Carta
Encíclica
Augustissima
Virginis
LEÓN XIII
Sobre la
devoción del Santísimo Rosario
2 de
septiembre de 1897
1. María a través de la Biblia - 2. Como en testamento - 3. Mes del Rosario - 4. Espíritu de asociación
- 5. Fomento de asociaciones católicas - 6. La Cofradía del Santo Rosario - 7. Oración pública y común - 8. La oración a
los Santos - 9. La intercesión de María - 10. Meditar los misterios es oficio
angélico - 11. Elogios de Pontífices para esta Cofradía - 12. Bendición para
esta asociación
1. María a través de
la Biblia.
Cuanto interese fomentar constantemente el culto de la Augustísima
Virgen María y promoverle cada día con más esfuerzos en privado y en público,
fácilmente echará de ver cualquiera que consigo mismo considere el grado
altísimo de dignidad y gloria a que ha sido elevada por el Señor. Desde el
principio de los siglos la destinó para ser Madre del Verbo que había de tomar
carne humana; y por lo tanto de tal manera la distinguió entre todos los seres
que existían más hermosos en los tres órdenes de naturaleza, gracia y gloria,
que con razón la Iglesia, ha aplicado a Ella ellas palabras: Yo salí de la boca
del Altísimo, engendrada antes que existiese ninguna criatura (Eccli 24,5). Mas
luego que comenzaron los siglos, caídos en la culpa original nuestros primeros
padres, e inficionados con la misma mancha todos sus descendientes, fue
constituida como prenda restauradora de la paz y de la salvación. El mismo
unigénito Hijo de Dios no pudo menos de dar a su Madre Santísima señales
evidentes de honor: pues cuando hacía vida privada en la tierra, fue mediadora
para la ejecución de dos prodigios, que entonces realizó: uno de gracia, dando
muestras de gozo el niño en el vientre de Isabel, con motivo del saludo que le
dirigió María; el otro de naturaleza, al convertir el agua en vino en las bodas
de Caná; y cuando, al fin de su vida pública, instituía el nuevo testamento que
había de ser sellado con su divina sangre, la encomendó al Apóstol del amor con
aquellas dulcísimas palabras: Ahí tienes a tu Madre (Joan. 19, 27).
2. Como en
testamento.
Nos, pues, que,
aunque indignos, hacemos las veces y representamos en la tierra a la persona de
Jesucristo Hijo de Dios, jamás dejaremos de alabar a tan grande Madre mientras
tengamos vida.
Conociendo que, por lo avanzado de Nuestra edad, no la hemos de
tener muy larga, no podemos menos de reiterar a todos y a cada uno de Nuestros
Hijos en Jesucristo, para dejarles como testamento, las últimas palabras del
mismo cuando estaba pendiente de la Cruz: Ahí tienes a tu Madre.
Y Nos consideramos plenamente satisfechos, si con Nuestras
exhortaciones consiguiéremos, que cada uno de los fieles nada tenga más
arraigado, nada mire con más amor como al culto de María, y que Nos fuere
permitido aplicar a cada uno las palabras de San Juan que escribió de sí mismo:
y desde aquel punto encargose de ella el discípulo, y la tuvo consigo en su
casa (Joan. 19, 27).
3. Mes del Rosario.
Acercándose, pues, el mes de octubre, no omitiremos tampoco en este
año, Venerables Hermanos, la ocasión de dirigiros Nuestras Letras, exhortándoos
una vez más con la mayor solicitud que esté a Nuestro alcance, que procure cada
uno, por medio del Santo Rosario, adquirir méritos para sí y para la Iglesia
militante.
Y esta devoción parece que al finalizar el presente siglo por
singular providencia de Dios aumenta de día en día, para excitar la piedad de
los fieles que languidece: y de ello dan testimonio los grandes templos y
santuarios que son celebérrimos por el culto de la Madre de Dios. A esta Madre
Divina, a la cual ofrecimos flores en el mes de Mayo (1), consagrémosle también
con especial afecto de piedad el fructífero mes de Octubre: pues es muy propio
que dediquemos ambas épocas del año a aquélla que dijo de sí misma: mis flores
dan fruto de gloria y de riqueza (Eccli. 24, 23).
4. Espíritu de
asociación.
