Carta
Encíclica
Audiutricem
populi christiani
LEÓN XIII
Sobre la
devoción del Rosario Mariano
a favor
de los disidentes
5 de
octubre de 1895
1. Pruebas del
florecimiento de la devoción a María - Florecimiento especial de
la devoción del Rosario - 2. Poder del Rosario para la reconciliación de los
disidentes con la Iglesia - 3. Perseverancia en esa oración por la
reconciliación de los disidentes - 4. María nuestra madre - 5. María, medianera
universal - 6. A Dios por María - 7. María baluarte de la verdadera fe - 8.
Confianza en nuestra Madre - 9. María es el vínculo de unión - 10. Rogar por la
unidad de la fe - 11. El culto mariano en el Oriente y sus imágenes traídas del
Oriente son prendas de unión - 11. El culto mariano en el Oriente y sus
imágenes traídas del Oriente son prendas de unión - 12. El Rosario provechosa
oración de unión - 13. María obtendrá la unidad si rezamos el Rosario - 14. El
rezo del Rosario en el Oriente - 15. El Templo de Ntra. Sra. del Rosario en
Patras - 16. Los beneficios del mes del santo Rosario - 17. Plegaria a María
por los disidentes
Venerables Hermanos: Salud y Bendición apostólica.
1. Pruebas del
florecimiento de la devoción a María.
Justo es celebrar con magnificencia cada día mayor y rogar con una
confianza más decidida a la Santísima Virgen, Madre de Dios, auxilio constante
y clementísimo del pueblo cristiano. Pues, la variedad y abundancia de mercedes
que ella, con generosidad siempre más amplia para el bien común, prodiga por
todo el mundo aumenta los motivos que tenemos de confiar en ella y ensalzarla;
y los católicos responden, naturalmente, a tanta generosidad con la expresión
de su más rendido afecto, pues, si jamás en otro tiempo, ciertamente en estos
tiempos tan arduos para la Religión, es dable contemplar en todas las capas
sociales manifestaciones vivas y encendidas de amor y culto a la santísima
Virgen.
Un testimonio claro de ello lo constituyen las asociaciones que
bajo su patrocinio se restablecieron y se multiplicaron por doquiera; los
hermosos templos que se dedicaron a su augusto nombre; las peregrinaciones que
con concurrencia piadosísima se realizaron a sus más venerados santuarios; los
congresos que se convocaron para dedicarse al estudio del incremento de su
gloria, y tantas otras manifestaciones parecidas que eran en sí excelentes y prometían
un porvenir aún más feliz.
Florecimiento
especial de la devoción del Rosario.
Es un hecho singular y para nosotros un recuerdo gratísimo cómo,
entre las múltiples formas de la devoción mariana, se vigorizaba siempre más,
en el aprecio y en la práctica este modo tan eximio de orar, lo cual, dijimos,
era gratísimo para Nos, porque si consagramos una no pequeña parte de Nuestras
preocupaciones a promover el establecimiento del rezo del Rosario vimos
claramente que la Reina celestial invocada con estas fervorosas plegarias nos
ayudó con benignidad en Nuestras labores; y confiamos en que Nos asistirá para
consolar Nuestras tristezas y para aliviar Nuestras preocupaciones que el día
de mañana ha de traer.
2. Poder del Rosario
para la reconciliación de los disidentes con la Iglesia
Abrigamos sobre todo la esperanza de que la virtud del Rosario nos
ayude con abundantes auxilios a extender lo reino de Jesucristo.
Hemos dicho ya más de una vez que la obra que en las actuales
circunstancias deseamos impulsar con mayor empeño es la reconciliación de las
naciones disidentes con la Iglesia; al mismo tiempo, hemos declarado que el
éxito de la empresa debe buscarse ante todo en las oraciones y súplicas
dirigidas a Dios. No hace mucho manifestamos lo mismo también, cuando con
motivo de las solemnidades de la fiesta de Pentecostés recomendamos para idéntico
efecto especiales preces en honor del Espíritu Santo; recomendación que en
todas partes fue obedecida con gran fervor.
3. Perseverancia en
esa oración por la reconciliación de los disidentes.
