XV
Mi
querido Orugario:
Por
supuesto, había observado que los humanos estaban atravesando un respiro en su
guerra europea —¡lo que ingenuamente llaman "La Guerra"!—, y no me
sorprende que haya una tregua correlativa en las inquietudes del paciente. ¿Nos
conviene estimular esto, o mantenerle preocupado? Tanto el temor torturado como
la estúpida confianza son estados de ánimo deseables. Nuestra elección entre
'ellos suscita cuestiones importantes.
Los
humanos viven en el tiempo, pero nuestro Enemigo les destina a la Eternidad. Él
quiere, por tanto, creo yo, que atiendan principalmente a dos cosas: a la
eternidad misma y a ese punto del tiempo que llaman el presente. Porque el
presente es el punto en el que el tiempo coincide con la eternidad. Del momento
presente, y sólo de él, los humanos tienen una experiencia análoga a la que
nuestro Enemigo tiene de la realidad como un todo; sólo en el presente la
libertad y la realidad les son ofrecidas. En consecuencia, Él les tendría
continuamente preocupados por la eternidad (lo que equivale a preocupados por
Él) o por el presente; o meditando acerca de su perpetua unión con, o
separación de, Él, o si no obedeciendo la presente voz de la conciencia,
soportando la cruz presente, recibiendo la gracia presente, dando gracias por
el placer presente.
Nuestra
tarea consiste en alejarles de lo eterno y del presente. Con esto en mente, a
veces tentamos a un humano (pongamos una viuda o un erudito) a vivir en el
pasado. Pero esto tiene un valor limitado, porque poseen algunos conocimientos
reales sobre el pasado, y porque el pasado tiene una naturaleza determinada, y,
en eso, se parece a la eternidad. Es mucho mejor hacerles vivir en el futuro.
La necesidad biológica hace que todas sus pasiones apunten ya en esa dirección,
así que pensar en el futuro enciende la esperanza y el temor. Además, les es
desconocido, de forma que al hacerles pensar en el futuro les hacemos pensar en
cosas irreales. En una palabra, el futuro es, de todas las cosas, la menos parecida
a la eternidad. Es la parte más completamente temporal del tiempo, porque el
pasado está petrificado y ya no fluye, y el presente está totalmente iluminado
por los rayos eternos. De ahí el impulso que hemos dado a esquemas mentales
como la Evolución Creativa, el Humanismo Científico, o el comunismo, que fijan
los efectos del hombre en el futuro, en el corazón mismo de la temporalidad. De
ahí que casi todos los vicios tengan sus raíces en el futuro. La gratitud mira
al pasado y el amor al presente; el miedo, la avaricia, la lujuria y la ambición
miran hacia delante. No creas que la lujuria es una excepción. Cuando llega el
placer presente, el pecado (que es lo único que nos interesa) ya ha pasado. El
placer es sólo la parte del proceso que lamentamos y que excluiríamos si
pudiésemos hacerlo sin perder el pecado; es la parte que aporta el Enemigo, y
por tanto experimentada en el presente. El pecado, que es nuestra contribución,
miraba hacia delante.
Desde
luego, el Enemigo quiere que los hombres piensen también en el futuro: pero
sólo en la medida en que sea necesario para planear ahora los actos de
justicia o caridad que serán probablemente su deber mañana. El deber de planear
el trabajo del día siguiente es el deber de hoy; aunque su material está
tomado prestado del futuro, el deber, como todos los deberes, está en el
presente. Esto es ahora como partir una paja. Él no quiere que los hombres le
den al futuro sus corazones, ni que pongan en él su tesoro. Nosotros, sí. Su
ideal es un hombre que, después de haber trabajado todo el día por el bien de
la posteridad (si ésa es su vocación), lava su mente de todo el tema,
encomienda el resultado al Cielo, y vuelve al instante a la paciencia o
gratitud que exige el momento que está atravesando. Pero nosotros queremos un
hombre atormentado por el futuro: hechizado por visiones de un Cielo o un
infierno inminente en la tierra —dispuesto a violar los mandamientos del
Enemigo en el presente si le hacemos creer que, haciéndolo, puede alcanzar el
Cielo o evitar el Infierno—, que dependen para su fe del éxito o fracaso de
planes cuyo fin no vivirá para ver. Queremos toda una raza perpetuamente en
busca del fin del arco iris, nunca honesta, ni gentil, ni dichosa ahora, sino
siempre sirviéndose de todo don verdadero que se les ofrezca en el presente
como de un mero combustible con el que encender el altar del futuro.
De
lo que se deduce, pues, en general —si las demás condiciones permanecen constantes—,
que es mejor que tu paciente esté lleno de inquietud o de esperanza (no importa
mucho cuál de ellas) acerca de esta guerra que el que viva en el presente. Pero
la frase "vivir en el presente" es ambigua: puede describir un
proceder que, en realidad, está tan pendiente del futuro como la ansiedad
misma; tu hombre puede no preocuparse por el futuro, no porque le importe el
presente, sino porque se ha autoconvencido de que el futuro va a ser agradable,
y mientras sea ésta la verdadera causa de su tranquilidad, tal tranquilidad nos
será propicia, pues no hará otra cosa que amontonar más decepciones, y por
tanto más impaciencia, cuando sus infundadas esperanzas se desvanezcan. Si, por
el contrario, es consciente de que le pueden esperar cosas horribles, y reza
para pedir las virtudes necesarias para enfrentarse con tales horrores, y
entretanto se ocupa del presente porque en éste, y sólo en éste, residen todos
los deberes, toda la gracia, toda la sabiduría y todo el placer, su estado es
enormemente indeseable y debe ser atacado al instante. También aquí ha hecho un
buen trabajo nuestra Arma Filológica: prueba a utilizar con él la palabra
"complacencia". De todas formas, lo más probable es, claro está, que
no esté "viviendo en él presente" por ninguna de estas razones, sino
simplemente porque está bien de salud y disfruta con su trabajo. El fenómeno
sería entonces puramente natural. En cualquier caso, yo en tu lugar lo
destruiría: ningún fenómeno natural está realmente de nuestra parte, y, de
todas maneras, ¿por qué habría de ser feliz la criatura?
Tu
cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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