El
CORAZÓN DE JESÚS ESTÁ
REPITIENDO SU NOCHEBUENA
Una gran alegría os anuncio:
os ha nacido el Salvador.
(Lc 2,10,11)
Cada
vez que paso junto a un Sagrario, los ángeles que en torno de él revolotean y
adoran podrían cantarme como en la Nochebuena: ¡Gran alegría! ¡El Salvador os
ha nacido!
En
realidad, para los cristianos que gozamos del Sagrario perpetuo, siempre es
Nochebuena y por consiguiente Pascua ¡hasta con sus aguinaldos!
¡Aguinaldos!
Es la palabra de los días de Navidad.
Es
tan elocuente y, si vale decirlo así, tan arrollador el sermón de generosidad
que se viene predicando hace veinte siglos en Belén, que hasta los más
apartados y sordos sienten sus influencias. Hablemos, pues, de aguinaldos.
¿De
quién y a quién?
De
todo el que tenga algo que dar, sea lo que sea, y a todo el que necesite algo,
sea también lo que sea.
Y
como todos podemos dar algo, por muy pobres e indigentes que seamos, y todos,
quien más, quien menos, algo necesitamos, todos estamos en situación de dar y
tomar aguinaldos.
Y
aquí surge como por encanto un tema muy fecundo para un rato de meditación
pascual ante mi Sagrario.
A
saber: ¿qué puedo yo dar de las cosas que necesitan los que a mi alrededor
viven?
Y
desarrollando la meditación, comienzo por hacer lista de necesidades que veo en
los que me rodean.
Y
la primera necesidad que salta a mi vista es la que Tú padeces, Jesús
Sacramentado, necesidad de adoradores, falta de amadores, ausencia de
delicadezas y de calor de corazones... sigo mirando a mi alrededor y miro la
iglesia en que estoy, tan pobre, tan descuidada de limpieza, tan oliendo a
vacía... paso por la calle de regreso de la iglesia y veo a los ancianitos
aburridos y, casi diría arruinados, por inservibles, al rayito del sol; a los golfillos
encargados de recoger los malos tratos y malas palabras que se pierden en el
arroyo, y, ya en mi casa, el pariente menos atendido, el criado más fría y
desdeñosamente tratado, el enfermo o el abuelo injustamente algo preterido, y
en mis asuntos, los retrasa-dos, desatendidos por la inconstancia, la dejadez,
el miedo a lo que molesta a mi amor propio, y en mis obras de celo, mi
Catecismo irregularmente servido, mi suscripción al periódico bueno no pagada o
regateada, mi Apóstolado tan fríamente ejercido y con tan poco celo, mi
cooperación personal o de ayuda económica tan escatimada, ¡cuántas necesidades
a mi alrededor y cuántas peticiones de cada una de ellas no tanto de dinero
como de cariño, de interés, de atención, de orden, de mortificación, en una
palabra, de generosidad! ¿Y mi vida de María, no tiene necesidades de
aguinaldo?
Y
¡qué buen rato de meditación el que se ocupara en oír cada una de esas
peticiones y estudiar y prometer seriamente, decididamente atenderlas!
¡Qué
buenos aguinaldos íbamos a dar!
¡Y
a tomarlos también!
Que
el Divino Niño de Belén se apresurará a cumplir en nosotros su «dad y se os
dará» con unos réditos y unas creces...
Yo
los quisiera para las Marías y Discípulos de san Juan de varias clases:
Aguinaldos para los pies, las manos, los ojos, la cabeza y el corazón de cada
uno de nuestra extensa familia reparadora.
Para
los pies
de las Marías y de los Discípulos de
san Juan quiero y pido al dulce Niño de Belén fuerzas y agilidad para andar sólo
por las calles de la modestia, la caridad que no espera paga, la laboriosidad
útil y por las plazas del honesto recreo y de la limpieza de conciencia, calles
y plazas que todas desembocan en el atrio del Sagrario...
Para
las manos
de las Marías y Discípulos quiero y
pido prontitud para abrirlas para coger el Evangelio y el Catecismo, dar
limosna y moverlas en obras buenas, y dureza para rasgar periódicos malos y
novelas frívolas y peligrosas.
Para
los ojos
quiero y pido que vean todo lo que
han de ver y muchas cosas más a las que su vista no alcanzaría, a través de la
Hostia consagrada.
Para
la cabeza
quiero y pido que se acaben de
enterar de esto sólo: que el buenísimo Jesús está solo en el Sagrario y no debe
estar así.
Para
el corazón
de las Marías y Discípulos quiero y
pido, por último, que lo tengan tan limpio, tan blando y tan de fuego para con
el de Jesús Sacramentado, que le hagan olvidar y si fuera posible, no sentir la
suciedad, la dureza y la frialdad que rodean y en que dejan a sus Sagrarios
abandonados...
Madre Inmaculada, que en esta gran
noche nos regalas el aguinaldo de los aguinaldos, a tu Jesús, enséñanos a
recibirlo, a tratarlo, a guardarlo y, sobre todo, a darnos cuenta de Él...
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