El espíritu de asociación a que se inclinan naturalmente los
hombres, en ninguna época se ha hecho más efectivo constituyendo lazos de
estrecha unión, como en la Nuestra; ni nadie ciertamente le condenará, a no
ser, que, torciéndose esta nobilísima inclinación de naturaleza, tienda a malos
fines, confederándose y reuniéndose los hombres impíos en asociaciones de varia
especie contra el Señor y contra su Cristo (Psalm. 2, 2). Se echa, no obstante,
de ver con gozo del alma, que también entre los católicos se despierta el amor
y se procura el fomento de las asociaciones piadosas, acrecentándose el número
de sus individuos, uniéndose todos en ellas con el vínculo del amor cristiano,
considerándolas como domicilios comunes, de tal manera que pueden llamarse y
parecen ser verdaderamente hermanos. No debe en manera alguna llevar el nombre
de asociación fraternal aquélla donde no exista el amor de Cristo; lo cual
condenaba severamente en otro tiempo Tertuliano con estas palabras: Somos por
derecho de naturaleza vuestros hermanos, como hijos de una madre, aunque tenéis
poco de hombres, porque sois malos hermanos. Pues, ¿cuánto más son dignos del
nombre de hermanos aquellos que reconocen a un Dios como padre, que bebieron un
mismo espíritu de santidad, y de un mismo vientre de ignorancia salieron a la
única luz de la verdad (2).
5. Fomento de
asociaciones católicas.
Muchos son los motivos que deben excitar a los hombres católicos: a
la institución de estas últimas asociaciones, como las llamadas círculos y
bancos agrarios, las reuniones para recreo del ánimo en los días de fiesta, las
que se conocen con el nombre de patronatos dedicados a la vigilancia y
dirección de los niños, con otras congregaciones y cofradías constituidas sobre
excelentes bases. En verdad todas ellas, aunque por su nombre, forma y especial
próximo fin, parezcan de institución moderna, son antiquísimas; pues se
encuentran vestigios de las mismas en los comienzos de religión cristiana.
Regularizándose más tarde mediante ciertas reglas, distinguiéndose con signos
especiales, obtuvieron privilegios, y empleadas en el culto divino en los
templos, o destinadas al cuidado de las almas y de los cuerpos, se les ha dado
varios nombres según los distintos tiempos. El número de estas asociaciones se
ha aumentado de día en día, de tal modo que, en Italia sobre todo, no hay
ciudad, villa y aun parroquia donde no existan una o muchas.
6. La Cofradía del
Santo Rosario.
Entre estas asociaciones no dudamos en dar el primer lugar de
dignidad a la que se llama del Santo Rosario. Pues si atendemos a su origen, es
de las primeras en antigüedad, porque se tiene por autor de esta institución al
mismo Padre Santo Domingo: si consideramos sus privilegios, está dotada de
innumerables gracias por la munificencia de Nuestros predecesores, La forma y
la vida de institución es el Rosario Mariano, de cuyo poder hemos hablado
extensamente en otras ocasiones. Sin embargo, es mucho mayor la virtud y
eficacia del Rosario en cuanto que es práctica de la asociación que lleva su
nombre. A nadie se oculta lo necesario que es la oración a todos, no porque
puedan mudarse por su virtud los decretos divinos, sino para que según San Gregorio:
Los hombres, elevando a Dios sus plegarias, merezcan recibir lo que el Señor
omnipotente tiene dispuesto concederles desde la eternidad (3). Y San Agustín:
el que sabe orar rectamente, sabe también vivir rectamente (4). Pero las
oraciones tienen más vigor para impetrar el auxilio del cielo, cuando se
dirigen por muchos a Dios, pública, constante y unánimemente; de tal manera que
entonces se hacen como solo coro de súplicas y esto lo declara manifiestamente
aquello de los hechos Apostólicos, cuando se dice que los Apóstoles que
esperaban el Espíritu Santo, perseveraban unánimes en oración (Act. 1, 14), Los
que oren de este modo, no podrán menos de lograr fruto ciertísimo, y esto
acontece con los Cofrades el Santo Rosario. Pues, así como oran, los sacerdotes
pública y constantemente y por consiguiente con mucha eficacia con la
recitación del oficio divino; también es de cierta manera pública, constante y
común la oración que se hace por los cofrades con el rezo del Santo Rosario, o
Salterio de la Virgen, como se le llama por algunos Romanos Pontífices.
7. Oración pública y
común.
Y por cuanto estas preces públicas, según dijimos, son mucho más
excelentes que las que se hacen en privado, tienen también mayor fuerza de
impetración, de ahí es que se haya dado por los escritores eclesiásticos a esta
Cofradía el nombre de “milicia suplicante inscrita por el Padre Santo Domingo
bajo la bandera de la Madre de Dios” a la que saludan las sagradas letras y los
fastos eclesiásticos como a vencedora del demonio y de todos los errores.
