Carta
Encíclica
Ingruentium
malorum
PÍO XII
Sobre el
Rosario en la familia
15 de
septiembre de 1951
1. Ante los males inminentes, ya desde que por designio de la
Divina Providencia fuimos elevados a la suprema Cátedra de Pedro, nunca dejamos
de confiar al valiosísimo patrocinio de la Madre de Dios los destinos de la
familia humana, dando a menudo para tal fin, como bien sabéis, Cartas de
exhortación. Bien conocéis, Venerables Hermanos, el gran celo y la gran
espontaneidad y concordia con que el pueblo cristiano ha respondido doquier a
Nuestras exhortaciones: repetidas veces lo han atestiguado grandiosos
espectáculos de fe y de amor hacia la augusta Reina del Cielo y, sobre todo,
aquella universal manifestación de alegría que Nuestros propios ojos pudieron
en cierto modo contemplar cuando, en el año pasado, rodeados por corona inmensa
de la multitud de fieles, en la plaza de San Pedro proclamamos solemnemente la
Asunción de la Virgen María, en cuerpo y alma, al Cielo.
Mas, si el recuerdo de estas cosas Nos es tan grato y Nos consuela
con la firme esperanza de la divina misericordia, al presente no faltan, sin
embargo, motivos de profunda tristeza, que solicitan a la par que angustian
Nuestro ánimo paternal.
2. Bien conocéis, Venerables Hermanos, la triste condición de estos
tiempos: la unión fraternal de las Naciones, rota ya hace tanto tiempo, no la
vemos aún restablecida doquier, antes vemos que por todas partes los espíritus
se hallan trastornados por odios y rivalidades, y que sobre los pueblos se
ciernen amenazadores nuevos y sangrientos conflictos; y a ello se ha de añadir
aquella violentísima tempestad de persecuciones que ya desde hace largo tiempo
y con tanta crueldad azota a la Iglesia, privada de su libertad en no pocas
partes del mundo, afligida con calumnias y angustias de toda clase, y a veces
hasta con la sangre derramada de los mártires. Innumerables y muy grandes son
las asechanzas a que contemplamos sometidos, en aquellas regiones, los ánimos
de muchos de Nuestros hijos, ¡para que rechacen la fe de sus mayores y se
aparten miserablemente de la unidad con esta Sede Apostólica! Finalmente,
tampoco podemos pasar en silencio un nuevo crimen llevado a cabo, y contra el
cual vivamente deseamos reclamar, no sólo vuestra atención, sino también la de
todo el clero, la de cada uno de los padres y la de los mismos gobernantes: Nos
referimos a determinados designios perversos de la impiedad contra la cándida
inocencia de los niños. Ni siquiera se ha perdonado a los niños inocentes,
pues, por desgracia, no faltan quienes, temerario, osan hasta arrancar aun las
mismas flores que crecían como la más bella esperanza de la religión y de la
sociedad en el místico jardín de la Iglesia. Quien meditare sobre esto no se
extrañará de que por todas partes los pueblos giman bajo el peso del divino
castigo y vivan temiendo desgracias todavía mayores.
3. Ante peligros tan graves, sin embargo, no debe abatirse vuestro
ánimo, Venerables Hermanos, sino que, acordándoos de aquella divina enseñanza:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”, con mayor
confianza acudid gozosos a la Madre de Dios, junto a la cual el pueblo
cristiano siempre ha buscado el refugio en las horas de peligro, pues Ella ha
sido constituida causa de salvación para todo el género humano.
Por ello, con alegre expectación y reanimada esperanza vemos
acercarse ya el próximo mes de octubre, durante el cual los fieles acostumbran
acudir con mayor frecuencia a las iglesias, para en ellas elevar sus súplicas a
María mediante las oraciones del santo Rosario. Oraciones que este año,
Venerables Hermanos, deseamos se hagan con mayor fervor de ánimo, como lo
requieren las necesidades cada día más graves; pues bien conocida Nos es la
poderosa eficacia de tal devoción para obtener la ayuda maternal de la Virgen,
porque, si bien puede conseguirse con diversas maneras de orar, sin embargo,
estimamos que el santo Rosario es el medio más conveniente y eficaz, según lo
recomienda su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza. ¿Qué
plegaria, en efecto, más idónea y más bella que la oración dominical y la
salutación angélica, que son como las flores con que se compone esta mística corona?