Pero atendiendo a que el problema es muy arduo y la constancia
engendra toda virtud, conviene recordar la exhortación del Apóstol que dice:
“Perseverad en la oración” ( Col. 4, 2); y esto tanto más, cuanto que los
felices comienzos de la empresa parecen invitarnos con suavidad a continuar
incansables en esta oración. En el próximo mes de octubre, pues, no habrá nada
tan útil a este propósito ni nada tan grato a Nuestro corazón como la instancia
con que por todo el mes imploréis vosotros, Venerables Hermanos, y vuestro
pueblo, en unión con Nos, a la Virgen y piadosísima Madre, mediante el rezo del
Rosario y las oraciones prescritas de costumbre. Eximias son, pues, las causas
que nos impulsan a encomendar a su protección Nuestras empresas y deseos,
movidos por una confianza firmísima.
4. María nuestra
madre.
El misterio de la excelsa caridad que Cristo tuvo para con nosotros
se revela luminosamente por el hecho de haber querido, al morir, entregar su
Madre a Juan para que fuese su madre, por virtud de aquel memorable testamento:
He ahí tu hijo (Juan 19, 26). Según la interpretación constante de la Iglesia,
Jesucristo quiso designar en la persona de Juan a todo el género humano; y más
especialmente a los que se adhiriesen a Él por la fe. Y en este sentido pudo
decir San Anselmo de Cantorbery: ¿Qué puede concebirse más digno sino que Vos,
oh Virgen Santísima, sois Madre de aquellos que tienen a Jesucristo por padre
por hermano? (1).
Ella aceptó, pues, el ministerio de este singular y laborioso
oficio y lo desempeñó con magnanimidad, auspiciándose su iniciación en el
Cenáculo. Ella ayudó admirablemente a los cristianos primitivos por la santidad
de su ejemplo, la autoridad de su consejo, la dulzura de su consuelo y la
eficacia de sus santas plegarias. Y en efecto, mostróse, pues, madre de la
Iglesia y maestra y Reina de los apóstoles a quienes comunicó parte de las
divinas sentencias que conservaba en su corazón (Lc 2, 19; 2, 51).
5. María, medianera
universal.
Al ser elevada a la cumbre de su gloria, al lado de su divino Hijo,
es casi imposible decir cuánto añadiera a la amplitud y eficacia de
intercesión, lo cual convenía a la dignidad y claridad de sus méritos. Pues,
desde allí, por disposición divina, Ella comenzó a velar por la Iglesia y a
asistirnos a nosotros y a protegernos como madre; de tal modo que después de
haber sido cooperadora en la administración del misterio de la redención
humana, ha venido a ser igualmente la dispensadora de la gracia que por todos
los tiempos fluye de aquel misterio, concediéndosele para ello un poder casi
ilimitado. Por este motivo las almas cristianas, llevadas por cierto impulso
natural, se sienten con razón arrastradas hacia María, para depositar en Ella
confiadamente sus pensamientos y obras, sus angustias y alegrías y para
encomendarle, como hijos, a su cuidado y bondad a sí mismos y todo lo suyo.
Por este motivo también se elevan con toda razón magníficas
alabanzas en todas las naciones y en todos los ritos las que se acrecientan con
el aplauso de los siglos: entre otras alabanzas, las de: Nuestra Señora misma,
medianera nuestra (2), la misma reparadora del mundo (3), la misma medianera de
los dones de Dios (4).
6. A Dios por María.
Y por cuanto la fe es el fundamento y el principio de los dones
divinos que elevan al hombre sobre el orden natural al celestial, para obtener
esta fe y desenvolverla saludablemente, se celebra con razón cierta acción
secreta de aquella que nos dio al Autor de la fe (Hb 12, 2) y que por su fe fue
saludada bienaventurada (Lc 1, 52). Nadie hay, oh Virgen santísima, que se
imbuya del conocimiento de Dios sino por Vos; nadie hay que se salve sino por
Vos; nadie, que consiga misericordia sino por Vos (5). Ni parece tener menos
razón aquel que afirma que, principalmente por su dirección y su auxilio, la
sabiduría y la doctrina del Evangelio han llegado, haciendo tan rápidos
progresos, a todas las naciones, pese a las inmensas dificultades e
impedimentos que se oponían, estableciendo por doquiera un nuevo orden de
justicia y paz. Este mismo pensamiento inspiraba también el ánimo y la oración
de San Cirilo de Alejandría cuando se dirigía de este modo a la Virgen: Por Vos
predicaron los Apóstoles la salvación a las naciones; por Vos se celebra y se
adora la Cruz bendita en todo el orbe; por Vos se ahuyentan los demonios; por
Vos el hombre mismo es llamado al cielo; por Vos toda creatura, envuelta en el
error de la idolatría, llegó al conocimiento de la verdad; por Vos alcanzaron
los fieles el santo bautismo, y se fundaron iglesias entre todos los pueblos (6)
.
