martes, 18 de julio de 2017

Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario 10 - Está esperando que le dejen entrar - San Manuel González García

El CORAZÓN DE JESÚS ESTÁ 
ESPERANDO QUE LOS SUYOS LE DEJEN ENTRAR
Vino a su casa y los suyos no le recibieron
(Jn 1,11)



De unas palabras del Evangelista san Juan he deducido que una de las ocupaciones del Corazón de Jesús en el Sagrario es esperar que los suyos le dejen entrar.
¿Recordáis aquellas palabras: Vino a su casa y los suyos no le recibieron?
Yo os invito, almas heridas del abandono del Sagrario, a que os detengáis un momento en esas palabras.
¿Cuáles son esas posesiones a que vino el Verbo hecho carne? Esas posesiones son la tierra. «Del Señor es la tierra y su plenitud... y todos los que la habitan» (3 Sal 23.)
Posesiones suyas son, pues, todos los pueblos de la tierra y todas las casas de esos pueblos y todos los moradores de esas casas.
Todo eso es Casa del Señor. Los demás amos de la tierra más que amos son inquilinos de Dios.
Y quiso Dios, lleno de bondad, de generosa delicadeza, visitar a sus inquilinos de la tierra. ¡Tenía tantas ganas de estar cerca de ellos! ¡Les hacía tanta falta esa visita!
¡Entre el demonio y el pecado los habían dejado tan desastrosamente perdidos y arruinados!
Y el que era Señor y Dominador universal, se hizo Peregrino del Amor y se puso a llamar a las puertas de las casas de la tierra...
¡Qué pena, Dios mío, que después de ese delicioso «Vino a los suyos» haya tenido que escribir el Evangelista el tristísimo, el desolador «y los suyos no le recibieron»!
El Peregrino del Amor se puso primero a llamar a las puertas del pueblo donde se dignó nacer como hombre y dice el Evangelista que para Él no había sitio.
Y desde esa primera puerta que no lo deja entrar, ¡cuántas se le cierran en su vida mortal y de Sagrario!
De cuántas asambleas, escuelas y hogares desde entonces hasta ahora, se ha podido escribir como de la posada de Belén: ¡No hay sitio para Jesucristo! Desde entonces hasta ahora, ¡cuántos hombres se pasan la vida escribiendo en la puerta de sus almas con sus obras y muchos hasta con sus palabras: ¡No hay sitio!
Y ¡si eso lo hicieran sólo los que no lo conocen!
Pero, ¡Jesús mío, Peregrino del Amor desairado!, ¿tan abiertas te tenemos las puertas los que te conocemos y los que sabemos que estás llamando?

¡Yo también te he hecho pasar días enteros y noches muy largas llamando a mis puertas sin dejarte pasar...!
También mi ángel de la guarda ha tenido que escribir con tintas de lágrimas, en el libro de mi vida: Fue a él Jesús y no lo recibió...
Otras veces lo dejamos entrar, pero sin atrevernos a abrirle de par en par las puertas, ni a dejarlo andar por toda la casa.
Por el postigo de nuestra tacañería lo dejamos entrar, tenemos como miedo de que visite todo nuestro corazón, todo nuestro pensamiento, toda nuestra sensibilidad...
Podemos decir que todo Jesucristo ha entrado en nuestra alma, pero no en toda nuestra alma. ¡Le reservamos rincones...! ¡Rincones de sensualidades no mortificadas, de caprichos no vencidos, de intenciones no rectas, de aficiones no ordenadas...!
No nos atrevemos a desalojarlos de las miseriucas que los llenan, ni a ofender los ojos del buen Visitante llevándolo a que las vea.
Y mientras, Él, encerrado en el Sagrario, sin cansarse y sin protestar y con el oído alerta por si vienen, se pasa el día y la noche esperando a los suyos...
Y cuando siente pasos y oye murmullos cercanos, ¡con qué prestreza y con qué olvido de las malas noches y de los malos días manda abrir la puerta que lo aprisiona y se entra dentro del alma a cuya puerta tanto tiempo llamó...!
Señor, Señor, ¿qué clase de amor es este amor tuyo que se pasa la vida en esperar que lo dejen entrar y que, cuando ha entrado no se ocupa más que en temer que lo echen fuera...? ¡Sus hijos...!
Señor, Señor, ¿y qué clase de amor es éste que se estila entre los hombres, que no se ocupa más que en cerrarte las puertas para que no entres o echarte a la calle cuando has entrado...?
¡Señor, Señor...! Tú, que has permitido que a tus Sagrarios de la tierra pongan llave para que tus Judas de siempre no roben los copones que te guardan Sacramentado, ¿no tendrás una llave para mi corazón, tan codiciado de pasiones ladronas, que sólo Tú pudieras manejar?
¡Madre Inmaculada, ayuda con tu protección y valimiento a forjar una llave de durísimo acero de lealtad y fidelidad al sólo servicio del Jesús de mi Comunión...!

¡Que Él sólo abra y cierre...!

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