Carta
Encíclica
Grata
recordatio
JUAN
XXIII
Sobre el
rezo del Santo Rosario
26 de
septiembre de 1959
1. Desde los años de Nuestra juventud, a menudo vuelve a Nuestro
ánimo el grato recuerdo de aquellas Cartas encíclicas (1) que Nuestro
Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de octubre, dirigió
muchas veces al mundo católico para exhortar a los fieles, especialmente
durante aquel mes, a la piadosa práctica del santo rosario: Encíclicas, varias
por su contenido, ricas en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración
y oportunísima para la vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación
a dirigir confiadas súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de
la Virgen Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario. Este, como todos
saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de
mística corona, en la cual las oraciones del “Pater noster”, del “Ave María” y
del “Gloria Patri” se entrelazan con la meditación de los principales misterios
de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto la doctrina de la
Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor.
Este dulce recuerdo de Nuestra juventud no Nos ha abandonado en el
correr de los años, ni se ha debilitado; por lo contrario —y lo decimos con
toda sencillez—, tuvo la virtud de hacernos cada vez más caro a Nuestro
espíritu el santo Rosario, que no dejamos nunca de recitar completo todos los
días del año; y que deseamos, sobre todo, rezar con particular piedad en el
próximo mes de octubre.
Durante el curso de este primer año —que toca a su fin— de Nuestro
Pontificado nunca Nos faltó ocasión de exhortar reiteradamente al clero y al
pueblo cristiano para elevar públicas y privadas plegarias; mas ahora
pretendemos hacerlo con una más viva exhortación, diríamos conmovida también,
por los muchos motivos que brevemente expondremos en esta Nuestra encíclica.
2. En el próximo octubre se cumple el primer aniversario del
piadosísimo tránsito de Nuestro predecesor Pío XII, de v. m., cuya existencia
brilló con tantos y tan grandes méritos. Veinte días después, sin mérito alguno
por Nuestra parte, fuimos elevados, por arcano designio de Dios, al supremo
Pontificado. Dos Sumos Pontífices se tienden la mano, como para transmitirse la
sagrada herencia de la mística grey y para proclamar conjuntamente la
continuidad de su ansiosa solicitud pastoral y de su amor por todos los
pueblos.
¿No son acaso estas dos fechas —una de tristeza, otra de júbilo—
clara demostración ante todos de que, en medio de las ruinas humanas, el
Pontificado romano sobrevive a través de los siglos, aunque cada Jefe visible
de la Iglesia católica, cumplido el tiempo fijado por la Providencia, sea
llamado a dejar este destierro terrenal?
Volviendo la mirada, ya a Pío XII, ya a su humilde Sucesor, en
quienes se perpetúa el oficio de Supremo Pastor confiado a San Pedro, los
fieles eleven a Dios la misma plegaria: Ut Domnum Apostolicum et omnes
ecclesiasticos ordines in sancta religione conservare digneris, te rogamus audi
nos (2).
Nos complace, además, recordar aquí que también Nuestro inmediato
Predecesor, con la encíclica Ingruentium malorum (3) exhortó ya a los fieles de
todo el mundo, como hacemos Nos ahora, al piadoso rezo del santo Rosario,
especialmente en el mes de octubre. En aquella Encíclica hay una advertencia
que muy gustosamente repetimos aquí: Con mayor confianza acudid gozosos a la
Madre de Dios, junto a la cual el pueblo cristiano siempre ha buscado el
refugio en las horas de peligro pues Ella ha sido constituida “causa de
salvación para todo el género humano” (4).
3. El 11 de octubre tendremos suma alegría en hacer entrega del
Crucifijo a un nutrido grupo de jóvenes misioneros que, dejando la patria
querida, asumirán la ardua tarea de llevar la luz del Evangelio a pueblos
lejanos. El mismo día por la tarde es Nuestro deseo subir al Janículo para
celebrar —junto con sus superiores y alumnos— el primer centenario de la
fundación del Colegio Americano del Norte, con felices auspicios.
Las dos ceremonias, aunque no señaladas intencionadamente para el mismo
día, tienen igual significado, es decir, de afirmación neta y decidida de los
principios sobrenaturales que impulsan toda actividad de la Iglesia católica y
de la voluntariosa y generosa entrega de sus hijos a la causa del mutuo
respeto, de la fraternidad y de la paz entre los pueblos.
El maravilloso espectáculo de estas juventudes que, superadas
innumerables dificultades y contrariedades, se ofrecen a Dios para que también
los otros lleguen a poseer a Cristo (5), ya en las más lejanas tierras todavía
no evangelizadas, ya en las inmensas ciudades industriales —donde en el
vertiginoso ritmo de la vida moderna los espíritus aridecen a veces y se dejan
oprimir por las cosas terrenales—; este espectáculo, repetimos, es tal, que
forzosamente conmueve y acrecienta la esperanza de días mejores.
Florece de los labios de los ancianos, que hasta aquí han llevado
el peso de estas graves responsabilidades, brota la oración tan ardiente de San
Pedro: Concede a tus siervos el anunciar con toda seguridad la palabra de Dios
(6) .
Deseamos, por lo tanto, vivamente que durante el próximo mes de
octubre todos estos Nuestros hijos —y sus apostólicas labores— sean
encomendados con fervientes plegarias a la augusta Virgen María.