7. María baluarte de
la verdadera fe.
Y, como lo proclamara el mismo santo doctor (7) fue María quien
estableció y fortaleció muy especialmente el cetro de la fe verdadera; y por su
ininterrumpido desvelo fue que la fe católica se mantuviera firme y prosperara
intacta y fecunda. Muchos documentos de esta clase existen y son asaz
conocidos, declarados a veces de un modo maravilloso.
En los tiempos y lugares en que, ante todo, había que deplorar el
que la Fe o languideciera por la incuria o fuera atacada por la peste de los
errores, se demostró presente y eficaz la benignidad de la poderosa Virgen
auxiliadora. Bajo su impulso y en su virtud se levantaron hombres eminentes en
santidad y espíritu apostólico aniquilando las audacias de los impíos y
devolviendo los Corazones a la piedad de la vida cristiana e inflamándolos en
ella.
Uno de ellos, representante de muchos, es Santo Domingo de Guzmán
quien se empeñó con todo éxito en este doble apostolado, poniendo su confianza en
el auxilio del Rosario mariano. Nadie ignora cuánta parte cupo a la misma Madre
de Dios en los grandes méritos que se granjearon los Padres y Doctores de la
Iglesia que tan egregios esfuerzos hicieron para defender e ilustrar la verdad
católica.
En efecto, ellos mismos, con ánimo agradecido, confiesan que de
Ella que es la Sede de la divina Sabiduría, descendió sobre ellos, al escribir,
la abundancia de los más eximios pensamientos y que, por consiguiente, la
malicia de los errores fue vencida por Ella y no por ellos.
Por último, los príncipes y Pontífices romanos, custodios y
defensores de la Fe —unos para mover las guerras santas y otros para promulgar
solemnes decretos— invocaron el nombre de la Madre de Dios, y siempre
experimentaron su gran poder y benignidad.
Por esta razón, la Iglesia y los Padres glorifican a María con no
menor verdad que magnificencia, diciendo: Salve, lengua siempre elocuente de
los Apóstoles, sólido fundamento de la Fe, baluarte inconmovible de la Iglesia
(8). Salve, que por Vos hemos sido inscritos en el número de los ciudadanos de
la Iglesia, una, santa, católica y apostólica (9). Salve, manantial de divina
abundancia del que fluyen los ríos de la celestial sabiduría, las aguas puras y
límpidas de la ortodoxia que rechazan lejos las turbas de los errores (10).
Regocijaos, porque Vos sola habéis destruido en el mundo todas las herejías (11).
8. Confianza en
nuestra Madre.
Esta parte principalísima que cabe a la Madre de Dios en el
desarrollo de los combates y en los triunfos de la Fe católica pone
gloriosamente de manifiesto los designios divinos respecto a ella y debe
inspirar a todos los buenos una firme esperanza de que se verán colmados los
deseos comunes.
¡Hay que confiar en María!, ¡hay que implorar a María! ¿Qué no
podrá hacer con su poder para apresurar el éxito a fin de que la profesión de
la misma fe una las mentes de todas las naciones cristianas y el lazo de la
perfecta caridad, ese nuevo y ansiado ornamento de la Religión, hermane las
voluntades? ¿No querrá Ella conseguir que los pueblos todos por cuya
estrechísima unión rogara fervorosamente su Hijo único y que por el mismo
bautismo llamara a la misma herencia de la salud (Hebr. 1, 14) por la cual
había pagado un precio infinito, laboren unánimes en su luz admirable? (1 Pe 2,
9). ¿No querrá Ella emplear los tesoros de bondad y providencia, tanto para
consolar a la Iglesia, Esposa de Cristo, en sus largos sufrimientos por causa
de ellos como para llevar a la perfección, en medio de la familia cristiana, el
don de la unidad que es el insigne fruto de su maternidad?
9. María es el
vínculo de unión.
Que la feliz realización de esa empresa no ha de demorarse mucho
parece confirmarse por la creencia y la confianza que alienta en los corazones
de los piadosos de que María ha de ser el lazo bendito por cuya fuerza sólida y
suave, todos cuantos amen en el mundo a Cristo, formarán un solo pueblo de
hermanos que obedezcan a su Vicario en la tierra, el Romano Pontífice, como a
su común Padre.