Ciertamente el Rosario Mariano une a todos aquellos que dan su nombre a esta
asociación con un vínculo común a manera de una compañía fraternal y militar
bien constituida y formada, que se compone de un ejército potentísimo para
resistir los esfuerzos de los enemigos, que nos acometen intrínseca o
extrínsecamente. Con mucha razón pueden, por tanto, aplicarse a sí mismos los
cofrades de esta piadosa asociación aquellas palabras de San Cipriano: Tenemos
una oración pública y común, y cuando oramos, no elevamos nuestras plegarias al
Señor por uno, sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo somos una misma
cosa (5). Por otra parte nos dan testimonio de la virtud y eficacia de tal
súplica los anales eclesiásticos al consignar la derrota sufrida por las tropas
turcas en la batalla naval en las islas del mar Jónico, como también las
victorias alcanzadas contra los mismos en el siglo pasado en Polonia y en
Córcega. Gregorio XIII quiso que perseverase la memoria del primero de dichos
triunfos con la práctica pública del Santísimo Rosario en el día de Nuestra
Señora de las Victorias, cuyo día lo dedicó después Nuestro predecesor Clemente
XI a la misma Señora bajo la advocación del Rosario, mandando además que se
celebrara dicha fiesta cada año en toda la Iglesia.
8. La oración a los
Santos.
Por cuanto esta milicia es suplicante, inscrita bajo la bandera de
la Madre de Dios, lleva consigo nueva virtud y especial honor. A esto se
refiere particularmente, la salutación angélica repetida muchas veces después
de la oración dominical. Dista mucho de oponerse esta devoción del Rosario a la
dignidad de Dios, pareciendo que hemos de tener por medio de ella más confianza
en el patrocinio de María que en el poder divino; Sino por el contrario, no hay
cosa que más pueda promover el culto del Señor y hacérnosle propicio. La fe
católica nos enseña que no solamente hemos de dirigir a Dios nuestras
plegarias, sino también a los bienaventurados del Cielo, aunque de distinto
modo, porque elevamos nuestras súplicas a Dios como a fuente de toda clase de
bienes, y a los santos corno a intercesores. La oración, dice Santo Tomás, se
dirige a alguno de dos maneras, de una en cuanto que ha de ser despacha da por
aquel a quien oramos, y de otra en cuanto que ha de ser conseguida por
mediación de aquel a quien se eleva. Del primer modo oramos solamente al Señor,
porque todas nuestras oraciones deben ordenarse a la consecución de la gracia y
de la gloria, cuyos dones sólo Dios puede otorgar, conforme a aquello del Salmo
83, 12: “el Señor dará la gracia y la gloria”. Pero del segundo modo dirigimos
la oración a los Ángeles y hombres Santos, no para que por medio de ellos
conozca Dios nuestras peticiones, sino para que nuestras oraciones produzcan su
efecto por las súplicas y méritos de ellos, y por eso se dice en el Apocalipsis
8, 4, que el humo de los perfumes o aromas encendidos de las oraciones de los
Santos subió por la mano del Ángel al acatamiento de Dios (6).
9. La intercesión de
María.
¿Quién entre todos
los bienaventurados podrá competir con la augusta Madre de Dios en el poder y
en la gracia de intercesión? ¿Acaso hay alguno que pueda ver más claramente en
el Verbo eterno, las calamidades que sufrimos y las cosas que necesitamos? ¿A
quién se le dio mayor poder para atraernos la misericordia de Dios? ¿Quién
podrá compararse con Ella en sentimientos de piedad maternal? Es de notar que
no pedimos a los Santos del mismo modo que lo hacemos a Dios, pues a la Santa
Trinidad le pedimos que tenga misericordia de nosotros, pero a todos los demás
Santos les decimos que oren por nosotros (7): mas el modo de orar a la Virgen
tiene algo de común con el culto de Dios, de tal manera que la Iglesia pide a
Ella empleando las mismas palabras con que ora al Señor: Ten misericordia de
los pecadores. Muy bien, pues, obran los cofrades del Santo Rosario al
dirigirle tantas salutaciones y súplicas, que vienen a ser otras tantas
guirnaldas de rosas. Tal es la grandeza de María y tanta la gracia que tiene
ante Dios, que aquel que estando necesitado de auxilio no recurre a Ella, es lo
mismo que si deseara volar sin el auxilio de las alas.
10. Meditar los
misterios es oficio angélico.
Hay también otro motivo de alabanza para esta Asociación que no
debemos pasar en silencio. Siempre que meditamos con el rezo del Salto Rosario
los misterios de nuestra salvación, otras tantas veces practicamos con noble
emulación los oficios santísimos encomendados en otro tiempo a los Ángeles del
cielo a quienes imitamos.
