BEATIFICACIÓN
DE PIER GIORGIO FRASSATI
HOMILÍA DE SAN JUAN PABLO II
Domingo, 20 de mayo de 1990
1. “Yo le pedirá al Padre que
os dé otro Defensor…. el Espíritu de verdad” (Jn 14,15).
En el tiempo pascual, a
medida que nos acercamos a Pentecostés, estas palabras se hacen más actuales.
Las pronunció Jesús
en el Cenáculo la víspera de su pasión, cuando se despedía de los Apóstoles. Su
partida -la partida del amado Maestro a través de la muerte y resurrección-
abre el camino al Consolador (Jn 16,7). Vendrá el Paráclito: vendrá, gracias a
la muerte redentora de cristo, que hace posible e inaugura la nueva presencia
misericordiosa de Dios entre los hombres.
El Espíritu de
Verdad, que el mundo no ve y no conoce, sin embargo se deja conocer por los
Apóstoles, “porque vivirá con ellos y estará con ellos” (cf. Jn 14,17). Y el
día de Pentecostés, todos serán sus testigos.
2. Pentecostés, como
todo, es sólo el inicio, puesto que el Espíritu de Verdad viene para permanecer
con la Iglesia “para siempre” (cf. Jn 14,16) en la renovación incesante de las
generaciones futuras. Y así, no sólo los hombres de su tiempo, sino también a
nuestros contemporáneos se dirigen estas palabras del Apóstol Pedro:
“Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad prontos para dar razón
de vuestra esperanza a todo el que os la pidiera” (1 P 3,15).
En nuestro siglo,
Pier Giorgio Frassati, al que hoy tengo el gozo de proclamar beato en nombre de
la Iglesia, encarnó en su propia vida estas palabras de San Pedro. El poder del
Espíritu de Verdad, unido a Cristo, lo hizo moderno testigo de la esperanza que
surge del Evangelio, y de la gracia de salvación que obra en el corazón del
hombre.
Así se convirtió en
el testigo vivo y el defensor valiente de esta esperanza en nombre de los
jóvenes cristianos del siglo veinte.
3. La fe y la caridad,
verdaderas fuerzas motrices de su vida, lo hicieron activo trabajador en el
ambiente en que vivió, en la familia y en la escuela, en la universidad y en la
sociedad; lo transformaron en alegre y entusiasta apóstol de Cristo, en
apasionado seguidor de su mensaje y su caridad.
El secreto de su celo apostólico y de su santidad hay que buscarlo en el
itinerario ascético y espiritual que recorrió; en la oración, en la
perseverante adoración, incluso nocturna, del Santísimo Sacramento, en su sed
de la palabra de Dios, escrutada en los textos bíblicos; en la serena
aceptación de las dificultades de la vida, incluida la familiar, en la castidad
vivida como disciplina alegre y sin compromisos; en la predilección diaria del
silencio y la “normalidad de la vida”. Precisamente en estos factores nos ha
hacho descubrir la fuente de su vitalidad espiritual.
En efecto, a través
de la Eucaristía, Cristo comunica su Espíritu; a través de la escucha de su
palabra crece la disponibilidad de acoger a los demás, y a través del abandono
orante en la voluntad de Dios maduran las decisiones de la vida. Sólo adorando
a Dios presente en el propio corazón, el bautizado puede responder al que le
pide “razón de la esperanza” que hay en él (cf 1 Pe 3, 15). Y el joven Frassati
lo sabe, lo experimenta, lo vive. En su vida la fe se funde con la caridad:
firme en la fe y activo en la caridad, pues la fe sin obras está muerta (cf St
2,20).
4. Es cierto que,
para una mirada superficial, el estilo de Pier Giorgio Frassati, un joven
moderno lleno de vida, no presenta gran cosa de extraordinario. Pero,
precisamente esto constituye la originalidad de su virtud que invita a
reflexionar y lleva a imitar.
En él la fe y los
sucesos cotidianos se funden armónicamente hasta el punto que la adhesión al
Evangelio se traduce en atención amorosa a los pobres y a los necesitados,
creciendo continuamente hasta los últimos días de la enfermedad que lo llevará
a la muerte. El gusto por la belleza y el arte, la pasión por el deporte y por
la montaña, la atención a los problemas de la sociedad no le impiden la
relación constante con el Absoluto.
¡Totalmente inmerso en el misterio de Dios y totalmente dedicado al constante
servicio al prójimo: así podemos resumir su vida terrena!
Su vocación de laico cristiano se realizaba en múltiples compromisos
asociativos y políticos, en una sociedad en fermento indiferente y tal vez
hostil a la Iglesia. Con este espíritu Pier Giorgio supo impulsar los diversos
movimientos católicos, a los que adhirió con entusiasmo, pero sobre todo a la
Acción Católica, además de la FUCI, en la que encontró una verdadera palestra
de formación cristiana y campos propicios para el apostolado. En la Acción
Católica vivió la vocación cristiana con alegría y orgullo, y se afanó por amar
a Jesús y descubrir en Él a los hermanos que encontraba en el camino o que
buscaba en los lugares del sufrimiento, de la marginación, del abandono, para
hacerles sentir el calor de su solidaridad humana y el consuelo sobrenatural de
la fe en Cristo.
Murió joven, al
final de una vida breve, pero extraordinaria de frutos espirituales,
dirigiéndose “a la verdadera patria a cantar alabanzas a Dios”.
5. La celebración de
hoy nos invita a todos a acoger el mensaje que Pier Giorgio Frassati transmitió
a los hombres de nuestro tiempo, sobre todo a vosotros, jóvenes, deseosos de
ofrecer una contribución concreta de renovación espiritual al mundo nuestro,
que tal vez parece alejarse y languidecer por falta de ideales. Él proclama,
con su ejemplo, que es “dichosa” la vida llevada en el Espíritu de Cristo,
Espíritu de las Bienaventuranzas, y que sólo el que se hace “hombre de las
Bienaventuranzas” consigue comunicar a los hermanos el amor y la paz. Él afirma
que vale la pena sacrificarlo todo por servir al Señor. Da testimonio de que la
santidad es posible para todos y que sólo la revolución de la caridad puede
encender en el corazón de los hombres la esperanza de un futuro mejor.
6. Sí, “grandes son
las obras del Señor… aclamad al Señor tierra entera” (Sal 66, 1-3).
Los versículos del
salmo, que resuenan en la liturgia de este domingo, son como un eco vivo del
alma del joven Frassati. ¡Pues sabemos lo mucho que amó el mundo creado por
Dios!
“Venid a ver las
obras de Dios” (Sal 65/66, 5): también es esta una invitación que se recoge de
su joven alma y se dirige de modo particular a los jóvenes. “Sus admirables
proezas en favor de los hombres” (ib).
¡Admirables proezas en favor de los hombres! Es necesario que los ojos humanos, -ojos jóvenes, ojos sensibles- sepan admirar las proezas de Dios, en el mundo externo y visible. Es necesario que los ojos del alma sepan dirigirse de este mundo externo y visible al interior e invisible: y así puedan desvelar al hombre esas dimensiones del espíritu en las que se refleja la luz del Verbo que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,9).
¡Admirables proezas en favor de los hombres! Es necesario que los ojos humanos, -ojos jóvenes, ojos sensibles- sepan admirar las proezas de Dios, en el mundo externo y visible. Es necesario que los ojos del alma sepan dirigirse de este mundo externo y visible al interior e invisible: y así puedan desvelar al hombre esas dimensiones del espíritu en las que se refleja la luz del Verbo que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,9).
En esa Luz obra el
Espíritu de verdad.
7. ¡Este es el
hombre “interior”!, Y así aparece Pier Giorgio Frassati. De hecho toda su vida
parece resumir las palabras de Cristo que encontramos en el Evangelio de Juan:
“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo
amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré en él” (Jn 14,23).
Él es el hombre
“interior” amado por el Padre, ¡porque amó mucho!
¿Acaso no es el amor la cosa más necesaria de nuestro siglo XX, tanto a su comienzo como a su fin? ¿No es verdad que sólo eso es lo que permanece, sin perder nunca su validez: el hecho de que “amó”?
¿Acaso no es el amor la cosa más necesaria de nuestro siglo XX, tanto a su comienzo como a su fin? ¿No es verdad que sólo eso es lo que permanece, sin perder nunca su validez: el hecho de que “amó”?
8. Él se marchó
joven de este mundo, pero dejó una huella en todo el siglo, y no sólo en
nuestro siglo.
Se marchó de este
mundo, pero en la fuerza pascual de su bautismo, puede decir a todos, en
particular a las jóvenes generaciones de hoy y de mañana: “Vosotros me veréis,
y viviréis, porque yo sigo vivo” (Jn 14, 19).
Estas palabras las pronunció Jesucristo al despedirse de los Apóstoles, antes
de afrontar la Pasión. Quiero ponerlas en la boca del nuevo beato, como
siempre, válida también hoy, sobre todo para los jóvenes de hoy.
Amén.
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