Llegados a este punto, Nuestro pensamiento remonta los anales de la
Iglesia hasta los nobilísimos ejemplos de la edad primitiva y se detiene con un
placer indecible en el recuerdo del gran Concilio de Efeso. Una firmísima
unidad de fe y una misma comunión de culto que en aquellos tiempos vinculaba el
Oriente con el Occidente parecieron reinar allí con singular firmeza y resplandecer
con gloria, pues, cuando os Padres establecieron legítimamente el dogma de la
Maternidad de la Santísima Virgen, la noticia de este hecho, partiendo de esta
piadosísima ciudad que exultaba de gozo, llegó a llenar de la misma celebérrima
alegría a todo el orbe cristiano.
10. Rogar por la
unidad de la fe.
Cuantos motivos, pues, apoyen y aumenten la confianza en la Virgen
poderosa y benignísima de ser escuchados, tantas razones estimularán el celo,
que recomendamos a los católicos, de implorar a María. Consideren ellos cuán
excelente y útil y ciertamente, cuán acepto y grato para la misma Virgen será
esto, pues, poseyendo ya la unidad de la fe, declaran de este modo que aprecian
muchísimo la fuerza de este beneficio y desean conservarlo más fielmente. Ni
pueden demostrar de ninguna otra manera más preclara su amor fraterno a los
disidentes que rogando fervorosamente por ellos para que recobren aquel bien de
la unidad, que es el mayor de todos.
Pues, esta caridad cristiana de la fraternidad que reinaba en toda
la historia de la Iglesia solía hallar su fuerza en la Madre de Dios como que
es la favorecedora más eximia de la paz y de la unidad. San Germán de Constantinopla
la invocaba en estos términos: Acordaos de los cristianos que son vuestros
servidores; recomendad las oraciones de todos; ayudad la esperanza de todos;
consolidad la fe y unid todas las Iglesias (12). Tal es también la invocación
de los griegos: Oh Virgen purísima, que podéis acercaros a vuestro Hijo sin
temor de ser desechada; rogadle, pues, oh Virgen Santísima, a fin de que
conceda la paz al mundo; que infunda un mismo sentir a todas las Iglesias; y
todos os glorificaremos (13).
11. El culto mariano
en el Oriente y sus imágenes traídas del Oriente son prendas de unión.
Otra razón propia y especial por qué la Santísima Virgen acceda con
mayor benignidad a las plegarias en favor de las Iglesias disidentes se añade
aquí a la anterior; son los egregios méritos que respecto de la devoción
mariana tienen, especialmente las Iglesias orientales. Es a ellas que se debe
en gran parte la propagación y el fomento de su veneración; en su seno
surgieron varones memorables que afirmaban y defendían la dignidad de María,
importantísimos por el poder de su elocuencia y sus escritos, panegiristas
ilustres por su ardor y la suavidad de sus palabras, emperatrices gratísimas a
los ojos de Dios que siguieron el ejemplo de la purísima Virgen, imitaron su
munificencia y erigieron templos y basílicas para practicar el culto al Rey.
Será licito agregar aquí un asunto no ajeno al tema y que redunda
en gloria de la Santísima Madre de Dios. No hay quien ignore que gran número de
las augustas imágenes de María fueron traídas, en diversas épocas, del Oriente
al Occidente, especialmente a Italia y a esta Urbe. Nuestros padres no sólo las
recibieron con suma piedad y las veneraron magníficamente sino que, con igual
devoción, sus nietos las procuran honrar como sacratísimas. En este hecho el
ánimo se goza reconociendo cierta señal y gracia de nuestra benignísima Madre;
pues, Nos parece que estas imágenes se conservan entre nosotros como testigos
de aquellos tiempos en que la familia de los cristianos vivía estrechamente
unida por doquiera, y como prendas bien caras de la común herencia. El mirarlas
(como si la Virgen misma exhortara a ello) invita los corazones a que recuerden
piadosamente a aquellos a quienes la Iglesia llama con sumo amor a que tornen a
la prístina concordia y a la alegría de su abrazo.
12. El Rosario
provechosa oración de unión.
