La tesis de que la
decadencia moral de la Iglesia, bajo los Papas renacentistas, había llegado a
un extremo intolerable, y que Lutero encabezó a los «protestantes» contra esta
situación, exigiendo una «reforma», es falsa y ningún historiador actual es
capaz de sostenerla.
San Ignacio de Loyola venciendo a LuteroIglesia de San Nicolás en Praga |
Actualidad de Lutero.– El próximo 31 de octubre
se cumplirá un nuevo aniversario de las 95 tesis clavadas en 1517 por Lutero en
la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg. Son varias las publicaciones
recientes sobre Lutero, en las que se le muestra como enamorado de la Biblia y
difusor de la misma en el pueblo, reformador de una Iglesia romana corrompida
en su tiempo, etc. Parece, pues, oportuno hacer algunas verificaciones.
No fue reformador de costumbres, sino de doctrinas.– La tesis de que la
decadencia moral de la Iglesia, bajo los Papas renacentistas, había llegado a
un extremo intolerable, y que Lutero encabezó a los «protestantes» contra esta
situación, exigiendo una «reforma», es falsa y ningún historiador actual es
capaz de sostenerla. Entre otras razones, porque el mismo Lutero desecha esa
interpretación de su obra en numerosas declaraciones explícitas. «Yo no impugno
las malas costumbres, sino las doctrinas impías». Y años después insiste en
ello: «Yo no impugné las inmoralidades y los abusos, sino la sustancia y la
doctrina del Papado». «Entre nosotros –confesaba abiertamente–, la vida es
mala, como entre los papistas; pero no les acusamos de inmoralidad», sino de
errores doctrinales. Efectivamente, «bellum est Luthero cum prava doctrina, cum
impiis dogmatis» (Melanchton).
Reformador de la doctrina católica.– Lutero, efectivamente,
combatió con todas sus fuerzas contra la doctrina de la Iglesia Católica. Para
empezar, arrasó con la Biblia, ya que dejándola a merced de el libre examen,
cambió la infalible y única Palabra divina por una variedad innumerable y
contradictoria de falibles palabras humanas. Se llevó por delante la sucesión
apostólica, el sacerdocio ministerial, los Obispos y sacerdotes, la doctrina de
Padres y Concilios. Eliminó la Eucaristía, en cuanto sacrificio de la
redención. Destruyó la devoción y el culto a la Santísima Virgen y a los
santos, los votos y la vida religiosa, la función benéfica de la ley
eclesiástica. Dejó en uno y medio los siete sacramentos. Afirmó, partiendo de
la corrupción total del hombre por el pecado original, que «la razón es la
grandísima puta del diablo, una puta comida por la sarna y la lepra» (etc., así
cinco líneas más). Y por la misma causa, y con igual apasionamiento, negó la
libertad del hombre (1525, De servo arbitrio),
estimando que «lo más seguro y religioso» sería que el mismo término «libre
arbitrio» desapareciera del lenguaje. Como lógica consecuencia, negó también la
necesidad de las buenas obras para la salvación. En fin, con sus «respuestas
correctas», según escribe un autor de hoy, destruyó prácticamente todo el
Cristianismo, destrozando de paso la Cristiandad.
Pensamiento esquizoide.– Une la Iglesia Católica razón y fe,
entendiendo la teología como «ratio fide illustrata» (Vaticano I). Une la
Biblia con la Tradición y el Magisterio apostólico (Vaticano II, Dei Verbum
10). Une la
gracia con la acción libre de la voluntad humana. Et et.
El pensamiento de Lutero,
por el contrario, es esquizoide: Vel vel. Considerando que
“la razón es la grandísima puta del diablo”, concluye: sola
fides. Convencido de que la mente y la conciencia del cristiano
están por encima de Padres, Papas y Concilios, dictamina: sola
Scriptura. Afirmando que el hombre no es libre, y que no son
necesarias las buenas obras para la salvación, declara: sola
gratia.
El mayor insultador del Reino.– Lutero escribe que “toda
la Iglesia del papa es una Iglesia de putas y hermafroditas”, y que el mismo
papa es “un loco furioso, un falsificador de la historia, un mentiroso, un
blasfemo”, un cerdo, un burro, etc., y que todos los actos pontificios están
“sellados con la mierda del diablo, y escritos con los pedos del asno-papa”.