A la oración vocal va también unida la meditación de los sagrados misterios, y
así se logra otra grandísima ventaja, a saber, que todos, aun los más sencillos
y los menos instruidos, encuentran en ella una manera fácil y rápida para
alimentar y defender su propia fe. Y en verdad que con la frecuente meditación
de los misterios el espíritu, poco a poco y sin dificultad, absorbe y se
asimila la virtud en ellos encerrada, se anima de modo admirable a esperar los
bienes inmortales y se siente inclinado, fuerte y suavemente, a seguir las
huellas de Cristo mismo y de su Madre. Aun la misma oración tantas veces
repetida con idénticas fórmulas, lejos de resultar estéril y enojosa, posee
(como lo demuestra la experiencia) una admirable virtud para infundir confianza
al que reza y para hacer como una especie de dulce violencia al maternal
corazón de María.
4. Trabajad, pues, con especial solicitud, Venerables Hermanos,
para que los fieles, con ocasión del mes de octubre, practiquen con la mayor
diligencia método tan saludable de oración y para que cada día más lo estimen y
se familiaricen con él. Gracias a vosotros, el pueblo cristiano podrá
comprender la excelencia, el valor y la saludable eficacia del santo Rosario.
5. Y es Nuestro deseo
especial que sea en el seno de las familias donde la práctica del santo
Rosario, poco a poco y doquier, vuelva a florecer, se observe religiosamente y
cada día alcance mayor desarrollo. Pues vano será, ciertamente, empeñarse en
buscar remedios a la continua decadencia de la vida pública, si la sociedad
doméstica —principio y fundamento de toda la humana sociedad— no se ajusta
diligentemente a la norma del Evangelio. Nos afirmamos que el rezo del santo
Rosario en familia es un medio muy apto para conseguir un fin tan arduo. ¡Qué espectáculo
tan conmovedor y tan sumamente grato a Dios cuando, al llegar la noche, todo el
hogar cristiano resuena con las repetidas alabanzas en honor de la augusta
Reina del Cielo! Entonces el rosario, recitado en común, ante la imagen de la
Virgen, reúne con admirable concordia de ánimos a los padres y a los hijos que
vuelven del trabajo diario; además, los une piadosamente con los ausentes y con
los difuntos; finalmente, liga a todos más estrechamente con el suavísimo
vínculo del amor a la Virgen Santísima, la cual, como amantísima Madre rodeada
por sus hijos, escuchará benigna, concediendo con abundancia los bienes de la
unidad y de la paz doméstica. Así es como el hogar de la familia cristiana,
ajustada al modelo de la de Nazaret, se convertirá en una terrenal morada de
santidad y casi en un templo, donde el santo rosario no sólo será la peculiar
oración que todos los días se eleve hacia el cielo en olor de suavidad, sino
que también llegará a ser la más eficaz escuela de la vida y de las virtudes
cristianas. En efecto: la contemplación de los divinos misterios de la
Redención será causa de que los mayores, al considerar los fúlgidos ejemplos de
Jesús y de María, se acostumbren a imitarlos cotidianamente, recibiendo de
ellos el consuelo en la adversidad y en las dificultades, y de que, movidos por
ello, se sientan atraídos a aquellos tesoros celestiales que no roban los
ladrones ni roe la polilla; y de tal modo grabará en las mentes de los pequeños
las principales verdades de la fe que en sus almas inocentes florecerá
espontáneamente el amor hacia el benignísimo Redentor, cuando, al reverenciar
—siguiendo el ejemplo de sus padres— a la majestad de Dios, ya desde su más
tierna edad aprendan el gran valor que junto al trono del Señor tienen las
oraciones recitadas en común.