Ellos revelaron cada uno a su tiempo estos misterios, tomaron parte
muy principal en ellos, diligentísimos fueron al intervenir en los mismos,
manifestando en sus rostros unas veces gozo y alegría y tristeza otras: San Gabriel
es enviado a la Virgen para anunciarle la Encarnación del Verbo eterno: coros
angélicos celebran con cánticos de alegría el nacimiento del Salvador en la
gruta de Belén; un Ángel sugiere a José la huida a Egipto, y que se tuviese
allí con el niño; un Ángel consuela al Señor que a fuerza de dolor sudaba
sangre en el huerto. Vencida muerte, los Ángeles anuncian la resurrección del
Señor, y, subido a los cielos, los Ángeles también proclaman que desde allí ha
de venir acompañado los ejércitos celestiales, con los cuales juntarán las
almas de los escogidos, llevándolas consigo a los cielos, sobre los cuales ha
sido ensalzada la Santa Madre de Dios (8).
Pueden con razón aplicarse a cofrades del Santo Rosario aquellas
labras que dirigía el Apóstol San Pablo a los primeros cristianos: Vosotros
habéis acercado al monte de Sión la ciudad de Dios viviente, la celestial
Jerusalén, al coro de muchos millares de ángeles (Hebr. 12, 22). ¿Qué cosa
puede haber más divina y más dulce que el contemplarle con los Ángeles y orar
juntamente con ellos? ¿Cuánto deben esperar y confiar que gozarán algún día en
el cielo de la compañía bienaventurada de los Ángeles, aquellos que se
asociaron en cierto modo a su ministerio en la tierra?
11. Elogios de
Pontífices para esta Cofradía.
Por estas
consideraciones ensalzaron con grandes elogios esta Cofradía Mariana, los
Romanos Pontífices, entre los cuales Inocencio VIII la llama Cofradía
devotísima (9); Pío V, afirma que por su virtud se ha conseguido que:
comenzasen a madurar repentinamente los fieles de Jesucristo en otros varones,
a desvanecerse las tinieblas de las herejías y a manifestarse la luz de la
verdad católica (10). Sixto V, considerando los frutos que se derivan de esta
religiosa institución, se manifiesta devotísimo de ella; y otros, en fin, o la
enriquecieron con grandes y provechosísimas indulgencias, o se pusieron bajo su
tutela, dando a ellas su nombre con excelentes señales de benevolencia. También
Nos, Venerables Hermanos, movido por el ejemplo de Nuestros predecesores, os
exhortamos y rogamos con encarecimiento, como ya lo hemos hecho muchas veces,
que consagréis especial cuidado al fomento de esta sagrada Cofradía de tal
manera que con vuestro auxilio, cada día se llenen e inscriban nuevos cofrades;
que por medio de vuestra solicitud y con el auxilio del Clero sometido a
vuestra vigilancia que trabaja por la salvación de las almas, conozcan los
fieles y estimen verdaderamente cuánta sea la virtud y utilidad de esta
Cofradía para la salvación de los hombres, y esto lo pedimos con tanto más
empeño, cuanto que en estos presentes tiempos vuelve a excitarse la hermosísima
manifestación de piedad para con la Madre de Dios por medio del Rosario que
llaman perpetuo.
12. Bendición para
esta asociación.
Damos con grato contento de Nuestro corazón Nuestra bendición a
esta asociación, y deseamos sobre manera que os ocupéis en promoverla con mucha
constancia y diligencia. Esperamos, pues, con gran confianza que han de ser muy
valiosas las alabanzas y oraciones que sin cesar surgirán del corazón y los
labios de la muchedumbre cristiana; y alternando de día y de noche por las
varias regiones del orbe, junten el canto de sus voces concordes con la
meditación de las cosas divinas, y esta perpetuidad de alabanzas y súplicas la
significaron hace ya muchos siglos, aquéllas voces con que era aclamada Judit
con el canto de Ozías: Bendita eres del Señor Dios altísimo tú, oh hija, sobre
todas las mujeres de la tierra... porque hoy ha engrandecido tu nombre de tal
manera, que jamás tus alabanzas cesaron en los labios de los hombres; a cuyas
voces todo el pueblo de Israel respondió clamando: Así sea, así sea (Jud. 12, 23
ss.).
Entre tanto, como prenda de celestiales beneficios, y en testimonio
de Nuestra paternal benevolencia, os damos la Bendición Apostólica con mucho
amor en el Señor a vosotros, Venerables Hermanos, y a todo el clero y pueblo
encomendado a vuestra fe y solicitud.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 12 de Setiembre del año
1897, vigésimo de Nuestro Pontificado.
LEON XIII
Notas:
1.
En el Hemisferio Norte, el
mes dedicado a la Santísima Virgen es el mes de Mayo.
2.
Apolog, c. 39.
3.
Dial, L, 1, c. 8.
4.
In Psalm, 118.
5.
De orat. Domin.
6.
S. Thom., 2-2 q., 83, a 4.
7.
S. Thom., 2-2 q., 83, a 4.
8.
Brev. Rom. Vísp. y Matutin. de la Asunc.
9.
Día 26 Febr. 1491.
10.
Día 17 Sept. 1569.
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