4. Hay, además, otra intención que Nos impulsa a dirigir más
ardientes súplicas a Jesucristo y a su amorosísima Madre. A ella invitamos al
Sacro Colegio de Cardenales y a vosotros, Venerables Hermanos; a los sacerdotes
y a las vírgenes consagradas al Señor; a los enfermos y a los que sufren, a los
niños inocentes y a todo el pueblo cristiano. Dicha intención es ésta: que los
hombres responsables del destino así de las grandes como de las pequeñas
Naciones, cuyos derechos y cuyas inmensas riquezas espirituales deben ser
escrupulosamente conservados intactos, sepan valorar cuidadosamente su grave
tarea en la hora presente.
Rogamos, pues, al Señor para que ellos se esfuercen por conocer a
fondo las causas que originan las pugnas y con buena voluntad las superen:
sobre todo, valoren el triste balance de ruinas y de daños de los conflictos
armados —¡que el Señor mantenga lejos!— y no pongan en ellos esperanza alguna;
ajusten la legislación civil y social a las necesidades reales de los hombres,
sin olvidarse en ello de las leyes eternas que provienen de Dios y son el
fundamento y el quicio de la misma vida civil; no olviden asimismo del destino
ultraterreno de cada una de las almas, creadas por Dios para alcanzarle y
gozarle un día.
También es preciso recordar cómo se han difundido hoy posiciones
filosóficas y actitudes prácticas, que son absolutamente inconciliables con la
fe cristiana. Con serenidad, precisión y firmeza continuaremos Nos siempre
afirmando tal inconciliabilidad.
¡Dios ha hecho a los hombres y a las naciones para salvarse! (7).
Por ello esperamos que, desechados los áridos postulados de un pensamiento y de
una acción improntados de laicismo y de materialismo, busquen el oportuno
remedio en aquella sana doctrina, que cada día es más confirmada por la
experiencia; en ella han de encontrarlo. Ahora bien: esta doctrina proclama que
Dios es el autor de la vida y de sus leyes, que es vindicador de los derechos y
de la dignidad de la persona humana; por consiguiente, que Dios es “nuestra
salvación y redención” (8).
Nuestra mirada se alarga a todos los continentes, allí donde los
pueblos todos están en movimiento hacia tiempos mejores: en ellos vemos un
despertar de energías profundas que hace esperar en un decidido empeño de las
conciencias rectas por promover el verdadero bien de la sociedad humana.
A fin de que esta esperanza se cumpla del modo más consolador, es
decir, con el triunfo del reino de la verdad, de la justicia, de la paz y de la
caridad, deseamos ardientemente que todos Nuestros hijos formen “un solo
corazón y una sola alma” (9), y eleven comunes y fervientes súplicas a la
celestial Reina y Madre nuestra amantísima durante el mes de octubre, meditando
estas palabras del Apóstol de las Gentes: Por todas partes se nos oprime, pero
no nos vencen; no sabemos que nos espera, pero no desesperamos; perseguidos,
pero no abandonados; se nos pisotea, pero no somos aniquilados. Llevamos
siempre y doquier en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús,
para que la misma vida de Jesús se manifieste también en nuestros cuerpos (10).
Antes de terminar esta Carta encíclica, Venerables Hermanos,
deseamos invitaros a rezar el Rosario con particular devoción también por estas
otras intenciones que tanto llevamos en el corazón; es decir, para que el
Sínodo de Roma sea fructuoso y saludable a esta Nuestra alma Ciudad y a fin de
que del próximo Concilio ecuménico —en el que vosotros participaréis con
vuestra presencia y vuestro consejo— obtenga toda la Iglesia una afirmación tan
maravillosa que el vigoroso reflorecer de todas las virtudes cristianas que Nos
esperamos de él sirva de invitación y de estímulo incluso para todos aquellos
Nuestros hermanos e hijos que se encuentran separados de esta Sede Apostólica.
Con tan dulce esperanza y con gran afecto os damos a vosotros,
Venerables Hermanos, a los fieles todos que os están confiados, y de modo
especial a cuantos con piedad y buena voluntad acogerán esta Nuestra
invitación, la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 26 de septiembre de 1959,
primero de Nuestro Pontificado.
JUAN XXIII
Notas
1-
Cf. Ep. enc. Supremi Apostolatus: AL 3, 280 ss.; Ep. enc. Superiore
anno: AL 4, 123 ss.; Ep. enc. Quamquam pluries: AL 9, 175 ss.; Ep. enc. Octobri
mense: AL 11, 299 ss.; Ep. enc. Magnae Dei Matris: AL 12, 221 ss.; Ep. enc.
Laetitiae sanctae: AL 13, 283 ss.; Ep. enc. Iucunda semper: AL 14, 305 ss.; Ep.
enc. Adiutricem populi: AL 15, 300 ss.; Ep. enc. Fidentem piumque: AL 16, 278
ss.; Ep. enc. Augustissima Virginis: AL 17, 285 ss.; Ep. enc. Diuturni
temporis: AL 18, 153 ss.
2-
Lit. Sanctorum.
3-
Die 15 sept. a. 1951 A. A. S. 53, 577 ss.
4-
A. A. S. 53, 578-579.
5-
Cf. Phil 3, 8.
6-
Cf. Act 4, 29.
7-
Cf. Sap 1, 14.
8-
Sacra Liturgia.
9-
Act 4, 32.
10-
2 Cor 4, 8-10.
No hay comentarios:
Publicar un comentario