6. De nuevo, pues, y solemnemente afirmamos cuán grande es la
esperanza que Nos ponemos en el santo Rosario para curar los males que afligen
a nuestro tiempo. No es con la fuerza, ni con las armas, ni con la potencia
humana, sino con el auxilio divino obtenido por medio de la oración —cual David
con su honda— como la Iglesia se presenta impávida ante el enemigo infernal,
pudiendo repetirle las palabras del adolescente pastor: “Tú vienes a mí con la
espada, con la lanza y con el escudo; pero yo voy a ti en nombre del Señor de
los ejércitos..., y toda esta multitud conocerá que no es con la espada ni con
la lanza como salva el Señor”.
Por cuya razón, Venerables Hermanos, deseamos vivamente que todos
los fieles, siguiendo vuestro ejemplo y vuestra exhortación, correspondan
solícitos a Nuestra paternal indicación, en unión de corazones y de voces y con
el mismo ardor de caridad. Si aumentan los males y los asaltos de los malvados,
crezca igualmente y aumente sin cesar la piedad de todos los buenos;
esfuércense éstos por obtener de nuestra amantísima Madre, especialmente por
medio del santo Rosario a ella tan acepto, que cuanto antes brillen tiempos
mejores para la Iglesia y para la humana sociedad.
7. Roguemos todos a la poderosísima Madre de Dios para que, movida
por las voces de tantos hijos suyos, nos obtenga de su Unigénito el que cuantos
por desgracia se hallan desviados del sendero de la verdad y de la virtud, se
vuelvan a ésta por la conversión; el que felizmente cesen los odios y las
rivalidades que son la fuente de toda clase de discordias y desventuras; el que
la paz, aquella paz que sea verdadera, justa y genuina, vuelva a resplandecer
benigna así sobre los individuos y sobre las familias, como sobre los pueblos y
sobre las naciones; el que, finalmente, asegurados los debidos derechos de la
Iglesia, aquel benéfico influjo derivado de ella, al penetrar sin obstáculos en
el corazón de los hombres, en las clases sociales y en la entraña misma de la
vida pública, aúne la familia de los pueblos con fraternal alianza, y la
conduzca a aquella prosperidad que regule, defienda y coordine los derechos y
los deberes de todos sin perjudicar a nadie, siendo cada día mayor por la mutua
unión y por la común colaboración.
8. Tampoco os olvidéis, Venerables Hermanos y amados hijos,
mientras entretejéis nuevas flores orando con el Rosario, no os olvidéis
—repetimos— de los que languidecen desgraciados en las prisiones, en las cárceles,
en los campos de concentración. Entre ellos se encuentran también, como sabéis,
Obispos expulsados de sus sedes sólo por haber defendido con heroísmo los
sacrosantos derechos de Dios y de la Iglesia; se encuentran hijos, padres y
madres de familia, arrancados a sus hogares domésticos, que pasan su vida
infeliz por ignotas tierras y bajo ignotos cielos. Y como Nos les envolvemos a
todos con un afecto singular, así también vosotros, animados por aquella
caridad fraterna que nace y vive de la religión cristiana, unid con las
Nuestras vuestras preces ante el altar de la Virgen Madre de Dios y,
suplicantes, recomendadlos a su maternal corazón. No hay duda de que con
dulzura exquisita Ella aliviará y suavizará sus sufrimientos, con la esperanza
del premio eterno; y de que no dejará de acelerar, como firmemente confiamos,
el final de tantos dolores.
No dudando, Venerables Hermanos, de que vosotros con el celo
ardiente que os es acostumbrado, llevaréis a conocimiento de vuestro clero y de
vuestro pueblo, en la forma que más conveniente creyéreis, esta Nuestra
paternal exhortación, y teniendo asimismo por cierto que Nuestros hijos,
diseminados por todo el mundo, responderán de buen grado a este Nuestro
llamamiento con efusión de corazón concedemos Nuestra Bendición Apostólica,
testimonio de Nuestra gratitud y prenda de las gracias celestiales, así a cada
uno de vosotros como a la grey confiada a cada uno —y singularmente a los que durante
el mes de octubre de modo especial recitaren piadosamente, en conformidad con
Nuestras intenciones, el santo Rosario de la Virgen.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 15 de septiembre, fiesta de los
Siete Dolores de la Bienaventurada Virgen María, en el año 1951, decimotercero
de Nuestro Pontificado.
PÍO XII
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