De este modo, Dios mismo ofreció en María una protección
eficacísima para la unidad cristiana. Aunque no la merecerá un solo modo de
oración, sin embargo creemos que el santísimo Rosario fue instituido para
conseguirla en forma óptima y ubérrima. En otras ocasiones ya hemos indicado
que no era la ventaja menor de este piadoso ejercicio que el cristiano posea en
él un medio pronto y fácil para nutrir su fe y defenderse de la ignorancia y
del peligro del error, como lo ponen de manifiesto los mismos orígenes del
Rosario. Patente está la relación estrecha que guarda con María todo lo que en
él se ejercita y se fomenta sea mediante las preces que se repiten, sea, sobre
todo, mediante los misterios que se meditan. Pues, cuando ante Ella rezamos con
devoción el Rosario volvemos a vivir, conmemorando, la obra admirable de la
redención, de tal modo que contemplamos como hechos presentes que se
desenvuelven ante nuestros ojos los acontecimientos cuyo desarrollo y efecto la
vinieron a constituir al mismo tiempo en Madre de Dios y nuestra.
La grandeza de esta doble dignidad y los frutos de este doble
ministerio aparecen con vivos fulgores cuando piadosamente meditamos cómo María
se asocia a su Hijo en los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. De allí
resulta que el alma se inflame en amor agradecido para con Ella, y, desdeñando
todo lo caduco, se empeñe, con firme voluntad, en mostrarse digna de tal Madre
y de sus beneficios. Y como esa frecuente y fiel recordación no puede menos de
agradar muy íntimamente a esa Madre, por mucho la mejor de todas, y de moverla
a misericordia para con los hombres, por eso, Nos hemos dicho, que el rezo del
Rosario será el ejercicio más oportuno con qué encomendarle la causa de los
hermanos separados; porque esto incumbe propiamente a su misión de Madre, por
cuanto los que son de Cristo no han sido concebidos por María ni lo han podido
ser si no en una misma fe y un mismo amor; pues, por ventura ¿Cristo está
dividido? (1Cor 1, 13), y todos debemos vivir la vida de Cristo a fin de que en
el mismo cuerpo fructifiquemos para Dios (Rom 7, 4).
13. María obtendrá
la unidad si rezamos el Rosario.
Es necesario que la misma Madre que recibió de Dios el poder de
engendrar continuamente nuevos hijos engendre nuevamente para Cristo, por así
decirlo, a todos aquellos que por funestas circunstancias fueron separados de
esta unidad. Es también lo que Ella, sin duda, desea vivamente conseguir. Si le
donamos las coronas de esta oración agradabilísima, Ella implorará la
abundancia de los auxilios del Espíritu vivificador. ¡Ojalá los buenos no
rehusen secundar los propósitos de aquella Madre misericordiosa, y, atendiendo
su propia salvación, escuchen la dulcísima invitación de MARÍA: ¡Hijitos míos,
de nuevo sufro por vosotros dolores de parto hasta ver a Cristo formado en
vosotros! (Gal 4. 19).
14. El rezo del
Rosario en el Oriente.
Ponderando así la gran virtud del Rosario mariano, algunos de
Nuestros predecesores dedicaron especiales esfuerzos a su propagación entre las
naciones orientales. En especial, Eugenio IV en la Constitución
Advesperascente, dada en el año 1439, luego Inocencio XII y Clemente XI, cuya
autoridad concedió, para este efecto, grandes privilegios a la Orden de
Predicadores. Los frutos no se hicieron esperar, gracias al celo de los
ministros de esa misma Orden; numerosos y esclarecidos documentos lo atestiguan
aunque el largo tiempo transcurrido desde entonces y las circunstancias
adversas hayan detenido después los progresos de esta obra.
En nuestra época, el fervoroso culto de esta misma devoción del
Rosario, que Nos, desde el principio, hemos ensalzado, ha encontrado eco en el
alma muchas personas de aquellas regiones. En cuanto esto, pues, responda a
Nuestros esfuerzos iniciales, esperemos que sea muy provechoso para dar
cumplimiento a Nuestros deseos.
15. El Templo de
Ntra. Sra. del Rosario en Patras.
