El CORAZÓN DE JESÚS ESTÁ
ESPERANDO
QUE LOS SUYOS LE DEJEN ENTRAR
Vino a su casa y los suyos no le
recibieron
(Jn 1,11)
De
unas palabras del Evangelista san Juan he deducido que una de las ocupaciones
del Corazón de Jesús en el Sagrario es esperar que los suyos le dejen entrar.
¿Recordáis
aquellas palabras: Vino a su casa y los suyos no le recibieron?
Yo
os invito, almas heridas del abandono del Sagrario, a que os detengáis un
momento en esas palabras.
¿Cuáles
son esas posesiones a que vino el Verbo hecho carne? Esas posesiones son la
tierra. «Del Señor es la tierra y su plenitud... y todos los que la habitan» (3
Sal 23.)
Posesiones
suyas son, pues, todos los pueblos de la tierra y todas las casas de esos
pueblos y todos los moradores de esas casas.
Todo
eso es Casa del Señor. Los demás amos de la tierra más que amos son inquilinos
de Dios.
Y
quiso Dios, lleno de bondad, de generosa delicadeza, visitar a sus inquilinos
de la tierra. ¡Tenía tantas ganas de estar cerca de ellos! ¡Les hacía tanta
falta esa visita!
¡Entre
el demonio y el pecado los habían dejado tan desastrosamente perdidos y
arruinados!
Y
el que era Señor y Dominador universal, se hizo Peregrino del Amor y se
puso a llamar a las puertas de las casas de la tierra...
¡Qué
pena, Dios mío, que después de ese delicioso «Vino a los suyos» haya
tenido que escribir el Evangelista el tristísimo, el desolador «y los suyos
no le recibieron»!
El
Peregrino del Amor se puso primero a llamar a las puertas del pueblo donde se
dignó nacer como hombre y dice el Evangelista que para Él no había sitio.
Y
desde esa primera puerta que no lo deja entrar, ¡cuántas se le cierran en su
vida mortal y de Sagrario!
De
cuántas asambleas, escuelas y hogares desde entonces hasta ahora, se ha podido
escribir como de la posada de Belén: ¡No hay sitio para Jesucristo! Desde
entonces hasta ahora, ¡cuántos hombres se pasan la vida escribiendo en la
puerta de sus almas con sus obras y muchos hasta con sus palabras: ¡No hay
sitio!
Y
¡si eso lo hicieran sólo los que no lo conocen!
Pero,
¡Jesús mío, Peregrino del Amor desairado!, ¿tan abiertas te tenemos las puertas
los que te conocemos y los que sabemos que estás llamando?
¡Yo
también te he hecho pasar días enteros y noches muy largas llamando a mis
puertas sin dejarte pasar...!
También
mi ángel de la guarda ha tenido que escribir con tintas de lágrimas, en el libro
de mi vida: Fue a él Jesús y no lo recibió...
Otras
veces lo dejamos entrar, pero sin atrevernos a abrirle de par en par las
puertas, ni a dejarlo andar por toda la casa.
Por
el postigo de nuestra tacañería lo dejamos entrar, tenemos como miedo de que
visite todo nuestro corazón, todo nuestro pensamiento, toda nuestra
sensibilidad...
Podemos
decir que todo Jesucristo ha entrado en nuestra alma, pero no en toda nuestra
alma. ¡Le reservamos rincones...! ¡Rincones de sensualidades no mortificadas, de
caprichos no vencidos, de intenciones no rectas, de aficiones no ordenadas...!
No
nos atrevemos a desalojarlos de las miseriucas que los llenan, ni a ofender los
ojos del buen Visitante llevándolo a que las vea.
Y
mientras, Él, encerrado en el Sagrario, sin cansarse y sin protestar y con el
oído alerta por si vienen, se pasa el día y la noche esperando a los suyos...
Y
cuando siente pasos y oye murmullos cercanos, ¡con qué prestreza y con qué
olvido de las malas noches y de los malos días manda abrir la puerta que lo
aprisiona y se entra dentro del alma a cuya puerta tanto tiempo
llamó...!
Señor,
Señor, ¿qué clase de amor es este amor tuyo que se pasa la vida en esperar
que lo dejen entrar y que, cuando ha entrado no se ocupa más que en temer
que lo echen fuera...? ¡Sus hijos...!
Señor,
Señor, ¿y qué clase de amor es éste que se estila entre los hombres, que no se
ocupa más que en cerrarte las puertas para que no entres o echarte a la calle
cuando has entrado...?
¡Señor,
Señor...! Tú, que has permitido que a tus Sagrarios de la tierra pongan llave
para que tus Judas de siempre no roben los copones que te guardan Sacramentado,
¿no tendrás una llave para mi corazón, tan codiciado de pasiones ladronas, que
sólo Tú pudieras manejar?
¡Madre
Inmaculada, ayuda con tu protección y valimiento a forjar una llave de durísimo
acero de lealtad y fidelidad al sólo servicio del Jesús de mi
Comunión...!
¡Que Él sólo abra
y cierre...!
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