QUÉ DICE
EL CORAZÓN DE JESÚS EN El SAGRARIO
"Todo el que oye estas palabras y las cumple,
se asemejará
al varón sabio
que edificó su casa sobre piedra firme" (Mt 7,24)
¡DICE
TANTO Y TAN BUENO!
Será
el Evangelio el mago prodigioso que nos haga oír ruidos de palabras en donde el
resto de las gentes no oye nada. ¡Oh palabra divina del Jesús de mi Sagrario,
toca a mi oído, entra en mi alma y quédate allí resonando con eco
inextinguible!
Callad,
lengua mía, sentidos míos y potencias mías; callad, pasiones de mi alma y
nervios de mi cuerpo; callad, recuerdos del pasado y ambiciones tumultuosas de
lo porvenir; callad, que voy a mi Sagrario a escuchar la voz dulce, que no
habla más que a las almas en silencio...
¿Os
enteráis? En el Sagrario hay tiempo de hablar y tiempo de callar. Hablad cuanto
queráis; pero después callad cuanto podáis; en silencio exterior e interior
esperad; ya recibiréis la respuesta... ya oiréis...
SIMÓN,
TENGO ALGO QUE DECIRTE
Tengo algo que decirte... (Lc 7,40)
Importa
mucho que fijes en tu cabeza y más en tu corazón este anuncio:
El
Corazón de Jesús en el Sagrario tiene algo que decirte
Como
a Simón, el fariseo desatento que lo convidó a comer, te dice a ti: «Tengo algo
que decirte».
Y
antes de que le respondas, como aquél, «Maestro, di», quiero y te ruego que te
detengas un poco a saborear esas palabras. ¡Dicen tanto al que las medita, que
ellas solas calmarían más de una tempestad y disiparían más de una tristeza...!
Fíjate
en el afectuoso interés que revela ese tener Él, ¿sabes quién es El?, que
decirte algo a ti, a ti. ¿Te conoces un poquito?
¡Él
a ti! ¿Puedes medir toda la distancia que hay entre esos dos puntos? ¿No? Pues
tampoco podrás apreciar cumplidamente todo el valor de ese interés que tiene Él
en hablarte a ti. ¡Él a ti!
Una
comparación te dará idea aproximada de lo que significa ese interés.
Respóndeme:
¿Hay mucha gente en el mundo que tenga interés en decirte algo? ¡Claro! Como es
tan reducido el número de los que te conocen, en comparación con los que no te
conocen, puede afirmar que la casi totalidad de los hombres no tienen nada que
decirte. Y entre los que te conocen, ¿sabes si son muchos los que tienen algo
que decirte?
La
experiencia sin duda te habrá enseñado que de los que te conocen quizás no sean
pocos los que digan de ti, ¡se habla tanto de los demás!, pero a ti,
fuera de los mendigos y necesitados, ¿verdad que son muy pocos los que tienen
que decirte algo que te interese, sólo para ti, que te haga bien?
¡Verdaderamente despertamos tan
escaso interés en el mundo!
¿Qué
interés despierto yo?
Nosotros
tan insignificantes, pese a nuestro orgullo, en el mundo y ante los hombres;
nosotros, para quienes ni los reyes, ni los sabios, ni los ricos, ni los
poderosos, ni aun casi nadie en el mundo tienen ni una palabra ni un gesto de
interés, sabemos, ¡bendito Evangelio que nos lo ha revelado!, que el Rey más
sabio, rico, poderoso y alto nos espera a cualquier hora del día y de la noche
en su Alcázar del Sagrario para decirnos a cada uno con un interés revelador de
un cariño infinito, la palabra que en aquella hora nos hace falta. Y ¡que
todavía haya aburridos, tristes, desesperados, despechados, desorientados por
el mundo! ¿Qué hacen que no vuelan al Sagrario a recoger su Palabra, la
palabra que para esa hora suprema de aflicción y tinieblas les tiene reservada
el Maestro bueno que allí mora?
Y
¡tiene tanto valor esa Palabra! ¿No has visto cómo se calma el ansia del enfermo
dudoso de la gravedad de su mal al oír al médico la palabra tranquilizadora y
anunciadora de pronta mejoría? ¡Y la palabra del médico no cura! ¡La Palabra
del Sagrario, sí!
Alma
creyente, lee en buena hora libros que te ilustren y alienten, busca
predicadores y consejeros que con su palabra te iluminen y preparen el camino
de tu santificación; pero más que la palabra del libro y del hombre, busca,
busca la Palabra que para ti, ¿lo oyes?, para ti solo tiene guardada en su
Corazón para cada circunstancia de tu vida el Jesús de tu Sagrario.
Ve allí muchas veces para que te dé
tu ración, que unas veces será una palabra de la Sagrada Escritura o de los
santos que tú conocías, pero con un relieve y un sentido nuevos, otras veces
será un soplo, un impulso, una dirección, una firmeza, una rectificación, no
tienes más que pronunciar con el alma estas dos palabras:
Maestro,
di...
Y
sumergida en un gran silencio, no sólo de ruidos exteriores, sino de tus
potencias, sentidos y pasiones, espera la respuesta suya.
Que
te la dará, no lo dudes, ¡es más fino...!
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