Con esta esperanza se une un hecho muy gozoso que interesa tanto al
Oriente como al Occidente, y es muy conforme a Nuestros designios. Hablamos,
Venerables Hermanos, del proyecto cuya iniciativa nació en el Congreso
Eucarístico de Jerusalén, o sea el de erigir un Templo en honor de la Reina del
Santísimo Rosario, y esto en Patras en Acaya, no lejos del sitio donde en los
tiempos antiguos, bajo sus augurios, resplandeció el nombre cristiano. Según
nos ha manifestado, para Nuestro gozo, la Comisión que con Nuestra aprobación,
fue constituida para impulsar esta obra y preocuparse de ella, ya muchos de
vosotros, acatando Nuestros ruegos, habéis organizado Colectas especiales al
efecto, con toda diligencia, y aun prometisteis continuarlas en forma igual
hasta la terminación de la empresa. Con ello, ya han afluido bastantes
recursos, de modo que la construcción podrá iniciarse con aquélla amplitud que
a tal obra conviene; y Nos hemos dado poder para que, próximamente, se coloque
con auspiciosas y solemnes ceremonias la primera piedra del templo. Elevarase
este santuario, en nombre del pueblo cristiano, como un monumento de perenne
gracia a la Virgen Auxiliadora y Madre celestial, la cual se invocará allí
asiduamente en ambos ritos, el latino y el griego, a fin de que Ella se digne
colmar los antiguos beneficios aun con nuevos más eficaces.
16. Los beneficios
del mes del santo Rosario.
Y ahora, Venerables Hermanos, vuelve Nuestra exhortación al punto
de donde partió. Es, que todos, pastores y rebaños, se acojan, sobre todo
durante el mes que se avecina, bajo el manto protector de la Santísima Virgen.
Que en público y en privado, con alabanzas, plegarias y ofrecimientos, se unan
todos para invocarla y suplicarla como a Madre de Dios y Madre nuestra,
clamando: Mostrad que sois nuestra Madre (14). Que su maternal clemencia
conserve a su universal familia al abrigo de todos los peligros; que la haga
gozar de prosperidad verdadera fundada en la santa unidad. Mire con
benevolencia a los católicos de todos los pueblos, y, uniéndolos más
estrechamente cada día con los lazos de la caridad, los vuelva prontos y
constantes para sostener la gloria de la Religión, en la que van incluidos
asimismo los mayores beneficios para el Estado.
17. Plegaria a María
por los disidentes.
Dígnese Ella mirar asimismo con especialísima benevolencia a los
pueblos disidentes, naciones grandes e ilustres en que laten tantos corazones
generosos, conscientes de sus deberes cristianos; dígnese suscitar en ellos
anhelos saludables y nobles propósitos, y después de haberlos suscitado
favorezca su realización.
En cuanto a los disidentes orientales quiera Ella recordar la
devoción acendrada que le profesan y las gestas sublimes que sus antepasados
realizaron por la gloria de su nombre. En cuanto a los occidentales baste
rememorar el utilísimo patrocinio con que Ella reconoció y recompensó la eximia
devoción que todas las clases sociales le manifestaran en el transcurso de
muchos siglos.
Logre ser oída la voz suplicante del Oriente y del Occidente y de
todas las naciones católicas dondequiera habiten; logre ser oída la Nuestra que
desde lo más profundo del alma clama: Mostrad que sois Nuestra Madre.
Bendición
Apostólica.
Entre tanto, y como testimonio de Nuestra benevolencia os
impartimos con amor la bendición Apostólica a vosotros, a vuestro clero y al
pueblo confiado a vuestro cuidado.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 5 de Septiembre de 1895, año
decimoctavo de Nuestro Pontificado.
LEÓN XIII
Notas:
1.
San Anselmo, Or. 47, antes
46.
2.
“Dominam nostram”,
“mediatricem nostram”, San Bernardo serm. 2 in adv. Domini n. 5.
3.
Ipsam “reparatricem totius
orbis”, S. Tharasius or. in praesent. Deip.
4.
Ipsam “donorum Dei
conciliatricem”. in offic. graec. VII dec., Theotokion, post oden IX.
5.
S. Germán de Constantinopla
or. 2 in dormit. B.M.V.
6.
San Cirilo Alej. Hom. contra
Nestorium.
7.
San Cirilo Alej. Hom. contra
Nest.
8.
Del Himno griego
“Akátistos”.
9.
San Juan Damasceno. or. in
annuntiat. Dei Genitr. n. 9.
10. San Germán de
Constantinopla or. in Dei praesentat. n. 14.
11. En el Oficio B.M.V.
12. San Germán In Hist,
a dormit, Deiparae.
13. Men. 5 de Mayo
Theodokion post od. IX de S. Irene V. M.
14. Del himno lit. Ave
Maris Stella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario