo él, padre de
los monjes, legislador de la vida monástica en Occidente, vino a ser también
indirectamente el precursor de una nueva civilización. Dondequiera
que el trabajo humano condicionaba el desarrollo de la cultura, de la economía,
de la vida social, allí llegaba el programa benedictino de la evangelización,
que unía el trabajo a la oración, y la oración al trabajo.
Hay que admirar la sencillez de
este programa y, al mismo tiempo, su universalidad. Se puede decir
que este programa ha contribuido a la cristianización de los nuevos pueblos del
continente europeo y, a la vez, se ha encontrado también en la base de su
historia nacional, de una historia que cuenta con más de un milenio.
De este modo, San Benito se
convierte en el Patrono de Europa durante el curso de los siglos: mucho antes
de ser proclamado como tal por el Papa Pablo VI.
6. El es Patrono de
Europa en esta época nuestra. Lo es no sólo por sus méritos
particulares hacía este continente, hacia su historia y su civilización. Lo es,
además, por la nueva actualidad de su figura en relación con
la Europa contemporánea.
El trabajo se puede separar
de la oración y hacer de él la única dimensión de la existencia humana. La
época contemporánea lleva consigo esta tendencia. Esta época se diferencia de
los tiempos de Benito de Nursia, porque entonces Occidente miraba hacia
atrás, inspirándose en la gran tradición de Roma y del mundo antiguo. Hoy
Europa tiene a sus espaldas la terrible segunda guerra mundial y los
consiguientes cambios importantes en el mapa del globo, que han limitado la
dominación de Occidente sobre otros continentes. Europa, en cierto sentido, ha
retornado dentro de sus propias fronteras.
Y sin embargo, lo que está
a nuestras espaldas no es el objeto principal de la atención y de la inquietud
de los hombres y de los pueblos. El objeto no cesa de ser lo que está
ante nosotros.
¿Hacia dónde camina toda la
humanidad, ligada con los múltiples vínculos de los problemas y de las
recíprocas dependencias, que se extienden a todos los pueblos y continentes?
¿Hacia dónde camina nuestro continente y, apoyados en él, todos esos pueblos y
tradiciones que deciden de la vida y de la historia de tantos países y de
tantas naciones?
¿Hacia dónde camina el
hombre?
Las sociedades y los
hombres, en el curso de estos quince siglos que nos separan del nacimiento de
San Benito de Nursia, han llegado a ser los herederos de una gran civilización,
los herederos de sus victorias, pero también de sus derrotas, de sus luces,
pero también de sus sombras.
Se tiene la impresión de
que prevalece la economía sobre la moral, de que prevalece la
temporalidad sobre la espiritualidad.
Por una parte, la
orientación casi exclusiva hacia el consumo de los bienes materiales, quita a
la vida humana su sentido más profundo. Por otra parte, el trabajo está
volviéndose en muchos casos casi una coacción alienante para el hombre,
sometido al colectivismo, y se separa, casi a cualquier precio, de la oración,
quitando a la vida humana su dimensión ultra-temporal.
Entre las consecuencias
negativas de una semejante actitud de cerrarse a los valores transcendentes,
hay una de ellas que hoy preocupa de modo especial: consiste en el clima cada
vez más difundido de tensión social, que degenera tan frecuentemente en
episodios absurdos de feroz violencia terrorista. La opinión pública está
profundamente impresionada y turbada por ella. Sólo la conciencia recuperada de
la dimensión transcendente del destino humano puede conciliar el compromiso por
la justicia y el respeto a la sacralidad de cada una de las vidas humanas
inocentes. Por esto la Iglesia italiana se recoge hoy particularmente en
apremiante oración.
No se puede vivir para el
futuro sin intuir que el sentido de la vida es mayor que la temporalidad, que
está sobre ella. Si la sociedad y los hombres de nuestro continente han
perdido el interés por este sentido, deben encontrarlo de nuevo.
Con esta finalidad, ¿pueden volver quince siglos atrás, al tiempo en que nació
San Benito de Nursia?
No, no pueden volver atrás.
Deben encontrar de nuevo el sentido de la vida en el contexto de nuestro
tiempo. De otro modo no es posible. Ni deben ni pueden volver atrás, a los
tiempos de Benito; pero deben volver a encontrar el sentido de la existencia
humana según la medida de Benito. Sólo entonces vivirán para el
futuro. Y trabajarán para el futuro. Y morirán, en la perspectiva de la
eternidad.
Si mi predecesor Pablo VI
ha proclamado a San Benito de Nursia el Patrono de Europa, es porque él podrá
ayudar en esto a la Iglesia y a las naciones de Europa. Deseo de corazón que
esta peregrinación de hoy al lugar de su nacimiento pueda constituir un
servicio a esta causa.
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