XXVIII
Mi
querido Orugario:
Cuando
te dije que no llenases tus cartas de basura acerca de la guerra quería decir,
por supuesto, que no quería oír tus rapsodias más bien infantiles sobre la
muerte de los hombres y la destrucción de las ciudades. En la medida en que la guerra
afecte realmente el estado espiritual del paciente, naturalmente quiero
informes completos. Y en este aspecto pareces singularmente obtuso. Así, me
cuentas con alegría que hay motivos para esperar intensos ataques aéreos sobre
la ciudad donde vive el paciente. Este es un ejemplo atroz de algo acerca de lo
que ya me he lamentado: la facilidad con que olvidas la finalidad principal de
tu goce inmediato del sufrimiento humano. ¿No sabes que las bombas matan
hombres? ¿O no te das cuenta de que la muerte del paciente, en este momento, es
precisamente lo que queremos evitar? Ha escapado de los amigos mundanos con los
que intentaste liarle; se ha "enamorado" de una mujer muy cristiana y
de momento es inmune a tus ataques contra su castidad; y los diferentes métodos
de corromper su vida espiritual que hemos probado hasta ahora no han tenido
éxito. En este momento, cuando todo el impacto de la guerra se acerca y sus
esperanzas mundanas ocupan un lugar proporcionalmente inferior en su mente,
llena de su trabajo de defensa, llena de la chica, obligada a ocuparse de sus
vecinos más que nunca lo había hecho y gustándole más de lo que esperaba,
"fuera de sí mismo", como dicen los humanos, y aumentando cada día su
dependencia consciente del Enemigo, es casi seguro que le perderemos si muere
esta noche. Esto es tan evidente que me da vergüenza escribirlo. Me pregunto a
veces si no se os mantendrá a los diablos jóvenes durante demasiado tiempo
seguido en misiones de tentación, si no corréis algún peligro de resultar infectados
por los sentimientos y valores de los humanos entre los que trabajáis. Ellos,
por supuesto, tienden a considerar la muerte como el mal máximo, y la
supervivencia como el bien supremo. Pero esto es porque les hemos educado para
que pensaran así. No nos dejemos contagiar por nuestra propia propaganda. Ya sé
que parece extraño que tu objetivo primordial por el momento sea precisamente
aquello por lo que rezan la novia y la madre del paciente; es decir, su
seguridad física. Pero así es: deberías estar cuidándole como la niña de tus
ojos. Si muere ahora, lo pierdes. Si sobrevive a la guerra, siempre hay
esperanza. El Enemigo le ha protegido de ti durante la primera gran oleada de
tentaciones. Pero, sólo con que se le pueda mantener vivo, tendrás al tiempo mismo
como aliado tuyo. Los largos, aburridos y monótonos años de prosperidad en la
edad madura o de adversidad en la misma edad son un excelente tiempo de
combate. Es tan difícil para estas criaturas el perseverar... La rutina
de la adversidad, la gradual decadencia de los amores juveniles y de las
esperanzas juveniles, la callada desesperación (apenas sentida como dolorosa)
de superar alguna vez las tentaciones crónicas con que una y otra vez les hemos
derrotado, la tristeza que creamos en sus vidas, y el resentimiento incoherente
con que les enseñamos a reaccionar a ella, todo esto proporciona admirables
oportunidades para desgastar un alma por agotamiento. Si, por el contrario, su
edad madura resulta próspera, nuestra posición es aún más sólida. La prosperidad
une a un hombre al Mundo. Siente que está "encontrando su lugar en
él", cuando en realidad el mundo está encontrando su lugar en él. Su
creciente prestigio, su cada vez más amplio círculo de conocidos, la creciente
presión de un trabajo absorbente y agradable, construyen en su interior una
sensación de estar realmente a gusto en la Tierra, que es precisamente lo que
nos conviene. Notarás que los jóvenes suelen generalmente resistirse menos a
morir que los maduros y los viejos.
Lo
cierto es que el Enemigo, tras haber extrañamente destinado a estos meros
animales a la vida en Su propio mundo eterno, les ha protegido bastante
eficazmente del peligro de sentirse a gusto en cualquier otro sitio. Por eso
debemos con frecuencia desear una larga vida a nuestros pacientes; en setenta
años no sobra un día para la difícil tarea de desenmarañar sus almas del Cielo
y edificar una firme atadura a la Tierra. Mientras son jóvenes, siempre les
encontramos saliéndose por la tangente. Incluso si nos las arreglamos para mantenerles
ignorantes de la religión explícita, los imprevisibles vientos de la fantasía,
la música y la poesía —el mero rostro de una muchacha, el canto de un pájaro, o
la visión de un horizonte— siempre están volando por los aires toda nuestra
estructura. No se dedicarán firmemente al progreso mundano, ni a las
relaciones prudentes, ni a la política de seguridad ante todo. Su apetito del
Cielo es tan empedernido que nuestro mejor método, en esta etapa, para atarles
a la Tierra es hacerles creer que la Tierra puede ser convertida en el Cielo en
alguna fecha futura por la política o la eugenesia o la "ciencia" o
la psicología o cualquier cosa. La verdadera mundanidad es obra del tiempo,
ayudado, naturalmente, por el orgullo, porque les enseñamos a describir la
muerte que avanza, arrastrándose como Buen Sentido o Madurez o
Experiencia. La experiencia, en el peculiar sentido que les enseñamos a
darle, es, por cierto, una palabra de gran utilidad. Un gran filósofo humano
casi reveló nuestro secreto cuando dijo que, en lo referente a la Virtud,
"la experiencia es la madre de la ilusión"; pero gracias a un cambio
de moda, y gracias también, por supuesto, al Punto de Vista Histórico, hemos
hecho prácticamente inofensivo su libro.
Puede
calcularse lo inapreciable que es el tiempo para nosotros por el hecho de que
el Enemigo nos conceda tan poco. La mayor parte de la raza humana muere en la
infancia; de los supervivientes, muchos mueren en la juventud. Es obvio que
para Él el nacimiento humano es importante sobre todo como forma de hacer
posible la muerte humana, y la muerte sólo como pórtico a esa otra clase de
vida. Se nos permite trabajar únicamente sobre una minoría selecta de la raza,
porque lo que los humanos llaman una "vida normal" es la excepción.
Al parecer, Él quiere que algunos —pero sólo muy pocos— de los animales humanos
con que está poblando el Cielo hayan tenido la experiencia de resistirnos a lo
largo de una vida terrenal de sesenta o setenta años. Bueno, ésa es nuestra
oportunidad. Cuanto menor sea, mejor hemos de aprovecharla. Hagas lo que hagas,
mantén a tu paciente tan a salvo como te sea posible.
Tu
cariñoso tío,
ESCRUTOPO
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