Podrían llenarse innumerables páginas con frases semejantes o peores.
Los teólogos católicos del
tiempo de Lutero rechazaron sus tesis, ganándose de su parte los calificativos
previsibles. La Facultad de París es “la sinagoga condenada del diablo, la más
abominable ramera intelectual que ha vivido bajo el sol”. Y los teólogos de
Lovaina, por su parte, son “asnos groseros, puercos malditos, panzas de
blasfemias, cochinos epicúreos, herejes e idólatras, caldo maldito del
infierno”. No es de extrañar que, pensando así, rechazara Lutero la proposición
que le hizo Carlos V en Worms para que discutiera sus doctrinas con los más
prestigiosos teólogos católicos. ¿A quién puede interesarle discutir con cerdos
endemoniados?
Por lo demás, los insultos
de Lutero tenían una extensión universal: las mujeres alemanas, por ejemplo,
eran unas «marranas desvergonzadas»; los campesinos y burgueses, «unos ebrios,
entregados a todos los vicios»; y de los estudiantes decía que «apenas había de
cada mil uno o dos recomendables».
El perfecto hereje.– «Yo, el doctor Lutero, indigno evangelista de nuestro Señor
Jesucristo, os aseguro que ni el Emperador romano [...], ni el papa, ni los
cardenales, ni los obispos, ni los santurrones, ni los príncipes, ni los
caballeros podrán nada contra estos artículos, a pesar del mundo entero y de
todos los diablos [...] Soy yo quien lo afirmo, yo, el doctor Martín Lutero,
hablando en nombre del Espíritu Santo». «No admito que mi doctrina pueda
juzgarla nadie, ni aun los ángeles. Quien no escuche mi doctrina no puede
salvarse».
Duro con los pobres, débil con los poderosos.– Con ocasión del levantamiento
de los campesinos, que exigían, primero por las buenas y luego por las malas,
lo que estimaban que eran sus derechos, escribe Lutero una durísima invectiva Contra
las hordas rapaces y homicidas de los campesinos (1525). «Al
sedicioso hay que abatirlo, estrangularlo y matarlo privada o públicamente,
pues nada hay más venenoso, perjudicial y diabólico que un promotor de
sediciones, de igual manera que hay que matar a un perro rabioso, porque, si no
acabas con él, acabará él contigo y con todo el país».
Muy suave fue, en cambio,
Lutero con los poderosos príncipes alemanes, a fin de ganar su favor. Cuando,
por ejemplo, Felipe de Hessen, gran landgrave, casado con Catalina, de la que
tenía siete hijos, exigió la aprobación de un matrimonio adicional con una
señorita de la nobleza sajona, obtuvo la licencia de Lutero y Melanchton, a
condición de que la concesión se mantuviera secreta. Se acudió en este caso de
poligamia, consumada en 1540, al precedente de los antiguos Patriarcas judíos.
Espantado de su propia obra.– Los resultados de la predicación de Lutero fueron devastadores
en la moral del pueblo, y él mismo lo reconoce. «Desde que la tiranía del papa
ha terminado para nosotros, todos desprecian la doctrina pura y saludable. No
tenemos ya aspecto de hombres, sino de verdaderos brutos, una especie bestial».
De sus seguidores afirmaba que «son siete veces peores que antes. Después de
predicar nuestra doctrina, los hombres se entregaron al robo, a la impostura, a
la crápula, a la embriaguez y a toda clase de vicios. Expulsamos un demonio [el
papado] y vinieron siete peores».
A Zwinglio le escribe
espantado: «Le asusta a uno ver cómo donde en un tiempo todo era tranquilidad e
imperaba la paz, ahora hay dondequiera sectas y facciones: una abominación que
inspira lástima [...] Me veo obligado a confesarlo: mi doctrina ha producido
muchos escándalos. Sí; no lo puedo negar; estas cosas frecuentemente me
aterran». Y aún preveía desastres mayores. Un día le confiaba a su amigo
Melanchton: «¿Cuántos maestros distintos surgirán en el siglo próximo? La
confusión llegará al colmo».
Así fue. Y así ha sido en
progresión acelerada, hasta llegar a la gran apostasía actual de las antiguas
naciones católicas.
José María Iraburu, sacerdote
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